Primer cine Oculto en el cine Roxy B de Madrid. Nueve citas con Holy Motors (Holy Motors, 2012) de Leos Carax

Primera cita. Ir a la sala de cine tiene algo de ritual sagrado. Si vas y además no sabes lo que vas a ver ni lo que te vas a encontrar el acto de ir al cine se convierte en una experiencia secreta, oculta. Si además esa sala es una sala de dimensiones considerables con pantalla enorme blanca se deduce que se van siguiendo los ingredientes naturales de este acto. Y si la película proyectada es Holy Motors de Leos Carax la experiencia se convierte en redonda. Porque Holy Motors tiene mucho que ver con lo que es ‘vivir’ el cine. Holy Motors permite recrear un ambiente, un hábitat, unas sensaciones… Mujeres de melenas rubias con caretas verdes, luces fluorescentes, hombres tocando el acordeón, una acróbata de rojo expresándose con el cuerpo, un enorme perro paseando por la sala de cine…

Segunda cita. Desconcierto. Locura. Descoloque. Belleza. Desorden. Imperfección. Muerte. Vida. Representación. Identidad. Incomodidad. Amor. Irreverencia. Transformación. Ruptura. Suciedad. Enfermedad. Vejez. Asesinato. Suicidio. Pérdida. Ausencia… Todas estas palabras se dan cita en una obra cinematográfica extrema y creativamente libre y arriesgada. Holy Motors es obra para ser amada u odiada pero no puede resultar indiferente. Ante sus imágenes o te sientes seducido o descolocado o mareado o desconcertado…

Holy Motors es un grito creativo. Un grito contra el dolor de la ausencia. Un antídoto para vomitar la amargura. Finalmente un canto de amor a la amiga, como se refiere a ella Leos Carax en una entrevista, a su compañera sentimental Yekaterina Golubeva (que murió trágicamente en el verano de 2011). Todas las transformaciones y citas conducen al hombre de múltiples identidades al amor desesperado y doloroso hacia su compañera ausente. Así la culminación o clímax del dolor de esa ausencia tiene lugar en los maravillosos almacenes abandonados de La Samaritaine… desde su terraza se contempla el Pont Neuf… donde entre maniquíes rotos, el que creemos que es Oscar y Jean (Kylie Minogue) tratan de en 20 minutos recuperar 20 años de distanciamiento. Y en ese paseo de Jean con un Oscar que la sigue en silencio, ella canta una canción triste que presagia un final trágico…

Tercera cita. Cine, mil veces cine. Y un personaje misterioso escucha el miedo del transformista: “¿Y si no queda ningún espectador que pueda mirar?”. Holy Motors es una reflexión sobre el arte de mirar. Sobre el cine como representación. Sobre el paso de las enormes cámaras a casi su ausencia. Sobre el espectador que mira o el que se ha cansado ya de mirar. Sobre la posibilidad del actor de ‘vivir’ mil vidas y mil muertes. Sobre el cansancio de la representación cuando esa ficción siente que ya no hay ojos que observan. Que se conmueven, se escandalizan o se irritan. Que lloran o ríen. Cuando lo sagrado parece que muere…

Holy Motors empieza como el sueño de un cineasta (el propio Leos Carax) que despierta en una cama con un perro. Avanza por una habitación y da con una puerta secreta… Su dedo es la llave. El cineasta llega a una sala de cine llena de espectadores en silencio. A oscuras. Un niño desnudo corre por el pasillo y un enorme perro avanza… Empieza el espectáculo.

Antes y durante las transformaciones veremos ráfagas de imágenes en blanco y negro de uno de los pioneros de las imágenes en movimiento, Étienne Jules Marey. Y es que el cine sigue ofreciendo esa ilusión óptica de imágenes en movimiento que suponen además ‘atrapar’ la inmortalidad. La posibilidad de que siempre regresen los ausentes.

Durante Holy Motors vemos señas evidentes de la breve filmografía de Leos Carax. De su forma de entender el cine. La presencia de su actor fetiche (Denis Lavant). La presencia de Pont Neuf (… referente a su canto de cisne o de ave fénix, Los amantes de Pont Neuf, 1991). La representación de la belleza y la violencia en un mundo de seres marginados y distantes… La recuperación de monsieur Merde, un personaje irreverente y destructor que arrasa allá por donde pasa… que salió de las alcantarillas en el cortometraje que incluyó el director en la película colectiva Tokyo! en el año 2008.

