Como ella sola (In this our life, 1942) de John Huston

Por algo se dice, la verdad es que Bette Davis, de mala malísima o mujer con muchísimo carácter y sin importarle mucho asuntos morales o convenciones sociales o el que dirán, como prefieran, está siempre que se sale. En una película ya la llamaban la loba o la fiera, da igual. Con sus enormes ojos, su cara de ira, y sus personajes complejos hacía saltar chispas en las pantallas de los treinta y cuarenta. No la quedaba mal ser buena chica…, pero si era mala, el público la adoraba.

Y así ocurre con su perverso personaje de joven amoral en una olvidada película del director de los perdedores, John Huston, entre El halcón maltés y El tesoro de Sierra Madre, rodó este melodrama tremendista hasta los extremos más oscuros.

Huston rodeado de reparto fantástico, compositor mágico, guionista eficiente y novela de éxito para drama entre los dramas realiza una historia fuerte que aún hoy tiene fuerza. Y lo que son las cosas, los personajes que más embaucan, que por ellos no pasan los años, y aún hoy enganchan, son los más retorcidos.

Los buenos, realizan bien su trabajo (y hay alguno como el padre de las hermanas que te lo comerías a besos por lo tierno que parece)…, pero si sólo hubieran estado ellos más de un bostezo hubiera salido de los espectadores. Ahí están, magistrales, una Davis con sus tics temperamentales más desarrollados, ¡¡¡cómo la queremos de hija de su madre (que escribiendo me vuelvo algo fina)!!! y un Charles Coburn, grande, inmenso, como ese tío millonario que arruina a los seres queridos, racista y clasista pero eternamente enamorado de su sobrina más amoral… Dos personajes desagradables que se comen la película y como eran aquellos tiempos reciben su castigo… pero en ambos no hay asomo de arrepentimiento. Sólo temen que se les vaya la vida intensa.

La Davis siembra desgracia por donde pasa. Destroza la vida de su hermana (una eficiente Olivia de Havilland —ella no decepciona—), de su padre, de su madre enferma y neurótica, de su prometido, de su amante (¡¡¡el esposo de su hermana!!!¡¡¡Qué escándalo!!!), de su tío millonario, de una madre y una hija que sólo cruzaban tranquilamente una calle y también de una madre e hijo negros, a él le acusa de un grave acto que ella ha cometido y no le importa romperle su futuro en mil pedazos mientras ella pueda construirse la vida que quiera. Vamos, que la Davis no tiene desperdicio.

Otro hecho relevante de esta película es que habla sobre temas raciales y sobre la situación de los afroamericanos y además toma postura. Deja claro que en aquellos tiempos era muy complicado que un afroamericano pudiera alcanzar determinados puestos de trabajo o que pudieran prosperar económicamente. También plantea cómo son tratados de distinta manera ante la ley y siempre, seguro, se llevaban la peor parte. Ahí está la gran Hattie McDaniel. La película denuncia que esta situación es injusta.

Melodrama, con mucha música, mucho sufrimiento y unos personajes que no se olvidan…

Jean Simmons

Jean Simmons es un bello recuerdo. Cara dulce que esconde secretos, mujer de otra época —corrió peligro en encasillarse en papeles de otros siglos—, actriz seria que cuando tuvo buenos papeles brilló con luz propia. Leyenda viva, las nuevas generaciones quizá la recuerden poco o quizá sólo conozcan sus papeles de dama mayor en famosas series de los años ochenta. Jean Simmons fue toda una promesa-estrella en el cine británico cuando era adolescente. Después dio el salto a Hollywood y su presencia siempre presagiaba algo interesante. Cara dulce que esconde un alma oscura, capacitada para la intriga, el drama o la comedia, no tenía miedo a enfrentarse a diferentes roles. 

Esta actriz de cara tierna se casó primero con Stewart Granger, actor aventurero, y después con el director intelectual Richard Brooks. Los amantes de la sala oscura y la pantalla blanca, la recordamos siempre con cariño y nos atrajo en no pocas ocasiones. Sus primeros papeles ya prometían: joven niña rica y orgullosa Estella en la adaptación cinematográfica de la novela de Dickens, Grandes esperanzas, de la mano del director David Lean. Simmons ya se mostraba como jovencita con cara de ángel pero de personalidad compleja. Cadenas rotas (1946) la elevó al estrellato. 

