… Un año más… de cine

Hoy Hildy cumple un año más.

Y sigue soñando con películas

Y sigue soñando con estar al lado de la buena gente. Que la hay.

Y sigue soñando con que otro mundo es posible.

Ahora más que nunca.

Antes no había ni siquiera esa certeza. De una posibilidad.

Espera que la frase no se convierta en tópico.

 

Hoy Hildy cumple un año más.

Y seguirá delante de la gran pantalla blanca.

Ávida de imágenes en movimiento.

Ávida de historias.

Ávida de mirar.

 

Hoy Hildy cumple un año más.

Y en su cabeza surge Charlot por camino interminable.

Un cohete en el ojo de la luna.

Una navaja que rasga un ojo.

Un hombre al pie de las escaleras que grita el nombre de una mujer.

Una mujer frente un espejo desmaquillándose mientras una lágrima se desliza por su ojo.

Dos mujeres y un niño esperando el fin del mundo por el planeta melancolía…

 

Hoy Hildy cumple un año más.

Y espera continuar tecleando, tecleando, tecleando.

Con ritmo y sin pausa.

Compartiendo miradas y pensamientos.

 

Hoy Hildy cumple un año más.

Y entre todos los pequeños planes…

el que más le apetece es entrar en una sala de cine

y ver, quizá, una buena película.

 

Hoy Hildy cumple un año más.

Y quizá viaje a su cinema paradiso particular…

para alcanzar cada día una luna nueva a la que asomarse…

 Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Barbara Stanwyck y Fred MacMurray, una pareja con mucha química

Siempre se hablan de otras parejas cinematográficas… pero nos olvidamos de algunas que cuando trabajaron y se proyectaron frente a la pantalla blanca crearon una química especial. Éste es el caso de Barbara Stanwyck y Fred MacMurray que fueron protagonistas de tres películas inolvidables y alcanzaron la inmortalidad sobre todo con una de ellas. Pero merece la pena realizar una sesión cinematográfica y disfrutarles porque además reflejaron tres tipos de parejas muy diferentes y fueron tremendamente creíbles y maravillosos en sus recreaciones.

La ladrona alocada y el fiscal campechano. Screwball comedy

El primero que los juntó en la pantalla blanca fue Mitchell Leisen en 1940 en una screwball comedy (menos alocada y más comedia romántica) encantadora, Recuerdo de una noche. La carrera y la vida de un serio (e inocente) fiscal se ven removidas y alteradas por una atractiva ladrona. Él es Fred MacMurray y ella no podía ser otra que Barbara Stanwyck.

Así el espectador vive con los protagonistas una primera parte con los ingredientes del screwball comedy donde ambos realizan un alocado ‘viaje’ de regreso al hogar (entre todas las vicisitudes coinciden en que son vecinos de localidades cercanas). De la ciudad al mundo rural. Una segunda parte en el hogar del fiscal donde el espectador es testigo de una historia de romanticismo y enamoramiento. Una comedia navideña y familiar. Y una tercera parte, el regreso-el fin del viaje que lleva a los protagonistas al melodrama más triste.Y lo que consiguen Barbara y Fred es que nos creamos a esta pareja. La película tiene escenas inolvidables y diálogos geniales… además de la puesta en escena de un siempre interesante Leisen, nos encontramos con un guion de Preston Sturges.

Mantis religiosa y hombre-víctima. Cine negro

Curiosamente el segundo que les junta en pantalla es Billy Wilder, que había escrito varios guiones para Leisen. Los une cuatro años más tarde en puro cine negro, Perdición. La novela que sirve de fondo es de James M. Cain con un guion del propio Wilder y de un escritor también de novela negra Raymond Chandler. Y ahí nos encontramos con el honrado y gris vendedor de seguros que se enamora perdidamente de una mantis religiosa, esposa de un cliente. Mujer con pulsera en el tobillo, gafas de sol y una melena rubia con flequillo… Mujer que arrastra a un destino fatal al agente de seguros de vida ordenada. La mantis religiosa altera la vida del hombre-víctima pero para arrastrarle (porque quiere, nunca lo olvidemos) a un final trágico.

