Caníbal de Manuel Martín Cuenca
Esta crítica contiene spoilers. Si aún no la has visto y quieres ir totalmente de sorpresa, léela después de su visionado.
Arranca Caníbal con unos primeros minutos de puro cine. No hay ni una sola palabra todo es imagen. Y nos sitúa desde el primer momento en el punto de vista del protagonista, el caníbal del título (un Antonio de la Torre superlativo). Desde el principio, por tanto, sabemos que tras el sastre tradicional y profesional habita un asesino en serie que busca víctimas femeninas (que desea) y después se las come. Descuartiza sus cuerpos, convierte su carne en filetes, los congela y así plantea su dieta diaria. Todo de manera meticulosa y perfecta.
Dicho sastre vive en Granada, una Granada de tradiciones… donde en pleno siglo XXI sobreviven los artesanos, como el sastre (porque él es artesanal en todo hasta matando a sus víctimas), en sus viejos locales. La Granada de casas antiguas de techos altos, de callejuelas, de procesiones religiosas…, de saludo al vecino que pasa y le pregunto por la familia…, una Granada por la que parece se ha detenido el tiempo.
Manuel Martín Cuenca maneja su virtuosismo como director a la hora de mostrarnos su historia durante toda la película. Está tan bien contada que es imposible quedarse indiferente ante la belleza de una película oscura. Por otra parte Antonio de la Torre se sumerge en un personaje siniestro creíble y sigues su particular historia a pesar del rechazo y el miedo que te provoca este personaje bien construido.
Sin embargo algo hace que la película termine siendo tan fría y gélida como el personaje que representa (y quizá esto sea un punto fuerte)… O quizá pensándolo y analizando más profundamente qué fue lo me dejó tan impasible fue que el conflicto de la película (lo que perturba la ‘tranquila’ vida del sastre y le hace plantearse lo que hace) no se me hizo creíble. Lo que no logro dilucidar es si algo tiene que ver con la elección de la protagonista en su doble papel (en un eco muy lejano a Vértigo) de hermanas gemelas rumanas (mucho más creíble como Nina que como Alexandra) o si es cómo está planteada y reflejada esta premisa que en un principio es buena, muy buena. Al sastre se le remueve todo su espíritu cuando en su vida ‘ordenada’ vuelve a aparecer una mujer a la que ya ha deseado y eliminado. Una mujer que ha saboreado. Este hecho le descoloca pues vuelve a desear a quien ya se ha comido. De alguna manera el sastre caníbal se plantea una redención imposible a través de esa mujer doble a la que desea.
Caníbal, sin embargo, es un deleite visual. Si la escena del principio es un prodigio, otra escena perturbadora e inquietante es la de otro asesinato del sastre caníbal en una playa en plena noche… Y esa inquietud se encuentra en cada fotograma de la película. El espectador no puede relajarse ni un segundo, siempre parece que algo va a suceder o estallar… y a la vez todo está narrado en un tono tranquilo y pausado.
Manuel Martín Cuenca vuelve a demostrar que tiene mucho que contar con su cámara que escribe puro cine.
Vivir es fácil con los ojos cerrados de David Trueba
David Trueba después de tirarse al abismo y salir airoso con Madrid, 1987 vuelve otra vez al pasado, esta vez a los años sesenta, con una road movie muy bien contada. No sólo parte de un guión perfectamente construido sino que lo puebla de personajes creíbles y bien interpretados. David Trueba crea lo que denomino una película-medicina. Películas muy bien contadas, con personajes que te gustaría conocer y protagonizando historias que hacen que salgas de la sala del cine con una sonrisa y pensando que la vida merece la pena vivirla incluso en periodos oscuros donde el miedo campa a sus anchas, donde se mira al fondo del túnel y no se ve el futuro.
David Trueba saca su cámara de la habitación íntima donde dos personajes desnudos terminan creando una película imposible en la pared de un baño… y se va al exterior, a una Almería llena de luz, donde tres personajes que viven en un mundo que los asfixia y los hace callar… tratan de escaparse y evadirse. Y en ese breve viaje hablan, sueñan, se frustran, persiguen sueños, los alcanzan, luchan contra el miedo, aclaran sus ideas o se complican más la vida pero recargan sus baterías para seguir adelante aunque todos tengan que regresar a sus vidas de siempre (aunque ligeramente transformados).