Sensual, misteriosa y atractiva nativa en película extraña pero atrayente sigue abriendo camino a la joven Jean. Se trata de esa joya que se llama Narciso negro (1947) sobre unas monjas absorbidas por la sensualidad en el Himalaya.  Pero su gran oportunidad llegó en 1948 y lo que le abrió las puertas definitivamente en Hollywood fue su sensible recreación de la joven Ofelia en el Hamlet de Laurence Olivier. Simmons creo una delicada Ofelia que pierde la cordura al no entender la complicada personalidad y las tramas del príncipe de Dinamarca. Con su cabellera rubia consiguió nominación al Oscar y su entrada al cine del otro lado del charco. 

Sin embargo, ahí la vieron como dama de época. Que cautivó a un montón de espectadores en grandes superproducciones donde además de hermosa, interpretaba. Así la vemos en Androcles y el león (1952), La reina virgen (1953), La túnica sagrada (1953) o Sinuhe el egipcio (1954). Sólo un director la sacó de otros siglos y aprovechó su lado moderno, oscuro, en la magnífica película de cine negro Cara de ángel (1952) de Otto Preminger donde la Simmons se convierte en mujer fatal que arrastra a un Robert Mitchum que acata su destino. Y ahí, en esa película, tiene puesto de honor en el Olimpo de los actores. Con Marlon Brando hizo buenas migas en la producción romántica Desirée (1954) donde ella era la mujer que trata de domar a un Napoleón desatado. Así que los dos no tuvieron problema alguno en tirarse a la piscina y protagonizar un musical de éxito en las manos de un director especialista en otros géneros, el gran Joseph L. Mankiewicz. Y la jugada no les salió nada mal, aunque en el momento no se viera Ellos y ellas (1955) cada vez gana más adeptos (yo una de ellas). Me encanta esa atípica historia de amor entre una dama del Ejército de Salvación y un caradura jugador. Wyler, el rey del drama, requiere sus servicios en la epopeya Horizontes de grandeza (1958). 

Su gran año fue sin duda alguna 1960 donde estuvo mágica en tres inolvidables películas. Después, no volvió a brillar con tal intensidad hasta que volvió a ser popular por sus trabajos en televisión en los años ochenta. El gran año le trajo El fuego y la palabra de Richard Brooks donde estaba absolutamente magnífica como la complicada hermana Sharon que se une a un caradura predicador con rostro de Burt Lancastes. Ambos mueven a las masas. Es una película maravillosa y escalofriante. Y Simmons es grande. 

También se pasa a la alta comedia junto a otra gran actriz británica, Deborah Kerr. Y ambas con dos galanes de excepción: Cary Grant y Robert Mitchum. Se trata de la olvidada Página en blanco. Y de nuevo vuelve a brillar en otro papel de cristiana, en otra película de época, ella es la esclava que vive junto a otro esclavo bravo, Espartaco. Junto a Kirk Douglas muestra su rostro más dulce y hermoso como Varinia. El romanticismo trágico hace inolvidable a una Simmons sensible. Kubrick también sabía filmar escenas de amor. 

Siguió trabajando pero no con el eco de las películas precedentes. Su esposo, el director Richard Brooks volvió a dirigirla en película triste, Con los ojos cerrados (1969), fue nominada de nuevo a los Oscar (como en Hamlet) pero no lo consiguió. Después se volvió un rostro popular de la pequeña pantalla con sus papeles en series míticas como El pájaro espino o Norte y Sur. 

Jean Simmons fue la dama que hizo suspirar a muchos, la mujer elegante, etérea y bella, de otro mundo, de otra época; la chica de los sueños que podía ser perversa aunque tuviera cara de ángel…

Diccionario cinematográfico (86)

Nieve: atrapada en la nieve pero en paisaje inolvidable —ya de feliz regreso— me vienen a la mente momentos de nieve en el mundo de ficción. Tras la pantalla blanca.  

Inolvidable. 

Nunca olvido, y le nombro unas cuantas veces, a George Bailey, corriendo en la nieve. 

Nieve y terror pueden ir unidos de la mano, ¿o alguna vez olvidamos a un Jack Torrance, congelado? 

O cómo Eduardo Manostijeras se enamora mucho más de Kim Boggs cuando ve los copos de nieve que caen en su cabello. 

Quizá sólo el cielo lo sabe, cuando miran un paisaje nevado y frío, el amor que une a Cary y a Ron…, y también lo que los separa.  

Sólo Douglas Sirk podía presentar la dureza de la guerra bajo la nieve, y la mano de un soldado inerte, porque hay tiempo de amar y tiempo de morir. 