Así Wilder de manera magistral envuelve al espectador a una historia de loco amor, muerte y destino fatal que ponen rostro unos magistrales Barbara y Fred. La química vuelve a funcionar.

La mujer trabajadora solitaria y el burgués aburrido. Puro melodrama

Por último es Douglas Sirk, especialista sobre todo en melodramas, el que vuelve a unirlos en 1956. Siempre hay un mañana es un bello melodrama contenido y cotidiano. Donde nos cuenta el encuentro entre un hombre de familia burguesa de clase media que se ahoga en la monotonía que choca con una ilusión, la visita de un antiguo amor del pasado, una mujer independiente y trabajadora (que ha renunciado al amor por el éxito profesional). De nuevo Barbara y Fred vuelven a estar creíbles y con la química intacta.

El espectador vive la ilusión del encuentro, la posibilidad de un mañana distinto que cambie el rumbo de sus vidas, la imposibilidad de esa esperanza y la separación de ambos. Es decir ese triste paso que hace que ninguno de los dos quiera desmelenarse y apostar por un futuro nuevo. Ambos se quedan como estaban. ¿Es un final feliz?

Las tres películas me devuelven una y otra vez una pareja cinematográfica que me encanta… que trabajaron en buenas historias y supieron crear en cada momento a la pareja adecuada. Parejas tremendamente creíbles, tremendamente humanas. No merecen el olvido y sí una sesión de buen cine…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Fanny y Alexander (Fanny och Alexander, 1982) de Ingmar Bergman

Hay películas que pueden provocar que se llenen miles de páginas en blanco según la mirada que se pose sobre ellas. Son películas de una riqueza interminable. Y que cada nuevo visionado supone una sorpresa. Esto ocurre con Fanny y Alexander, que fue primero pensada para la televisión e iba a ser emitida en cuatro partes. Sin embargo, se terminó haciendo también una versión reducida para ser proyectada en cines (que es la que siempre he visto). Y en esa reducción hay personajes y situaciones que quedan minimizadas y proporcionan un halo más de fantasía, imaginación y misterio. No todo está masticado… hace falta y es necesaria la mirada y percepción del espectador para disfrutar al máximo esta obra cinematográfica de Bergman.

Fanny y Alexander apela a la representación de un mundo concreto: el de una familia sueca a principios del siglo XX en una pequeña localidad, Uppsala. Es el teatrillo de la vida y como tal tiene unos personajes, una estructura de tres actos, un maravilloso juego de representaciones, y una natural mezcla de lo real, lo fantástico y lo imaginario. Desde el principio observamos la mirada de un niño, Alexander, a un teatrillo infantil… y así observará el mundo que le rodea. Un mundo lleno de descubrimientos, una senda que como si fuera protagonista de un cuento, junto a una Fanny que también observa (y como personaje prácticamente invisible), le llevará por caminos tortuosos llenos de obstáculos. Fanny y Alexander es un cine lleno de referencias culturales, sociales, religiosas y autobiográficas… es un rico cuadro en busca de quién lo analice o interprete o en busca de simplemente el puro disfrute con la mirada.

El universo de Fanny y Alexander es rico en personajes y espacios. Los espacios también cuentan y hablan. Tenemos la casa de la abuela paterna, una actriz viuda, donde empieza un relato navideño que presenta a muchos de los personajes de la trama. Nos presenta a una familia entera burguesa (con todo el personal de servicio femenino donde se encuentra esa niñera coja maravillosa o esa mujer mayor con el nombre de Martha) con un montón de peculiaridades (con sus virtudes y defectos) pero sobre todo con una pasión por vivir. Ahí Fanny y Alexander se sienten queridos y se pueden comportar como niños protegidos que pueden imaginar y fantasear felizmente. La segunda parte transcurre en la casa desnuda y siniestra del pastor (con unos miembros familiares y un servicio igual de siniestro). Y la tercera parte transcurre parte en la casa del comerciante judío (amante de la abuela) que rescata a los niños de las garras del pastor —sólo podía hacerlo a través de la magia— (una casa donde cabe la magia y el misterio, un hogar de transición entre lo real y lo imaginario. Entre el terror y la tranquilidad)… y de vuelta al hogar recargado de la felicidad, la casa de la abuela paterna, donde se sigue viviendo con pasión. Entre estos ‘escenarios’ se encuentran también el teatro familiar y la casa de veraneo, llena de blancura, paz y vida, de la abuela paterna.

