Maratón de películas anómalas…

Si buscamos en el diccionario la definición de anómalo nos encontramos con dos palabras clave que no quieren decir lo mismo pero que sin embargo encajan a la hora de definir la siguiente galería de películas: irregulares y extrañas. Y ésa es su baza estrella, la que las convierte en especiales y en propuestas que no tienen que dejar de verse.

Killer Joe de William Friedkin

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… parece que los jóvenes furiosos y rebeldes de los años sesenta del cine americano (aquellos que formaban parte de la generación de la televisión), siguen siendo abuelos furiosos y rebeldes que dejan propuestas cinematográficas más radicales que la de jóvenes realizadores.

Si la obra póstuma de Sidney Lumet, Antes que el diablo sepa que has muerto, descubrió a muchos cinéfilos al director y a otros nos confirmó a un Lumet brillante… ahora llega William Friedkin y presenta esta película extraña e hipnotizante en su peculiar e irregular carrera pero con títulos míticos como The French Connection o El exorcista.

Y es que Killer Joe muestra a una familia disfuncional delirante a la que se une un policía corrupto y oscuro (la cena final no tiene desperdicio). Todos integran una película tan salvaje y con unos personajes tan amorales que termina siendo una comedia de humor negro…, sólo así es posible contar argumento tan siniestro.

Además de dejar escenas memorables, por extremas, como los distintos usos que se pueden dar a un muslo de pollo de una famosa cadena de comida rápida americana, o la presentación y posterior desarrollo de un personaje para la posteridad oscura (el propio Joe con el rostro de Matthew McConaughey que va sorprendiéndome cada día más) o cómo emplea Friedkin el sentido del ritmo así como el ambiente entre inquietante y absurdo de la película… Killer Joe deja una galeria de buenos actores que aportan sus rostros y composiciones para unos personajes harto desagradables (¡y lo hacen tan bien!): Emile Hirsch, Thomas Haden Church, Gina Gershon y Juno Temple.

Across the Universe de Julie Taymor

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En el mundo del cine musical tengo cariño a las propuestas delirantes. Y la Taymor no tiene miedo al delirio así que Across the Universe es un musical que se tira al vacío y para la que esto escribe el intento es de lo más interesante. Durante los años setenta hubo musicales reivindicativos y quizá el más significativo fue Hair que tiene muchos puntos en común no sólo en la época que refleja sino en temática con Across the Universe.

Taymor decide atrapar una época desde un punto de vista determinado. Esa etapa es la de los años setenta y el punto de vista determinado la de jóvenes que abrazaron el movimiento hippy. Pero también cómo este movimiento se fue dispersando en distintas propuestas: un modo de vida o una militancia política que fue del pacifismo a la respuesta armada.

Los protagonistas de la historia son un joven de la clase obrera de Liverpool que llega a EEUU en busca de un padre perdido y una pareja de hermanos ricos (chico, chica… mejor amigo y amor de la vida del joven de Liverpool) que evolucionan en su rebeldía desde el movimiento hippy a militancias más radicales. Todo sacudido por el efecto que tuvo la Guerra de Vietnam en toda una generación de jóvenes norteamericanos.

Y para contar ese delirio se sirve de las canciones de los Beatles… y a través de sus letras construye una historia llena de referentes al grupo británico y a una época determinada.

Así Taymor logra sorprender en algunas versiones y equilibra un musical excesivo y barroco que no pasa la barrera (y no hubiese sido complejo) del ridículo y atrapa un determinado espíritu de una época…, me atravería a decir que una manera de mirar y pensar.

Los amantes de Pont Neuf de Leos Carax

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Una gran paradoja: una de las obras más caras de la cinematografía francesa y del propio Leos Carax (que arrastró y arrastra su imagen de cineasta maldito) tiene como protagonistas a dos personas sin hogar que viven en un Pont Neuf en obras. Y Los amantes de Pont Neuf narra una historia de amor desgarrado entre dos personajes heridos que viven en un París hostil. Pero a la vez Carax consigue no solamente una fuerza visual alucinante sino que puebla la película con escenas de una belleza fascinante.