El poeta Ray también rueda en ambiente invernal rodeado de nieve para recordar los dientes del diablo en el rostro curtido de Anthony Quinn. Por ahí también sentimos las huellas de Jeremías Johnson. 

Charlot también pasa frío en la nieve, tras la quimera de oro… 

 

Nick Nolte, príncipe de las mareas

Sin ninguna duda El príncipe de las mareas es Nick Nolte.

Hay películas que se identifican con un actor.

Y la que nos ocupa tiene rostro curtido, rubio, de ojos azules.

Entrenador, vital, que trata de reirse continuamente, que trata de ser sarcástico, un hombre de campo, un hombre del sur, que toda su vida se ha tragado las lágrimas, que toda su vida ha guardado secretos que le destrozan por dentro…, aunque no quiere ser derribado.

Un hombre que siente que cae por un tobogan pero quiere mantenerse a flote. A toda costa.

Un hombre que todavía trata de querer…, pero tiene un tapón en su interior. Un hombre que no quiere que el odio le coma el alma.

Un día se convierte en la memoria de su hermana suicida.

Tiene que contar su vida a una psiquiatra judía con cara de Streisand. Ella es Lowenstein. Es una mujer con ojos tristes que le escucha y le destapa. Que le deja libertad para que llore sin parar en su regazo.

Ella es Lowenstein. Él logra abrirse y contar lo que le destroza por dentro.

Lowenstein le pregunta, triste, si él quiere más a su esposa. Y él la mira y le dice que no es cierto, sólo que a su esposa la quiere desde hace más tiempo. Que no se equivoque. Y es una declaración preciosa.

El príncipe de las mareas es Nick Nolte y por él hay escenas inolvidables.

La colina del adiós (Love is a Many-Splendored Thing, 1955) de Henry King

A veces una melodía o canción es más recordada que la película en sí. Cuando uno ve La colina del adiós sabe que la banda sonora de Alfred Newman la ha escuchado más de una vez. Esa música es la melodía que acompaña a los protagonistas y describe su enamoramiento.

La colina del adiós tiene todos los elementos de una película de Hollywood de los años cincuenta. Y los reúne sin pudor en una historia melodramática de romanticismo extremo. La formula funciona. Siempre funciona.

Primero, una novela atractiva, en este caso autobiográfica. La película adapta una de las obras de la doctora Han Suyin. Segundo, en el reparto se busca a dos estrellas cinematográficas y de moda del momento. La siempre dramática Jennifer Jones (reconozco que esta actriz me da cierto repelús. No me inspira simpatía. Sin embargo, en esta película logra estar bella aunque para mí siempre fuerza su sonrisa y repite ciertos tic que empequeñecen sus interpretaciones. ¡¡¡Me encanta la ropa que lleva en historia!!!, por dar un toque frívolo a estas líneas) y el maravillos y siempre efectivo, como os conté ayer, William Holden de hombre encantador. Tercero, un director clásico y artesano acostumbrado a realizar buenos dramas, Henry King. Cuarto, como he dicho antes una buena banda sonora. Quinto, una ambientación adecuada, unas casas o restaurantes llamativos, un vestuario de quitarse el sombrero, fiestas, buenas formas, algún tema escandaloso, muchos besos y por supuesto no pueden faltar las lágrimas…, y así prodría enumerar cientos de elementos que hacen que la fórmula funcione.

La colina del adiós se ve con gusto, expone varios temas y es una película del momento pero varios ingredientes y tramas se siguen empleando en historias que son llevadas en la actualidad (¿No recuerdan Íntimo y personal quizá el final de Robert Redford les recuerde algo al de William Holden?). Por supuesto, en una película que transcurre en Hong Kong y que de fondo toca el tema de la guerra de Corea y ¡¡¡en los años cincuenta!!!…, no podía faltar el tema del comunismo. ¡¡¡Cómo eran los comunistas en aquellos años en Hollywood!!! Desequilibraban todo y se convertían en la causa indirecta y de destino fatal que hace que una doctora euroasiática y un reportero norteamericano no puedan culminar su historia de amor.

Otro tema que expone es el choque entre Oriente y Occidente y el colonialismo. Interesante debate. E interesante la historia de amor interracial. Sin miedo a los obstáculos (aunque ella, en un principio pone más frenos y él siempre lo tiene claro). Choque entre culturas y formas de vida pero la doctora y el reportero y algunos amigos muestran como puede ser posible el encuentro y la convivencia.