Vivir es fácil con los ojos cerrados parte de una anécdota real: un profesor de inglés que enseña a sus alumnos este idioma con las letras de los Beatles, decide ir a visitar a John Lennon que se encuentra en plena España franquista rodando una película británica en Almería. Su viaje tiene como objetivo que John le ayude a transcribir correctamente las letras de las canciones y sugerirle que sería bueno que se incluyeran las letras de sus canciones en los discos. Y ese profesor es un Javier Cámara que se empapa de su personaje optimista e idealista pero con un punto de melancolía, de perdedor, de solitario y fracasado pero con una dignidad a prueba de bombas… y eso lo transmite al patio de butacas. En ese viaje liberador, el profesor recoge a dos jóvenes, con sus propias historias con futuro negro, que hacen autostop. Una chica embarazada y sola, con reminiscencia plasmada a la chica de la maleta. Y un adolescente creativo que le pesa el yugo de la disciplina y la falta de libertad en el seno de su familia. Los tres terminan en una pequeña localidad de Almería donde se incorpora otro personaje carismático, El catalán, que regenta el bar y su hijo Bruno y ahí el objetivo principal de todos es contactar con Lennon…
Entre la melancolía y la comedia, una historia muy bien contada. David Trueba narra cinematográficamente una historia para salir del cine pensando que hay que seguir en este día a día aunque los tiempos sean oscuros… de fondo escuchamos a John Lennon cantando Strawberry Fields Forever. Huele a marihuana. Y de pronto nos entra la risa, una risa lejana. Una risa que se hace necesaria.
Grand Piano de Eugenio Mira
Eugenio Mira es de esa generación de cineastas españoles tremendamente cinéfilos, que se criaron con el cine americano de los años 80 pero que indagan en los clásicos, que aman la profesión y se lanzan a la dirección con energía y con una visión del cine a la americana que eclosionó al final del Nuevo cine americano donde Steve Spielberg y George Lucas crearon el marketing cinematográfico… y el cine como espectáculo e industria pura y dura. El cine es taquilla.
Esta manera de mirar el cine supone un lanzamiento estratosférico del producto cinematográfico (sea bueno, mediano o malo) alabando que es lo mejor nunca visto. Elevar el producto cinematográfico a la estratosfera. Así a veces el batacazo puede ser impresionante o realmente puede funcionar. Lo que importa es que se hable de la película y sobre todo que los espectadores vayan al cine.
Lo que es innegable a esta generación a la que se une Mira es que han visto cine, y saben narrar (se nota la sombra alargada del productor Ricardo Cortés). Mantener tensión y ritmo. Pero no basta ser ingenioso y crear un buen juego cinematográfico. Hace falta un salto más. Y Grand Piano se queda en el juego ingenioso y punto. Sin embargo creo que no hay que perderlos de vista… cuando den el salto de juego ingenioso a algo más, quizá (sólo quizá) puede haber sorpresas.
Eugenio Mira crea una historia en tiempo real. Un pianista joven, que tras un concierto traumático llevaba años sin tocar, regresa a los escenarios con el viejo piano de su maestro. Su famosa esposa, una actriz de cine, se encuentra en un palco principal y ha luchado para que su amado vuelva a tocar las teclas del piano. De pronto el pianista es amenazado en su primera partitura de que si falla una sola nota en todo el concierto morirá asesinado él o su amada. El pianista estará en tensión hasta el final porque tiene que luchar por mantenerse con vida, también evitar un susto a su amada, y seguir con un concierto de nivel. Y ya está, eso es lo que ocurre.
Movimientos de cámara imposibles, nerviosos e incluso algo paranoicos, con mucha grúa que sube y baja (es como si los técnicos tuvieran también muchos nervios y tensión). Estrellas de Hollywood en los papeles estelares (y con poquísima alma, nula) aunque salgan cuatro minutos, corriendo, deprisa y mal para palmarla en el momento. Homenajes a Hitchcock sobre todo a El hombre que sabía demasiado en su versión con Doris Day (aunque confieso que así como deseábamos que Doris Day tuviera un final bonito, cuando Karry Bishé se pone a cantar no nos importaría que tuviera un final dramático…) y todo envuelto en producto vacío. Nos hemos entretenido un poco con el juego pero no hemos podido escarbar más…
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