Dheepan (Dheepan, 2015) de Jacques Audiard

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Un guerrillero de Sri Lanka deja su país, abandonando un paisaje de guerra eterna, violencia, desolación y muerte, junto a una mujer y una niña que no conoce pues así, con una familia, tiene más posibilidad de conseguir asilo político en París. Jacques Audiard empieza con una impresionante elipsis: de la cola para subir a un barco a Dheepan (el guerrillero con nuevo nombre e identidad) en la noche parisina iluminándola con una diadema de luces, como vendedor ambulante. De pronto le vemos enfrentado a la violencia de una ciudad fría que no solo le ignora sino que le persigue. En un momento dado tiene que huir con su mercancia de la policía y se esconde en una esquina. Entonces Dheepan dice: “¡No puedo más!”. Y ese grito sirve como motor de la película pero también es como si el propio director se dijera que a pesar de inicio tan potente (y de tener perfilados los personajes) no puede seguir más con el nivel que podría haber alcanzado esta película.

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Regreso a Ítaca (Retour à Ithaque, 2014) de Laurent Cantet

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Entre un atardecer luminoso, con “Eva María se fue buscando el sol en la playa…” de fondo, y un amanecer hacia un futuro incierto pero con verdades reveladas, hay un amplio paréntesis de horas donde campan la añoranza, la nostalgia, el desencanto, la melancolía y una tristeza que sobrecoge. Regreso a Ítaca recoge el universo de una generación en una azotea de La Habana. Durante un tiempo concreto, en un espacio determinado, cinco amigos van desnudándose y contando a la vez la historia de los últimos años de Cuba, un país que ahora avanza a la incertidumbre con una legión de desencantados y otra, los jóvenes, que no cree que nada se pueda conseguir en su país y que piensa qué es mejor volar fuera. Los desencantados una vez creyeron en una vida mejor, y apostaron por conseguirlo, y se consumieron en el intento y en los miedos (algunos se siguen aferrando a creer, otros tratan de sobrevivir). Sintieron el cambio y la utopía en la punta de los dedos…, soñaron. Y de distintas maneras, con distintos obstáculos, vieron cómo sus vidas, sus ideales, fueron robadas…, arrebatadas. Les correspondió vivir una vida que nunca habían soñado, ni imaginado. Se apagaron las velas…

Y esa incertidumbre que devuelve el amanecer vomita ecos desoladores… porque el libre mercado y el neoliberalismo también destruye países, sume en crisis y además aumenta las diferencias sociales y de otro tipo. Ahora hay posibilidades de incertidumbre y cambio… pero los caminos no son de rosas ni de baldosas amarillas.

Amadeo regresa después de dieciséis años en España a su tierra, a su Ítaca. Y ese es el motivo de reunirse con sus viejos amigos: Tania, Aldo, Rafa y Eddy. La alegría del encuentro se mezcla con la amargura, los reproches, los dolores del pasado y también otros momentos que fueron bellos. Todos ríen, pero también todos se desgarran. Son amigos, se gritan, pero también se confiesan. Entre viejas fotografías, cigarrillos, viejas canciones de Serrat o bajo las notas de California Dreamin, buen whisky, apagones, frijoles y arroz, los cinco amigos reflexionan, a través de sus secretos más íntimos, sobre su historia pasada y su presente. El clímax va llevando a los secretos no revelados. Y de fondo los sonidos y las voces de una ciudad viva, La Habana, como otro personaje más que les rodea. Que se cae a trozos pero se las ingenia para que la vida siga, prosiga. Que se cae a trozos pero a la vez se mantiene bella.

Si hay algo que consigue el cine de Laurent Cantet es que cada fotograma respire verdad y emoción, un cóctel que estalla en la cara del espectador. Y en Regreso a Ítaca es imposible no hundirse en la tristeza y en el desencanto pero también en la apuesta por seguir. Los protagonistas no pueden hundirse en culpabilidades y sueños rotos pero sí apostar, como dice la madre de Aldo, en esa amistad que no se ha roto después de tantos años. Una amistad que les permita reconocerse, ser ellos mismos, verbalizar sus terrores y errores…, desvelar secretos y confesiones, entenderse y quizá volver a construirse, avanzar…, rescatar creencias e ilusiones…, vivir.