Por último, un melodrama romántico no puede ser de otra manera si no deja momentos cinematográficos. De los que se recuerdan. Y en esta película, los hay. Ese encuentro en la playa y esa forma de encenderse los cigarrillos que nos habla de beso apasionado. Las tres veces que la pareja oye la melodía que les hace siempre bailar. Las continuas menciones a la luna, a los buenos augurios sobre su historia, las mariposas en el hombro del amado, el adivino que les depara años y años de estar juntos, las despedidas en precisamente la colina del adiós…, y las cartas de amor.

La colina del adiós es un claro ejemplo de melodrama romántico de éxito en los cincuenta. Y como veis tiene todos los ingredientes. Disfrutad con Holden y, porque no, con la sufrida Jones, también… porque love is a Many-Splendored Thing.

William Holden

William Holden es un actor al que tengo gran cariño. Varias de sus interpretaciones me enamoran. Siempre estuvo ahí. Desde los años treinta hasta principios de los ochenta. Nunca fue considerado una gran estrella, pero siempre era un actor con el que se podía contar. Debido al sistema de estudios protagonizó un número elevado de películas que han pasado al olvido y en sus primeros años fue desaprovechado. Sin embargo, hubo directores que se cruzaron por su camino que le regalaron personajes inolvidables.  Para mí tiene un sitio más que destacado en el Olimpo de los actores. Es uno de los mil rostros en la oscuridad que en la pantalla dejó su rastro. Holden es un actor que no puede caer en el olvido. 

Sus inicios fueron prometedores con dos papeles de jóvenes vitales, y bellos, que auguraban una década de los cuarenta inolvidables. No fue así. Protagonizó un montón de películas de todo tipo de géneros pero no encontró su sitio. Estos dos primeros papeles, sin embargo, apuntaban su oficio como actor: Sueño dorado (1939) de Rouben Mamoulian y Sinfonía de la vida (1940) de Sam Wood. En la primera era un boxeador que encuentra este camino rápido para conseguir dinero y un nivel social pero que en realidad quiere ser violinista y en la segunda era uno de los habitantes de una pequeña ciudad de principios del siglo XX. 

Tuvo que cruzarse en su camino Billy Wilder para demostrar a los estudios y al público que Holden era un actor a tener en cuenta. Y 1950 fue el año de su renacimiento como estrella gracias a dos películas muy distintas entre sí pero grandes. Por una parte, una comedia y por otra uno de los grandes dramas de Wilder. 

¿Quién no se enamoraría del cínico e inteligente profesor que despierta la curiosidad al conocimiento a la rubia tonta del gángster? Ésa es la premisa de la sencilla pero eficaz Nacida ayer de George Cukor. Una película al servicio del gran descubrimiento del momento: Judy Holliday. Holden no queda oculto en su interpretación. Es el profesor más atractivo y sobrio del momento. Sus gafas pasaron a la historia del celuloide como elemento sexy. El actor da muestras de su saber hacer en la comedia. 

Wilder le da el papel del año, el guionista gigoló que vive una complicada relación con una estrella del pasado, del cine mudo, con cara de Gloria Swanson. Y Holden está brillante como esa víctima caradura y perdedor que no tiene la oportunidad de alcanzar el éxito y su sueño en un Hollywood dorado en la magnífica El crepúsculo de los dioses. Al contrario es engullido por la parte oscura del mundo de los sueños. 

Su carrera toma otros derroteros y así intercala drama y comedia con los mejores directores del momento y siempre junto a grandes y bellas actrices. Así Wilder le sigue dando maravillosos papeles en años sucesivos (1953 y 1954): Traidor en el infierno (que le da el oscar) en un papel oscuro como prisionero de guerra del que todos dudan o como millonario caprichoso e infantil en una de las grandes comedias románticas protagonizadas por Audrey Hepburn, me refiero a Sabrina. 

En esos mismos años protagoniza una comedia que en su momento dio mucho que hablar por los enfrentamientos del director Otto Preminger contra la censura: La luna es azul y también el melodrama que dio el oscar a Grace Kelly, La angustia de vivir. 

Sin embargo, llega el año 1955 y Holden se transforma en el galán maduro por excelencia, el hombre que hace suspirar y que vive tórridos romances con las actrices de moda del momento. Las mujeres y los hombres suspiraron en su recreación de vagamundos libre y atractivo que revoluciona una localidad americana con su única presencia: Picnic. Su sensual baile junto a Kim Novak y su torso desnudo todavía hoy provoca suspiros. 

