Las nieves del Kilimanjaro de Robert Guédiguian

Robert Guédiguian regresa a L’Estaque, Marsella, al barrio obrero de su infancia. Y nos entrega película luminosa pero llena de reflexiones donde nos deja una radiografía excelente sobre la situación de crisis económica (crisis social, política y moral) que está creando un mapa social desolador y de  ‘marcha atrás’ en derechos sociales, políticos y económicos. Las nieves del Kilimanjaro habla de la buena gente que puebla los barrios y que trata de comprender qué es lo que pasa a su alrededor, que tiene un espíritu autocrítico (aunque les duela en lo más hondo) y que saben que para seguir adelante hay que seguir creyendo en las personas y en la militancia (de corazón, ésa es la única que tiene un valor real).

Habla de generaciones… y de la incapacidad de parte de una generación (la de los setenta… aunque yo soy inmortal precisamente por esa inmortalidad vivo cada una de las generaciones muy de cerca) para indignarse del todo ante una situación económica, política y social que está derribando logros de años de lucha —en todas las generaciones han existido luchas— (aunque están surgiendo nuevos movimientos sociales que de nuevo están saliendo a las calles…). El miedo a perder el confort que consiguieron sus padres los lleva a ser una generación de transición que no sabe muy bien cómo indignarse de manera útil… aunque se están generando intentos muy válidos y de seguimiento ilusionante. De hecho son los viejos militantes (que a mi parecer no están en absoluto desfasados ni el cine de Guediguian tampoco) como Stéphane Hessel o Sampedro (por poner sólo dos ejemplos) los que están gritando…

En la radiografía humana de Las nieves del Kilimanjaro reside su fuerza y su luminosidad. Guédiguian ofrece un panorama social desolador, donde están surgiendo nuevos nichos de pobreza y exclusión social, pero aporta un camino complejo de reflexión y acción. La solución, ahora mismo, y tal y como están las instituciones políticas, sociales y económicas y el nivel de desencanto de todas las generaciones que viven la crisis, está en nosotros mismos. En los hombres y mujeres que vivimos cotidianamente. Con ‘La culpa es de los otros’ no se avanza a ninguna parte y todo apunta que una sociedad basada en una posible ‘solidaridad social real’ puede ser una salida. Compleja pero salida. Al fin y al cabo cada uno somos personas humanas llenos de cosas buenas y maravillosas pero también humanamente llenos de cosas malas y mezquinas… si nos unimos para que surja la parte ‘buena’ de nuestra humanidad, un camino interesante puede ser trazado…

Robert Guédiguian además de volver al escenario de películas como Marius y Jeannette (la nombro porque fue cuando descubrí a Guédiguian) cuenta además con sus actores-fetiche: Ariane Ascaride, Jean Pierre Darroussin y Gérard Meylan. La ciudad portuaria que nos refleja está llena de luz y de mar. Y aunque se nos nombra el Kilimanjaro… todo transcurre en un barrio y en momentos cotidianos de una familia trabajadora (con una marcada conciencia social y política) que ha ido logrando, a través del trabajo, unas comodidades reales (una vivienda digna, un tiempo para el ocio, para ir a la playa, para reunirse, una seguridad social, una convivencia entre abuelos, hijos y nietos…). El Kilimanjaro es una evocación de un mundo más allá del barrio, las nieves del Kilimanjaro son evocadas por una popular canción francesa que tiene un significado sentimental para la pareja protagonista, y son también la posibilidad de un sueño (en forma de viaje a la tierra masai).

Y en esos momento cotidianos Las nieves del Kilimanjaro nos cuenta una historia y nos dice que sigue habiendo brutales choques sociales que están generando esta brutal crisis económica y que la brecha social, la ruptura social va por caminos insospechados y duros. Y el matrimonio protagonista, que son buena gente, tratan de comprender qué es lo que está pasando cuando la realidad les golpea de manera dura e inesperada. Y en ese tratar de entender al otro chocan con la incomprensión de sus seres más queridos.