La capacidad del cine para generar emociones, para provocar, para transformar. Para mostrar otros mundos y otras fábulas. Para experimentar. ¿Es Holy Motors cine dentro del cine? En Holy Motors sólo hay ecos y brillos de cine fantástico, de ciencia ficción, de cine virtual, de cine protesta, de cine como poema, de cine con todo su poder visual, de cine musical… Y sólo hay suaves huellas de aquellos cineastas que alguna vez desconcertaron desde un George Franju (del que desconozco totalmente su mundo… pero su huella puede captarse sobre todo por una presencia de la que hablaré en otra cita) o del mundo poético de Jean Cocteau (también fácil de detectar por la vida protagonizada por Monsieur Merde)… La propia película nos habla también de la importancia de la fotografía, de la instantánea, y uno de los personajes nombra a la fotógrafa Diane Arbus capaz de captar lo bello y lo hermoso en los seres imperfectos o deformes. En lo oscuro.

Cuarta cita. La limusina como refugio. La limusina blanca que recorre un París especial. La limusina que en su interior es un camerino con todos los utensilios necesarios para la transformación física del personaje con múltiples identidades. El espejo con luces. Los maletines con todo lo necesario para el maquillaje. Las pelucas. El vestuario…

La limusina que avanza y lleva al protagonista de cita en cita. Allí tiene su alimento. Su bebida. Sus momentos de intimidad. De concentración. De preparación de las citas. Allí está su ángel de la guardia —o dulce encarnación de un infierno que no tiene fin— (que merece una cita entera), Céline, conductora y secretaria.

Las limusinas como burbujas donde transcurre un mundo propio (cine-limusina… Cosmópolis o The Girl experience). La limusina que siempre recoge al transformista. Que se convierte en un personaje más y en Holy Motors con más identidad todavía…

De pronto nos damos cuenta que la limusina de Oscar no es la única que pulula en la ciudad. A las doce de la noche, como Cenicientas, un montón de limusinas descansan en un enorme y solitario garaje que se llama Holy Motors. Mañana será otro día… en que de nuevo un montón de transformistas vivirán un puñado de vidas y muertes en diferentes citas. Sin saber si alguien les observa… y capta la belleza del acto de representación.

Quinta cita. Denis Lavant es como un nuevo Lon Chaney. El hombre de las mil caras y mil transformaciones. El hombre camaleón. No necesita de efectos especiales. Denis Lavant se transforma con antiguas artes que siguen funcionando. Y eso es el secreto del actor, aquel que tiene capacidad para transformarse en otro. Lavant-Oscar está montado en su limusina-camerino. Y ahí cuenta con su caja de maquillaje, sus ropas… adecuadas para la transformación física. Después están los movimientos de su cuerpo. La expresión corporal, Lavant recita con el cuerpo. Su expresión y su forma de hablar.

Así igual es un hombre joven, que un hombre anciano. Así puede ser un banquero o transformarse en un ser de las alcantarillas o en una anciana encorvada que pide limosna por las calles de París y sólo ve piedra y pies… y tiene mucho miedo a no morir. Más allá es un asesino de sí mismo o de un banquero. Y en el entreacto un acordeonista que dirige a otros entre las columnas de una enorme iglesia. Más acá es un especialista en cine virtual-sexual. En medio un padre extraño que castigará a su hija adolescente por no quererse. Y en el clímax un hombre enamorado con dolor. Y en el final un padre de una extraña familia…

Sexta cita. Céline, personaje misterioso y maravilloso. Una mujer de pelo blanco, protectora, que conduce la limusina a la vez que se preocupa por que Oscar llegue a sus distintas citas. Le rescata. Se preocupa de su estado y cansancio. Es altísima, delgadísima y muy elegante (hasta en el insulto a otro conductor de limusina). Es distante. Durante todo el trayecto lleva su pelo recogido, un moño. Es como un ángel. Nada sabemos de Céline más que su trabajo y función. Su presente. Y su relación distante y a la vez cercana con Oscar. Al final su personaje nos conduce a un mundo misterioso. No sabemos dónde va cuando deja la limusina y es la última en abandonar el garaje. Se suelta su moño, se coloca una máscara verde e informa por teléfono de que vuelve a casa. Céline tiene el rostro de Edith Scob, con papel inquietante en la mítica Los ojos sin rostro (que sigo sin haberla visto, ay) de George Franju.