Los estudios empiezan a colocarle entonces en melodramas tórridos para deleite de las damas, aunque algunos no salen muy amenos, como La colina del adiós o Los puentes de Toko-Ri. David Lean vuelve a darle un papel de los que hacen historia y nadie olvida su papel de héroe en la fantástica película bélica El puente sobre el río Kwai (1957). Ahora es héroe de dimensiones épicas y claro eso no pasa desapercibido por el rey del Oeste, John Ford, que le da papel protagonista en Misión de Audaces. 

Aparece en escena ese extraño y desconocido director que es Richard Quine de filmografía curiosa y da a Holden dos papeles: uno de ellos me encanta, otro me deja más fría pero no deja de ser una película extraña (como casi todas las de este director de estética especial y que se enamoró locamente de Kim Novak para la que realizó cuatro películas). Creo que ya lo he dicho alguna vez pero convendría recordar y reivindicar El mundo de Suzie Wong, un melodrama sobre los amores de un pintor maduro y bohemio y una joven prostituta china en Hong Kong. La otra es una fallida pero curiosa comedia junto a Audrey Hepburn, Encuentro en París, sobre las dificultades de un guionista para dar forma a un guión. Ambas películas son de los sesenta. Al final de esta década otro duro y violento western vuelve a ponerle en su lugar. El director Sam Peckinpah sobrecoge a todos en Grupo Salvaje y uno de los protagonistas no puede ser otro que Holden. 

Durante todos los años setenta deja su huella en películas con mejor o peor destino. Se sube al carro del cine de catástrofes o de terror y consigue grandes éxitos (ahí están El coloso en llamas o La maldición de Damián). El prestigio como actor continúa con una película que llamó la atención de la crítica, Network del eficaz Sydney Lumet y por supuesto, el gran Wilder, ahí seguía, para darle un nuevo papel en la penúltima película del realizador, Fédora. 

William Holden cautivó y cautiva…, sólo basta con acercarse a unas cuantas de sus obras. Al chico dorado con manos de boxeador y violinista, al guionista gigoló que encuentra su irónica muerte en una piscina, al duro y egoísta preso de guerra pero con mejor fondo de lo que piensan algunos compañeros, al atractivo profesor con gafas que ni una vez se ríe de la ignorancia de la alumna —es más se enamora de ella—, al maduro pintor bohemio atraído por mundos orientales…

Corazones rebeldes

El espectáculo debe continuar… ésa es la máxima del coro Young@Heart, un coro formado por pensionistas residentes en Northampton, Massachussets. Un grupo de abuelos cuyas edades oscilan entre los 75 y los 93 años que transmiten una increíble pasión por la vida. Todo lo viven con una intensidad envidiable es algo que se transmite en cada minuto de este documental emocionante. El director Stephen Walker los acompaña durante siete semanas mientras ensayan las canciones para un nuevo espectáculo que llevarán a los teatros.  

Los ancianos acuden día a día y son un grupo vital que no se rinden ante nada, su director de coro es Bob Cilman, hombre apasionado por su trabajo y que consigue un tratamiento profesional de cada una de las canciones. Bob trata sus espectáculos con la seriedad y el cariño que se merece, un hombre que exige y que respeta a cada uno de los miembros de su coro. 

El documental inserta videoclips de las canciones del coro, entrevistas a algunos de los miembros, visitas continuas a los ensayos y recoge dos actuaciones del grupo: una ante unos presos y otra durante el estreno del nuevo espectáculo. 

Cada frase de los abuelos, no tiene desperdicio. Y las canciones te hacen sentir, cantar y bailar. Son rock and roll en potencia: Should I stay or should i go?, Stayin’ Alive, I Wanna be sedated, I feel good, Forever young, Fix you, Yes we can can… 

Ayer, yo en la sala de cine reía a carcajadas, cantaba y lloraba. El documental sobre personas mayores que mantienen el espíritu joven y activo y que valoran cada minuto que viven, con intensidad. Gente que no pierde la capacidad de apasionarse, de sentir nuevas experiencias, de conocer gente, de compartir…  

El documental no evade el tema de la muerte y lo trata con una sensibilidad tan real y cercana…, durante el rodaje murieron dos de los abuelos y es tan hermoso ver que no se rinden nunca y sobre todo como los compañeros sienten su ausencia pero a la vez saben que ellos querrían que el espectáculo y el coro continuaran. 

Sobre todo son hermosas las palabras de la más mayor de las abuelas, una mujer vital de 93 años, que sabe que es algo que tiene que pasar. Ella dice que deben continuar porque cuando a ella le pase así lo quiere y nos dice a todos que estará subida a un arco iris mirándonos… 

Ellos llevan con una energía a prueba de bomba todo lo que les viene: falta de memoria, equivocaciones, enfermedades…, y el coro les da vida. Pase lo que pase no faltan a un ensayo. 