Fanny y Alexander se sustenta en el mundo como representación-ilusión por eso la referencia a distintos modos de representación es tan rica: la presencia de viejas fotografías de familiares, pinturas, el teatrillo infantil, el teatro familiar, la linterna mágica, los títeres en la casa del comerciante judio… La vida es sueño y los sueños sueños son. Así Alexander nos cuenta fantásticas historias-cuento. La fantasía, los espectros, entran y salen de una manera natural al igual que los personajes extraños. El fantasma del padre y después del padrastro. La tía enferma del pastor, que es terrorífica como un personaje de cuento tenebroso, Ismael el hermano (o hermafrodita) siempre encarcelado en la casa del comerciante judio. El truco de magia para salvar a los hermanos de las garras del pastor… Los propios protagonistas parecen formar parte de cuentos o novelas. Son personajes. No sabemos cuándo estamos viendo realidad o fábula. La escenificación de la obra de Navidad o el ensayo de Hamlet (el padre de los niños cae enfermo cuando está representando al fantasma de Hamlet) o el canto final a Strindberg cuando la madre de los niños ofrece a la abuela paterna un libreto con la obra de Un sueño… la vida como escenario.

Así la propia película oscila de un alegre cuento navideño (con sus notas oscuras…) y un cuento realmente tenebroso (lo que transcurre en la casa del pastor) o un cuento de fantasía (en la casa del comerciante judío) donde habitan seres humanos y fantasmas. Donde se cumple lo que piensas por muy tenebroso que sea. Donde los niños ven que en el mundo de los adultos puede haber alguien que realmente quiera hacerles daño. Que aprisione su fantasía o sus ganas de ser niño. Que hable del mal y el castigo. De la austeridad. Que no les deje vivir como pequeños. Que hieran a su madre. Que les aislen del mundo… Ese pastor que seguirá molestando a Alexander más allá de la muerte.

En Fanny y Alexander Bergman nos habla de un montón de asuntos que han poblado sus películas (su universo propio) y además crea, como es bastante habitual en su cine, buenos y complejos personajes femeninos. Nos revela su pasión por el teatro, las difíciles relaciones familiares, el amor y las relaciones entre hombres y mujeres, el sexo, el mundo infantil, la religión, la muerte, la vida, los recuerdos, los sueños, los traumas… Todo como si fuera la mirada de un niño. A base de sensaciones. Sin tener toda la información. El espectador tiene que descubrir… incluso hay asuntos que nunca llegara (llegaremos) a entender. Personajes que parece que van a tener relevancia de pronto se disuelven. Apariciones. Como una sinfonía incompleta pero que a la vez forma un conjunto fresco y entero.

Fanny y Alexander es imbuirse en un universo rico, complejo y personal lleno de imágenes de buen cine. Para mirar con ganas de sorprenderse. Con ganas de fantasear. No hace falta entender todo. Fanny y Alexander esconde una y mil lecturas. Probablemente si vuelvo a verla y vuelvo a escribir, saldrá un texto distinto, nuevo, que ha mirado de otra manera… otra capa, otra dimensión, otra representación…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Vive como quieras…

Te regalo un fotograma

para que vivas como quieras.

Y para eso vive sin miedo.

Sin ataduras.

A veces las jaulas las creamos nosotros mismos.

Ya lo dice el abuelo.

… al final todo puede solucionarse tocando tan solo la armónica.