Séptima cita. En la limusina sólo hay sitio para Oscar y sus transformaciones y su conductora Céline. Pero de pronto aparece un único personaje misterioso con cara de Michel Piccoli. Un hombre al que le preocupa el cansancio de Oscar en su ‘arte’ de la representación. Él es uno de esos que todavía mira. Parece que es una especie de espectro que trata de recordar a Oscar que sus citas no son en vano pues hay gente que todavía observa… ¿Un espectador?

Octava cita. El hombre de las alcantarillas y la modelo (Eva Mendes). O una manera distinta de volver a representar a la bella y a la bestia. Ahí está ese personaje inmundo que en su camino destruye y pasea su irreverencia ante el pasmo de todos aquellos que se cruzan en su andanza. Es ni más ni menos que Monsieur Merde que ya tuvo vida en un cortometraje. Esta vez en su camino arrasador termina en una sesión de fotos a una modelo-estatua. Y en otro acto provocador Monsieur Merde arrastra a la modelo-estatua a las alcantarillas y sigue actuando entre (con un lenguaje ininteligible) la irreverencia y la belleza, lo desagradable y lo poéticamente cruel… y la última imagen es una especie de provocadora Piedad (en la composición) con una modelo-estatua que canta una nana triste a un desnudo y empalmado Monsieur Merde…

Novena cita. Si me preguntasen en esta última cita si me ha gustado Holy Motors… contestaría que sigo procesando sus imágenes. Confesaría que sigo pensándola. Comentaría que según iba viendo esta desconcertante película mis emociones iban cambiando. Del descoloque a la incomodidad. De lo poético a lo exagerado o ridículo. De lo reflexivo a lo irracional. Entre lo cuerdo y la locura… Lo que no niego es la capacidad de sorprenderme continuamente antes sus imágenes y la sensación de estar ante una obra creativa totalmente libre. Ahora como Oscar me iba preguntando ¿y hacia dónde me lleva esto? ¿Qué me quiere mostrar Leos Carax?… si realmente quiere mostrar algo. ¿Por qué ver Holy Motors? ¿Cómo sentirla o experimentarla? Y sigo contestando todas estas preguntas y las posibilidades son infinitas.

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Tres acontecimientos cinéfilos en una sola tarde…

¿Y cuáles fueron esos tres acontecimientos de una fructífera tarde de lunes?

1.- Tener la oportunidad de conocer la Cineteca del Matadero… me enamoré inmediatamente de esta sala de cine. Desde que entré en su hall hasta que me metí en esa sala con pantalla enorme y decoración e iluminación tan especial. Llevaba tiempo detrás de conocerla y por fin con este acto entré a una sala que visitaré sin duda más veces. Siento devoción por las salas de cine especiales y ésta lo es.

2.- Asistir a la presentación del II Tomo de la Historia Mundial del Cine, una macroobra de siete volúmenes realizada por diversos expertos bajo la batuta del profesor y crítico italiano Gian Piero Brunetta. La Editorial Akal editará un volumen por año. Los dos primeros se centran en la historia del cine en EEUU, es una edición actualizada (cubriendo los diez años que han transcurrido desde que salió por primera vez la versión italiana). Y ya se anunció en el acto de presentación que el tercer volumen en preparación es el correspondiente a América Latina, Asia, África, Oceanía… Tuve oportunidad de tocarlos y hojearlos despacio, de deleitarme con ellos… ¡y los quiero! (je, je, je… ya sé que pedir a los Reyes Magos).