Por otra parte dos intérpretes esculpen sus personajes con sus cuerpos y rostros… y es difícil olvidar a los amantes. Ella es Juliette Binoche, la reina del primer plano (absolutamente fascinante en Camille Claudel 1915 de Bruno Dumont que se estrenará en breve y que tuve oportunidad de ver en la Cineteca-Matadero). Y él es el actor fetiche del director, Denis Lavant, entre inquietante, herido y tierno.

… Así esconde imágenes inolvidables como un Pont Neuf entre fuegos artificiales o los amantes recorriendo el Sena de una manera muy especial… Y con un final que une a Carax con Jean Vigo… y una de las obras míticas del cine francés, L’Atalante. Los amantes del Pont Neuf es una película excesiva pero extremadamente hermosa a la vez.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Su propio infierno (All fall down, 1962) de John Frankenheimer

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Normalmente se da como fecha oficial del nacimiento del Nuevo cine americano al año 1967 y como película que dio el pistoletazo de salida: Bonnie and Clyde de Arthur Penn. Esta película estaba además protagonizada por un actor que estaba construyendo inteligentemente su carrera cinematográfica, Warren Beatty, y cambiando las reglas del star system en un sistema de estudios que estaba a punto de morir. Ese mismo año queda además abolido un código Hays cada vez más caduco y nace un nuevo sistema de clasificación de películas por edades. Arthur Penn pertenece a una generación de directores conocida como la generación de la televisión y a esta misma generación pertenecía John Frankenheimer. Todo este preludio es para explicar que al igual que hay un periodo pre-code, existe un periodo pre-Nuevo cine americano que tuvo su desarrollo durante los años sesenta (y parte de los cincuenta) donde empezaba a verse que no tenía sentido seguir los ‘mandatos’ del código Hays, se tocaban nuevos temas y se buscaban nuevas formas para contar historias así como se iba generando una nueva cantera de estrellas que iban con los tiempos convulsos.

Una de esas películas pre-Nuevo cine americano podría ser Su propio infierno de John Frankenheimer que cuenta además con varios puntos de análisis interesantes. Primero señalar los primeros años de este director que realizó una serie de películas muy interesantes donde no sólo se reflejaba el ambiente de paranoia que se estaba viviendo sino que mostraba los nuevos tiempos, daba otra visión crítica de acontecimientos históricos y un nuevo enfoque a la realidad social del momento. Así entre sus primeras obras podemos encontrar no sólo sus buenas películas con Burt Lancaster (Los jóvenes salvajes, El hombre de Alcatraz, El tren o Siete días de mayo) sino otras producciones de interés (El mensajero del miedo y Plan diabólico), entre ellas la que se analiza en este post.

El dramaturgo y guionista William Inge adapta al cine una novela de un autor de ese periodo, James Leo Herlihy, cuya obra literaria más conocida fue Cowboy a medianoche (que se convertiría en película en 1969). Su propio infierno tiene un aire a los ambientes opresivos, sórdidos, angustiosos, sexuales de un Tennessee Williams pero con un halo final de luz. Toca temas y muestra ambientes sórdidos que no eran muy habituales en las películas de Hollywood… Por otra parte, Inge había firmado el año anterior el guión original de una película de Elia Kazan (que avanzaba con los tiempos en su manera de contar y en lo que contaba), Esplendor en la hierba que era a su vez el debut de una joven promesa cinematográfica, Warren Beatty.

Y Su propio infierno tiene como personaje principal a un joven rebelde Berry-Berry (con el rostro de Warren Beatty, creando su halo de actor de la generación del nuevo cine americano) que “odia la vida” y por eso se convierte en un personaje tóxico que no sólo se autodestruye sino que siembra la destrucción en aquellos que lo aman y a todos aquellos que le rodean. Lo único bello que trata de atesorar y cuidar a su manera es la relación con su hermano pequeño (pero también fracasa en esto). La primera vez que le vemos se define perfectamente al personaje. Entre sombras en una celda, increíblemente bello, pero también descuidado.

