Una mujer para dos (Design for living, 1933) de Ernst Lubitsch

A Lubitsch le tengo especial cariño, sus películas siempre me hacen sonreír, sus comedias me dejan esa sensación de que la vida es bella y ya se sabe que era uno de los maestros del entretenimiento. Un entretenimiento elegante e inteligente con sus dosis de cinismo y su risa ante el comportamiento humano. Entre toda su filmografía me cuesta decir una única obra como favorita, quizá, y no sabría explicar por qué la que más conecta conmigo es, sin duda, El bazar de las sorpresas, me encanta. Me enternece una y otra vez. Pero también tengo siempre en mi memoria –quizá son las que más he visto de él— Ninotchka y Ser o no ser. También, es cierto, que sobre todo las dos últimas películas que he nombrado son las más fácilmente accesibles de su filmografía (las han puesto más veces por televisión, han salido más pronto en los diferentes formatos vhs, dvd…) 

Sin embargo, siempre es un placer encontrarse con otras obras de este director berlinés. Hoy quito el polvo del viejo baúl de películas y rescato Una mujer para dos. Si tengo que definirla en una palabra diría que es ENCANTADORA. Si me dejaran dos: ENCANTADORA Y LIBRE. 

Una mujer para dos contiene muchos de los elementos que hacen a este director grande y maestro. Primero, es una buena comedia (está inspirada en una obra de Nöel Coward aunque parece ser que de sus diálogos sólo rescató una frase). Segundo, un reparto mágico: Miriam Hopkins, Fredric March, Gary Cooper y Edward Everett Horton. Tercero, vuelve a mostrar la magia de su puesta en escena, la habilidad y la elegancia en los gags y su inteligencia para emplear las elipsis y las escenas fuera de plano. Como siempre es una película de sugerencias. Sugiere más que muestra. Lo demás corre en nuestra imaginación. Por supuesto, no faltan las puertas. Un mago. 

Algo que podemos encontrar diferente respecto a otras películas del director berlinés es que se trata de una película pequeña en reparto y en decorados. Sencillísima. No creo que manejara un gran presupuesto. A través de la sencillez y de la labor de cuatro actores (brillando con luz especial, Miriam Hopkins), Lubitsch muestra una historia bohemia sobre lo fácil que podría ser un amor compartido –con el consentimiento de los protagonistas— entre tres. El director cuenta el encanto de tres personajes y su vida de libertad e inocencia frente al encorsetado mundo normal y establecido. Los tres optan por salirse del sistema, y los tres sabemos van a ser mucho más felices. Y nos encanta. No hay elección. Los tres juntos es la mejor solución. 

La historia cuenta con los ingredientes de la comedia romántica. Encuentro (en un tren –¿hay medio de transporte más romántico?)… pero de los tres personajes: una creativa publicitaria, un pintor y un dramaturgo en ciernes. El lugar de la historia no podía ser otro que París. Enamoramiento pero de los tres. Obstáculos en el amor. Desencuentros y, por último, enlace feliz…, pero para los tres. 

Las situaciones que plantea la película siempre nos dejan una sonrisa. La maestra de ceremonias de la historia, la que maneja los hilos, es una resplandeciente Miriam Hopkins que encarna a una mujer que se enamora de dos hombres y a los dos los quiere por igual. Si le falta uno, se siente incompleta. Se siente tan bien con ambos (no tiene desperdicio el diálogo en que se lo explica a un Gary Cooper rudo pero tierno y a un elegante pero divertido Fredric March…les compara a ambos con distintos tipos de sombreros). 

Y de pronto toda mujer quiere a un pintor y a un dramaturgo bohemios en su vida. Y vivir en el destartalado y polvoriento ático que comparten los pretendientes amigos desde hace once años. Y reírse a todas horas con las ocurrencias y cuadros del pintor y las obras del dramaturgo. Y bromear. Viajar juntos. Y hacer juramentos de caballeros (para saltárselos una y otra vez porque como dice la pícara Hopkins, “por desgracia no es un caballero”). Y reír. Y gastarse bromas. Y reñirse y discutir. Y besarlos a ambos cada noche. Y amarlos… 

¿Y dirán y dónde entra el bueno de Horton? Ese cómico entrañable, ese secundario de lujo en un montón de comedias de oro. Él es el representante de la vida normal, de la vida dentro del sistema, de la aburrida vida bien vista y que todo el mundo asume…, y otro pretendiente importante en la historia de la Hopkins. 

De principio a fin, esta película te arranca la sonrisa, y una sensación de lo bonito que es la libertad y la bohemia –y comer esas salchichas ahumadas— y ese polvoriento colchón donde la Hopkins se echa una y otra vez para contar su confusión amorosa a sus dos pretendientes. 

Creo que nunca se contó de manera tan encantadora una relación a tres bandas. Esa escena final de la Hopkins en un taxi besando primero a uno y luego a otro no tiene desperdicio. 

La película se rodó en el momento en que estaba a punto de ponerse en marcha el Código Hays y ya estaban los estudios con la mosca detrás de la oreja. Es decir, el código de censura que a partir de 1934 se pondría en marcha. El código que impediría que muchos temas fueran tratados de determinada manera o que eliminaría totalmente distintos aspectos de la vida por considerarlas inmorales. Una mujer para dos se salvó por los pelos de la quema moral… ¡¡¡y cómo se agradece!!!