3.- Esta presentación iba acompañada de un extra maravilloso: el programa de radio Séptimo Vicio iniciaba así su nueva temporada en la Cineteca con la proyección de Meek’s Cutoff de Kelly Reichardt. Ya me había fijado en esta directora norteamericana con la intimista Wendy and Lucy, así que iba con muchas ganas. Y fui recompensada. Ya había leído bastante sobre esta película (entre otras una buena crítica de mi querido Alfredo Moreno del blog 39 escalones). La elección en este acto tenía todo su sentido: si hay un género que representa el cine americano es sin duda el western. Pero además éste es un western del siglo xxi que recoge la tradición del género pero lo empapa con una mirada nueva.

Meek’s Cutoff (Meek’s Cutoff, 2010) de Kelly Reichardt

Meek’s Cutoff te acerca al tempo de esa dura ‘conquista’ de los colonos al salvaje Oeste. Un tempo lento, de parajes desolados, extensos… paisajes capaces de generar espejismos donde las distancias no están claras. Un tempo de ruidos de la naturaleza. El día y la noche. Y la noche oscura. Con destellos de la luz que se desprende del fuego. Unos colonos profundamente religiosos tratando de llegar a una tierra prometida con agua… donde poder asentarse. Una marcha lenta al ritmo de los carromatos.

En Meek’s Cutoff nos cruzamos con la travesía de tres carromatos: tres parejas y una de ellas con un niño y otro que está por llegar. Las otras dos: son dos jóvenes y otra compuesta por un hombre mayor (y líder de los colonos) que apenas acaba de casarse con una joven de personalidad arrasadora (una maravillosa Michelle Williams, actriz fetiche de la directora). Lo primero que sabemos es que están perdidos y que apenas tienen ya agua… y que además parte de ellos desconfían del guía que han pagado para llevarles a esa tierra que desean, un forajido, un sin ley, apellidado Meek.

Pero Kelly Reichardt se funde con las sensaciones, las emociones y la intimidad de ese camino del Oeste. Nos inmiscuimos en esa naturaleza que cruzan, la sentimos. Nos fijamos en los detalles, en las miradas, en los colores, en los olores… una ristra de sentimientos que van envolviendo al espectador, un tiempo y un ritmo especial. Y también toma la decisión de ofrecer un punto de vista, el de las mujeres. Unas mujeres que avanzan con sus vestidos de fuertes colores que contrastan con la aridez del terreno y esos gorros que no les permiten mirar a los lados (así la directora opta por rodar en formato 1:33, es decir, formato cuadrado, y no cinemascope que siempre se ve más adecuado para un viaje épico en el salvaje Oeste… acercándose de esta manera a la mirada de las mujeres. Y no es que sea muy lista sino que me llamó la atención ese formato y leyendo un montón de críticas en la red, esta interpretación me ha convencido plenamente). Así dejándome arrastrar por las imágenes de Meek’s Cutoff y las sensaciones que me provocaban me retrotraía a los trabajos recientes de dos directoras que se funden también en naturalezas diferentes desde una experiencia íntima y llena de sensualidad. La veterana australiana Jane Campion en su última obra cinematográfica, Bright Star y la prometedora británica Andrea Arnold con su particular Cumbres borrascosas.

Además Meek’s Cutoff es puro western. Con personajes y actitudes totalmente reconocibles. Una continuidad de un género con historia. Los colonos, los largos viajes en caravana, el sin ley-forajido (revestido de leyenda pero a la vez ‘pintado’ como un posible estafador-vividor), la presencia del indio (el personaje externo y aparentemente pasivo que genera odios, racismos irracionales pero también misterio, otra mirada —como esa luna entre nubes—, otra posibilidad de vida y también fomenta acercamiento al otro…). Así el western que más me ha venido a la cabeza en este recorrido físico pero también espiritual ha sido uno de John Ford (no podía ser de otra manera), Caravana de paz. O ecos también de Incidente de Ox Bow, porque se intuye como hombres y mujeres tranquilos pueden transformarse y querer ahorcar al primero que se cruce por su camino, están en un mundo en el que hay que sobrevivir…

Meek’s Cutoff es adentrarse en un universo visual de imágenes potentes como el rostro de una mujer entre las ramas de un árbol. Las conversaciones nocturnas entre sombras y llamas. La aparición en la lejanía, en un horizonte que no habíamos vislumbrado, de unos jinetes…

