Maureen O’Hara

Irlandesa de cabellera fuego. Pelirroja indómita que figuró como mujer pasional y con carácter en las películas de aventuras de Technicolor siendo compañera de héroes que la convertían en la mujer de sus sueños. Y de paso en la mujer de los sueños de un montón de espectadores. Ella fue Lady Godiva, con su larga cabellera, era la mujer más sexi, desnuda y montada en su caballo… lo único que se destaca de una olvidable película.

Maureen O’Hara, mito viviente, es de esas mujeres que dejan un bello recuerdo. Su cara hermosa pero a la vez tremendamente expresiva la hizo compañera ideal para los héroes fordianos normalmente con cara de John Wayne. O’Hara era del equipo masculino de Ford y compañía, era la camarada perfecta, la irlandesa de pura cepa.

Y O’Hara protagonizó una filmografía llena de recuerdos nostálgicos para aventureros en la sala de cine. Su cabello pelirrojo también la convirtió en heroína sensible y trabajó con los grandes Borzage, Ford, Jean Renoir, Hitchcock, Ray…

La primera persona que creyó en una joven pelirroja que quería a toda costa ser actriz fue un gran actor: Charles Laughton. De la mano del orondo y versátil actor tuvo la pelirroja indómita sus primeros papeles importantes y su salto a la meca del cine, Hollywood. Así con él viajó a La Posada Jamaica, obra británica del maestro del suspense y fue una hermosa gitana en Esmeralda, La Zíngara, una recreación del triste romanticismo de Victor Hugo y su Quasimodo. Corría el último año de la década de los treinta. Con Laughton volvería a estar magnífica en la sensible aventura americana de Jean Renoir, Esta tierra es mía.

Ya en la meca del cine los estudios la ven ideal como la compañera de aventuras. Siempre vital y viva. Así durante los años cuarenta y cincuenta su melena roja ondeó en historias de piratas, junto a caballeros de capa y espada, en mundos orientales y como no en el lejano Oeste. También supo ser la madre ideal y atribulada que siempre recupera el amor perdido con el esposo en comedias familiares con encanto.

Así que dar un paseo por su filmografía supone vivir mil y una aventuras. El bueno de Ford, cuando ya estaba despuntando, le ofreció papel bombón en su mítica ¡Qué verde era mi valle! en 1941, historia nostálgica de una familia de mineros. A partir de este momento y en diversas películas sería la fuerte heroína fordiana. La vemos así en los cincuenta en Río Grande, Cuna de héroes o Escrito bajo el sol. Pero Ford la regaló el papel por la que se encuentra en el Olimpo y por la que tiene un puesto de oro del que nunca podrá bajarse. Es la irlandesa de pura cepa, indómita y salvaje, hermosa y viva que enamora en Innisfree al rudo boxeador que tiene miedo a pelear por si vuelve a matar innecesariamente al contrincante. Ella es la Mary Kate de El hombre tranquilo y forma junto a John Wayne una de esas parejas cinematográficas míticas. Otros directores la unirían con Wayne en obras menores pero agradables de ver como El gran Malintock.

Como madre de familia atribulada pero siempre bella fue protagonista de comedias que forman parte de la memoria colectiva y que siempre se ven con agrado. Protagonista de una de las comedias navideñas clásicas imprescindibles, De ilusión también se vive (1947), o madre de criaturas que traen por la calle de la amargura a un niñero muy especial, Mr Belvedere (Clifton Webb) en Niñera moderna o madre de unas gemelas que lucharán por ver a sus padres de nuevo juntos en un hito del cine para todos los públicos Tú a Boston y yo a California en 1961.

Películas de aventuras donde la O’Hara era la más valiente y la mejor compañera de Cornel Wilde, Errol Flynn, Tyrone Power… nos hacen viajar la imaginación en El cisne negro, Los piratas del mar Caribe, Simbad el marino, Los hijos de los mosqueteros o La isla de los corsarios.

La O’Hara además es recordada también por su batalla emprendida en los años cincuenta contra la prensa amarilla y de cotilleo que difamaba con las noticias más escandalosas de la esfera privada a grandes artistas. Noticias que eran mentira y hacían mella a sus protagonistas. Noticias siempre que implicaban a actores y actrices en fiestas que eran orgías o en escandalos sexuales que no eran ciertos. Así demandó a la revista Confidencial magazine y ganó el juicio.

También hay en su filmografía dos películas que me gustaría ver pronto porque despiertan mi curiosidad: O’Hara protagonizó una de las primeras obras de Nicholas Ray junto a su esposa Gloria Grahame, Un secreto de mujer (1949) y otra película en la que actuó junto a mi amado John Garfield, Perseguido (1943), donde el héroe es un ¡excombatiente de la Guerra Civil Española en las Brigadas Internacionales.

Los espectadores de la sala oscura siempre tendrán una sonrisa para la pelirroja indómita de sangre irlandesa.

