Tres películas españolas, tres caminos

Caníbal de Manuel Martín Cuenca

Esta crítica contiene spoilers. Si aún no la has visto y quieres ir totalmente de sorpresa, léela después de su visionado.

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Arranca Caníbal con unos primeros minutos de puro cine. No hay ni una sola palabra todo es imagen. Y nos sitúa desde el primer momento en el punto de vista del protagonista, el caníbal del título (un Antonio de la Torre superlativo). Desde el principio, por tanto, sabemos que tras el sastre tradicional y profesional habita un asesino en serie que busca víctimas femeninas (que desea) y después se las come. Descuartiza sus cuerpos, convierte su carne en filetes, los congela y así plantea su dieta diaria. Todo de manera meticulosa y perfecta.

Dicho sastre vive en Granada, una Granada de tradiciones… donde en pleno siglo XXI sobreviven los artesanos, como el sastre (porque él es artesanal en todo hasta matando a sus víctimas), en sus viejos locales. La Granada de casas antiguas de techos altos, de callejuelas, de procesiones religiosas…, de saludo al vecino que pasa y le pregunto por la familia…, una Granada por la que parece se ha detenido el tiempo.

Manuel Martín Cuenca maneja su virtuosismo como director a la hora de mostrarnos su historia durante toda la película. Está tan bien contada que es imposible quedarse indiferente ante la belleza de una película oscura. Por otra parte Antonio de la Torre se sumerge en un personaje siniestro creíble y sigues su particular historia a pesar del rechazo y el miedo que te provoca este personaje bien construido.

Sin embargo algo hace que la película termine siendo tan fría y gélida como el personaje que representa (y quizá esto sea un punto fuerte)… O quizá pensándolo y analizando más profundamente qué fue lo me dejó tan impasible fue que el conflicto de la película (lo que perturba la ‘tranquila’ vida del sastre y le hace plantearse lo que hace) no se me hizo creíble. Lo que no logro dilucidar es si algo tiene que ver  con la elección de la protagonista en su doble papel (en un eco muy lejano a Vértigo) de hermanas gemelas rumanas (mucho más creíble como Nina que como Alexandra) o si es cómo está planteada y reflejada esta premisa que en un principio es buena, muy buena. Al sastre se le remueve todo su espíritu cuando en su vida ‘ordenada’ vuelve a aparecer una mujer a la que ya ha deseado y eliminado. Una mujer que ha saboreado. Este hecho le descoloca pues vuelve a desear a quien ya se ha comido. De alguna manera el sastre caníbal se plantea una redención imposible a través de esa mujer doble a la que desea.

Caníbal, sin embargo, es un deleite visual. Si la escena del principio es un prodigio, otra escena perturbadora e inquietante es la de otro asesinato del sastre caníbal en una playa en plena noche… Y esa inquietud se encuentra en cada fotograma de la película. El espectador no puede relajarse ni un segundo, siempre parece que algo va a suceder o estallar… y a la vez todo está narrado en un tono tranquilo y pausado.

Manuel Martín Cuenca vuelve a demostrar que tiene mucho que contar con su cámara que escribe puro cine.

Vivir es fácil con los ojos cerrados de David Trueba

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David Trueba después de tirarse al abismo y salir airoso con Madrid, 1987 vuelve otra vez al pasado, esta vez a los años sesenta, con una road movie muy bien contada. No sólo parte de un guión perfectamente construido sino que lo puebla de personajes creíbles y bien interpretados. David Trueba crea lo que denomino una película-medicina. Películas muy bien contadas, con personajes que te gustaría conocer y protagonizando historias que hacen que salgas de la sala del cine con una sonrisa y pensando que la vida merece la pena vivirla incluso en periodos oscuros donde el miedo campa a sus anchas, donde se mira al fondo del túnel y no se ve el futuro.