Cada una de las escenas y momentos contiene una emoción intensa. Un momento bello es cuando acuden a un centro penitenciario a cantar y observas su alegría y vitalidad y la cara de cada uno de los presos. Que se emocionan y disfrutan. Me encanta cuando uno de los penitenciarios, al final del concierto, saluda y abraza con cariño a una de las abuelas, y comenta que es el mejor concierto al que ha asistido nunca. 

El concierto donde se estrena su nuevo espectáculo es potente porque ahí están todos realizando un trabajo contagioso y profesional, transmitiendo mucho: vida, energía y buenas canciones.

Los vividores (McCabe and Mrs. Miller, 1971) de Robert Altman

Sin duda esta vez no se acercaron mucho a un buen título en castellano, McCabe and Mrs Miller es una película de 1971 y plenamente inserta en la segunda era dorada de cine americano. Aquella época empezó en 1968. Nuevos directores y actores, cambios en la industria, otra forma de hacer cine dieron a los años setenta una nueva panorámica donde se produjeron películas con otros aires.

Algunas han caído en el olvido, otras se han convertido en clásicos. Uno de esos nuevos directores fue Robert Altman que en esos momentos estaba probando el éxito que supuso MASH. Y uno de los actores más activos en este periodo como actor, director, productor…, y mucho más fue el inquieto Warren Beatty (una de las primeras películas que se inscriben en este periodo es, por supuesto, Bonnie & Clyde. Con esta película se veía que algo nuevo se estaba cociendo y que el lenguaje cinematográfico daba para mucho, mucho más).

Por supuesto, es un periodo que me interesa y apasiona y muchos de los directores y actores de ese momento (muchos de ellos aún en activo y otros ya desaparecidos) son los artífices de películas que forman parte de mi imaginario cinematográfico. Uno de los libros más interesantes sobre este periodo es Moteros tranquilos, toros salvajes de Peter Biskind (Anagrama), el autor habla de la generación que cambió Hollywood y es un análisis exhaustivo donde escribe tanto lo bueno como lo malo.

Este fin de semana he visto por primera vez esta película protagonizada por Beatty y Julie Christie que son los personajes que dan nombre a la cinta. Y su visionado me dejó dos sensaciones: melancolía y tristeza y, por otra parte, que estaba viendo imágenes cinematográficas de una belleza formal increíble. Me envolvió el ambiente de ese lejano y realista Oeste donde se vive una vida dura y el tiempo es lento en un paisaje nevado y desolador pero a la vez hermoso. Una ambientación que te traslada a un periodo que sabes que está terminando y todo aderezado con las notas y la voz de un triste pero siempre maravilloso Leonard Cohen.

Me dejó una tristeza absoluta esos dos personajes, perdedores ambos, pero tiernos. No hay futuro para ellos. Y se sabe desde la primera escena. Ni siquiera hay posibilidad de un amor del viejo western entre el jugador pistolero y la puta pragmática de corazón de oro. Beatty, con ese enorme abrigo de piel, esa vitalidad inocente, pero esa capacidad de perdedor que no abandona al personaje que es devorado ya por otra época y otros sistemas donde ni los pícaros tienen hueco, un capitalismo que se va volviendo salvaje y fagocitador. Enseña su diente dorado, bebe su whisky con huevo crudo, quiere llevar su negocio como sólo él sabe —y la labia ya no lo es todo— y como buen héroe del oeste se queda solo ante el peligro sólo que nadie acude a echarle una mano, ni su puta, ni sus conciudadanos. En el último momento, se convierte en el héroe que nunca fue…, ¿pero de que le sirve? No hay testigos. Ni él mismo.

Ni siquiera a McCabe le dejan vivir plenamente ese amor tierno que siente ante su socia la prostituta Julie Christie. Mujer hermosa, pragmática, inteligente en los negocios pero que no deja un hueco para el amor, demasiado desencanto. Mrs Miller mira con ternura al jugador-pícaro-perdedor, su realismo le hace ver que McCabe está terminado antes de tiempo, no puede hacer nada. Ella prefiere ocultar su desencanto aspirando opio para olvidar y desengancharse de un mundo que sabe sucio.