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Un hombre soltero (A single man, 2009) de Tom Ford / I’m not there (I’m not there, 2007) de Todd Haynes

¿Por qué unir dos películas tan dispares entre sí? No, no es porque en las dos aparezca Julianne Moore. La única conexión que las une es la sensación que he tenido con ambas como espectadora. Las dos tratan a través de la forma y el estilo cinematográfico, la manera de contar una historia cinematográfica, crear dos obras de interés de dos temas tradicionales y clásicos. En la primera, una historia de redención y amor, en la segunda el biopic de un cantante mítico. Y ¿cuál es el resultado? Pues eso dos propuestas interesantes pero no redondas. En ambas muchas cosas que rescatar pero ambas fallaron en lo más importante: en el poder de fascinación de todo su conjunto. Consiguen alguna que otra imagen inolvidable y de considerable fuerza y cuentan con interpretaciones estelares…, sus fórmulas son apuestas originales pero no consiguen una obra creativa fascinante.

La primera, Un hombre soltero es el debú de un diseñador de moda que ama el cine. Por eso en su propuesta es importante el diseño y la estética de los personajes, las casas donde se mueven (los espacios), las ropas que llevan, la música que escuchan… Tom Ford se mete de lleno en los años sesenta para adaptar una obra literaria de Christopher Isherwood (encontrarán huellas del escritor y su historia en Cabaret). El espectador asiste a un día en la vida de un profesor universitario homosexual que decide suicidarse porque no supera la reciente muerte de su pareja. Y entonces el profesor se transforma y vive como no lo ha hecho en mucho tiempo porque ‘vive su último día’. Entonces todo, lo cotidiano, los encuentros, las discusiones, las conversaciones, los recuerdos se vuelven intensos…

Ford consigue imágenes bonitas y etéreas pero abusa de lo estético envolviendo su película en una frialdad que no merece la intensa interpretación de Colin Firth y de una desatada Julianne Moore, maduros que ven cómo sus sueños se han frustrado. Su propuesta podría haber funcionado si hubiera cuidado esa estética pero para recreación de unos años 60 a la manera de aquellas películas contemporáneas a la década o una estética similar a los grandes melodramas de los cincuenta. Una recuperación de la textura y forma de filmación de aquellos años y aquella época en EEUU. Ford, a veces, se va por su mundo de diseñador y elige a verdaderos modelos, demasiado bellos, demasiado fríos, para los personajes secundarios importantes para la trama creando un mundo en exceso artificial y por ello poco emocionante eso sí con buenos momentos visuales. Lo mismo le pasa con los espacios.

La manera en la que esta historia podría haber funcionado es, quizá, siguiendo el modelo que convirtió a nuestro siguiente director, Todd Haynes, en alguien a tener en cuenta. ¿Recordáis Lejos del cielo? Así me centro ahora en el último trabajo de este cineasta, I’m not there, su personal propuesta para presentar la figura de Bob Dylan en una película. Haynes huye del biopic clásico de cantante de vida agitada que canta canciones alucinantes y muestra una fórmula arriesgada de la que no sale totalmente victorioso. Se le agradece el esfuerzo de otras maneras de contar y te atrapa en diversos momentos con imágenes hermosas y siempre con una banda sonora enviadiable… pero el conjunto finalmente se resiente. Y es una pena porque la idea, sin duda, era muy pero que muy buena. Además cuenta para ello, para ese desarrollo, con actores y actrices carismáticos que se entregan totalmente a su rol. El principal fallo es que en ese original mosaico y montaje donde se construye la personalidad de Bob Dylan desdoblándolo en seis personajes ficticios diferentes no logran la sensación de obra única y milimétricamente pensada para que surja el rostro completo y complejo de Dylan. Consigue instantes perfectos, y atrapa muchos elementos de la personalidad del cantautor pero…también termina siendo una fórmula que puede dejar frío al espectador.

De los seis desdoblamientos que tratan de explicar distintas facetas y rasgos psicológicos de Dylan me quedo con el protagonizado por Cate Blanchett (el artista andrógino) que desconecta de su pasado de cantante folk y es odiado y amado a la vez. El de Christian Bale que habla, en forma documental, de ese cantante que atizaba conciencias y que se convirtió de leyenda del folk a hombre religioso retirado que convierte a sus seguidores a través de la canción. Y, por último, el de el desaparecido Heath Ledger, la estrella mediática que, sin embargo, tiene un entorno privado en el que no puede estar como él quisiera. Las otras recreaciones (siendo muy interesante e importantes para reflejar la personalidad del cantante) no se ensamblan fácilmente en el conjunto: ese forajido romántico del viejo oeste, el poeta maldito o el niño fugitivo que vive como en la depresión de los años treinta los convulsos años sesenta…

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Ossessione (Ossessione, 1942) de Luchino Visconti

Ossessione es sumergirse en una obra apasionante. Dejaremos a parte la discusión de cuál es la fecha de nacimiento del neorrealismo italiano que se fija en el año 1945 con la proyección de Roma, ciudad abierta de Roberto Rossellini…pero especifiquemos que sí es cierto que Ossessione es el principio de algo en el cine italiano y en la historia del cine moderno. Visconti, que ha trabajado codo con codo con Renoir y al que admira profundamente, se empapa de cine y quiere mostrar todas las posibilidades del medio para transmitir. Es el mismo Renoir quien le proporciona el material para su primera película que se convertirá en una adaptación del libro de El cartero siempre llama dos veces de J. M. Cain. No olvidemos que también se apunta como orígenes del neorrealismo la forma de plasmar la realidad de Renoir sobre todo en Toni (1935) y recordemos que Visconti trabajó al lado del maestro francés.