El drama queda articulado alrededor del hermano pequeño de Berry-Berry y su mirada… un adolescente sensible que adora a su hermano mayor. Para este papel el espectador se encuentra con aquel niño que admiraba al pistolero en Raíces profundas. Brandon de Wilde, convertido ya en adolescente y en un actor joven con mucho futuro por delante (tristemente lastrado por un accidente de coche), deja un retrato sensible de un adolescente. Y vuelve a cautivar no sólo con su mirada sino con su sonrisa tímida. Los dos hermanos tienen dos padres con los rostros de los veteranos Angela Lansbury y Karl Malden, dos personajes perfectamente construidos de personalidades complejas. Él, un hombre de ideas progresistas absolutamente desencantado y alcohólico (para él Berry-Berry es un rinoceronte como lo llama siempre cariñosamente… un rinoceronte que derriba y se lleva todo lo que tiene por delante); ella, una mujer dominante que ama enfermizamente a su hijo mayor por encima de todas las cosas, como si fuera un dios. El conflicto se desata por la aparición de un personaje que descoloca la vida de todos los miembros de esta singular familia. El conflicto tiene el rostro de Eva Marie-Saint. Es la hija de una amiga de la madre. Una mujer independiente, todavía joven, sensible, emocional, vulnerable… que sabe del dolor.

Así Frankenheimer no sólo cuenta con un plantel de actores adecuados y con una historia potente sino que sabe cómo contarla desde la mirada del joven adolescente. Muestra crudeza y decadencia para reflejar la caída y degradación de Berry-Berry (y su destructiva relación con las mujeres que se cruzan en su camino). Emplea delicadeza para mostrar el mundo interior del adolescente. Y se muestra íntimo para enseñar la relación que se establece entre el adolescente y el personaje de Eva Marie-Saint y entre ésta y Berry-Berry (dejando una escena hermosa y una manera peculiar de contar un enamoramiento: un paseo por un parque, donde todas las personas son ajenas al amor de la pareja que pasea pues están escuchando un concierto al aire libre y como culmina cuando llegan a un lago…). Lo que nos cuenta finalmente es la historia de un despertar, de cómo un adolescente descubre que su hermano no es la persona que él pensaba y su conciencia de que en realidad es un ser humano que hace daño pero que sufre continuamente por ello. Y él, después de la tragedia, prefiere aferrarse a la vida…

Su propio infierno se convierte así en una obra para descubrir que refleja un preludio de un nuevo cine que llegaba a Hollywood… lo que pasó después es otra historia.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

12 hombres sin piedad (12 angry men, 1957) de Sidney Lumet

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Sidney Lumet pertenecía a esa generación de directores de cine que comenzaron su formación en la televisión (como por ejemplo John Frankenheimer, Stanley Kramer, Arthur Penn o Martin Ritt). Cuando debutó en el cine ya tenía una carrera televisiva a sus espaldas y fue con uno de los dramas judiciales más míticos: 12 hombres sin piedad. Esta pieza fue escrita por Reginald Rose precisamente para televisión (después realizó una versión para los escenarios de teatro y escribió el guion para la película). Se emitió por primera vez en la CBS el 20 de septiembre de 1954 en el programa Studio One. Y a Henry Fonda le encantó el proyecto. Tanto que se convirtió en productor y no paró hasta llevarla a cabo para la pantalla grande. Y su sueño se convirtió en realidad con Lumet como director. Fue una de las películas de las que más orgulloso se sintió el actor (junto a Incidente en Ox-Bow y Las uvas de la ira).

Sidney Lumet desarrolla toda la trama en un cuarto: donde un jurado, doce hombres, delibera sobre la culpabilidad o inocencia de un joven (18 años) al que se le ha acusado de asesinar a su padre. Y sin embargo logra que el espectador esté pegado a la butaca durante todo su metraje… por varios motivos.