Basta fijarse en los ojos tristes de Aldo, en la mirada crispada de Rafa, en los ojos desencantados de Tania, en la mirada derrotada que se deja corromper de Eddy y en los ojos nostálgicos de Amadeo para quedarse atrapado entre sus palabras y gestos. Laurent Cantet se rodea de buenos actores (Pedro Julio Díaz Ferrán, Fernando Hechavarría, Isabel Santos, Jorge Perugorría y Néstor Jiménez) y de un guionista-escritor (Leonardo Padura) cubanos para entender de manera íntima las complejidades de un país que una vez trató de alcanzar un sueño. Que dio pasos para atrapar una utopía. Pero ese sueño se fue transformando para muchos en pesadilla cotidiana…, y la utopía se fue alejando de nuevo.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Samba (Samba, 2014) de Olivier Nakache, Eric Toledano

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Una alemana con depresión y obsesionada con el suicidio y la muerte y un sin papeles africano y gay son vecinos de un edificio y construyen una bonita amistad en Nadie me quiere de Doris Dörrie. Y un inmigrante con papeles, español, y otro sin papeles, montenegrino, conviven en un Nueva York hostil en La otra América de Goran Paskaljevic. En ambas películas trataba el tema de la inmigración y la amistad en clave de tragicomedia y en ambas las salidas de los personajes son tan imposibles que los directores deciden optar por unos finales imposibles, de evasión. En la primera opta por una especie de ciencia ficción, hacer realidad una fantasía de Orfeo, el africano. Y en la segunda por una especie de realismo mágico en que ambos personajes salen volando en un sillón… Sin embargo, Olivier Nakache y Eric Toledano no saben encontrar un final para Samba ni un equilibrio en la tragicomedia que tienen entre manos. Pese a ello ambos directores realizan una película más madura y arriesgada que Intocable aunque plantean una historia menos cerrada, redonda y calculada.

Y tras el éxito descomunal (que personalmente no termino de entender como me pasó con 8 apellidos vascos) de Intocable, Samba no repite pero pese sus imperfecciones y tramas no cerradas cuenta con el acercamiento, de nuevo, de dos personas que unen sus vidas en un momento determinado y, pese sus distintas realidades y situaciones, conectan. Ella es una ejecutiva que acaba de sufrir el síndrome burnout y está en tratamiento, superándolo. Él es un sin papeles en París al que le acecha una orden de expulsión. Ambos coinciden a través de una ONG que trata de asesorar a los inmigrantes en casos extremos. Ella es voluntaria, él acude porque tiene un problema. Y a partir de ese momento surge una relación que se va construyendo y es absolutamente creíble… en parte gracias a la química y naturalidad que surge entre Omar Sy y Charlotte Gainsbourg.

Otra sorpresa agradable de Samba es conocer a uno de los amigos del protagonista, un falso brasileño vital y alegre, y descubrir que tras su rostro está un actor que hasta ahora había sorprendido tan solo con roles tremendamente trágicos y donde el actor mostraba sobre todo su rostro silencioso y callado, Tahar Rahim. El actor de origen argelino construye un personaje en las antípodas de lo que hasta ahora había realizado y sale airoso. Aunque su personaje que aparece como un rayo de luz en la película, desaparece sin previo aviso y deja sin terminar una historia que estaba siendo bastante interesante… (una de las imperfecciones de Samba).

Hay una escena donde los directores encuentran el tono tragicómico adecuado y es una fiesta que realizan en la ONG entre voluntarios, profesionales e inmigrantes. Es un momento clave y de acercamiento de varios de los personajes principales y donde los directores desnudan su forma de hacer cine: buscan hablar de cosas sociales, trascendentes e importantes pero en un ambiente de buen rollo, buenos sentimientos y festivo. No mienten.

Pese sus imperfecciones, Samba logra que te creas una historia entre dos personas que en un momento determinado de sus vidas… conectan y ambos se alimentan de esa relación. Y a ambos les sirve para avanzar, para tener una mínima esperanza, para volver a creer… Olivier Nakache y Eric Toledano muestran más cuidado y riesgo en la dirección aunque no son capaces de encontrar tono y el final adecuado…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El sueño de Ellis (The inmigrant, 2013) de James Gray

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The inmigrant es una vuelta al melodrama del cine silente donde una heroína con rostro de Lilliam Gish o de Janet Gaynor se convierte en símbolo del sufrimiento y la desgracia. Y el rostro de Marion Cotillard expresa y habla, la cámara recoge su cara como si fuera una Madonna o una María Magdalena penitente. James Gray ofrece su obra más redonda y emocional con una historia desgarrada sobre una inmigrante que alcanza una tierra prometida que se convierte en pesadilla. Es como si atrapara a Edna Purviance después de su llegada a la isla Ellis en ese corto mítico de Charles Chaplin, Charlot emigrante (The inmigrant, 1917). Una Edna Purviance que nunca se hubiese encontrado con Charlot… y de pronto se viera sola en la fila de inmigración con su madre enferma y con una travesía a sus espaldas más que dura…