La ópera prima de Visconti es un retrato a la italiana de una historia pesimista propio del cine negro (los americanos también harían su versión de la novela inmerso dentro del más puro cine negro) donde sus personajes trágicos están sujetos y dominados por un destino aciago. Pero el aristócrata rojo lo puebla de un realismo de las calles reconocible y de un costumbrismo contemporáneo a la Italia que el espectador conocía así como a la situación pesimista e histórica que estaban viviendo. Así logra que el espectador del momento entienda y se sienta totalmente identificado con los personajes, su conflicto y la realidad que viven.

El trío protagonista cumple cada uno con la función designada dentro de la historia negra. Y aquí me atrevo a apuntar que si la revelación o estado de shock se produjo en la versión americana con la aparición de una Lana Turner como peculiar femme fatale (revestida del glamour propio del género), aquí sin duda llama poderosamente la atención el primer plano del vagabundo que arrastra su suerte por los caminos y que se queda enganchado a la esposa enterrada en su propio destino gris. El vagamundos, el sin hogar que  camina sin rumbo, posee el rostro bello y masculino —objeto del deseo— del actor italiano Massimo Girotti al cual acompañamos por su laberinto e infierno al conocer a aquellos que le atraparán en una jaula más siniestra.

La mujer que ha evitado la pobreza y su destino de prostituta casándose con un hombre mayor dueño de un hostal y una gasolinera pero que se siente atrapada en una jaula de la cual no quiere huir…, de la miseria huye despavorida, tiene el rostro interesante por serio y herido pero a la vez sensual de Clara Calamai, siempre de negro. La mujer que encuentra en el sin hogar una salida a su situación de ahogo aunque lo que finalmente parece que consigue es volver a encerrarse a una historia fatídica y negra como sus ropas. Ella no ve posibilidades de huida y libertad sino mejoría en su cárcel particular.

El tercero en discordia es el marido mayor, la víctima sin quererlo de la pasión de los amantes. El hombre simple y primitivo, instintivo, que ha sacado a la esposa del arrollo y es una más de sus posesiones. El que vive el día a día inconsciente de lo que se cuece en el hogar. La pieza prescindible del triángulo que se afianza. El hombre repudiado cuenta con el rostro de Juan de Landa, un actor de vida interesante que fue de esos españoles de primera hornada que dieron su salto a Hollywood en la época de la incorporación del sonoro para ser protagonista de esas producciones dobles que se realizaban en castellano (cuando todavía no se había descubierto el doblaje). Dicen que estuvo particularmente magnífico (aunque nunca he podido comprobarlo) en una versión que realizó de El presidio.

Visconti ya empieza con su dirección elegante y con el cuidado obsesivo en la ambientación y realización de sus obras. Así los personajes se mueven en escenarios bien reconocibles y cuidados. Con ellos vemos cómo es un hostal desarlatado que sirve también de hogar de los protagonistas y sentimos el calor de la zona. El bar con sus mesas y barras, cómo es el comedor o el dormitorio de la pareja —donde culmina la infidelidad—, cómo es un tren de tercera, cómo eran aquellas pensiones italianas donde se alquilaba un cuarto con cama, cómo era un recinto ferial o aquellos bares donde se celebraba todo tipo de concursos —en este caso uno de canto lírico aprovechando las dotes de Juan de Landa— o cómo podía ser un día en el campo o dejarnos pasar al interior del despacho de una comisaría. Aparecen también el medio de transporte por excelencia en los años cuarenta en esa Italia que se derrumba, la bicicleta o aparece el imprescindible cura como personaje de la trama.

El director ya permite vislumbrar esas soluciones cinematográficas y dominio del lenguaje visual que se fija en el detalle y ese amor que siente por sus protagonistas o cada uno de los personajes secundarios. Y sabe impregnar la película, de principio a fin, de un pesimismo agobiante. No deja un respiro de esperanza a los protagonistas a los que agobia siempre con sus obsesiones y malos pensamientos. El único respiro se lo da a los dos amantes en un espacio abierto, tumbados en la arena de la playa, cerca del mar, cuando por fin ambos ven una salida y un motivo que expíe sus pecados. El momento en que ambos deciden huír de esa cárcel metafórica en la que se encuentran angustiosamente encerrados. Sólo es un respiro. Pronto nos damos cuenta. A los amantes les espera un destino contra el que no pueden luchar que quiebra su redención.

Y dentro de ese realismo, Visconti enfrenta a sus personajes con momentos todos identificables, los bailes, los cantos, los momentos de juego y descanso…, una Italia que vive y que es reconocible por el que ve la película en el momento de su estreno. Ossessione es una película que atrapa tanto por cómo viven sus personajes como por la trama que cuenta. No tengan duda disfrutarán de este joya en bruto.

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… Y va una frase de Woody Allen

Por lo menos se la atribuyen.

“El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y se acabo la guerra. El político hizo un gesto y desapareció el mago.”

Y mira que esta pequeña fábula tiene su encanto y triste realidad.

El hombre de las gafas nos regala un buen microrrelato.

El amor (L’amore, 1948) de Roberto Rossellini

O la declaración de amor a una actriz que se transforma. Que ríe y sufre con la misma intensidad. Rossellini ofrece en una sola película dos personajes para Anna Magnani.