David Trueba saca su cámara de la habitación íntima donde dos personajes desnudos terminan creando una película imposible en la pared de un baño… y se va al exterior, a una Almería llena de luz, donde tres personajes que viven en un mundo que los asfixia y los hace callar… tratan de escaparse y evadirse. Y en ese breve viaje hablan, sueñan, se frustran, persiguen sueños, los alcanzan, luchan contra el miedo, aclaran sus ideas o se complican más la vida pero recargan sus baterías para seguir adelante aunque todos tengan que regresar a sus vidas de siempre (aunque ligeramente transformados).

Vivir es fácil con los ojos cerrados parte de una anécdota real: un profesor de inglés que enseña a sus alumnos este idioma con las letras de los Beatles, decide ir a visitar a John Lennon que se encuentra en plena España franquista rodando una película británica en Almería. Su viaje tiene como objetivo que John le ayude a transcribir correctamente las letras de las canciones y sugerirle que sería bueno que se incluyeran las letras de sus canciones en los discos. Y ese profesor es un Javier Cámara que se empapa de su personaje optimista e idealista pero con un punto de melancolía, de perdedor, de solitario y fracasado pero con una dignidad a prueba de bombas… y eso lo transmite al patio de butacas. En ese viaje liberador, el profesor recoge a dos jóvenes, con sus propias historias con futuro negro, que hacen autostop. Una chica embarazada y sola, con reminiscencia plasmada a la chica de la maleta. Y un adolescente creativo que le pesa el yugo de la disciplina y la falta de libertad en el seno de su familia. Los tres terminan en una pequeña localidad de Almería donde se incorpora otro personaje carismático, El catalán, que regenta el bar y su hijo Bruno y ahí el objetivo principal de todos es contactar con Lennon…

Entre la melancolía y la comedia, una historia muy bien contada. David Trueba narra cinematográficamente una historia para salir del cine pensando que hay que seguir en este día a día aunque los tiempos sean oscuros… de fondo escuchamos a John Lennon cantando Strawberry Fields Forever. Huele a marihuana. Y de pronto nos entra la risa, una risa lejana. Una risa que se hace necesaria.

Grand Piano de Eugenio Mira

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Eugenio Mira es de esa generación de cineastas españoles tremendamente cinéfilos, que se criaron con el cine americano de los años 80 pero que indagan en los clásicos, que aman la profesión y se lanzan a la dirección con energía y con una visión del cine a la americana que eclosionó al final del Nuevo cine americano donde Steve Spielberg y George Lucas crearon el marketing cinematográfico… y el cine como espectáculo e industria pura y dura. El cine es taquilla.

Esta manera de mirar el cine supone un lanzamiento estratosférico del producto cinematográfico (sea bueno, mediano  o malo) alabando que es lo mejor nunca visto. Elevar el producto cinematográfico a la estratosfera. Así a veces el batacazo puede ser impresionante o realmente puede funcionar. Lo que importa es que se hable de la película y sobre todo que los espectadores vayan al cine.

Lo que es innegable a esta generación a la que se une Mira es que han visto cine, y saben narrar (se nota la sombra alargada del productor Ricardo Cortés). Mantener tensión y ritmo. Pero no basta ser ingenioso y crear un buen juego cinematográfico. Hace falta un salto más. Y Grand Piano se queda en el juego ingenioso y punto. Sin embargo creo que no hay que perderlos de vista… cuando den el salto de juego ingenioso a algo más, quizá (sólo quizá) puede haber sorpresas.

Eugenio Mira crea una historia en tiempo real. Un pianista joven, que tras un concierto traumático llevaba años sin tocar, regresa a los escenarios con el viejo piano de su maestro. Su famosa esposa, una actriz de cine, se encuentra en un palco principal y ha luchado para que su amado vuelva a tocar las teclas del piano. De pronto el pianista es amenazado en su primera partitura de que si falla una sola nota en todo el concierto morirá asesinado él o su amada. El pianista estará en tensión hasta el final porque tiene que luchar por mantenerse con vida, también evitar un susto a su amada, y seguir con un concierto de nivel. Y ya está, eso es lo que ocurre.