El amor apenas está presente en esta historia, que es fría, sin embargo, McCabe tiene una escena en solitario cuando se prepara para convertirse en héroe sin testigos, donde realiza una hermosa declaración de amor. En soledad. Esa prostituta le rompe el corazón, si alguna vez dejaran el dinero de por medio, si no fuera con más clientes, si ella le mirara dulcemente, si él pudiera tocarla y abrazarla siempre…

Es un pueblo árido, con habitantes duros que trabajan en la mina, con una taberna y una iglesia sin terminar. Cuando llegan McCabe y Mrs Miller, el pueblo gana otra taberna casa de juegos con un burdel bien regentado y prostitutas profesionales y unos baños. Todo pasa como en un sueño de opio, a base de imágenes hermosas, silencios y miradas. Es tiempo de perdedores y en la película nadie gana.

¿Me gustó? Digamos que me hipnotizó, incluso con su frialdad, algo así como me pasó con Días del cielo, 1978, de Terrence Malick. Son películas para ver tranquilos y dejar que tus ojos absorban sus imágenes, sus ambientes, sus miradas, su música, su violencia y a la vez cuentan con momentos hermosísimos visualmente y podemos una y otra vez descubrir los mil y un significados de historias llenas de silencios.

McCabe ama a Mrs Miller. En la soledad de un cuarto. Mrs Miller quizá también le ama pero prefiere huir de un hombre que sabe será engullido por un sistema que avanza sin piedad alguna. Ella encuentra la paz en un salón de opio. Simplemente, se va, se evade.

Diccionario cinematográfico (85)

Cine judicial: Toc, toc, toc, silencio en  la sala. Jura decir toda la verdad y nada más que la verdad, Juro. Un juez, el abogado defensor, el fiscal, los miembros del jurado, los testigos, el acusado… Silencio en la sala, comienza el juicio. 

Una bella acusada, un asesinato y un abogado enamorado (El proceso Paradine). Un abogado cansado pero perro viejo, su amigo alcohólico que le aporta pruebas del caso, un caso de violación y unas bragas escandalosas como prueba irrefutable del juicio (Anatomía de un asesinato). La guerra de sexos, un caso de malos tratos y machismo, una abogada y un fiscal casados que casi rompen su costilla de adán. El horror del Holocausto, los terribles testimonios de los testigos, un acusado consciente de la maldad que ejerció, un juez siempre asombrado, un fiscal con ambición… (Vencedores o vencidos). Doce miembros de un jurado con ganas de irse a casa y dejar de pasar calor. Uno de ellos siembra la duda. La tarde será larga (Doce hombres sin piedad). Un abogado íntegro que siempre trata de descubrir el lado justo, siempre muestra su apoyo a las causas en las que cree, sólo ante todos y a veces cansado, un abogado que cree que los derechos y deberes son iguales para todos… aunque sabe que en la práctica tiene todas las papeletas para perder. El amor hacia sus hijos, sin embargo, le hace cerrar los ojos a rígidas leyes (Matar a un ruiseñor). Un hombre capaz de defenderse a sí mismo y de expresar su libertad como artista y arquitecto (El manantial). Un linchamiento, la presunción de inocencia salta por los aires, una venganza, todo un pueblo juzgado… (Furia). 

 

Una abogada de oficio agotada, un sin hogar acusado al que nadie cree, un asesinato horrible y un miembro del jurado muy espabilado (Sospechoso). Una abogada descubre el horror nazi a través de la defensa que realiza para salvar la figura de su padre (La caja de música).  Una mujer contra todos, un juicio, el descubrimiento de una verdad (Erin Brockovich). Un error médico, unos familiares que esperan justicia, un abogado desencantado y acabado que ve una oportunidad… (Veredicto final).  A veces tras una firma de abogados, se esconde el infierno (Pactar con el diablo). Un monaguillo asesino con dos caras, un abogado de prestigio capaz de todo por ganar, un juicio escalofriante (Las dos caras de la verdad). Una acusada, con la cabeza en otro sitio, y la de su marido en una sombrerera, que deja ver una larga historia de humillaciones y golpes (Locos en Alabama).

El trompetista (Young man with a horn, 1950) de Michael Curtiz

Como siempre os digo sorpresas depara el cine. Si ayer hablaba de una película que unía cine y jazz, hoy os hablo de otra que me ha sorprendido gratamente y con el mismo tema de fondo.

Ayer, os confieso, que eché unas lagrimillas, sobre todo porque me enterneció hasta decir basta el personaje Art Hazzard interpretado con sensibilidad y maestría por el actor puertorriqueño (y de vida muy interesante) Juano Hernandez.

