La invención de Hugo (Hugo Cabret, 2011) de Martin Scorsese

A mi padre… no me acostumbro a tu ausencia

… dice mi hermana amada que La invención de Hugo es como un testamento de Scorsese… para decirnos a todos que ama el cine. Que al cine lo necesita como el aire que respira. Quiere dejar una herencia. Unas palabras. Un amor inusitado al arte que ha practicado. Y para ello adapta un libro infantil ilustrado de Brian Selznick y lo convierte en imágenes. Y en su propio discurso.

Y Scorsese muestra y juega. Crea e imagina. Y emplea como un ilusionista, como el primigenio Méliès, una técnica cinematográfica a la que exprime todo su jugo, el 3D. Todo es cine, puro cine. Y al servicio de contarnos una historia… o una confesión. Su propio amor al séptimo arte.

Nos regala un cuento donde el cine es protagonista total y absoluto. No falta el homenaje, la sala de cine, el proyector, las imágenes en la pantalla blanca, el rodaje, el estudio, el entusiasmo creador, los actores, las actrices, el director, los espectadores-cinéfilos, el triunfo, el fracaso, el olvido, el renacimiento…, el arte de mirar, el cine como centro de vida, el cine como arte al que cuidar, analizar, estudiar, rescatar. El cine sobre el que escribir.

Y todo este enorme testamento nos lo regala como si fuera un sencillo cuento sobre dos niños que se encuentran y buscan aventura. Sobre el padre ausente. Sobre el abuelo gruñón que esconde un pasado hermoso, que le duele, porque cree que hay olvido. Y no es cierto. Sobre una tienda de juguetes… Sobre cartas, dibujos, mecanismos que arreglar…

… Nos regala unos escenarios de lo más cinematográficos. París. Los relojes. Sus mecanismos. Las calles nevadas. La estación de tren. El tren… y los propios habitantes de la estación.

Todo lleno de elementos cinematográficos. El bibliotecario misterioso. El amor no sólo al cine. También a los libros. El encanto del ilusionismo. La llave secreta. El maravilloso autómata… que esconde un secreto. El vigilante malvado de corazón de oro. El perro fiero pero tierno. La florista sensible, los abuelos enamorados…

Todo encaja. Todo funciona. Y Scorsese nos envuelve con una mirada mágica, llena de ilusión y de pasión por contar…

Porque de eso trata el cine. De contar. Como los libros. De contarnos mil y una historias… Del arte de narrar. Y de cómo ese poder da sentido a nuestras vidas.

Porque como imagina Hugo todos formamos parte de una enorme maquinaria. Todos somos piezas con un sentido. Y todos tenemos una función.

Narrar, contar… cinematográficamente es una de esas funciones. Y disfrutar, escuchar y mirar lo narrado es otra.

Y Scorsese, con mirada inocente, nos grita su función. Trasmitirnos la magia del cine. Su amor por él.

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