Skyfall (Skyfall, 2012) de Sam Mendes

Una escena clave: James Bond se encuentra sentado en un banco del National Gallery de Londres frente un cuadro de Turner: El Temerario conducido al desguace. Ahí se encuentra con Q un joven innovador y creativo que será el que le proporcione los dispositivos electrónicos necesarios para que 007 pueda llevar a cabo sus misiones. Q parece recién salido de la Universidad y 007 es un héroe cansado, su diálogo en este primer encuentro pone en evidencia el choque entre dos generaciones y dos maneras de enfocar la vida… que lejos de entrar en colisión cooperarán en un futuro próximo. El cuadro que observan simboliza lo viejo y lo nuevo y cómo puede ser posible que lo nuevo no lleve a lo viejo al desguace sino que cooperen. Así ocurre lo mismo con el espectador ante una nueva película de la saga Bond (que cumple ya 50 años)… Bond, James Bond es un mito cinematográfico que ha ido evolucionando con los tiempos y cambiando de rostro, ha estado en lo más alto y en lo más bajo en la estima de los cinéfilos, pero ahí sigue con el paso de los años y de vez en cuando deparando sorpresas como Skyfall… un héroe viejo que sobrevive en nuevos tiempos. Sam Mendes advierte al espectador de manera sutil: ésta es otra película de Bond, y es lo que vas a ver y reconocer. Así se lo dice el agente 007 a Q cuando le preguntá qué ve en ese cuadro: “Yo sólo veo un puto barco”. Pues eso otra película de Bond… pero con sangre nueva. Sam Mendes enriquece la psicología de los personajes con un ritmo vertiginoso y dispara la adrenalina del espectador desde la escena anterior a los créditos. Ahí agarra la mirada del espectador y ya no la suelta. Sam Mendes logra abrir nuevos caminos para que James Bond siga protagonizando otras aventuras posibles.

Así Mendes no claudica de los signos identificativos de la saga Bond: escenarios exóticos, persecuciones que disparan la adrenalina (la escena de apertura es magnífica para retener la atención del que mira), importancia de los créditos, un malvado carismático (pero con profundidad psicológica), chicas Bond bellas (una buena, agente cómplice; otra con aires de mujer fatal que finalmente, como suele ser habitual, se transforma en víctima), personajes secundarios (convirtiendo esta vez a M en un personaje principal de la trama) que acompañan a Bond en la resolución de su nueva aventura, canciones para los coleccionistas de bandas sonoras, trajes de etiqueta para nuestro agente (que sigue llevando corbata o pajarita como nadie incluso pegando bofetadas o dando doble pirueta mortal en el aire), sensualidad, un reconocible sentido del humor… Pero además el director pone su propia firma y añade elementos interesantes dando una dimensión más amplia a la personalidad del agente con el rostro de Daniel Graig. El rostro del agente tiene luces y sombras con traumas del pasado. Sam Mendes emplea lenguaje cinematográfico para narrarnos las nuevas aventuras de 007 y podemos quedarnos en la superficie o adentrarnos en su mundo simbólico.

Dentro de ese mundo simbólico el director no duda en ‘matar’ en la primera escena antes de los créditos a 007 y mostrar así su faceta de vulnerabilidad (no es un héroe eterno, no es un héroe que siempre triunfe en sus misiones)… lo hunde en el fondo de las aguas (ahí empiezan los creditos) para hacerle renacer con sus luces y sombras pero con fuerzas para seguir siendo ese agente 007 con licencia para matar que representó en sus orígenes el reflejo de un héroe europeo en plena Guerra Fría.

Así nos encontramos ante un agente que se siente traicionado, cansado, desentrenado, apático y con traumas de infancia y problemas de alcoholismo (Daniel Graig se muestra como un tipo duro de verdad en esa escena del alacrán en la misma mano donde sostiene una copa de alcohol que consume sin temblar…)… pero leal a lo único que le permite tener raíces y los pies en la tierra: el equipo de inteligencia británica liderado por M con mano férrea durante décadas. Así es significativo que el director ponga en evidencia algo que ya sabíamos: James Bond es un hombre solitario, sin raíces de ningún tipo. Si desapareciera muy poca gente lo echaría realmente de menos. Eso sí deja su sex appeal intacto así es significativa esa imagen de un 007 con una toallita blanca dispuesto a afeitarse con una navaja (de nuevo lo viejo y lo nuevo) y la aparición de esa agente cómplice que le sienta en una silla y empieza ella misma a afeitarle…

Y cuando el trabajo de M no sólo queda cuestionado sino también su persona (y la de los demás agentes) está amenazada… Bond vuelve, a pesar de las heridas. Vuelve para buscar a aquel que está atacando a esa M, que se convierte (con el rostro de Judie Dench) en una especie de madre rígida que pone disciplina entre sus polluelos (los agentes) y que como toda madre siente más preocupación por unos que por otros (aunque trata de que no se le note demasiado). Así Mendes sigue construyendo esta ‘extraña familia’ y nos mete de lleno en una historia de psicoanálisis cuando se descubre que el malvado con cara de Javier Bardem no es otro que un antiguo agente despechado. Y como en los melodramas más extremos Silva, el agente malvado, quiere enfrentarse de nuevo a esa madre que lo dejó desprotegido y quiere también la rebelión del otro agente-rata y ‘hermano’ a la vez. Pero Bond mantiene intacta su lealtad. Así el enfrentamiento está servido y tendrá una culminación shakesperiana, psicoanalítica y melodramática (pero llena de tensión y acción) en tierras lejanas y vinculadas con el pasado del agente. Y en ese enfrentamiento entra otra vez en acción ese enfrentamiento entre lo nuevo y lo viejo que recorre toda la película (con ayuda de un personaje que regresa del pasado íntimo de Bond con el rostro de Albert Finney).

Mendes no sólo muestra referencias cinéfilas de la propia saga (y devuelve a Bond a los orígenes escoceses del primero que lo representó, Sean Connery) sino que introduce elementos cinematográficos que identificamos de otras obras cinematográficas así Skyfall es una palabra que representa un pasado (algo parecido a Rosebud), el pasado del propio agente. Y la ‘estética’ del malo y su comportamiento recuerda a malos malísimos magnéticos como el Hannibal Lecter de El silencio de los corderos. También hay una escena que trae un recurso empleado por Coppola en Apocalipsis Now… y es un helicóptero amenazante que expulsa música por sus altavoces.

Así Sam Mendes deja a un Bond, vivo y dispuesto para otras aventuras trepidantes y llena la galería de nuevos personajes carismáticos que seguirán acompañando a 007 (el nuevo Q o Gareth Mallory, con cara de Ralph Fiennes, con un papel relevante en el M16) así como cierra la puerta a otros míticos dentro de la saga.

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