El primero, un gran reparto, doce actores que construye cada uno un personaje definido y una manera de comportarse ante la misión que tienen encomendada. Dependiendo del voto de inocente o culpable el joven irá a la silla eléctrica o no. En un principio todos están dispuestos a que la deliberación termine pronto. Parece un caso bastante claro. Lo que quieren es votar e irse a sus hogares u otros menesteres. Pero en esa primera votación el jurado número 8 (no sabemos el nombre de ninguno de los personajes excepto al final en el que tan sólo nos enteramos del nombre del jurado número 8 y de jurado número 9) vota inocente. Como no hay unanimidad tienen que empezar a deliberar. El jurado número 8  explica que no está del todo seguro sobre su inocencia pero que tiene varias dudas razonables y un respeto inmenso por la tarea encomendada. Cree el muchacho se merece que piensen y que su voto sea tras un razonamiento justo de todas las pruebas presentadas en el juicio. El jurado número 8 es crítico con cómo se ha llevado a cabo el juicio, piensa que todo el mundo ha dado por hecho la culpabilidad del joven y que ni siquiera el abogado defensor (uno de oficio) se ha molestado en llevar a cabo una buena defensa. Cree que si hay más de una duda razonable (como les ha recordado antes de entrar en la sala un juez cansino) deben plantearse el voto. En tiempo real (una hora y media más o menos) poco a poco cada personaje y por motivos diferentes van cambiando su parecer…

En segundo lugar la tensión y el ambiente que ‘se respira’ en la sala y una buena labor de fotografía en ese sentido (aumentando esa sensación de agobio en buen blanco y negro por el gran Boris Kaufman). Es un día asfixiante, el ventilador no funciona, las ventanas no se abren bien, hay una sensación de agobio ante una mesa enorme y las sillas. De falta de espacio, de atmósfera irrespirable. Después se desata una tormenta. Da la sensación de doce hombres encerrados en una especie de jaula de la que no pueden salir sin haber solucionado lo que tienen entre manos.

Y el tercero unos diálogos y un ritmo potente donde cada uno puede ver reflejados comportamientos reconocibles en los distintos grupos sociales en los que nos movemos. A través de esas dudas razonables, las discusiones de estos hombres y sus cambios de voto vemos un microcosmos social representado donde cada uno tiene un papel especial asignado.

Doce hombres sin piedad no dio muchos dividendos en taquilla. No fue un éxito de público. Sin embargo, con los años se ha convertido en todo un clásico y un referente de cine y juicios.

Merece la pena, porque es uno de sus mejores logros, el analizar a cada uno de los miembros del jurado que además poseen el rostro de actores carismáticos con carreras televisivas, cinematográficas y teatrales a sus espaldas. Todos los rostros nos suenan y todos están increíbles en sus composiciones. Ninguno sobra. Todos tienen sus matices. Sus personajes están perfectamente construidos. Si nos fijamos bien en el fotograma, sabremos quién es quién. Empezamos por el personaje que está de pie y luego continuamos a la derecha.

Jurado 1: Martin Balsam

Él es el presidente del jurado. Trata de llevar con disciplina y como obligación el puesto que tiene asignado aunque también denota que tiene ganas de que acabe pronto la deliberación y se queda sorprendido cuando ve que se va a discutir sobre el caso. A veces se siente saturado ante su función e incluso se enfada con quienes se quejan y les invita a que ocupen su puesto. Nunca deja clara su posición ni por qué cambia su voto. Se ve que es un buen hombre que tienen ganas de realizar bien sus obligaciones como ciudadano.

Martin Balsam le da su rostro y fue un actor secundario carismático al que se le puede recordar en distintos papeles. Su carrera fue larga pero sin duda nos viene a la memoria por dos papeles: uno como el único detective que llega al hogar de Norman Bates en Psicosis… y no acaba muy bien parado. Y otro como ese productor excéntrico, hortera y millonario que se declara descubridor de Holly Golightly en Desayuno con diamantes.

Jurado 2: John Fiedler

Es un empleado de banca apocado y convencido de la importancia de pertenecer a un jurado. Escucha a unos y a otros y se acerca a uno y a otros sin definirse claramente. Va construyéndose su propia opinión según cree él que haría un buen ciudadano. No pierde la calma pero no le gusta que se metan con él o no le traten de un modo correcto.