Le regala dos episodios con dos personajes femeninos de dimensiones trágicas y tremendas y a ambos episodios los cataloga bajo el nombre de El amor. Y la Magnani se entrega hasta límites insospechados regalando a dos mujeres al límite.

Para el primer episodio, Rossellini se centra en una adaptación del texto teatral de Jean Cocteau, La voz humana. Para el segundo rueda un guión de Federico Fellini que ya ofrece su mundo personal de figuras peculiares y su particular y compleja visión de la religión católica en El milagro.

En las dos un único rostro que desgarra al espectador.

Con sus gritos, con sus ojos tristes, con su voz ronca, con su pelo negro alborotado, con los gestos y los movimientos de su cuerpo…, Anna Magnani.

Que con tan sólo un teléfono y un cuerpo derrotado con un rostro ajado se transforma en la mujer enamorada, engañada, humillada, abandonada por el amante por otra mujer que será la esposa mientras ella se queda en la casa rota. La Magnani desoladora que se aferra al teléfono y a su hilo porque sabe que es lo único que la une a su amor mío, a esa historia que ya acaba. A la última conversación. Porque él se va, se casa con la otra. Ella habla con el amante y deja que el espectador sea testigo de su sufrimiento desgarrado. Que evalúe esa mujer que padece con la ruptura y que se abandona a sí misma. Que se encuentra en el límite emocial al borde de perder la cordura porque ha sido durante cinco años amada y ahora, ahora, ella sólo ruega que vuelva a llamarla fea mía, que conserve las cenizas de sus cartas de amor… Y se aferra a las llamadas. Porque ella no vive si él no está… si ya no lo espera. Sólo es testigo de su sufrimiento, una perra comprensiva que no se mueve de su rincón. Rossellini desnuda el alma de una mujer abandonada y engañada. Y la Magnani le regala un rostro y unas lágrimas.

El milagro es una historia devastadora. Que rompe. En su momento fue un escándalo y tuvo problemas de distribución, por ejemplo, en EEUU. Cuenta la historia de Nanni, una sin hogar que vive en un pequeño pueblo. Y un día confunde ¿o no? a un hombre con San José. Ella le ve tan guapo. El hombre siempre está en silencio. La escucha y la da de beber. Después Nanni despierta como de un sueño. Nanni está convencida de que ha tenido una aparición. Pasa el tiempo y la Nanni despreciada y amarga, que vive en la miseria y de la caridad de los otros, queda embarazada. Pero ella está convencida de que ha sido sin pecado concebida. San José, que era tan guapo, fue testigo. Pero todo el pueblo se burla y la hace sufrir a una mujer sola y apaleada, insignificante. ¿Pero Dios no está pendiente de los insignificantes? ¿No hizo que su hijo viniera al mundo de unos padres humildes, la joven María y el carpintero José? Todos la abandonan y nadie acude en su ayuda. Más bien se burlan de ella excepto una señora que tiene algo de compasión. Y la Magnani grande nos hace sufrir el periplo de Nanni, el sufrimiento de una mujer mísera que termina pariendo en la soledad más absoluta…

Anna Magnani, ella solita, absoluta protagonista. Rossellini no necesita más que su rostro para construir una película, El amor.

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Marilyn Monroe, la mujer inabarcable…

Qué pasa con la mujer del rostro más triste del mundo. Ya se lo dijo el vaquero con cara de Clark Gable, el padre deseado de la huérfana Norma Jean, en ese canto póstumo de ambos, Vidas rebeldes. Obra con guión de uno de los hombres que pudo acercarse a su mundo sensible y sin embargo no supo comprenderlo o echarle esa ayuda que ella pedía a gritos. Aunque se partiera de risa. Aunque pareciera coqueta. Aunque se comiera el objetivo de la cámara en miles de imágenes luego publicadas y tan imitadas… pero ninguna de las copias supera el original. Porque ése era uno de sus misterios. Un rostro iluminado y querido por el obturador y el flash.

Y fue como digo ese Arthur Miller que se casó con el mito y descubrió a la mujer rota y huyó despavorido porque no supo como consolarla o como tomarla en brazos y decirla que quizá ambos pudieran salir de un pozo profundo…, quién también la dedicó una de sus obras de teatro más personales. Una obra teatro-confesión donde Marilyn es una Maggie frágil que se rompe en pedazos en los brazos de Quentín…, aquella que proclama, “¡Soy un chiste que produce dinero!”… Después de la caída.

Ni después de muerta el mito de la Monroe, el mito trágico del siglo XX, descansa en paz. Su rostro sigue generando información y también dividendos… porque tristemente sigue siendo un chiste serio que produce dinero. Sin embargo un chiste serio respetado y cada nuevo aporte sobre la mujer-mito inabarcable es recibido con sumo respeto. Ya sean unas fotografías inéditas en forma de álbum ya sea ahora sus escritos más íntimos ahora al alcance de todo aquel que quiera adquirirlos (Marilyn Monroe. Fragmentos. Seix Barral. 2010). Apenas quedan secretos del mito que era mujer. Ni sus notas más secretas son ocultadas. Ella siempre fue mujer-desnuda por dentro y por fuera. La que dormía solamente con Channel número cinco dormía también con el alma al descubierto.