Movimientos de cámara imposibles, nerviosos e incluso algo paranoicos, con mucha grúa que sube y baja (es como si los técnicos tuvieran también muchos nervios y tensión). Estrellas de Hollywood en los papeles estelares (y con poquísima alma, nula) aunque salgan cuatro minutos, corriendo, deprisa y mal para palmarla en el momento. Homenajes a Hitchcock sobre todo a El hombre que sabía demasiado en su versión con Doris Day (aunque confieso que así como deseábamos que Doris Day tuviera un final bonito, cuando Karry Bishé se pone a cantar no nos importaría que tuviera un final dramático…) y todo envuelto en producto vacío. Nos hemos entretenido un poco con el juego pero no hemos podido escarbar más…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (202)

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Joyas: son muchas las joyas que vienen a mi cabeza que adornaron y adornan los fotogramas de una galeria de películas… Sólo una muestra de pendientes, collares y anillos para elegir…

Pendientes: Madame M… gira alrededor de unos pendientes que pasan de mano en mano y cambian drásticamente el destino de su dueña…

Mamá Joad se despide de su hogar mirándose al espejo mientras se coloca unos pendientes. Es como si fuera el último momento para sí misma. El último momento de coquetería… algo que nunca se ha podido ni podrá permitirse. Todo en la tremenda Las uvas de la ira.

La joven de la perla, un cuadro tiene un matiz distinto si la modelo finalmente se perfora la oreja y se pone una perla…

Collares: Pretty Woman se convierte definitivamente en Cenicienta vestida de medianoche cuando a su traje rojo y a su elegante peinado para acudir a la Ópera (destino que ella no sabe hasta el final de la secuencia), el millonario empresario aporta un detalle más, un increíble collar de brillantes.

Sin embargo Satine nunca se siente tan cortesana cuando tiene que aceptar el laborioso collar que le ofrece el hombre al que no ama, el duque malvado y ridículo. Y ese collar-regalo no puede aceptarlo. Le quema el cuello. Moulin Rouge ha dejado tiempos alegres y locos para convertirse en un melodrama romántico.

Me entero de que uno de los relatos más impresionantes para servidora de Guy de Maupassant fue llevado a la pantalla de cine en una película sueca que era un trabajo colectivo de varios directores… y el episodio de El collar fue rodado por Gustav Molander y protagonizado por Ingrid Bergman (¡tengo que verlo!).

Anillos: Una de las escenas más divertidas de Cuatro bodas y un funeral tiene que ver con los anillos. Por otra parte los anillos de boda siempre están presentes. Aquí a los protagonistas, encargados de los anillos de los novios, se olvidan de ellos. Y en la Iglesia y en plena ceremonia tienen que conseguirlos… y los consiguen… pero ¡menuda cara que ponen los novios al ver sus ‘alianzas’! Bisuteria pura junto a un anillo heavy metal.

Una de las trilogías de los últimos tiempos, que adaptaba el universo de Tolkien, no hubiera podido existir sin un anillo…

… Todavía no he visto Las brujas de Zugarramurdi pero creo que todo arranca por un botín de miles de anillos…

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La gran familia española (2013) de Daniel Sánchez Arévalo

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Sentí una enorme conexión con La gran familia española sin necesidad de que esa familia que se refleja en la pantalla se identifique con la mía…, sentí una conexión emocional. Cuando era pequeña, muchos domingos por las mañanas, mis padres nos despertaban (a mis hermanos y a mí, somos cuatro) con un disco de vinilo a todo volumen: Siete novias para siete hermanos (Seven brides for seven brothers, 1954) de Stanley Donen. Además de levantarnos con un buen rollo increíble, olía a desayuno rico, tortilla francesa con bonito… Mis padres, mis hermanos y yo vimos en un montón de ocasiones este musical. Y a mí me gustaba muchísimo. Secretamente me gustaban uno o dos hermanos a los que veía guapísimos… Me daba una alegría increíble… Cuando ya fui algo más mayor me siguió fascinando pero me sorprendió que me creyera los escenarios de cartón piedra, que no me diera cuenta de lo artificial. Recuerdo que en varias ocasiones, cuando no me quería ir de un sitio o que unas vacaciones terminasen (o cuando quería huir y que no me encontrasen) siempre pensaba: ojalá caiga una avalancha o que nieva mucho y nos quedemos incomunicados… recordando esos hermanos que secuestraban a las novias y se quedaban allí en la montaña, incomunicados del mundo… buscando su propia felicidad.

