La carta (The letter, 1940) de William Wyler

De nuevo el bueno de Somerset Maugham es llevado a la pantalla. Me ocurre algo curioso conozco la obra de este autor por sus adaptaciones cinematográficas. Y ganas no me faltan de leerle porque pocas películas que adaptan sus novelas u obras de teatro me han decepcionado. 

Lluvia, Cautivo del deseo (adaptación de Servidumbre humana), El velo pintado, Al filo de la navaja, Conociendo a Julia o la película que nos ocupa… surgen de las páginas de este escritor. Todas estas obras, excepto Conociendo a Julia, han sido por lo menos dos veces adaptadas al cine. 

La carta cuenta con los mejores ingredientes del melodrama, con unos intérpretes en estado de gracia, un blanco y negro y realización impecable, el buen oficio de William Wyler, una música envolvente, un ambiente que atrapa, una puesta en escena elegante y escenas e imágenes inolvidables. 

La carta nos lleva a lo exótico, a un mundo oriental que se rige por otras reglas, y allí se encuentra un personaje excepcional, Leslie, con la cara y los enormes ojos de Bette Davis. La Davis es una mujer británica, de la colonia, que mata a tiros a un hombre, un amigo. Y lo mata según cuenta ante su marido y su abogado en defensa propia. 

Leslie es la amada esposa de un hombre de negocios, un hombre honrado, llevan una vida según las convenciones sociales y morales. Viven entre la población oriental pero sin mezclarse con ella. Si miramos la historia así funcionaba el colonialismo británico. Los orientales trabajan para ellos pero ése es el único contacto permitido. 

Leslie controla desde el principio la historia y lleva con valentía su condena con la seguridad de que el jurado va absolverla porque su versión es absolutamente coherente. Trataba de defender su honestidad. Su marido confía ciegamente en ella, porque ciegamente está enamorado de ella. Además el acusado tiene una mancha para los británicos. Estaba casado con una asiática (enigmática Gale Sondegaard). 

Pero la Davis, mujer calculadora –según vamos descubriendo la trama— no cuenta con que la viuda posee una prueba que la inculpa: una carta escrita por ella misma en la que invita al hombre asesinado a que vaya a verla porque está desesperada, una carta que pone en total evidencia un adulterio. Leslie consigue que su abogado realice la compra de la carta para que esta prueba no aparezca en el juicio. El abogado sólo lo hace por su amigo, el marido de Leslie. Aunque la maldición de la carta no termina ni con la absolución del juicio. La mujer tiene que confesar finalmente a un marido roto su infidelidad durante años. El marido (un siempre correcto Herbert Marshall) dice que como está enamorado la perdona, pero aquí Leslie se siente incapaz de ocultarse bajo la doble moral y no acepta el perdón, grita a su marido, que aún está enamorada del hombre al que mató. 

Melodrama de pasiones desatadas, llena de simbolismos, e inquietudes. El mundo oriental y los personajes de esa Malasia distinta llevan en el rostro otra moral, otro código, el misterio y la inquietud, otras leyes… son sigilosos pero se vengarán lentamente, y en forma de ritual, de la mujer infiel que ha asesinado. No la dejarán escapar. No hay caretas, ni dobles morales, ni tienen que guardar ciertas convenciones sociales… su venganza no la parará nadie. 

Wyler rueda como nadie ese tramo final donde Leslie no sólo no se redime sino que se encuentra cara a cara con la venganza. Son momentos inquietantes y hermosos. De nuevo la luna llena, el brillo de un puñal y un bordado que no se acaba…, mientras, el baile continúa. Y, Leslie termina sola y sin defensa alguna. Arrastrada por una pasión desbordada de sentimientos y celos que terminan con ella. Destruyen a la perfecta y moral esposa casada… pero dejan libre a la mujer capaz de desbordarse de amor y de realizar los actos más irracionales.

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