El abrazo de la muerte (Criss Cross, 1948) de Robert Siodmak

Os he confesado una y mil veces mi veneración por Burt Lancaster. Y en cada película que vuelvo a ver me confirma que es grande. El abrazo de la muerte era una película que la tenía en sombras de recuerdos. El otro día volví a recuperarla y volví a entender que no estoy equivocada.

Porque Burt vuelve a estar sublime como hombre duro, como superviviente, al que inevitablemente le sigue un destino negro. Y ese destino le sigue porque es un hombre enamorado. Y es capaz de todo. Incluso de quedarse literalmente ciego. No físicamente sino de sentimientos.

Y no distingue entre bien y mal. Sólo tiene claro que piensa en querer tenerla en los brazos. Y ella, mujer fatal sin querer (qué bien lo hace Yvonne de Carlo), sabe lo que no funciona. Pero tampoco puede evitar que el destino fatal les haga encontrarse una y otra vez. Ella sólo quiere vivir bien, cuidarse ella misma, y es incapaz de llegar a más. Ella es una superviviente y sabe que deja heridos por el camino, incluso al hombre que ama. Pero si no hay más remedio tiene que salvar su pellejo. Pero el destino trágico esta vez no va a dejarla salirse con la suya. Burt la abraza y la dice tristemente, Anna. Porque se ha dado cuenta pero el final siempre llega.

El tercero en cuestión es un gangster de los de toda la vida, frío, malo malísimo, con cara del siempre inquietante Dan Duryea (encasillado en tal papel pero que dejó tan buenos momentos de cine negro…). El malo inquietante también encuentra destino fatal porque a su manera es hombre enamorado. Y sabe que la historia no puede terminar de otra manera.

Y Robert Siodmak, grande, nos deja película puro cine negro, destino trágico, plagado de antihéroes, y con una historia de un romanticismo oscuro y exacerbado. Nos deja uno de esos finales que te dejan clavados en la pantalla…y todos entendemos a cada uno de ellos. Y Burt, como siempre hace, con su mirada desencantada, y su cuerpo hermoso, nos desarma una y otra vez y nos arranca poco a poco el corazón y la esperanza de un final feliz. Sólo podía ser en blanco y negro.