Nunca canté para mi padre (I Never Sang for My Father, 1970) de Gilbert Cates

Nunca canté para mi padre, una película sobre la vejez y la relación entre padres e hijos.

En Nunca canté para mi padre, título evocador, hay un momento en el que Gene (Gene Hackman) le dice a su futura esposa (Elizabeth Hubbard), cuando ha ido a buscarla al aeropuerto, que, por favor, le prometa que morirán jóvenes, que nunca serán una carga. En otro momento el protagonista le ha explicado a su amante que: «Odio odiarle». Gene no puede romper los lazos con su padre ahora indefenso y frágil, pero manteniendo todavía la personalidad fuerte y difícil que no hizo llevadera su infancia y dificulta encontrar en ese momento una buena solución a su situación.

En la pantalla de cine suelen reflejarse temas sobre la vida como, por ejemplo, que hacerse anciano es un camino sin retorno y muy duro. Si a esto unimos las relaciones familiares, entonces surge un cóctel que remueve por dentro. Una de las últimas películas que provoca herida, pero a la vez es tremendamente humana, es Vortex de Gaspar Noe, sobre los últimos y crudos días de dos ancianos. La vejez ha estado siempre presente en la pantalla con una tradición amplia. Por eso, no deja de ser un hermoso descubrimiento esta película de los años setenta (adaptación de un obra teatral del dramaturgo Robert Anderson, autor también del guion), donde el peso recae en Melvyn Douglas y Gene Hackman, protagonizando una relación paterno filial compleja.

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Periodo de oro del terror en la Universal. El doble asesinato en la calle Morgue (Murders in the Rue Morgue, 1932) de Robert Florey / El caserón de las sombras (The Old Dark House, 1932) de James Whale

No sería mala idea complementar esta sesión doble, con el documental Universal Horror (1988) de Kevin Brownlow, perfecto para poder entender los antecedentes del periodo de oro de las películas de terror y disfrutar de sus momentos de gloria. La influencia y el éxito de las películas de este estudio se extendieron a otras majors, que no dudaron en alimentar la ilusión de miedo y evasión del público con otras míticas producciones cinematográficas durante los años entre las dos guerras mundiales y con el crack del 29 en EEUU alimentando los miedos cotidianos del día a día.

Dos joyas del séptimo arte, una adapta el relato policiaco de Edgar Allan Poe, Los crímenes de la calle Morgue, y la otra es una adaptación de la novela Benighted de J.B. Priestley. Las dos toman como base el material literario y vuelan libremente para transformarse en extrañas obras de arte del cine de terror. Tanto Robert Florey como James Whale son dos directores icónicos, que muestran no solo un dominio del lenguaje cinematográfico excepcional, sino que hacen que el visionado de estas películas siga siendo imprescindible.

La primera se alimenta del mito de la bella y la bestia; mete al mad doctor, uno de los personajes característicos del cine de terror; muestra la influencia del expresionismo en el cine de Hollywood; y es además antecedente de una obra cinematográfica mítica. La segunda refleja la maravillosa combinación que ha hecho siempre el miedo y el humor, además su escenario es una de esas casas con vida propia, que después inspiraría a tantas casas u hoteles encantados, y también resalta un buen y variado reparto, típico en este tipo de producciones de la Universal.

El doble asesinato en la calle Morgue (Murders in the Rue Morgue, 1932) de Robert Florey

Una joya del cine de terror de la Universal. Bela Lugosi como un mad doctor que hace sufrir a una de sus víctimas.

Después de no haber podido rodar Frankenstein (porque el estudio prefirió encomendársela a James Whale), película que junto a Drácula de Tod Browning, inauguraría este periodo de oro de cine de terror de la Universal, Robert Florey se pone al frente de El doble asesinato en la calle Morgue. Y todavía hoy hipnotiza el espíritu y la atmósfera enfermiza de este film, que bebe en su ambientación y atmósfera de El gabinete del doctor Caligari de Robert Wiene.

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