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Cuatro proyectos cinematográficos que encontraron su autor

Un remake de una película americana de los años 70. Una adaptación de una novela de Don DeLillo de 2003. Un guion de un joven que entusiasma a una amiga que se convierte en una productora-actriz con muchas ganas de llevar el proyecto adelante. Un guion de un actor que cuenta sus experiencias juveniles como estríper… Cuatro proyectos en busca de un autor… Y los cuatro lo consiguieron. Así salieron cuatro películas que para servidora se convierten en obras cinematográficas de interés aunque reconoce que son cuatro obras que no buscan ninguna empatía con el público que las ve. No buscan arrasar en las salas. Son imperfectas pero llenas de posibilidades y lecturas. Los cuatro proyectos los llevan a cabo cuatro autores que realizan sus obras libres de ataduras en el campo creativo. Los cuatro proyectos tienen sentido dentro de sus trayectorias cinematográficas. Detrás de cada proyecto hay un lenguaje cinematográfico, una manera de apropiarse de una historia, una puesta en escena y una decisión de cómo contarlo. Los cuatro proyectos pueden ser analizados y diseccionados pero también causar una especie de emoción o de incomodidad.

De latir mi corazón se ha parado (De battre mon coeur s’est arrêté, 2005) de Jacques Audiard

Un productor ofrece la oportunidad al prometedor Audiard (del que esperamos pronto el estreno De Óxido y hueso su siguiente trabajo después de su consagración con Un profeta) de realizar un remake. El realizador elige una película americana de los años setenta, un thriller con Harvey Kietel, Melodía para un asesinato (Fingers) y lo convierte en De latir mi corazón se ha parado (me acerqué a la película porque me chiflaba el título).

Vemos a un joven atrapado en un mundo canallesco del mercado inmobiliario al que se ha visto arrastrado a través de su padre, al que ama y protege. Un mundo de ratas (como también comprobaremos en Cosmópolis). Vemos la historia de un hijo de puta capaz de todo por especular con los inmuebles (y cuya escuela ha sido otro hijo puta que le tiene atado de pies y manos, su propio padre)… Ese joven tiene el rostro de Romain Duris (al que descubrí en la maravillosa El extranjero loco) y arrastra junto a sus compañeros de trabajo su concepción de devorador a toda costa. De arrasar y llevarse lo que sea por delante con tal de que el negocio aporte los dividendos deseados.

Pero de pronto este personaje tiene un encuentro casual. Aquel que trabajó con su madre que falleció, una concertista de piano. Y en ese encuentro este hombre le ofrece una audición. Y nos encontramos con Tom, el hijo puta que en realidad se sentía atrapado en un mundo de ratas y que ve en el piano y en la música la posibilidad de una salida a su enfermizo mundo y a su enfermiza relación con su padre. Y esa salida se la ofrece el recuerdo de su madre muerta.

Y entonces Audiard, experto en diseccionar almas complejas y en presentar su evolución como personajes en historias que atrapan y que siguen la senda del thriller, nos hace seguir el particular camino de Tom para salir de ese mundo que le tiene atado de pies y manos y que le hace descender siempre a la violencia y frialdad más absoluta. Tom empieza a prepararse para la audición con una joven china recién llegada y que no tiene ni idea de francés y en la casa de ella se va creando otro universo posible para Tom donde no hay sitio para la violencia y para el mundo oscuro. Acompañamos a Tom en su particular redención a través de una sensibilidad que tenía enterrada… aunque los caminos de la violencia y la venganza sean casi imposibles de domar…

No conozco la obra cinematográfica original de 1978 pero sí que su remake tiene las huellas del director de Un profeta.