John Fiedler trabajó bastante más en la televisión que en el cine. Se le puede recordar como uno de los personajes más relevantes que acompaña las aventuras de Jack Lemonn y Walter Matthau en La extraña pareja. Para los amantes del cine de animación siempre dobló al personaje de Disney, Piglet en las historias de Winnie the Pooh.

Jurado 3: Lee J. Cobb

El jurado 3 es un hombre hecho a sí mismo. Un pequeño empresario que poseé una lavandería con varios trabajadores de la que se siente orgulloso. Tiene unas complejas relaciones con su joven hijo. Sus miedos, frustraciones, odio y violencia las vuelca en el joven acusado. Está acostumbrado a hacer su santa voluntad, él no discute, ordena. No dialoga, si alguien es contrario a su parecer pelea y se vuelve agresivo. Emplea el miedo y el grito como armas de persuasión. Todo esconde su sentimiento de culpa por no haber sido un buen padre.

Lee J. Cobb tiene un rostro que no se olvida. Fue un secundario de oro y tiene en su carrera un buen número de películas inolvidables con personajes de carácter. Una de sus creaciones más famosas es la de mafioso de los puertos en La ley del silencio. Pero su presencia es recordada en films como Los hermanos Karamazov, Éxodo o El exorcista.

Jurado 4: E. G. Marshall

Frío y calculador, es corredor de bolsa. Y parece inmutable en sus criterios y razonamientos. No suda. No se altera. Y trata de relacionarse lo menos posible con sus compañeros de sala. Es el que se muestra más racional a la hora de defender sus argumentos de culpabilidad… Parece imposible hacerle cambiar de parecer hasta que logran crear en él una duda razonable… que le deja sin argumentos.

E. G. Marshall se convirtió en un popular actor de radio pero también tuvo sus apariciones estelares en la pantalla grande. Así tiene personajes secundarios de importancia en la interesante Ciudad sin piedad (otro drama judicial) o en la impresionante La jauría humana. Y es uno de los protagonistas de una película que todavía no he visto pero me interesa muchísimo que forma parte de la corriente realista norteamericana: La noche de los maridos (The bachelor party, 1957).

Jurado 5: Jack Klugman

Ha crecido en el mismo ambiente que el acusado y sabe cuáles son las circunstancias del joven y cómo ha sido su día a día. Conoce la violencia que se respira en su ambiente e imagina los golpes continuos que ha recibido el joven. Ha vivido en su vencidario. Varias veces se siente agredido por otros componentes del jurado que no dan el mismo valor, ni los mismos derechos ni oportunidades a las personas que vienen de barrios marginales. Se siente menospreciado y por ello identificado con la situación del joven. Nota cómo hay prejuicios por parte de un montón de miembros del jurado… al principio siente a todo el mundo en contra pero según se va desarrollando la deliberación se siente más apoyado y libre para dar su opinión.

Jack Klugman fue un actor sobre todo conocido por sus papeles en la televisión. Uno de sus papeles televisivos más recordados fue el de la serie La extraña pareja (que llevaba a la caja pequeña la famosa película de Jack Lemmon y Walter Matthau). En cine se le recuerda en un rol secundario en Días de vino y rosas.

Jurado 6: Edward Binns

Un hombre trabajador, es pintor de profesión, y respetuoso con sus compañeros. Se altera cuando ve que alguno no trata bien al más mayor de los miembros del jurado o cuando hay faltas de respeto. Aunque en un principio se muestra poco reacio a dar su opinión o a pensar en el caso, poco a poco se va metiendo en el caso y apasionándose con su papel ahí, en el grupo. Empieza a importarle el paradero de ese chico al que están juzgando y a considerar importante lo que hacen.

Edward Binns, como mucho de sus compañeros de película, trabajó bastante en televisión y en escenarios teatrales. En el cine tuvo papeles secundarios en películas como Con la muerte en los talones, Vencedores y vencidos, Patton o Veredicto final.