Así mientras escribo estas líneas me envuelve su voz de cantante sexy que susurra bye, bye baby… con voz tranquila, reposada, tranquila…sensual. Y me sorprendo de la presencia continua del mito que no se apaga. No es sólo la novedad editorial, es ver cómo todavía hay personas que la llevan en camiseta o bolso. Ayer mismo en el metro, vi su rostro estampado en una bonita camiseta. Es observar cómo todavía hacen que mujeres de hoy se vistan con ropas de la artista de ayer para especial sesión de fotos en buena revista de cine. Es poder comprobar cómo todavía hay fotografías casi inéditas que pueden funcionar como maravillosa imagen de portada de un semanal…

La mujer inabarcable, o el mito alimentado con mimo, siempre es novedad. Y la Marilyn Monroe que gritó socorro, que cantó como un susurro, que hizo de reír en pantalla y sólo alguna vez llorar se convierte en icono indestructible.

Pocos quizá trataron de entenderla. Sorprende que uno de los que más se acercaron a su tragedia fue un conquistador empedernido, uno de los niños duros de la pantalla, de los niños más bellos —que luego jugó a la autodestruccion de su belleza icónica hasta dejar sólo sombras de lo que fue—, uno de los que fue más amigo que amante. Amigo esporádico. Como tantos de los que tuvo la venus rubia (por allí cuando era rubia que se abría camino luce un Elia Kazan que la cuidó hasta que terminó de divertirse, de forma natural, la historia acabó. Sin daño para ninguna de las dos partes). Un Marlon Brando que nos sorprende como hombre sensible en su genial autobiografía Canciones que mi madre me enseñó sólo tuvo palabras amables para una mujer que siempre le pareció trágica.

En un pequeño libro mágico dedicado a la diva que es una pequeña recopilación de textos de distintos autores y que recoge también palabras de la Monroe (Marilyn revisitada de Joaquín Jordá y José Luis Guarner) nos aporta una lista que confeccionó la actriz en 1954 para una revista sobre los diez hombres que consideraba más interesantes. Y es tierno ver cómo ella respetó a muchos de los hombres con los que estuvo o con los que no o a los que conoció o leyó o con los que trabajó y lo que pudieron significar para ella. Los consideró a todos interesantes: 1. Michael Chejov, 2. Arthur Miller, 3. John Huston, 4. Sidney Skolsky, 5. Milton Greene, 6. Marlon Brando, 7. Jawalharlal Neru, 8. Jerry Lewis, 9. Robert Mitchum, 10. Joe di Maggio…

Michael Chejov fue el maestro que creyó en ella como actriz. Arthur Miller fue el intelectual que la amó y la hizo daño a la vez. Huston fue el que le proporcionó un canto triste en Vidas Rebeldes y el que le dio uno de sus primeros papeles importantes en La jungla de asfalto. Sidney Skolsky era, según Marilyn, el único que escribía cosas decentes sobre ella. Milton Greene la amó con su objetivo fotográfico y le dedicó alguna de sus sesiones de fotografías más conocidas y difundidas. Marlon Brando era un gran actor del método que ella también estudió y amante ocasional también buen amigo. Ambos protagonizan unas divertidas y cómplices fotografías en la presentación de La rosa tatuada. Jawalharlal Neru, el primer ministro indio, fue al hombre que deseó conocer y admirar. Jerry Lewis junto a Dean Martin eran una brizna de aire fresco. Con ellos reía. Robert Mitchum fue su compañero de rodaje en Río sin retorno, al hombre rudo le supo ver su parte sensible. Él siempre fue caballero. Joe di Maggio fue su segundo esposo y un hombre que nunca dejó de ofrecerle protección. Aunque ambos no pudieron vivir juntos… Sin embargo ninguno supo o no pudo acudir a su llamada de socorro.

La que tanto intentó amar y ser amada terminó sola en una casa deshabitada todavía sin terminar y quitándose la vida…De nada sirvió que siempre mostrara una sonrisa. Lo tremendo del mito es que hasta con su muerte se pudo seguir creando un icono. Las tramas conspiratorias se sumergen en un pozo de olvido. La Monroe era una mujer sola que no superó ser un mito inalcanzable, que ella misma fue recortando y construyendo, y que algunos aprovecharon para producir dinero y más dinero. Ella sólo, quizá, quiso huir de sí misma pero tampoco pudo. Al final se vio tan sola como cuando era Norma Jean, así que se quitó de en medio. Quizá estaba muy cansada.

Lo tremendo del mito es que todavía provoca que se sigan escribiendo kilómetros y kilómetros de palabras. Todas intentando conocerla y desnudarla. La venus rubia, la sex symbol, la mujer comediante, la mujer trágica, la cantante, la modelo, la actriz frívola, la actriz desgraciada, la rebelde frente al sistema, la niña apaleada, la que se construyó a sí misma… y crea literatura alrededor de ella que la reviste de mil rostros. Quizá ya no exista Norma Jean. Sólo un mito y un icono inabarcable y continuamente alimentado.

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Momentos inolvidables de Un tranvía llamado deseo (1951) de Elia Kazan

Instinto y sexualidad brutal.

Delicadeza y fragilidad.