Así que ya desde el principio La gran familia española me tenía ganada… porque Siete novias para siete hermanos juega un gran protagonismo. Es de esas películas que generan buen rollo… es como si Daniel Sánchez Arévalo dijera que a pesar de que estemos hechos una mierda y vivamos en un mundo que se derrumba, no perdamos la oportunidad de vivir momentos felices y alegres…, de reírnos y de querer a la gente cercana que nos hace sufrir (porque los amamos con locura) pero también nos ofrecen buenos momentos. La familia de la película siempre está a punto de derrumbarse pero a la vez se reinventa sus lazos. Así La gran familia española es una tragicomedia con unas gotas de screwball comedy con su locura correspondiente.

Y ésa es su única función… que sigamos las alegrías y desgracias de cinco hermanos (que se llaman como los personajes de la película favorita del padre, el musical de Donen… por orden alfabético y nombres bíblicos) y salgamos con una sonrisa entre tierna y melancólica pero con unas ganas increíbles de seguir en el día a día con nuestras alegrías y penas.

Es de esas películas vitalistas que sirven de medicina para pensar que merece la pena seguir intentándolo. Como cuando el personaje de Woody Allen entra en la sala de cine desesperado y termina disfrutando de una película de los hermanos Marx en Hannah y sus hermanos desapareciendo su angustia vital. O como ese O’Sullivan que después de su viaje más duro es consciente de lo importante que es hacer películas que tan sólo hagan reír… O esa pequeña mujer desgraciada en la depresión de los 30 que solo encuentra consuelo y un poco de felicidad refugiándose en la sala de cine (de nuevo Allen).

Daniel Sánchez Arévalo contagia buen rollo con las vicisitudes de esa familia disfuncional que a la vez está unida por lazos fuertes… y que se enfrentan al amor, la depresión, la huida, la vida, la muerte, las discusiones, las envidias, las alegrias, desgracias y la desesperación con un punto de locura, una boda que nunca se termina y una reunión muy especial con una película de las de siempre…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Los ilusos (Los ilusos, 2012) de Jonás Trueba

Ilusos

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La RAE muestra dos acepciones para la palabra iluso/a: “1. Engañado, seducido. 2. Propenso a ilusionarse, soñador”. El espectador se deja llevar por las imágenes de la gran pantalla blanca, las imágenes de Los ilusos de Jonás Trueba, y trata de dilucidar quiénes son esos ilusos.

Ilusos, los protagonistas que pululan por las calles de Madrid. Una generación de jóvenes que no llegan a los treinta o están en los treinta (con los que puedes identificarte o no) que pasean sus sueños y su capacidad de ilusionarse, que miran y sienten toda la vida por delante, que todavía tratan de vencer el desencanto. Y que tratan de hacer sus vidas especiales… y así lo transmiten.

Ilusos, todos los implicados en este proyecto cinematográfico que rebosa amor por contar historias a través de imágenes. Que entre proyecto y proyecto el cine no pare. Nos cuentan que es una película de entretiempo… para cubrir tiempos muertos. Y de esos tiempos, poco vistos en la pantalla blanca, nace puro cine. Ilusos por seguir buscando, por seguir mirando, por seguir narrando… Ilusos por seguir soñando e ilusionándose. En aproximadamente veintidós jornadas de noviembre de 2011 a junio de 2012 con una cámara de 16 mm, celuloide sobrante (a veces caducado), autofinanciándose y con toda la libertad del mundo para llevar a cabo el proceso creativo… salieron a las calles para rodar y rodar… Y ahora con una sola copia viajan con ella y la comparten con el público convirtiendo en un acto especial y único su proyección.