Jurado 7: Jack Warden

Es el pasota del grupo. Es vendedor. Se hace el simpático pero es un maleducado. Sólo quiere llegar a un partido del béisbol para el que tiene entradas. Quiere terminar cuanto antes y no le gustan los razonamientos. Sólo le interesa lo que le beneficia y lo demás le importa poco. Cambia su voto sólo en función de terminar cuanto antes…

Tiene el rostro de un gran secundario con una importante carrera llena de buenos personajes. En los últimos años era habitual su presencia en películas de Woody Allen como Septiembre, Balas sobre Broadway y Poderosa Afrodita. Películas míticas ganan con su presencia como la interesante Shampoo o las clásicas La taberna del irlandés o la reivindicable Donde la ciudad termina. También aparece en La noche de los maridos.

Jurado 8: Henry Fonda

Es un arquitecto que tiene en principio a todo el grupo en contra. Es el hombre tranquilo y razonable que trata de que el juicio al joven se convierta en justo. Por eso en la primera ronda deja caer su voto bomba: No culpable. Cree que merece la pena tomarse el caso en serio y siembra dudas razonables. A partir de ahí todos se ven obligados a pensar, razonar, discutir y posicionarse.

Es la única estrella del reparto (además de productor de la película) con una carrera cinematográfica mítica llena de títulos emblemáticos. Sin embargo ésta se convirtió en una de sus películas favoritas. Es difícil olvidarle en Sólo se vive una vez, Las tres noches de Eva o En el estanque dorado además de las películas anteriormente mencionadas… por sólo recordar unos cuantos de los buenos papeles que jalonaron su trayectoria profesional.

Jurado 9: Joseph Sweeney

Es el más mayor del grupo, jubilado. Nada tiene que perder. Es un hombre razonable y por eso apoya al jurado número 8 porque cree que tiene derecho a exponer sus dudas. Aunque hay algunos miembros del jurado que no le respetan por ser anciano nunca deja de exponer sus pensamientos y planteamientos. Su experiencia de vida le hace hacer observaciones muy válidas sobre los motivos de las declaraciones de alguno de los testigos. Además es tremendamente observador y pone en evidencia más dudas razonables.

Fue también un actor sobre todo de televisión. Además fue uno de los actores que se conservó del reparto de la versión televisada de Doce hombres sin piedad. Realizó el mismo rol, jurado número 9.

Jurado 10: Ed Begley

Con su rostro desagradable y sus malas formas finalmente deja al descubierto que tan sólo juzga por sus prejuicios y racismo. Al principio se siente fuerte pero según algunos van cambiando el voto y otros que aguantan cada vez menos su desprecio le van arrinconando y dejándole solo con su irracional discurso.

Ed Begley fue otro de los secundarios de oro en Hollywood. Cuenta con papeles inolvidables en Dulce pájaro de juventud (en otra creación de hombre desagradable) y está magnífico en la reivindicable Apuestas contra el mañana (1959), una galeria de perdedores que se abalanzan a un trágico destino… negro.

Jurado 11: George Voskovec

Ciudadano inmigrante, educado, sencillo y encantador. Es relojero. Sufre el racismo de varios de los miembros del jurado pero no se calla, sabe defenderse y pronto se pone del lado del joven acusado intentando entender sus motivaciones. También se toma en serio su papel y regala buenas reflexiones.

George Voskovec también trabajó en la televisón (aunque destacó en varias especialidades artísticas) y como Sweeney venía del reparto de la emisión televisiva.

Jurado 12: Robert Webber

Él es publicista y va cambiando su voto según le presiona el grupo. Demuestra que no tiene criterio propio. Trata de soltar gracias, de hacerse el simpático y cuenta anécdotas de trabajo que nada tienen que ver con lo que ahí se dirime… Es alguien que trata de ser carismático pero lo que deja ver es su falta de personalidad.

Robert Webber es un rostro popular en televisión y cine. En la pantalla grande se puede recordar su rostro en títulos como Castillos en la arena, Harper, investigador privado, Doce en el patíbulo o Quiero la cabeza de Alfredo García.

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