Si quieres bailar, baila.

Si quieres escribir, escribe.

Si quieres amar, ama.

Si quieres inventar, inventa.

Vive como quieras.

¿Utopía o realidad?

Abre la puerta de tu cárcel…

Y vive.

No es fácil.

Ya lo dice el abuelo.

Tendrás miedo.

Al final merecerá la pena…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Adiós a la reina de Benoît Jacquot

Interesante propuesta y acercamiento a la figura de María Antonieta y a los acontecimientos de la Revolución Francesa desde la toma de la Bastilla hasta cuatro días más tarde… en el interior de Versalles. El punto de vista es el de la joven lectora de la reina Maria Antonieta, Sidonie Laborde. La cámara sigue sus andanzas, sentimientos, emociones y vivencias por los aposentos de palacio.

Jacquot parte de que todo el mundo conoce los acontecimientos que se nos narran… la situación del pueblo parisino y los hechos revolucionarios quedan fuera de campo. Lo que vivimos, de una manera minuciosa y documental, es cómo va llegando la información al corazón de Versalles. Ya que Versalles es un microcosmos con vida propia y reglas propias que ha vivido totalmente aislada y ajena a los acontecimientos exteriores…

La reconstrucción de esa vida interior de Versalles fluye a lo largo del metraje. Todo lo vemos desde los ojos de la joven lectora que nos guía. Un personaje complejo, del que se nos dosifica la información de sus orígenes y formación, que se siente alguien y valora su papel en la corte así como una admiración ciega hacia la reina Maria Antonieta y su modo de vida. El espectador tiene una venda en los ojos, como la lectora, e incluso como ella sentimos una estrecha empatía por este personaje histórico que fue María Antonieta (con múltiples e interesantes lecturas. Una de las últimas lecturas cinematográficas fue la que ofreció Sofia Coppola. Interesante programa doble. La María Antonieta de Coppola incide más en la parte trágica de un personaje siempre infeliz que buscó una salida a su insatisfacción en la frivolidad y el aislamiento de la realidad del pueblo entre el que vivía). Pero en la impactante escena final se nos cae una venda (como también se le cae a la protagonista… aunque su reacción no deja de sorprendernos)… y hay una interpretación crítica de esa compleja reina que prefirió encerrarse en su mundo de moda, fiestas, caprichos y comodidades importándole muy poco lo que pudiera ocurrir a su alrededor, y también con muy poca compasión hacia el destino de otras personas…

Así Benoît Jacquot presenta una Maria Antonieta con todas sus virtudes y defectos remarcados. Otro punto que llama la atención es la rigidez de las clases sociales dentro del microcosmos de Versalles y el funcionamiento de los distintos cargos de servicio así como los distintos niveles en la propia clase aristocrática y las formas de comportarse según la función o el papel que se tuviera dentro de la corte. También por supuesto las intrigas palaciegas, los rumores y los amores tienen cábida. Así se refleja la bisexualidad de la reina y su relación con la condesa Gabrielle de Polignac así como el enamoramiento que también siente la joven lectora. Otro personaje femenino que me impresionó bastante es el de Madame Campan, dama de compañía cercana a la reina y la única que muestra cierta humanidad en su comportamiento ante el destino de la propia reina y también de lo que le espera a la joven lectora…

La Revolución Francesa la vivimos fuera de campo pero llegan ecos de la situación desesperada del pueblo y de lo que disparará los futuros acontecimientos. Así es premonitorio un folleto que empieza a pulular por las habitaciones de palacio donde se da una lista de 289 personas a los que hay que cortar la cabeza para poder iniciar las reformas pertinentes… Es curioso cómo vamos viendo las distintas reacciones de las personas cercanas a los reyes (los que huyen, los que al ver la caída tratan de aprovecharse, los que se alejan, los que se suicidan, los que sigue permanenciendo ajenos…) ante los rumores que se convierten en evidencias según van pasando las horas.