Ilusos, los espectadores que seguimos con la ilusión de ser seducidos y engañados por las imágenes de la pantalla blanca. Que amamos el rito de ir al cine como algo sagrado. Que queremos que nos sigan contando historias y tener la posibilidad de elegir entre un abanico de posibilidades y en un día de sol o de lluvia poder acercarnos a la sala amada y por unos minutos ‘vivir’ engañados por las imágenes que pasan…

Madrid

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Aquel espectador que ame Madrid, se sentirá seducido por Los ilusos. Y sale un Madrid al que cuidar y preservar. El Madrid que es villa. Bullicioso y acogedor. De callejuelas. De rincones por descubrir. El Madrid que sorprende. El Madrid de tabernas de toda la vida. De pequeñas tiendas y negocios. El de las casas todavía antiguas, vitange (que se dice ahora), con sus techos altos, sus terrazas a la calle…, su distribución desordenada. El Madrid ruidoso. El Madrid multicultural. El Madrid en obras… La plaza Mayor, los tejados, Plaza España, el pasaje Doré, la calle Santa Isabel, Atocha, Conde Duque y alrededores…

Y otro Madrid amado que trata de sobrevivir contra viento y marea. El Madrid de aquellos que aman el cine. El Madrid del cine Doré (la filmoteca), el de la calle Martín de los Heros y su pasaje que une la plaza de los Cubos con esta calle de cines en VOSE. El de las iniciativas que nacen por puro amor al cine (Pequeño cine estudio —que tiene un protagonismo especial en Los ilusos—… y otras salas —que no salen pero merece la pena nombrarlas— como la Berlanga, Artistic Metropol, la Cineteca —única sala donde se proyecta Los ilusos—, la amada sala audiovisual de La Casa Encendida, la sala Iberia de la Casa de América… y por fortuna alguna más que se me escapa nombrar) que permiten que lleguen obras cinematográficas que de otra manera sería casi imposible verlas; los cines de la calle Fuencarral y Bravo Murillo… y esos cines de toda la vida que todavía se mantienen en pie como la emblemática fachada del Capitol…

La muerte

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… El joven director de cine que poco a poco se va convirtiendo en protagonista de Los ilusos, León (Francesco Carril), habla de un proyecto que le ronda por la cabeza. Una película sobre el suicidio. Y también en uno de los intertítulos manuales se puede leer La muerte del cine. Las alusiones a la muerte son continuas para finalmente transmitir todo lo contrario.

El cine nunca muere mientras haya ilusos que sigan fabulando en los entretiempos (y llevando a cabo sus proyectos por nuevos caminos) y sigan existiendo espectadores con hambre de cine… Puede que cambien los formatos y los soportes… pero narrar en imágenes es un arte, el séptimo arte, que no muere. Como nunca ha muerto la novela, los cuentos, la pintura, el teatro… Así paseamos como sin darnos cuenta por los dvd’s, blue ray, la digitalización de las salas de cine, la desaparición de las películas en 16 mm o 35 mm y del revelado, la desaparición de los vhs de la manera más hermosa con unos niños jugueteando y construyendo (creando)… de pronto surge la posibilidad de en la intimidad de una cama frente a un ordenador emocionarse con una escena de una mujer llorando o seguir asistiendo a una sala con su pantalla enorme. Sólo cambian los formatos o se abren los canales y posibilidades de mirar… pero las imágenes siguen vivas. Y esas imágenes siguen contando…

Y tanto León como todos los que le rodean no hacen más que contagiar unas ganas de vivir momentos (hasta esos momentos que siempre en una película estarán en off). Y el tema del suicidio presente hasta el final termina diluyéndose como si los protagonistas quisieran vencer y engañar al desencanto… como si de alguna manera quisieran apartar de un manotazo la posibilidad del suicidio, como si lo vieran incluso como algo lejano o sólo relacionado con la creación artística… Y por eso la referencia al novelista Chusé Izuel que terminó con su vida o esa película (maravillosa) que anuncian en el pequeño cine estudio (o quizá sea la que van a ver): Le père de mes enfants de Mia Hansen-Løve… una película sobre el suicidio y el amor al cine… León se acerca a la idea de suicidio no por experiencia o desencanto (es demasiado joven, con demasiadas ganas de vivir) sino por el camino de la creación artística.