La película es una adaptación de una novela y está inspirada en la historia de un músico de jazz real, Bix Beiderbecke, que murió a los 28 años aquejado por su dependencia al alcoholismo.

El trompetista es una película donde se unen cinco personajes que escenifican la amistad, la pasión por la música, la dependencia al alcohol… y es un drama que atrapa totalmente.

La película empieza con otro personaje enternecedor que nos cuenta en primera persona la historia del trompetista Rick Martin. El personaje se llama Smoke, es pianista, ama la música y es el gran amigo y apoyo de Rick. El personaje tiene el rostro de un músico de jazz real que hizo también varios papeles para el cine: Hoagy Carmichael (además trabajó en la vida real con Bix Beiderbecke).

Nos cuenta, de manera preciosa, a mí me llegó, la infancia solitaria de Rick, huerfano, que encuentra en la música su pasión y tabla de salvación. El niño se queda ensinismado con la forma que tiene de tocar el músico negro Art Hazzard. Siempre que puede le espía, entusiasmado, en el local donde toca. Hasta que un día Hazzard le hace pasar y se convierte en el mentor y maestro del niño que está totalmente dotado para la música. Hazzard le transmite toda su sabiduría. Cuando Rick (magnífico Kirk Douglas en primeros papeles protagonistas) ya es un joven, siempre introvertido, Hazzard se despide de él porque le han contratado en Nueva York y le aconseja que no se encierre en sí mismo, que viva, que busque si lo que realmente quiere es ser músico, le advierte que es una profesión dura, le habla de su experiencia y vida…

Pero Rick se siente seguro con su trompeta, siente la música, y con ella se siente completo y comienza su andadura profesional. Ahí es cuando conoce a tres personas fundamentales: el pianista Smoke, la cantante Jo y a Amy.

Las dos mujeres son claves fundamentales para este drama. Jo es una artista sencilla y encantadora con muy buena voz que entiende la personalidad de Rick y su pasión. Y la respeta profundamente. Cree en él y nunca le abandona. Ella es una Doris Day perfecta cuando todavía no era la reina de la comedia ni la virgen de américa. La otra, Amy, es quien desvía a Rick de su camino, le hace vulnerable, le separa de su pasión y descubre su personalidad dependiente, con ella cae en el alcohol, ella destapa su débil carácter carente de afecto. Amy tiene el rostro de la bella Lauren Bacall e interpreta a un personaje antipático y desagradable. Sinceramente, Amy, niñata consentida y confundida, me sacó de quicio totalmente.

Su carrera profesional cada vez mejor —aunque no exenta de dificultades y rebeldías— le llevan a Nueva York. Donde además de reencontrarse con Jo y conocer a Amy, vuelve a toparse cara a cara con su ya anciano maestro Hazzard que toca en un club. Hazzard es un músico enfermo y ya vencido, el joven Rick toca con él por las noches, le devuelve alegría y vitalidad, y hace que mantenga su trabajo en el club.

Sin embargo, la insoportable Amy se cruza en su camino y Rick se va autodestruyendo, cae en el alcohol, se aleja de la música, de Hazzard, de Jo, de Smoke…, su matrimonio fracasa y es un duro golpe para Rick que pierde el rumbo totalmente. En este momento, se desarrolla una de las escenas más emotivas y dramáticas con su maestro Hazzard (que no desvelo). Otra tragedia vuelve a golpear a Rick.

A pesar de los esfuerzos de Jo y Smoke —que nunca le abandonan—, Rick termina por las calles, totalmente alcoholizado y cae gravemente enfermo con una neumonía…, sin embargo, como le dice un triste y cariñoso Hazzard, no te preocupes muchacho todo va a salir bien.

El trompetista está perfectamente dirigida por Curtiz (director a reivindicar con una carrera plagada de obras interesantes, no sólo Casablanca), cuenta con un buen guión (Carl Foreman) e intérpretes excelentes. Tampoco olvidar el apartado musical y la excelente voz de Doris Day. Otra anecdota es que muchos espectadores y críticos ven en la relación que establece Amy, cuando ya se está terminando su matrimonio con Rick, con una joven pintora, una relación lesbiana, siendo Amy uno de los primeros personajes bisexuales de la pantalla cinematográfica (durante el funcionamiento del código de censura uno de los temas que no podía reflejarse en pantalla era la homosexualidad). Pero vamos yo la veo demasiado oculta. Quizá no hubiera comentado nada de ese aspecto si no hubiera leído información.

El trompetista merece ser revisita. Y, de verdad, descubrir a Juano Hernandez un placer, me encanta su personaje.