madrid, 1987 de David Trueba

En diez tecleos

1º tecleo. Dos cuerpos desnudos. Dos cuerpos desnudos en un cuarto de baño durante un fin de semana. Un cuarto de baño que se convierte en refugio. De pronto la desnudez de los cuerpos deja de ser importante, deja de ser algo llamativo. La situación ya no es absurda. Lo que vemos son dos personas con almas desnudas. O lo que es lo mismo durante unas horas no hay máscaras. Para lo bueno y lo malo. Desnudan todo lo desnudable. Y el espectador voyeur al final no ve únicamente los cuerpos, ve el verbo.

2º tecleo. El tiempo, la historia, lo cotidiano. Un cigarrillo tras otro. Una máquina de escribir. La radio. Cambio 16. Una carpeta con separadores. Vasos de whisky. Gafas y mucha miopía. Anfetas. Un baño con azulejos blancos. La grifería de siempre. Los ventanucos interiores. La ausencia del móvil. Norma Duval. Rosa León. La raya del pelo de Suárez. Los libros con las tapas cubiertas, papel, páginas. Los ceniceros. Felipe y Alfonso. Prensa escrita. El valor de la palabra…

3º tecleo. La voz. Todo lo envuelve la voz grave, la verborrea imparable, la frase precisa de un desencantado y amargado de la vida con rostro de José Sacristán. Su voz lo seduce todo. Su voz como el personaje del columnista se transforma. Y de un hombre amargado, desagradable, que sienta cátedra en cada frase que derrama… con voz grave, a un hombre que seduce y hace imaginar a través de la palabra vomitada. Con cada cadencia sentimos al hombre que desnuda su ser y su desencanto por la juventud perdida o el deseo de volver a aletear. El hombre que se mira al espejo y no observa al hombre que le gustaría haber sido. El hombre que se mira al espejo y le gustaría seguir creyendo en el cambio… El hombre que en el fondo sigue sabiendo que la palabra late aunque la silencie.

4º tecleo. El silencio. El cuerpo. La musa. Al principio hecha de silencios. Al principio sólo la miramos a través de la voz de ese columnista que sólo quiere tocar su cuerpo… ya no le interesa el talento. Sólo es un cuerpo. ¿Un objeto? Un lienzo para pintar y vomitar todo lo que se le ocurra. Y ella observa en silencio cual estatua de mármol. Con rostro de María Valverde. Cual mujer florero-pasiva. El papel que le da el columnista con intelecto, el columnista con ideas progresistas convertido en tirano que desprecia. Pero ella poco a poco va mostrando otra cara que nada tiene que ver con la pasividad hasta que llega al clímax del enfrentamiento y humaniza la verborrea imparable del columnista, y le hace reparar que tras el cuerpo hay un talento. Que tras ese cuerpo hay un verbo que escuchar.

5º tecleo. Generaciones. El maestro y la alumna. El profesional perro viejo y la aspirante a escritora. La vejez y la juventud. El que deja el tren o llega a su parada y la que coge el tren y espera un viaje de largo recorrido. Lecciones de vida de ida y vuelta. La voz de la experiencia y el desencanto, la voz de la que todavía espera y todavía cree. Los dos saben de amarguras. Los dos saben de placeres. Los dos saben cómo hacerse daño. Pero también entienden de ternuras. De empatías. Los dos saben volar y también posar los pies en la tierra. Sólo cuando se escuchan tienden un puente. Los dos trazan caminos de ida y vuelta… pero eso únicamente es posible en el refugio.

6º tecleo. Suicidio. Aunque no lo parezca cada día es un nuevo suicidio. Cada sueño al que renunciamos. Cada daño que infligimos. Cada traición que perpretamos. Cada desilusión que nos llevamos. Cada silencio que nos guardamos… El suicidio puede ser la amargura de no querer mirarnos en un espejo. O no poder con la vida ni a rastras y un día en silencio tirarnos por una ventana. Porque parece que nada merece la pena. Que nada puede cambiarse o transformarse. Que los tiempos pasados pasaron y ya son inasibles. El suicidio también puede ser no levantarse de una cama. Pero a veces se puede encontrar un recoveco o un refugio íntimo… inaccesible para casi todo el mundo y descubrir que la vida fluye y sigue ahí. Que la palabra se oye. O se lee. O se ve…

7º tecleo. Mañana. Y entonces en la voz de Irene Tremblay quizá llega la posibilidad de un mañana. Desconocido pero un mañana. Y ese mañana puede estar lleno de posibilidades. Un mañana lleno de incertidumbres. Y puertas cerradas pero también con piedras en las que poder alzarse para mirar. O ventanucos que dejen pasar una leve luz. “Que no te venzan derrotas por llegar”. Detras de una nube puede estar el sol. Ya sabéis, son cosas que pasan.

8º tecleo. Estilo. En madrid, 1987, hay un estilo minimalista. Un estilo desnudo. Que no se siente. Que se vive. Que arrastra. Que te envuelve. Atrapa un instante de vida. Algo que quedará en un recuerdo. Y en madrid, 1987 se habla de estilo con certeza, de que el buen escritor es el que está desnudo, el que no fuerza, el que no trata de que se le note qué estilo tiene. Pasa igual con el que filma. Cuando se nota que en escribir o en filmar se te va la vida en ello. Se te escapa la vida en ello. Porque es lo que vomitas, lo que tienes dentro. Sin máscaras.

9º tecleo. En la habitación. Y con lo mínimo surgen todas las emociones. A veces sólo hace falta una habitación y unos actores. En madrid, 1987, un cuarto de baño, dos actores desnudos y la palabra. El baño tiene una pequeña ventana, un marco, un váter, una bañera, un lavabo, una lamparita, una toalla, una cortina de plástico de ducha, y, como no, un espejo…

10º tecleo. Imaginar cine. Lo más bello y desnudo de madrid, 1987 es una película no filmada, inventada. Y ahí vemos la capacidad y el poder de la palabra. Y ahí vemos la capacidad y el poder de la imagen. Sólo hacen falta unos espectadores. Un gran marco, un fondo blanco. Y las ganas de vislumbrar una historia.

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