Es mi primer acercamiento a la filmografía de Benoît Jacquot que destacó hace poco por Villa Amalia, que no pude ver, pero que tiene toda una filmografía pasada. Y el acercamiento ha sido grato e interesante. No sólo por la puesta en escena, el punto de vista y su mirada sino también por el tratamiento de los personajes femeninos representados por Diane Kruger (María Antonieta), Léa Seydoux (la joven lectora), Virginie Ledoyen (Gabrielle de Polignac) o Noémie Lvovsky (Madame Campan). Adiós a la reina es la adaptación cinematográfica de una novela del mismo título de Chantal Thomas.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Sterling Hayden

Hayden es el rostro de un hombre duro. Como un Robert Mitchum. Como un Dan Duryea. Como un Dana Andrews… Vamos, tipos duros que no te los imaginas en comedia (pero todos tienen alguna que otra comedia en sus carreras y no salen mal parados en su labor de comediantes). Hayden es de esos que además de actor, de meterse en la piel de otros personajes, tienen una vida digna de ‘héroe cinematográfico’, de hombre aventurero. Su vida es como una película intensa en emociones. Hombre hermoso lleno de matices. Me queda muchísimo por descubrir en su filmografía… pero lo que conozco me permite hacer una pequeña radiografía de ‘antihéroe desencantado’, el ‘hombre desquiciado y sin escrúpulos’ o el ‘hombre roto que tiró sus ideales’… Era de esos hombres duros que no necesitaban una pose, ya lo eran por naturaleza.

Seis son las películas por las que Hayden es más recordado. Saltó a la fama definitivamente con una película de John Huston, puro cine negro, cine de perdedores… esas personalidades características de las películas de Huston. Un grupo de ladrones perpetrando el robo perfecto hasta que todo se va torciendo irremediablemente… La jungla de asfalto, 1950. Qué ganas de volver a saborearla.

El forajido, el hombre del oeste con un pasado, el hombre solitario que llega con una guitarra pero sabe empuñar una pistola… El hombre que vuelve reencontrarse con su amor y entonces se produce entre ellos conversación amorosa inolvidable. Johnny Guitar, 1954… película rodada por otro especialista en perdedores. Por otro de vida apasionante (como Huston…, como Hayden), Nicholas Ray.

Dos años más tarde se encuentra con Stanley Kubrick, otro director de filmografía apasionante. Y nos deja otra película de perdedores con intento de atraco perfecto que se desmorona… y ahí está Hayden con otro papel de perdedor de cine negro, duro, y un montón de billetes que caen de un maletín abierto… preconizando su destino oscuro. No es otra que una joya como: Atraco perfecto.

En 1964 con el mismo director protagoniza sátira política-militar en tiempos de la guerra fría. Hayden se transforma en personaje caricaturesco y lo hace genial. Militar que roza la demencia con ideas extremas… Nadie le para en sus absurdas obsesiones contra el comunismo. Me refiero a ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú.

Sigue ahondando en papeles de pérfido y esta vez es un policía corrupto en esa maravilla que es El Padrino, 1972. Uno de los personajes que encenderán la mecha de la ganas de venganza que nacen en Michael para no dejar de crecer en la trilogía. Su muerte en el restaurante se ha convertido en una de esas escenas clave.

Y en 1976 vomita dureza y entereza en Novecento, el abuelo de Olmo, el campesino con conciencia de clase, comunista, en contraposición con otro abuelo en el papel de patrón con cara de Burt Lancaster.