Cosmópolis (Cosmópolis, 2012) de David Cronenberg

En una entrevista a David Cronenberg dice que la novela de DeLillo es profética y su película cotemporánea… Y así es. Cosmópolis no es un resbalón en la carrera de David Cronenberg sino un interesante análisis de un mundo que se descompone con unas reflexiones devastadoras. “La rata se convirtió en unidad monetaria” en un mundo de ratas. ¿Quiénes son las ratas las monedas, los que están fuera de la limusina del multimillonario y joven Eric Parker, o los que están dentro? En un mundo abstracto, que dícese es Nueva York, deambula una limusina insonorizada que pretende cruzar una ciudad que se derrumba, un sistema que se cae. Un día en la vida de Eric Parker, un día de descenso a los infiernos, un día en la vida de un nihilista aislado que sin embargo maneja y predice información privilegiada importándole tres mierdas lo que hay fuera de su limusina. Un ser frío y sin empatía alguna que falla en su predicción y su mundo empieza a resquebrajarse. Ahí trata de salir de la apatía que le rodea, trata de comunicarse para ya es demasiado tarde. Trata de entablar una conversación y relación ‘normal’ con la que es su esposa, otro ser frío que deambula por otros mundos inalcanzables y vacíos. Y ninguno de los dos puede establecer un mínimo vínculo. Sus encuentros transcurren a las horas de las comidas, en el desayuno, la comida y la cena.

Cosmópolis es rica en reflexiones y lecturas. Eric Parker se nos muestra impecablemente vestido, acicalado y neutro al principio del día y se monta en su impoluta limusina blanca. Poco a poco esa apariencia impecable se va deteriorando. Primero le falta la corbata, después se le arruga la camisa, más tarde pierde la chaqueta, después le estampan una tarta de nata en la cara y el pelo, va adquiriendo olores de comida y sexo, más allá se deja el pelo sin cortar bien… Y su limusina va sufriendo el mismo deterioro.

Cosmópolis cuenta la burbuja perfecta que se construyen jóvenes tiburones-ratas que manejan la información privilegiada y dejan obsoletas cada segundo las nuevas tecnologías… y cómo obvian la asimetría, lo imperfecto, lo real y lo humano. Y como ese descubrimiento los hace descender a los infiernos donde sólo queda una única salida. El caos económico, social y moral que han provocado los tiburones-ratas tiene que ver con su absoluto aislamiento y su mundo encerrado en una brújula de seguridad. Impenetrable y destructiva. Todavía tengo en mi cabeza esa enigmática relación entre el joven millonario y su jefe de seguridad Torval que tiene una pistola que responde al nombre de Nancy Babich.

Así en este encargo del productor Paul Branco a Cronenberg sólo veo un resultado inquietante (y nada amable, no busca en ningún momento empatizar con el espectador) que tiene que ver con toda la trayectoria del director. Así Cronenberg sabe cómo contarnos esta historia y te arrastra en este viaje en limusina para observar la caída de un Ícaro impasible. No había mejor elección para Eric Parker que la fría máscara de un vampírico Robert Pattinson que se convierte en la sorpresa de la función (su Eric Parker lucha hasta el fracaso más devastador por parecer humano). Y esos diálogos (que leo son literales de la novela de DeLillo que no conozco) con cada uno de los personajes con rostros de Sarah Gadon, Juliet Binoche, Mathieu Amalric, Paul Giamatti o Samantha Morton pintan un mundo cotemporáneo de lo más caótico…

Restless (Restless, 2011) de Gus Van Sant

Gus Van Sant vuelve a su Portland para ofrecernos un cuento de amor y de muerte. Es lo que se dice una película de encargo que Van Sant lleva a su terreno. Le envían el guion de un joven (Jason Lew) avalado por una joven productora y buena amiga además de actriz, Bryce Dallas Howard, y él decide meterse de lleno en el proyecto y crear un pequeño poema visual.

En la historia se entretejen las relaciones entre una enferma terminal de cáncer, un joven que no asume la muerte de sus padres (y su propia supervivencia) y un fantasma que es un japonés aviador kamikaze de la Segunda Guerra Mundial. Es una historia de amor y de muerte que transcurre en tres meses. Tres meses en los que como dice Enoch, el joven protagonista, se puede aprender a tocar el xilófono, entre otras cosas. Tres meses que parecen una eternidad y luego se muestran escasos, porque al joven Enoch le hubiese gustado poder llevar a su amada a las Galápagos para disfrutar ambos del amor de ésta por Darwin o también haber podido cazar con un lazo la primavera. Pero en esos tres meses el fantasma japonés le susurra al joven Enoch que siempre tenemos que tener en cuenta que queda poco tiempo y por ello decir lo que se tiene que decir continuamente a las personas que amas. Y Annie sabe del valor de la eternidad de un instante. Eso aprende Enoch.

