Al desnudo de Chuck Palahniuk (Mondadori, 2012)

 … es la primera novela que leo de Palahniuk que consiguió introducirse en la mitología cinéfila por la adaptación cinematográfica de su tercera novela (y primer éxito editorial) El club de la lucha. Al desnudo ha llegado a mis manos como buen regalo. Y lo he devorado en apenas unos días… porque como sabéis soy una buscadora innata de cuentos y novelas que tengan al cine como protagonista.

Palahniuk ofrece su personal visión del viejo Hollywood dorado en decadencia a través de varios referentes que vienen a la cabeza del lector apasionado por el cine cuando se hunde en sus páginas. Así lo que destaca sin duda es un ambiente decadente y unas situaciones extremas con gotas de humor ácido y negro. Y entonces surgen imágenes de aquel Aldrich (¿Qué fue de Baby Jane?) que unía a viejas glorias en la pantalla cinematográfica, a divas del viejo Hollywood, y las hacía protagonizar una relación enfermiza donde nada era lo que parecía (nada es lo que parece). Así Aldrich creó escuela y hubo otros directores que crearon películas con divas y relaciones desconcertantes como Harrington (¿Qué le pasa a Helen?).

… La historia de la decadente diva cinematográfica que pasea su vejez y el olvido, Katherine Kenton, con su colección de des-maridos y sus mascotas, siempre acompañada de la fiel Hazie Coogan, su amiga, su dama de compañía, su asesora, su vigilante… es como una película que pasa ante nuestros ojos en pantalla grande. Con sorpresas y giros. Detrás de la batuta puede estar Billy Wilder… cuando se produce el encuentro de la decadencia con un joven apuesto Webster Carlton Westward III (y probablemente ambicioso… y aprovechado) a lo El crepúsculo de los dioses. El peso de las arrugas en el rostro, la obsesión por borrar el rastro de la historia a través de operaciones, maquillajes, pelucas… nos lleva a Fédora. Katherine Kenton se refugia en una cripta donde va enterrando des-maridos y mascotas y donde en un ritual con Hazie esconde en un espejo (como el cuadro de Dorian Gray) su rostro sin máscara.

A través de lo grotesco, de los apuntes señalados, los giros inesperados de sus personajes ‘reales y ficticios’, es como si el mismísimo Anger siguiera aportando apuntes a su peculiar Hollywood Babilonia. Y varios de los nombres que aparecen pulularon por sus páginas.

Al hundirse el lector en las páginas de Palahniuk es meterse en la crónica grotesca y amarillista que alimentaron las famosas comadres de cotilleos y otros periodistas que crearon ‘otro Hollywood’ oscuro y funesto para alimentar las horas de ocio y vida gris de los lectores ávidos de luces y sobre todo sombras de las estrellas cinematográficas. Así no puede faltar el trío de Hedda Hopper, Louella Parsons y Sheila Graham (que acunó en sus brazos a todo un ‘personaje’ de la generación perdida, Scott Fitzgerald quien dejó una maravillosa novela inacabada sobre Hollywood, El último magnate).

Para al final Palahniuk dejarnos su reflexión o su discurso, lleno de interés y para remarcar una reflexión profunda, que podríamos resumir en una de las frases de la novela: “No, ninguno de nosotros da la sensación de ser muy real. No somos más que personajes secundarios en las vidas de los demás”. Porque por una parte existe la ‘ficción’ de las películas donde los actores y actrices con rostro van dando vida a distintos personajes. Y por otro está la ‘ficción’ de sus vidas. Es decir, la creación de ‘imágenes vivientes’ y de ‘mitos hollywoodienses’ sobre los que se vomitan litros y litros de tinta. Estas imágenes vivientes alimentan los sueños y las horas de los espectadores y tras esas imágenes se ocultan unos seres humanos a los cuales no tenemos acceso. Y en la creación de esas imágenes vivientes se crean sueños y monstruos para alimentar hojas y hojas de revistas, periódicos, libros, ensayos… o para alimentar las televisiones de los hogares a través de entrevistas, documentales, programas-homenaje… etcétera (todos los soportes, redes sociales y nuevas tecnologías que podáis imaginar).

Chuck Palahniuk se mete de lleno, incluso en su escritura y en su forma de presentar esta historia, en el mundo del cine. Así la narración de Palahniuk es pura narración cinematográfica siguiendo las técnicas de un guion. Y cada capítulo es una secuencia. Donde sabemos cómo va a mirar la cámara-lector y los detalles que va a ver o en lo que se va a fijar. Entre primeros planos y flash back… y distintas alternativas de finales vamos viendo la película que crea y construye la narradora de esta historia, una reina del montaje final.

No quiero terminar la reseña sin señalar el ‘personaje’ creado por Palahniuk para Al desnudo que más me ha llamado la atención y más me ha llenado (y sorprendido). Y es el reflejo que crea de la dramaturga y guionista del Hollywood clásico, Lilliam Hellman. Un ‘personaje secundario’ de la propia película que plantea Palahniuk que se va apropiando con fuerza de la historia y comiéndose casi a la pareja protagonista. Una Lilliam Hellman extravagante de imaginación desbordante que crea siempre argumentos imposibles donde es una mujer de acción que cambia continuamente el rumbo de la Historia. Este ‘personaje’ creado protagoniza los momentos más hilarantes y estrambóticos de esta interesante visión de un ‘viejo Hollywood’ que cuenta con innumerables miradas y matices.

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