El macho sudoroso.

La damisela frágil y elegante que ama lo bello.

Brutalidad en los gestos.

Sensibilidad en la mirada.

Locura.

Una mujer de mente rota.

Un disparo.

Ella fue cruel. Se rió de la debilidad del otro. Dejó de respetar… y no se lo perdonará nunca. Porque ella es débil y es frágil y está sola y envejece… y no tiene nada.

El Código Napoleónico: todo lo que pertenece a la mujer es del marido y viceversa. Tengo que velar por los intereses de mi mujer.

Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos.

El deseo es lo contrario de la muerte.

El tiempo pasa… mi rostro se diluye.

Necesito un baño caliente para mis nervios. Necesito sólo un trago.

No, el hotel no se llamaba Flamingo, se llamaba Tarántula.

Mentiras creadas con un farolillo de papel, una estola de piel barata y una corona de cristales.

¡Stellaaaaaa!

Unas escaleras.

Mi hermana desea y baja en brazos del hombre que antes era fiera y ahora se lamenta y suplica que no le dejen nunca.

¡No te quedes con los brutos!

¿Te importa que me cambie de camiseta?

Joven, joven…

Flores, flores para los muertos.

Mitch, Mitch… ambos estamos solos ambos nos necesitamos.

La crueldad deliberada es imperdonable.

No, no voy a presentarte a mi madre…

No hace falta que se levanten, ya paso yo sola.

¿Qué se te ha olvidado, Blanche?

Ecos.

La hermana dolida.

Mitch roto. Porque creyó en una dulce damisela, en su teatro sensible, y después al descubrirla frágil y rota sólo supo ser cruel. Y eso duele.

Stanley, brutal. Como siempre. Porque a él no se la dan. Él arrancó a la hermana de la casa con columnas y la arrastró a Nueva Orleáns. Y ahora llega una cuñada loca para perturbar su vida cotidiana. Nunca respetó…

Cuando ella se vaya, todo volverá a ser como antes entre nosotros dos…

No, no volveremos nunca. No regresaremos nunca.

La hermana Stella siente la fragilidad de la hermana Blanche. No sabe cómo darla una mano. Pero tratará de estar a su lado lo mejor que sabe. Aunque el marido, al que desea con locura e irracionalidad, no la ayuda demasiado.

Blanche con la mente frágil y rota huye del hotel Tarántula y se va del brazo de un desconocido, un amable desconocido, que la respeta. Que quizá no la haga daño…

¿Qué has oído de mí?

Hace calor en Nueva Orleans.

Toca partida de Póquer. Se reunen en la caverna.

Blanche… deja su perfume barato, su rostro marchito, sus ojos que sufren y sus vestidos de telas delicadas.

Mentiras piadosas porque huye. Huye del daño, de la brutalidad, de la muerte, del paso del tiempo…

No puede crear un mundo mágico que la proteja.

Socorro, socorro, situación desesperada…

Y el bruto acecha, siempre acecha. Y golpea… y se enfrenta a ella frágil y sensible cuerpo a cuerpo. Sin dejarla huir. Sin dejarla respirar. No hay ningún respeto. Sólo el empleo de la fuerza. No podrá defenderse… porque Blanche ya está rota.

Se rompe un espejo.

Se rompen los sueños.

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Chéri (Chéri, 2009) de Stephen Frears

La última escena es la esencia de Chéri. El rostro inmóvil frente al espejo de Michelle Pfeiffer como la cortesana Léa de Lonval. Una mujer que sabe que queda poco para ser una belleza ajada. Y es que Frears homenajea el bello momento de una mujer madura absolutamente hermosa. Para ello vuelve a trabajar con Pfeiffer que ya fue su particular Madame de Tourvel en su celebrada adaptación de Las amistades peligrosas. Así la película es testigo de toda la belleza que encierra una mujer madura y la Pfeiffer a sus cincuenta y… años se muestra en el clímax de su belleza sin tener nada que envidiar a las jóvenes nuevas promesas muchas décadas más jóvenes.

Confieso todo mi cariño hacia la carrera de Frears que siempre depara sorpresas incluso en sus películas más denostadas como es el caso de la que nos ocupa en este post. Porque Frears que siempre se abre a nuevas historias y géneros crea siempre universos de personajes que deambulan entre la comedia y la tragedia como la vida misma. Es difícil no ver un ápice de humor en sus películas más dramáticas o un ápice de drama en sus películas más cómicas luego las adereza de género de época, de cine negro, de terror barroco o de comedia costumbrista. El bueno de Frears siempre suele fascinarme hasta en sus fracasos más sonados. Por ejemplo, siempre valoro una de sus aventuras americanas y estrepitoso fracaso, Héroe por accidente, porque Frears se acerca y roza a ese cine de antaño lleno de inocencia y crítica social que tuvo como mayor representante a Frank Capra. Héroe por accidente es una revisitación moderna de Juan Nadie, que dicho sea de paso tampoco fue el mayor éxito del director italoamericano.