Van Sant rodea el universo de Enoch (Henry Hopper, hijo de Denis) y de Annie (Mia Wasikowska) de una fuerza visual poética que permite la ausencia de palabras. La historia recuerda y tiene ecos a la sensibilidad Hal Ashby… sobre todo de Harold y Maude pero también del universo de Van Sant. Un Van Sant que sigue indagando en el mundo de la adolescencia pero esta vez lo reviste de cuento poético sobre el significado de la muerte y la ausencia.

Magic Mike (Magic Mike, 2012) de Steven Soderbergh

Ver Magic Mike en una sala de cine fue toda una experiencia… porque sólo éramos mujeres (¿?). Me sorprendió el fenómeno. Y la película se iba desarrollando entre gritos y risas… El tráiler en los cines también muestra el lado lúdico-festivo del mundo estríper. Sólo que yo no lograba gritar o reírme a mí Magic Mike me iba provocando una tristeza enorme y ese mundo lúdico-festivo se iba transformando en un mundo cutre y decadente. Tras la risa la lágrima. No nos quiere contar una historia erótico festiva donde sólo disfrutaremos de tíos que mueven todos los músculos de su cuerpo a hembras ávidas de emociones sexuales  (vamos básicamente como se ha visto miles de veces en el cine pero con estríperes femeninas). Magic Mike se ha visto lastrada, a mi parecer, por una campaña de marketing equivocada.

Magic Mike no es un film barroco a lo Showgirls sino que se mueve en un registro realista casi documental pero no llega a ese realismo con destellos que alcanzó Mathieu Amalric en su interesante Tournée. Tampoco muestra el vacío y el mundo lleno de tópicos de Striptease. O se queda en la dimensión de musical con números para recordar a lo Flashdance.

No, Magic Mike, es uno de los lados oscuros del sueño americano en una sociedad que sigue hundida en la crisis económica y social. Aunque Steven Soderbergh no ha logrado redondear la historia ni explotar todas sus posibilidades (como ocurre con su extraña pero por otro lado interesante carrera cinematográfica entre el cine independiente y el más comercial pero con sello). Es de esas películas que piensas: “Lo que podría haber sido”. Contaba con los personajes y con la forma de contarla o expresarla, le falló la propia historia, su desarrollo.

Aun así cuenta con momentos interesantes, sus números musicales están muy bien insertados y logran ese aire entre lo ‘espectacular’ y lo ‘cutre y decadente’. Y cuenta con buenos personajes con alma a los que no les regalan una buena historia: así nos encontramos con el propio Mike (un Channing Tatum que muestra que sabe algo más que mover todos los músculos de su cuerpo), un estríper de 30 años, la estrella del espectáculo, que trata de ser ‘emprendedor’ en cientos de trabajos de día pero que le es imposible prosperar, y que ve siempre como se le escapan sus sueños de alejarse de su personaje creado, Magic Mike, que se convierte en una jaula (que además le da de comer pero le enfrenta con lo efímero de su profesión). Dallas, el dueño de la sala de estríperes, con el rostro y el torso de un Matthew McConaughey que se adueña del personaje con carisma pero poco aprovechado. Un maestro de ceromias con espíritu de empresario que tiene claro que lo que le interesa es ganar más, obtener beneficio de sus bailarines, aunque todo lo esconde bajo una careta de protector y amigo que ofrece sus alas a su ‘familia’ (mientras le sirvan para sus propósitos). El Niño (Alex Pettyfer), el adolescente que se deslumbra por un mundo que le permite salir adelante mientras se hundía en la apatía más absoluta en una sociedad que no le permitía trabajar o prosperar… El Niño, protegido de Magic Mike, es él hace diez años, que cae en el engaño. Y Mike fracasa de nuevo en tratar de avisarle. Y la hermana de El Niño, como la posibilidad de escape…, de huída de ese mundo frágil, efímero y cutre que tampoco tiene muchas salidas. o sorpresas.