Guédiguian empieza la película con un sorteo, organizado desde el sindicato, en una fábrica del puerto que trata de superar la crisis y por ello varios trabajadores (a través del sindicato) tienen que ser despedidos para que otros sigan en la empresa. Así uno de los miembros del sindicato (el protagonista) saca su propio nombre y forma parte de esa lista de despedidos. Y ahí ya el personaje de Jean Pierre Darroussin me enamora porque es coherente. Él también se mete en esa urna porque es un trabajador como los otros y es justo que esté ahí también como los demás compañeros (algo que le reprocha su mejor amigo —y también tremendamente humano—). Así Michel entra a formar parte de las listas del paro con más de cincuenta años y seguro de que ya no volverá encontrar otro trabajo sino que será un prejubilado… Entre los demás compañeros hay mayores que llevan años en la empresa o jóvenes que apenas acababan de formalizar un contrato de trabajo. El futuro y las condiciones de despido para cada uno de ellos les va a dejar en situaciones muy diferentes.

Así Michel empieza su nueva vida como un entregado abuelo ante la mirada satisfecha de su esposa Marie Claire (luminosa Ascaride) y los suyos, que le dice irónica lo duro que es vivir con un ‘héroe’ dado el amor que siente todavía su esposo por los cómics de super héroes (sobre todo Spiderman). Así entre escenas cotidianas llegamos a la celebración de sus treinta años juntos en la fábrica con toda su familia y sus amigos (y con los demás trabajadores, incluidos los nuevos despedidos). En una fiesta emocionante (yo ya ahí empecé a llorar como una descosida) reciben un regalo: un viaje a la tierra masai, a los pies del Kilimanjaro. Todos son testigos de su felicidad.

Y entonces ocurre el giro, el conflicto de la película, que desmorona toda esa ‘felicidad’ cotidiana (por la que han luchado) de Michel y Marie Claire. Un día cuando están con otro matrimonio (amigos fieles: el mejor amigo de Michel y la hermana de Marie Claire) en la intimidad de su hogar son brutalmente atracados y robados por dos jóvenes encapuchados. Los cuatro se quedan traumatizados… y Michel y Marie Claire tratan de entender esta situación sobre todo cuando descubren que uno de los ladrones es uno de los jóvenes expulsados de la fábrica durante el sorteo. Así abren los ojos a una realidad que les golpea y que no habían analizado. Se sienten culpables por no haber sabido ‘mirar’ más allá. Así Guédiguian nos muestra también la realidad del joven ladrón y el porqué de su comportamiento (tal y como lo van descubriendo Michel y Marie Claire)… y entonces nos lleva Guédiguian a un final hermoso y abierto… lleno de posibilidades futuras. Y a un final emocionante que se lo inspiró al director el poema de Victor Hugo, La gente pobre (que no he leído pero que el director en una entrevista explica los versos que le inspiraron ese final). Michel y Marie Claire quieren comprender por qué el joven ha actuado así y no se retiran de ese camino de reflexión sino que como han hecho toda su vida vuelven a comprometerse… y eso emociona (aunque al espectador como a la gente que les rodea y les quiere es difícil de entender su valiente postura y militancia…) porque es una manera de avanzar en una situación cada vez más caótica que quiere acabar con toda posibilidad de luminosidad. Michel y Marie Claire proponen una salida… hacia la luz.

Así Guédiguian bajo una película aparentemente sencilla y luminosa aporta toda una reflexión llena de matices. Nos rodea de momentos cotidianos auténticos, con unas interpretaciones naturales y con referentes que nos acercan a los personajes (… esa canción francesa que hace alusión al título o Joe Cocker con Many river to cross o ese amor por los cómics de superhéroes y cómo uno de ellos dispara el conflicto…). Un placer dejarse llevar y después debatir tras el visionado de Las nieves del Kilimanjaro

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