Los vividores (McCabe and Mrs. Miller, 1971) de Robert Altman

Sin duda esta vez no se acercaron mucho a un buen título en castellano, McCabe and Mrs Miller es una película de 1971 y plenamente inserta en la segunda era dorada de cine americano. Aquella época empezó en 1968. Nuevos directores y actores, cambios en la industria, otra forma de hacer cine dieron a los años setenta una nueva panorámica donde se produjeron películas con otros aires.

Algunas han caído en el olvido, otras se han convertido en clásicos. Uno de esos nuevos directores fue Robert Altman que en esos momentos estaba probando el éxito que supuso MASH. Y uno de los actores más activos en este periodo como actor, director, productor…, y mucho más fue el inquieto Warren Beatty (una de las primeras películas que se inscriben en este periodo es, por supuesto, Bonnie & Clyde. Con esta película se veía que algo nuevo se estaba cociendo y que el lenguaje cinematográfico daba para mucho, mucho más).

Por supuesto, es un periodo que me interesa y apasiona y muchos de los directores y actores de ese momento (muchos de ellos aún en activo y otros ya desaparecidos) son los artífices de películas que forman parte de mi imaginario cinematográfico. Uno de los libros más interesantes sobre este periodo es Moteros tranquilos, toros salvajes de Peter Biskind (Anagrama), el autor habla de la generación que cambió Hollywood y es un análisis exhaustivo donde escribe tanto lo bueno como lo malo.

Este fin de semana he visto por primera vez esta película protagonizada por Beatty y Julie Christie que son los personajes que dan nombre a la cinta. Y su visionado me dejó dos sensaciones: melancolía y tristeza y, por otra parte, que estaba viendo imágenes cinematográficas de una belleza formal increíble. Me envolvió el ambiente de ese lejano y realista Oeste donde se vive una vida dura y el tiempo es lento en un paisaje nevado y desolador pero a la vez hermoso. Una ambientación que te traslada a un periodo que sabes que está terminando y todo aderezado con las notas y la voz de un triste pero siempre maravilloso Leonard Cohen.

Me dejó una tristeza absoluta esos dos personajes, perdedores ambos, pero tiernos. No hay futuro para ellos. Y se sabe desde la primera escena. Ni siquiera hay posibilidad de un amor del viejo western entre el jugador pistolero y la puta pragmática de corazón de oro. Beatty, con ese enorme abrigo de piel, esa vitalidad inocente, pero esa capacidad de perdedor que no abandona al personaje que es devorado ya por otra época y otros sistemas donde ni los pícaros tienen hueco, un capitalismo que se va volviendo salvaje y fagocitador. Enseña su diente dorado, bebe su whisky con huevo crudo, quiere llevar su negocio como sólo él sabe —y la labia ya no lo es todo— y como buen héroe del oeste se queda solo ante el peligro sólo que nadie acude a echarle una mano, ni su puta, ni sus conciudadanos. En el último momento, se convierte en el héroe que nunca fue…, ¿pero de que le sirve? No hay testigos. Ni él mismo.

Ni siquiera a McCabe le dejan vivir plenamente ese amor tierno que siente ante su socia la prostituta Julie Christie. Mujer hermosa, pragmática, inteligente en los negocios pero que no deja un hueco para el amor, demasiado desencanto. Mrs Miller mira con ternura al jugador-pícaro-perdedor, su realismo le hace ver que McCabe está terminado antes de tiempo, no puede hacer nada. Ella prefiere ocultar su desencanto aspirando opio para olvidar y desengancharse de un mundo que sabe sucio.

El amor apenas está presente en esta historia, que es fría, sin embargo, McCabe tiene una escena en solitario cuando se prepara para convertirse en héroe sin testigos, donde realiza una hermosa declaración de amor. En soledad. Esa prostituta le rompe el corazón, si alguna vez dejaran el dinero de por medio, si no fuera con más clientes, si ella le mirara dulcemente, si él pudiera tocarla y abrazarla siempre…

Es un pueblo árido, con habitantes duros que trabajan en la mina, con una taberna y una iglesia sin terminar. Cuando llegan McCabe y Mrs Miller, el pueblo gana otra taberna casa de juegos con un burdel bien regentado y prostitutas profesionales y unos baños. Todo pasa como en un sueño de opio, a base de imágenes hermosas, silencios y miradas. Es tiempo de perdedores y en la película nadie gana.

¿Me gustó? Digamos que me hipnotizó, incluso con su frialdad, algo así como me pasó con Días del cielo, 1978, de Terrence Malick. Son películas para ver tranquilos y dejar que tus ojos absorban sus imágenes, sus ambientes, sus miradas, su música, su violencia y a la vez cuentan con momentos hermosísimos visualmente y podemos una y otra vez descubrir los mil y un significados de historias llenas de silencios.

McCabe ama a Mrs Miller. En la soledad de un cuarto. Mrs Miller quizá también le ama pero prefiere huir de un hombre que sabe será engullido por un sistema que avanza sin piedad alguna. Ella encuentra la paz en un salón de opio. Simplemente, se va, se evade.

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