Sterling Hayden fue un ‘héroe duro’ pero no de cartón sino de manera natural. Desde sus entrañas. En la vida real desde los 17 años se convirtió en aventurero… amaba el mar. Durante la Segunda Guerra Mundial su admiración por los partisanos hizo que militara durante unos años en el Partido Comunista en los EEUU. Fue uno de los actores en la lista negra de la Caza de Brujas… y en un momento dado dio nombres para poder seguir su carrera cinematográfica… acto del cual se arrepintió profundamente y nunca se sintió a gusto con su comportamiento en esos tiempos. Arrastró siempre su desencanto… quizá se olvidaba de todo surcando los mares. O convirtiéndose en otros personajes para la gran pantalla blanca y la sala oscura.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Las nieves del Kilimanjaro de Robert Guédiguian

Robert Guédiguian regresa a L’Estaque, Marsella, al barrio obrero de su infancia. Y nos entrega película luminosa pero llena de reflexiones donde nos deja una radiografía excelente sobre la situación de crisis económica (crisis social, política y moral) que está creando un mapa social desolador y de  ‘marcha atrás’ en derechos sociales, políticos y económicos. Las nieves del Kilimanjaro habla de la buena gente que puebla los barrios y que trata de comprender qué es lo que pasa a su alrededor, que tiene un espíritu autocrítico (aunque les duela en lo más hondo) y que saben que para seguir adelante hay que seguir creyendo en las personas y en la militancia (de corazón, ésa es la única que tiene un valor real).

Habla de generaciones… y de la incapacidad de parte de una generación (la de los setenta… aunque yo soy inmortal precisamente por esa inmortalidad vivo cada una de las generaciones muy de cerca) para indignarse del todo ante una situación económica, política y social que está derribando logros de años de lucha —en todas las generaciones han existido luchas— (aunque están surgiendo nuevos movimientos sociales que de nuevo están saliendo a las calles…). El miedo a perder el confort que consiguieron sus padres los lleva a ser una generación de transición que no sabe muy bien cómo indignarse de manera útil… aunque se están generando intentos muy válidos y de seguimiento ilusionante. De hecho son los viejos militantes (que a mi parecer no están en absoluto desfasados ni el cine de Guediguian tampoco) como Stéphane Hessel o Sampedro (por poner sólo dos ejemplos) los que están gritando…

En la radiografía humana de Las nieves del Kilimanjaro reside su fuerza y su luminosidad. Guédiguian ofrece un panorama social desolador, donde están surgiendo nuevos nichos de pobreza y exclusión social, pero aporta un camino complejo de reflexión y acción. La solución, ahora mismo, y tal y como están las instituciones políticas, sociales y económicas y el nivel de desencanto de todas las generaciones que viven la crisis, está en nosotros mismos. En los hombres y mujeres que vivimos cotidianamente. Con ‘La culpa es de los otros’ no se avanza a ninguna parte y todo apunta que una sociedad basada en una posible ‘solidaridad social real’ puede ser una salida. Compleja pero salida. Al fin y al cabo cada uno somos personas humanas llenos de cosas buenas y maravillosas pero también humanamente llenos de cosas malas y mezquinas… si nos unimos para que surja la parte ‘buena’ de nuestra humanidad, un camino interesante puede ser trazado…

Robert Guédiguian además de volver al escenario de películas como Marius y Jeannette (la nombro porque fue cuando descubrí a Guédiguian) cuenta además con sus actores-fetiche: Ariane Ascaride, Jean Pierre Darroussin y Gérard Meylan. La ciudad portuaria que nos refleja está llena de luz y de mar. Y aunque se nos nombra el Kilimanjaro… todo transcurre en un barrio y en momentos cotidianos de una familia trabajadora (con una marcada conciencia social y política) que ha ido logrando, a través del trabajo, unas comodidades reales (una vivienda digna, un tiempo para el ocio, para ir a la playa, para reunirse, una seguridad social, una convivencia entre abuelos, hijos y nietos…). El Kilimanjaro es una evocación de un mundo más allá del barrio, las nieves del Kilimanjaro son evocadas por una popular canción francesa que tiene un significado sentimental para la pareja protagonista, y son también la posibilidad de un sueño (en forma de viaje a la tierra masai).

Y en esos momento cotidianos Las nieves del Kilimanjaro nos cuenta una historia y nos dice que sigue habiendo brutales choques sociales que están generando esta brutal crisis económica y que la brecha social, la ruptura social va por caminos insospechados y duros. Y el matrimonio protagonista, que son buena gente, tratan de comprender qué es lo que está pasando cuando la realidad les golpea de manera dura e inesperada. Y en ese tratar de entender al otro chocan con la incomprensión de sus seres más queridos.