Para su penúltima obra cinematográfica Frears adapta una obra de Colette (que no he leído) con el mismo título, Chéri. Así el director británico atrapa de manera desenfadada la Belle Epoque antes de la primera guerra mundial. Pero se centra tan sólo en esas mujeres que dedicaron sus vidas a ser amantes y a sacar sus fortunas de hombres poderosos, las cortesanas. Así se centra en la historia de Léa, una cortesana ya cansada de serlo que ve cómo se le escapa el tiempo y la cual presume de que nunca se ha enamorado. De la manera más sencilla e inesperada empieza una relación con el joven hijo de su antigua contrincante y ahora extraña amiga (las cortesanas no son admitidas en una sociedad hipócrita y su círculo de relaciones es muy limitado) al que ella apoda cariñosamente, desde que era un niño, como Chéri. Él es joven y hermoso, casi femenino, y tiene todos los defectos y todas las virtudes de un joven ocioso que valora vivir bien. Ambos de forma natural se meten en una relación de seis años y construyen una bonita relación que salta por los aires por las convenciones sociales. Su madre prepara una buena boda a Chéri con la joven hija de otra madame para que ambos vivan ricos y felices y sobre todo la proporcionen nietos. Chéri y Léa sabían o esperaban que esto ocurriese y siempre lo habían sabido despreocupadamente… cuando llega el momento ambos sufren una catarsis porque no luchan por mantener su relación, ya estable, sino que siguen los acontecimientos. Y ambos destruyen su relación y se quedan un poco más solos.

Frears nos cuenta la historia como si fuera un relato simple, como un pequeño cuento frívolo, donde un narrador nos va dando más información de la que vemos en pantalla…, empleando de manera correcta algo muy difícil, la voz en off. Pero nos damos cuenta que tras la frivolidad, tras los hermosos trajes, las bellas casas, los bonitos paisajes, las diversas camas…, Colette y Frears nos está contando un drama. Una historia de infelicidad. Una historia sobre el duro paso del tiempo. Sobre un amor que acaba a la fuerza. Sobre un rostro que pronto estará ajado… bello pero ajado.

Así Frears tras una película de apariencia simple, sencilla y frívola que pivota entre la comedia y el drama nos ofrece una velada y hermosa tragedia. Para ello no cuenta sólo con una ambientación que nos devuelve la Belle Epoque donde hombres y mujeres parecían despreocupados, unos vestuarios increíbles o unas casas y jardines de ensueño sino que se rodea de unos intérpretes que cumplen a la perfección con su papel. Todo envuelto en una dirección clásica, sencilla y efectiva donde lo que importan son los rostros, los momentos y las miradas. Por supuesto, su foco capta la relación en todos sus estados de Léa y Chéri (Rupert Friend) descuidando quizá la psicología de algunos personajes secundarios, no obstante, se puede disfrutar de la composición de la cortesana ya matrona con cara de Kathy Bates.

Además, Frears nos regala momento inolvidable con ese rostro fijo de Léa de Lonval, una mujer a la que el tiempo y su paso la hiere en lo más profundo mientras una voz nos narra el destino trágico y triste de un joven despreocupado que una vez la amó.

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El desprecio (Le Mépris, 1963) de Jean Luc Godard

Jean Luc Godard y sus continuos amoríos con el cine clásico. Surgen varios homenajes cinéfilos en El desprecio pero junto a las muchas virtudes que puedo resaltar del film y a pesar de que me encanta descubrir un montón de referencias sobre el séptimo arte también puedo mostrar mi desagrado hacia ciertos puntos. Y eso que El desprecio es un canto de amor al cine como arte y al trabajo del director.

De nuevo Luc Godard me enamora por la forma de rodar pero me exaspera en ciertos aspectos del contenido.

La película me enamora por la banda sonora empleada (del compositor George Delerue).

Por la belleza de la composición sobre todo en el plano secuencia del matrimonio conversando en su casa.

Pero antes de seguir con el elogio, me apremia contaros un defecto que no me dejó ni me deja tranquila. Exploto.

Me exaspera la pedazo mierda película que hace rodar a un real Fritz Lang haciendo de él mismo pero creo que no comportándose como era él. Y sí, me sale la vena barriobajera…, porque Lang nunca rodaría un rollo de película con unas figuras de cerámica gigantes con ojos pintarrajeados y unos tipos y tipas con caras raras y mal gusto.

Creo que el señor Lang tenía bastante carácter como para responder calmadamente a un tocapelotas productor maleducado.

Creo que el señor Lang tiene unas películas tan maravillosas que dudo rodara esa versión horrible y cutre sobre La Odisea que propone Godard en imágenes. ¡Qué horror!

El señor Lang era culto pero dudo que soltara esas parrafadas pedantes y con esa calma que suelta en la película de Godard. No, no y no.

Aunque me emociona cuando le veo aparecer por primera vez en la sala de cine o cuando en otras escenas está ejerciendo como director, dirigiendo.

Eso es lo que peor me sienta de esta película, El desprecio, que no tiene desperdicio alguno. El tratamiento del cine de Fritz Lang. Si yo hubiese sido Lang me hubiera pillado un cabreo monumental. Y eso que Godard lo ensalza como director a respetar y lo admira y mucho… Pero ¡qué imágenes de su futura película, qué imágenes! Seguro que su versión de La Odisea sería mucho más interesante y magnética, su interpretación en imágenes de la odisea de Penélope y Ulises más hermosas. No me cabe duda. Lo siento.