Cine dentro del cine

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Un blog amigo (Licantropunk) rescataba hace poco una frase de un personaje de La noche americana de Truffaut: “El cine es más bello que la vida, no hay atascos ni tiempos muertos. Avanza como un tren atravesando la noche. Hemos nacido para ser felices con nuestro trabajo, haciendo cine. Confío en ti”. Y de pronto estas palabras fueron surgiendo según iba viendo Los ilusos. Porque es cine dentro del cine, metacine. Porque vemos a un grupo de amigos ilusos que ruedan… una película de entretiempo desde la que de pronto nace una historia de ficción que les atrapa a ellos y nos atrapa a nosotros, los espectadores. Una simple y sencilla historia… Pero atención… estamos rodando (en confianza)… nos embarcamos en ese proceso creativo. Y sentimos creíbles y reales a los personajes de ficción… con una vida llena de tiempos muertos… pero bellos. Imágenes que pasan por una pantalla blanca, en blanco y negro. Imágenes que son miradas.

El desayuno. Una simple historia de amor

Y esa simple historia de amor surge en los tiempos de espera. Una joven estudiante de periodismo (Aura Garrido) y el joven director… una entrevista no realizada. Una llamada. Un encuentro en la puerta de un cine. Un paseo nocturno. Una cena y una conversación. Otro paseo y un beso. Una noche, juntos. Y un despertar. Después toca el desayuno, un momento hermoso y muy cinematográfico… Ese momento lleno de miradas, de cosas no dichas, de gestos… que cuenta una historia. Un momento Nicholas Ray. Puro cine. Auténtico. León ya habla que son Los amantes de la noche y luego desayunan… el joven director no prepara las naranjas como Bogart a su amada Gloria en En un lugar solitario pero sí realiza un ritual donde vemos el comienzo (o el fin) de algo…Y vienen a la cabeza esas palabras que dice Bogart (en su papel de guionista) a su amada: “Porque no están todo el rato diciéndose lo que se quieren. Aquí mismo, cualquiera sabría que nos estamos enamorando si viera esta escena: yo preparándote el desayuno mientras tú aún estás medio dormida”.

… Contar historias y compartirlas

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Y Los ilusos te va atrapando poco a poco con esos momentos frescos y auténticos de película que es libre y que vuela. Primero te sientes desubicado y puede que no entres… hasta que de pronto algo te atrapa. Una imagen o un diálogo. Y ya no sales. Ese Javier Rebollo que huye que se convierte en afortunado y divertido personaje, ese momento íntimo de amistad entre dos amigos, esa explicación divertida sobre ese curso para aprender a realizar un casting, ese primer plano de una chica que lee y mira, esa actuación musical en directo en un piso, los tejados de Madrid, unas cintas de vhs sobre un cubo de basura…

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El cine español. Una historia cultural de Vicente J. Benet (Paidós, 2012)

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Un estudio apasionante. Me regalaron El cine español. Una historia cultural en Navidades (porque ya me lo había recomendado alguien muy sabio) y cuando he podido por fin hincarle el diente me he hundido en su lectura y de nuevo he disfrutado de un buen libro. El profesor Vicente J. Benet realiza un recorrido dinámico y muy bien planificado para entender por qué el cine español es cómo es.

Así el viaje en el que se adentra el lector no es a una típica historia de cine español… sino que como especifica bien el subtítulo es un viaje a una historia cultural: crea un paisaje de cine español. Una manera de entender por qué el cine por estos lares ha sido de una manera y cómo ha evolucionado en relación a la situación política, social y cultural. Y ese viaje en cada página se convierte en apasionante… como he dicho al principio de este texto. El lector-viajero en el tiempo se adentra en la clave para entender los caminos y recovecos del cine español, entre la tradición y la modernidad, en los años convulsos del siglo XX principios del XXI conformando un mapa cinéfilo especial con distintas paradas.

