Jean Simmons

Jean Simmons es un bello recuerdo. Cara dulce que esconde secretos, mujer de otra época —corrió peligro en encasillarse en papeles de otros siglos—, actriz seria que cuando tuvo buenos papeles brilló con luz propia. Leyenda viva, las nuevas generaciones quizá la recuerden poco o quizá sólo conozcan sus papeles de dama mayor en famosas series de los años ochenta. Jean Simmons fue toda una promesa-estrella en el cine británico cuando era adolescente. Después dio el salto a Hollywood y su presencia siempre presagiaba algo interesante. Cara dulce que esconde un alma oscura, capacitada para la intriga, el drama o la comedia, no tenía miedo a enfrentarse a diferentes roles. 

Esta actriz de cara tierna se casó primero con Stewart Granger, actor aventurero, y después con el director intelectual Richard Brooks. Los amantes de la sala oscura y la pantalla blanca, la recordamos siempre con cariño y nos atrajo en no pocas ocasiones. Sus primeros papeles ya prometían: joven niña rica y orgullosa Estella en la adaptación cinematográfica de la novela de Dickens, Grandes esperanzas, de la mano del director David Lean. Simmons ya se mostraba como jovencita con cara de ángel pero de personalidad compleja. Cadenas rotas (1946) la elevó al estrellato. 

Sensual, misteriosa y atractiva nativa en película extraña pero atrayente sigue abriendo camino a la joven Jean. Se trata de esa joya que se llama Narciso negro (1947) sobre unas monjas absorbidas por la sensualidad en el Himalaya.  Pero su gran oportunidad llegó en 1948 y lo que le abrió las puertas definitivamente en Hollywood fue su sensible recreación de la joven Ofelia en el Hamlet de Laurence Olivier. Simmons creo una delicada Ofelia que pierde la cordura al no entender la complicada personalidad y las tramas del príncipe de Dinamarca. Con su cabellera rubia consiguió nominación al Oscar y su entrada al cine del otro lado del charco. 

Sin embargo, ahí la vieron como dama de época. Que cautivó a un montón de espectadores en grandes superproducciones donde además de hermosa, interpretaba. Así la vemos en Androcles y el león (1952), La reina virgen (1953), La túnica sagrada (1953) o Sinuhe el egipcio (1954). Sólo un director la sacó de otros siglos y aprovechó su lado moderno, oscuro, en la magnífica película de cine negro Cara de ángel (1952) de Otto Preminger donde la Simmons se convierte en mujer fatal que arrastra a un Robert Mitchum que acata su destino. Y ahí, en esa película, tiene puesto de honor en el Olimpo de los actores. Con Marlon Brando hizo buenas migas en la producción romántica Desirée (1954) donde ella era la mujer que trata de domar a un Napoleón desatado. Así que los dos no tuvieron problema alguno en tirarse a la piscina y protagonizar un musical de éxito en las manos de un director especialista en otros géneros, el gran Joseph L. Mankiewicz. Y la jugada no les salió nada mal, aunque en el momento no se viera Ellos y ellas (1955) cada vez gana más adeptos (yo una de ellas). Me encanta esa atípica historia de amor entre una dama del Ejército de Salvación y un caradura jugador. Wyler, el rey del drama, requiere sus servicios en la epopeya Horizontes de grandeza (1958). 

Su gran año fue sin duda alguna 1960 donde estuvo mágica en tres inolvidables películas. Después, no volvió a brillar con tal intensidad hasta que volvió a ser popular por sus trabajos en televisión en los años ochenta. El gran año le trajo El fuego y la palabra de Richard Brooks donde estaba absolutamente magnífica como la complicada hermana Sharon que se une a un caradura predicador con rostro de Burt Lancastes. Ambos mueven a las masas. Es una película maravillosa y escalofriante. Y Simmons es grande. 

También se pasa a la alta comedia junto a otra gran actriz británica, Deborah Kerr. Y ambas con dos galanes de excepción: Cary Grant y Robert Mitchum. Se trata de la olvidada Página en blanco. Y de nuevo vuelve a brillar en otro papel de cristiana, en otra película de época, ella es la esclava que vive junto a otro esclavo bravo, Espartaco. Junto a Kirk Douglas muestra su rostro más dulce y hermoso como Varinia. El romanticismo trágico hace inolvidable a una Simmons sensible. Kubrick también sabía filmar escenas de amor. 

Siguió trabajando pero no con el eco de las películas precedentes. Su esposo, el director Richard Brooks volvió a dirigirla en película triste, Con los ojos cerrados (1969), fue nominada de nuevo a los Oscar (como en Hamlet) pero no lo consiguió. Después se volvió un rostro popular de la pequeña pantalla con sus papeles en series míticas como El pájaro espino o Norte y Sur. 

Jean Simmons fue la dama que hizo suspirar a muchos, la mujer elegante, etérea y bella, de otro mundo, de otra época; la chica de los sueños que podía ser perversa aunque tuviera cara de ángel…