Después de este paréntesis de desahogo. Continúo con las virtudes de El desprecio y por las cuales disfruté muchísimo durante su visionado. Tenía tantas ganas de verla.

Otro motivo para ensalzarla: el papel de productor fanfarrón, chulo, despreciable… pero que hace y financia películas y que las mima a su modo. El hombre que humilla pero que también se muestra siempre tal y como es. No engaña. No les gustan las máscaras. Prefiere ir al grano. Directo. Y todo esto con la cara increíble de Jack Palance. Me encanta.

La historia de amor y desamor entre Camille y Paul u otra versión de Penélope y Ulises o un reflejo de la relación entre Godard y Anna Karina. Con los rostros de un Michel Piccoli con sombrero y una Brigitte Bardot hermosísima.

Me engancharon desde esa primera escena en la que ella totalmente desnuda, le va preguntando a un Paul ensinismado si le gustan sus piernas, su culo, sus pechos, sus ojos, su pelo… si la quiere entera.

Godard desde el principio nos dice que está rodando una película y que la cámara recoge su mirada. Así no hay títulos de crédito sino una cámara en travelling que sigue a un personaje femenino mientras la voz del director va diciendo el título de la película que es una adaptación de un relato de Alberto Moravia (y aquí Godard conecta y construye las interesantes relaciones entre cine y literatura) y va diciendo cada uno de los intérpretes y los técnicos…, y así yo sigo con la mirada lo que Godard me quiere mostrar y enseñar.

Y la obra tiene tres partes como algunas buenas historias. Un principio, con la presentación de los personajes y el conflicto de la trama: el principio del desprecio. Paul y Camille y un productor que será el origen de la discordia y del desamor de Camille que mirará de otra manera al esposo. Y ésta es una historia trágica como las que contaría el señor Lang donde sus personajes finalmente son vencidos por un destino… como no, trágico.

Una historia que tiene principio en unos estudios, en una sala de cine, en la casa de un productor. Y entonces continúa un desarrollo y Godard encierra a la pareja protagonista en su hogar inacabado como su historia. Un hogar que no se levanta sino que más bien se derrumba como la pareja. Y de nuevo acuden a una sala de cine para continuar con el desprecio. Con la incomunicación. Con las soledades.

Y un tercer acto en una Italia bella a la orilla del mar donde estalla el drama. La ruptura e incomunicación total de la pareja. La huída de Penélope digo Camille con uno de sus admiradores ante la falta de acción de Paul digo Ulises que deja marchar a la amada. Y el destino les golpea trágicamente a los tres. De manera inesperada. Y mientras Lang sigue rodando y su cámara mira al mar infinito. Abierto. Enorme.

Me gusta El desprecio. Lo bellamente rodada que está. Las escenas que regala. Y la cantidad de reflexiones que aporta sobre el arte y la creación y demás. Lo único que no comparto con Godard es que creo que Lang jamás hubiera rodado lo que le hace rodar o de lo que le hace autor en la película…

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Diccionario cinematográfico (141)

Violinista: persona que toca el violín. Personaje cinematográfico. El anciano Plutarco que toca su violín con mano inútil y es un virtuoso que ama la música y también abuelo que lucha contra las injusticias. El violín, pequeña película mexicana y poderosa.

Todo un clásico del musical: El violinista en el tejado, ese personaje silencioso que se deja ver en los tejados, siempre bailarín y tocando su melodía al violín, y que es hilo conductor de la historia del lechero judío Teyve y sus cinco hijas solteras.

Violinistas con cara de boxeadores. No podía faltar John Garfield y su personaje en Humoresque o un maravilloso William Holden en Sueño dorado, un joven que ama la música pero que consigue dinero rápido dedicándose al boxeo.

Violinistas egocéntricos. Inolvidable ese violinista insoportable, esposo de la pobre psiquiatra que representa Barbra Streisand y dura y divertidamente castigado por el rudo Nick Nolte, un entrenador de fútbol americano en horas bajas, nuevo candidato al corazón de la diva. El entrenador con traumas infantiles, sin embargo, tiene sensibilidad y anima al hijo de ésta que cuide su pasión por el violín y no se dedique plenamente al fútbol americano. Me refiero a la entretenida El príncipe de las mareas.

O esos gitanos rumanos que te hacen danzar y bailar con su música en las venas donde no falta nunca el violín en El extranjero loco. O esa maravilla de mediometraje que trata sobre un niño violinista y un trabajador con una apisonadora en el sensible trabajo de Andrey Tarkovsky en El violín y la apisonadora.

Y notas de violín se escuchan en esa historia de amor clásico entre un famoso violinista y una joven pianista (primer trabajo americano de una Ingrid Bergman que rueda el remake de su país de origen)… Intermezzo. El violinista es un elegante Leslie Howard.

O también el violín ilustra a veces una historia de venganza y admiración en esa versión de Milos Forman sobre la relación entre el prodigio Mozart y el más mediocre Salieri en Amadeus… los solos de violín y clavicordio de Mozart junto a su risa se encierran en la memoria.

Confieso mi emoción en una película reciente y su última escena interpretada por una joven violinista con el rostro de la actriz Mélanie Laurent. Se me cayeron las lágrimas escuchando la música de Tchaikovsky para violín. Me refiero a El concierto.

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