Pero otro punto a favor de este estudio es no sólo la seriedad de las fuentes, la profusión de ejemplos y la investigación sino la originalidad del enfoque y la manera de transmitirlo convirtiendo su lectura no sólo en un ejercicio para la mente sino para pasar momentos amenos con cada una de sus páginas. El libro se divide en ocho capítulos que pasean por la historia del siglo pasado en este país: El choque de la modernidad (1896-1922), Formas de distracción (1923-1936),  En torno a la España negra (1931-1940), Viaje al interior (1939-1958), Mirando al exterior (1951-1970), Vías excéntricas (1925-1980), El asentamiento de la modernidad (1968-1996) y El presente transformado (1992-2010).

Así entramos de lleno en las primeras proyecciones y cómo vivió la intelectualidad la entrada de este nuevo arte. También cómo va influyendo en los ciudadanos esta nueva forma de acceder a la cultura. Deja ver cómo se van creando los primeros vestigios de una industria. Y cuáles son los nombres que empiezan a destacar en dicho arte sea en el mundo del ‘negocio’ o sea en apartado creativo. Deja ver las señas de identidad y lo que funciona pero a la vez cómo se deja influir por el cine que viene de Hollywood o de otros países europeos… Y cómo no se queda en la estacada sino que va incorporando los avances de la técnica y también del lenguaje cinematográfico. Se centra en términos aún hoy polémicos pero los explica en los distintos contextos dejando un panorama rico de miradas e interpretaciones… como es la españolada.

Va dando pinceladas certeras de los distintos géneros que van triunfando y cómo. También como los poderes políticos (acorde con la situación histórica) van dándose cuenta de la fuerza del cine y lo van empleando para propagar distintos idearios. Así nos adentramos en el apasionante relato de cine y propaganda antes, durante y después de la Guerra Civil. Todo lo va aderezando de informaciones jugosas como que en un Madrid asediado triunfó la comedia de los hermanos Marx, Una noche en la Ópera (1935) y que los ciudadanos trataban de evadirse de un tiempo de guerra y carencias con las comedias musicales de Ginger Rogers y Fred Astaire como La alegre divorciada o cómo encontraban la risa en los cortos de Mickey Mouse.

Posteriormente seguimos avanzando en un país de posguerra donde está el cine que trata de promover el ideario del régimen (no sólo el mundo de la imagen reflejado en el No-Do en las salas de exhibición) y también nos topamos con una cierta forma de hacer películas de ficción (cómo se enfocan las comedias que incluso se dejan influenciar ‘a su modo’ por las screwball comedies pero con un ‘mensaje’ final distinto o el retorno a otra lectura del pasado con el cine histórico). O cómo se va abriendo un camino de cineastas que van realizando, en lo posible, otras lecturas de esa España en la sombra. Y como precisamente son esos cineastas los que salen al exterior y adquieren reconocimiento internacional. Pasamos por las conversaciones de Salamanca. O por fenómenos cinematográficos como Sara Montiel, Joselito o la pareja formada por Concha Velasco y Manolo Escobar. Paseamos por el cine negro. Por aquel que se muestra crítico con esa imagen de una España en desarrollo…

Desembocamos en el cine marginal, underground y experimental que ha pintado un mapa cinéfilo igual de interesante. Nos sumergimos en la importancia del cine documental durante el periodo de la Transición. O los caminos que recorren algunos cineastas para reflejar la memoria. Y llegamos a los universos de Almodóvar, Bigas Luna o Zulueta que van conformando un nuevo cine hasta llegar a finales del siglo XX y principios del XXI pasando antes por la ley de Pilar Miró y sus sucesivos cambios y transformaciones… hasta un futuro incierto pero que tiene todo un bagaje donde mirarse y muchos caminos por los que avanzar.

… Yo terminé mi viaje por El cine español. Una historia cultural… y me ha servido para llegar cargada de miradas y con muchas ganas de explorar otras películas y otros caminos. Recomiendo el viaje. Merece la pena.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.