Ossessione (Ossessione, 1942) de Luchino Visconti

Ossessione es sumergirse en una obra apasionante. Dejaremos a parte la discusión de cuál es la fecha de nacimiento del neorrealismo italiano que se fija en el año 1945 con la proyección de Roma, ciudad abierta de Roberto Rossellini…pero especifiquemos que sí es cierto que Ossessione es el principio de algo en el cine italiano y en la historia del cine moderno. Visconti, que ha trabajado codo con codo con Renoir y al que admira profundamente, se empapa de cine y quiere mostrar todas las posibilidades del medio para transmitir. Es el mismo Renoir quien le proporciona el material para su primera película que se convertirá en una adaptación del libro de El cartero siempre llama dos veces de J. M. Cain. No olvidemos que también se apunta como orígenes del neorrealismo la forma de plasmar la realidad de Renoir sobre todo en Toni (1935) y recordemos que Visconti trabajó al lado del maestro francés.

La ópera prima de Visconti es un retrato a la italiana de una historia pesimista propio del cine negro (los americanos también harían su versión de la novela inmerso dentro del más puro cine negro) donde sus personajes trágicos están sujetos y dominados por un destino aciago. Pero el aristócrata rojo lo puebla de un realismo de las calles reconocible y de un costumbrismo contemporáneo a la Italia que el espectador conocía así como a la situación pesimista e histórica que estaban viviendo. Así logra que el espectador del momento entienda y se sienta totalmente identificado con los personajes, su conflicto y la realidad que viven.

El trío protagonista cumple cada uno con la función designada dentro de la historia negra. Y aquí me atrevo a apuntar que si la revelación o estado de shock se produjo en la versión americana con la aparición de una Lana Turner como peculiar femme fatale (revestida del glamour propio del género), aquí sin duda llama poderosamente la atención el primer plano del vagabundo que arrastra su suerte por los caminos y que se queda enganchado a la esposa enterrada en su propio destino gris. El vagamundos, el sin hogar que  camina sin rumbo, posee el rostro bello y masculino —objeto del deseo— del actor italiano Massimo Girotti al cual acompañamos por su laberinto e infierno al conocer a aquellos que le atraparán en una jaula más siniestra.

La mujer que ha evitado la pobreza y su destino de prostituta casándose con un hombre mayor dueño de un hostal y una gasolinera pero que se siente atrapada en una jaula de la cual no quiere huir…, de la miseria huye despavorida, tiene el rostro interesante por serio y herido pero a la vez sensual de Clara Calamai, siempre de negro. La mujer que encuentra en el sin hogar una salida a su situación de ahogo aunque lo que finalmente parece que consigue es volver a encerrarse a una historia fatídica y negra como sus ropas. Ella no ve posibilidades de huida y libertad sino mejoría en su cárcel particular.

El tercero en discordia es el marido mayor, la víctima sin quererlo de la pasión de los amantes. El hombre simple y primitivo, instintivo, que ha sacado a la esposa del arrollo y es una más de sus posesiones. El que vive el día a día inconsciente de lo que se cuece en el hogar. La pieza prescindible del triángulo que se afianza. El hombre repudiado cuenta con el rostro de Juan de Landa, un actor de vida interesante que fue de esos españoles de primera hornada que dieron su salto a Hollywood en la época de la incorporación del sonoro para ser protagonista de esas producciones dobles que se realizaban en castellano (cuando todavía no se había descubierto el doblaje). Dicen que estuvo particularmente magnífico (aunque nunca he podido comprobarlo) en una versión que realizó de El presidio.

Visconti ya empieza con su dirección elegante y con el cuidado obsesivo en la ambientación y realización de sus obras. Así los personajes se mueven en escenarios bien reconocibles y cuidados. Con ellos vemos cómo es un hostal desarlatado que sirve también de hogar de los protagonistas y sentimos el calor de la zona. El bar con sus mesas y barras, cómo es el comedor o el dormitorio de la pareja —donde culmina la infidelidad—, cómo es un tren de tercera, cómo eran aquellas pensiones italianas donde se alquilaba un cuarto con cama, cómo era un recinto ferial o aquellos bares donde se celebraba todo tipo de concursos —en este caso uno de canto lírico aprovechando las dotes de Juan de Landa— o cómo podía ser un día en el campo o dejarnos pasar al interior del despacho de una comisaría. Aparecen también el medio de transporte por excelencia en los años cuarenta en esa Italia que se derrumba, la bicicleta o aparece el imprescindible cura como personaje de la trama.

El director ya permite vislumbrar esas soluciones cinematográficas y dominio del lenguaje visual que se fija en el detalle y ese amor que siente por sus protagonistas o cada uno de los personajes secundarios. Y sabe impregnar la película, de principio a fin, de un pesimismo agobiante. No deja un respiro de esperanza a los protagonistas a los que agobia siempre con sus obsesiones y malos pensamientos. El único respiro se lo da a los dos amantes en un espacio abierto, tumbados en la arena de la playa, cerca del mar, cuando por fin ambos ven una salida y un motivo que expíe sus pecados. El momento en que ambos deciden huír de esa cárcel metafórica en la que se encuentran angustiosamente encerrados. Sólo es un respiro. Pronto nos damos cuenta. A los amantes les espera un destino contra el que no pueden luchar que quiebra su redención.

Y dentro de ese realismo, Visconti enfrenta a sus personajes con momentos todos identificables, los bailes, los cantos, los momentos de juego y descanso…, una Italia que vive y que es reconocible por el que ve la película en el momento de su estreno. Ossessione es una película que atrapa tanto por cómo viven sus personajes como por la trama que cuenta. No tengan duda disfrutarán de este joya en bruto.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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