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Un cortometraje que remueve. 7:35 de la mañana (2003) de Nacho Vigalondo

Me he comprado hace poco el dvd de Los cronocrímenes de Nacho Vigalondo para conocer su primer largometraje. Nunca había visto nada de él hasta el año pasado que entré a una sala de cine para ‘mirar’ Extraterreste y me sorprendió bastante porque no esperaba nada en concreto (que es como mejor te puede sorprender algo, sobre todo una película… cuando entras de incógnito).

La sorpresa del dvd no ha sido tan sólo que me hayan parecido interesantes las andanzas de Héctor 1, Héctor 2 y Héctor 3 en ese breve bucle temporal en el que están inmersos. El espectador ve cómo se desbarata la vida del protagonista y descubre además su parte más oscura. Un hombre de clase media-alta trabajador y enamorado de su esposa con una vida normal y esperable… que según se va liando más en su ‘recuperación de la normalidad’  se convierte en un ser humano más y más siniestro. Se van revelando en un breve intervalo de tiempos simultáneos los aspectos más negativos de su personalidad. Y sobre todo me ha interesado el ‘papel’ de la chica de la bicicleta que casualmente pasaba por ahí. Y en esa casualidad esa chica ya está condenada a ser víctima. No puede escapar de esa condición. El bucle temporal no sólo no evita su condena sino que la va retorciendo cada vez más…

Pero como digo la sorpresa no ha sido únicamente descubrir Los cronocrímenes y analizarla sino que en esta edición especial del dvd estuviese también un cortometraje que me ha removido (este cortometraje fue uno de los nominados al Oscar en la ceremonia de 2004): 7:35 de la mañana. Tanto es así que lo vi y lo volví a ver y otra vez de nuevo… Mi rostro se queda igual de congelado, entre confeti y blanco y negro, que el de esa chica que entra como todos los días a su bar habitual a desayunar… pero no es un día más. Algo rompe la rutina. La cotidianidad no va a ser la misma.

El corto transcurre en un bar, de los de toda la vida, con camareros con sus pantalones negros y sus camisas blancas, la barra de bar y las mesas correspondientes con sus clientes habituales… Yo que suelo desayunar siempre fuera sé de lo que hablo (me encanta este ‘ritual’… aunque procuro ir rotando bares).

Y en ese ambiente rutinario… algo varía. La chica ve que hay unos chicos, muy serios, con una guitarra y un piano, al lado del baño de caballeros… Y que todo está rodeado de un silencio que no es normal. Un silencio tenso. Y la chica del bar se va inquietando porque no entiende. Como el espectador que no sabe qué es lo que va a ver…

De pronto un chico de la barra… empieza a cantar y todos los clientes le acompañan en su canto y coreografía. Pero aun así la inquietud no se nos quita. Vivimos esa inquietud como la vive la protagonista que sigue sin entender. Queremos reír pero se nos congela la carcajada porque sabemos que hay algo dentro de esta ‘situación’ que no es sano, no es normal.

El tipo que canta parece feliz … todo indica que ha preparado esta escena para sorprender a una desconocida que le gusta. El tipo no canta bien, no baila bien… pero tiene encanto, un encanto que desgarra. La escena se va empapando de patetismo y lo ridículo y cutre (esas tarjetas mecanografiadas en las manos de los clientes para seguir la canción) se vuelve trágico.

De pronto en un momento de la ‘actuación’ cuando un cliente se atasca (o no quiere continuar con la farsa) descubrimos una verdad que borra la sonrisa. Y el patetismo del ‘cantante’ improvisado cala en el espectador que empieza a sentir una empatía hacia él. Conmueve su particular acto de rebelión en un día de furia, de quererlo mandar todo a la mismísima mierda (¿quién no conoce esa sensación?)… y de dejarnos a todos con el rostro desencajado. Y él decide ‘crear’ en un día de furia y rebelión, y canta su estado de ánimo a la chica del desayuno con la que no se atreve hablar, esa chica que le ofrece un aliciente mínimo pero no suficiente… para continuar una rutinaria vida. El cantante improvisado lleva a cabo un acto radical para acabar con la rutina, con lo cotidiano, con lo normal… de un desayuno a las 7:35 de la mañana.

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