Guédiguian empieza la película con un sorteo, organizado desde el sindicato, en una fábrica del puerto que trata de superar la crisis y por ello varios trabajadores (a través del sindicato) tienen que ser despedidos para que otros sigan en la empresa. Así uno de los miembros del sindicato (el protagonista) saca su propio nombre y forma parte de esa lista de despedidos. Y ahí ya el personaje de Jean Pierre Darroussin me enamora porque es coherente. Él también se mete en esa urna porque es un trabajador como los otros y es justo que esté ahí también como los demás compañeros (algo que le reprocha su mejor amigo —y también tremendamente humano—). Así Michel entra a formar parte de las listas del paro con más de cincuenta años y seguro de que ya no volverá encontrar otro trabajo sino que será un prejubilado… Entre los demás compañeros hay mayores que llevan años en la empresa o jóvenes que apenas acababan de formalizar un contrato de trabajo. El futuro y las condiciones de despido para cada uno de ellos les va a dejar en situaciones muy diferentes.

Así Michel empieza su nueva vida como un entregado abuelo ante la mirada satisfecha de su esposa Marie Claire (luminosa Ascaride) y los suyos, que le dice irónica lo duro que es vivir con un ‘héroe’ dado el amor que siente todavía su esposo por los cómics de super héroes (sobre todo Spiderman). Así entre escenas cotidianas llegamos a la celebración de sus treinta años juntos en la fábrica con toda su familia y sus amigos (y con los demás trabajadores, incluidos los nuevos despedidos). En una fiesta emocionante (yo ya ahí empecé a llorar como una descosida) reciben un regalo: un viaje a la tierra masai, a los pies del Kilimanjaro. Todos son testigos de su felicidad.

Y entonces ocurre el giro, el conflicto de la película, que desmorona toda esa ‘felicidad’ cotidiana (por la que han luchado) de Michel y Marie Claire. Un día cuando están con otro matrimonio (amigos fieles: el mejor amigo de Michel y la hermana de Marie Claire) en la intimidad de su hogar son brutalmente atracados y robados por dos jóvenes encapuchados. Los cuatro se quedan traumatizados… y Michel y Marie Claire tratan de entender esta situación sobre todo cuando descubren que uno de los ladrones es uno de los jóvenes expulsados de la fábrica durante el sorteo. Así abren los ojos a una realidad que les golpea y que no habían analizado. Se sienten culpables por no haber sabido ‘mirar’ más allá. Así Guédiguian nos muestra también la realidad del joven ladrón y el porqué de su comportamiento (tal y como lo van descubriendo Michel y Marie Claire)… y entonces nos lleva Guédiguian a un final hermoso y abierto… lleno de posibilidades futuras. Y a un final emocionante que se lo inspiró al director el poema de Victor Hugo, La gente pobre (que no he leído pero que el director en una entrevista explica los versos que le inspiraron ese final). Michel y Marie Claire quieren comprender por qué el joven ha actuado así y no se retiran de ese camino de reflexión sino que como han hecho toda su vida vuelven a comprometerse… y eso emociona (aunque al espectador como a la gente que les rodea y les quiere es difícil de entender su valiente postura y militancia…) porque es una manera de avanzar en una situación cada vez más caótica que quiere acabar con toda posibilidad de luminosidad. Michel y Marie Claire proponen una salida… hacia la luz.

Así Guédiguian bajo una película aparentemente sencilla y luminosa aporta toda una reflexión llena de matices. Nos rodea de momentos cotidianos auténticos, con unas interpretaciones naturales y con referentes que nos acercan a los personajes (… esa canción francesa que hace alusión al título o Joe Cocker con Many river to cross o ese amor por los cómics de superhéroes y cómo uno de ellos dispara el conflicto…). Un placer dejarse llevar y después debatir tras el visionado de Las nieves del Kilimanjaro

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