Aquí la protagonista, la polaca Ewa (Marion Cotillard o mejor dicho su rostro icónico) vislumbra la Estatua de la Libertad en 1921 junto a su hermana Madga (que durante la travesía ha enfermado de tuberculosis). En la isla Ellis en cuestión de segundos el sueño de ambas se desmorona, después de múltiples penurias (huyen de la gran guerra…), las separan en la fila de inmigración pues Madga no pasa la revisión médica y la ponen en cuarentena pero Ewa tampoco logra pasar ‘por conducta no moral en el barco’ y además le informan de que sus tíos no han ido a buscarlas y que la dirección que llevan es falsa. Aquí tan solo es el principio del calvario de Ewa, que lo único por lo que se mueve y lucha es para volver a reunirse con su hermana. La Estatua de la Libertad se convierte en una broma pesada, muy pesada (sobre todo cuando es el papel asignado a Ewa en un espectáculo picante, de varietés). En la vida de Ewa se cruza Bruno (Joaquin Phoenix) un joven judío vinculado al mundo del espectáculo (que esconde realmente su papel de proxeneta), que se dedica a buscar inmigrantes con problemas en la Isla de Ellis para echarlas el lazo y a cambio de ‘ayudarlas’, introducirlas en la prostitución. Siguiendo con el simbolismo de la Estatua de la Libertad, es lo primero que vemos, desde el especial punto de vista de Bruno (el que atrapa la libertad de Ewa y al que ella aferra dos veces de la mano aunque sabe y siente lo que esto implica)… Así empieza un vínculo dependiente, consciente y complejo entre Ewa y Bruno, un vínculo que los transforma a ambos y los lleva por caminos inesperados… Y el ‘equilibrio’ de esta relación dependiente queda roto y hace que evolucione por otros caminos por un tercer personaje en discordia: el ilusionista Orlando (Jeremy Renner), primo de Bruno y su contrincante en la vida y en el amor.

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James Gray no solo elabora una película bellísima en su puesta en escena y en el empleo del lenguaje cinematográfico sino que usa con elegancia las claves del melodrama silente norteamericano (además de otras referencias cinematográficas evidentes sobre la inmigración, EE UU y la llegada a la isla Ellis… y a las pobladas calles de Nueva York de principios del siglo XX. Me refiero claro está a América, América, El padrino II o Érase una vez en América… ) sin abandonar su universo personal y sus temas recurrentes. Así Gray vuelve a acudir a uno de sus actores fetiches, Joaquin Phoenix (al cual le deja uno de los personajes más complejos), bebe del lenguaje cinematográfico clásico y lo ejecuta a la perfección, narra una historia donde no faltan los complejos lazos familiares, la redención de sus personajes protagonistas, las relaciones dependientes y un marcado sentimiento de culpa con una presencia acusada de la religión católica. Por otra parte como todo buen melodrama, acompaña la historia de una banda sonora que apetece escucharla y quedarte en los títulos de crédito finales solo por seguir disfrutándola (que es obra del compositor Chris Spelman, que desde La noche es nuestra ha trabajado en el apartado musical para Gray).

Una cuidada puesta en escena hace de El sueño de Ellis una película hermosa que además continuamente nos está contando cuestiones claves a través de las imágenes. Y deja secuencias para analizar plano por plano como el bellísimo tramo final en la isla Ellis no solo por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta. O emociona lo poderosas que son visualmente dos de las escenas clímax: la maravillosa secuencia de Ewa en la Iglesia y su confesión o la última discusión entre Bruno y Orlando en el apartamento del proxeneta. Además hay una cuidada ambientación de cada uno de los espacios en los que se desenvuelven los personajes: las dependencias de la isla Ellis, el teatro de variedades donde trabajan Bruno y las chicas (un teatro amenazado a desaparecer por el mundo del cine), los apartamentos donde viven Bruno y su compañía de ‘palomitas’, los baños públicos, el túnel donde Bruno prostituye a sus chicas…

La compleja relación entre los protagonistas (y sus personalidades difíciles, sobre todo las de Ewa y un complejo Bruno) y las andanzas de ese trío de supervivientes (porque eso es lo que son los tres: Ewa, Bruno y Orlando) así como sus maneras de afrontar la realidad (desde el sufrimiento y el sacrificio, desde un ilusionismo que se desvanece en cada paso o desde la elaboración de un espectáculo que se desmorona en cada momento…) hacen de El sueño de Ellis una película para conservar en la biblioteca de la memoria cinéfila.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.