El discurso del rey… y los oscar

Pues fíjense que a mí El discurso del rey me pareció película tierna y correcta, muy correcta… pero de ahí a convertirse en la vencedora de la ceremonia, en lo mejor del año… Habrá que esperar unos años para comprobar si la película sigue siendo recordada.

Eso sí mi alegría y felicitaciones a Colin Firth. Le tengo estima, me gustan sus personajes. Me gusta su rostro.

Estoy en lista de espera para poder disfrutar de Cisne negro… que creo no me va a desilusionar.

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¡Socorro!… duendes o marcianos en el blog

Queridos todos, estoy desolada y éste es un grito de ayuda y socorro. Como sabeis soy un desastre en esto de las Nuevas Tecnologías. Aunque llevo años con este blog sigo siendo de la generación de la máquina de escribir. Ya sabéis, soy Hildy Johnson, reportera inmortal a la que le cuesta adaptarse (aunque lo intenta) a estos nuevos formatos. En Luna Nueva lo de Internet nos hubiera sonado a marcianada.

Desde el principio de mi andadura por el blog he tenido extrañas visitas de duendes o marcianos que hacen que algunas cosas no funcionen correctamente. Y bueno se han ido solventando y otros asuntos no se han arreglado jamás (como el next pag o el buscador). Pero estoy desolada porque ahora la travesura ha sido máxima… y me siento absolutamente sola y sin saber cómo solucionarlo o si tiene solución.

Os cuento.

De la noche a la mañana me encuentro con que absolutamente todos los comentarios (que no sabéis cómo valoro y la importancia que les doy… y lo que me animan a seguir con esta pequeña aventura) se han borrado. Han desaparecido. ¿Entendeis algo? ¿Cómo ha podido ocurrir algo semejante? No puedo entenderlo. Lo peor es que no sé a quién acudir y cuando miro ‘las tripas’ del blog menos entiendo. Yo apenas me atrevo a investigar pues temo fastidiarlo más. Yo en las ‘tripas’ sólo hurgo para editar los textos y borrar los mensajes spam (que están separados de los comentarios…, luego no puede ser una metedura de pata mía -la hubiera cometido ya hace años-).

Por eso pido si hay algún alma cibernética que me pueda explicar qué ha podido pasar… en un lenguaje adecuado para ‘tontos de baba’ de las Nuevas Tecnologías que es lo que es esta Hildy Johnson.

Lo curioso es que sí aparece el número de comentarios en cada post. Eso no ha desaparecido. Pero cuando entras ni rastro de los comentarios.

Lo único que me consuela es que sí entran los comentarios nuevos y no parece que desaparezcan. No entiendo nada. Y estoy triste porque los comentarios enriquecen y ya tengo muchísimo cariño a varios comentaristas que me hacen aprender cada día.

Besos desolados

Hildy

Lluvia de estrellas de cine… infinita

Los ojos tristes y enormes de Marilyn Monroe en Bus Stop.

La sonrisa de Marlon Brando en Salvaje.

El desencanto romántico de Humphrey Bogart en Casablanca.

La lágrima de Glenn Close en Las amistades peligrosas.

El antihéroe caído que vuelve a enamorarse de Jeff Bridges en Los fabulosos Baker Boys.

Los ojos saltones y furiosos de Bette Davis en Eva al desnudo.

El grito de Johnny Weismuller en Tarzán.

El bigotillo, el sombrero, las botas y el bastón de Charlot.

La ilustre calva de Yul Brynner.

La belleza prácticamente perfecta de un joven Gary Cooper en Marruecos o en Adios a las armas.

La cara de alucinado de Cary Grant en cada una de las escenas de Arsénico por compasión.

El llanto o la risa histérica de Carole Lombard en Al servicio de las damas.

La locura de Natalie Wood en Esplendor en la hierba.

Las manos de Robert Mitchum en La noche del cazador.

El forzudo de Anthony Quinn en La Strada.

El hastío encantador de Marcello Mastronianni en La dolce vita.

La nostalgia por tiempos pasados de Angelica Huston en Los muertos.

La incertidumbre en el rostro de Deborah Kerr en Suspense.

Las costillas y los cachetes de Spencer Tracy y Katherine Hepburn en La costilla de Adán.

El gigoló con mucho cinismo y desencanto de William Holden en El crepúsculo de los dioses.

El hombre duro que se derrumba de Kirk Douglas en Brigada 21.

El rencor de Eleanor Parker en Sin remisión.

El nerviosismo de James Cagney en Al rojo vivo.

La vulnerabilidad de John Garfield en Cuerpo y alma.

Las acrobacias de Burt Lancaster en El temible burlón.

La belleza elegante y maldita de Alain Delon.

La dulzura en el rostro con ojos pícaros de James McAvoy.

… una lista que se me hace interminable.

Una lluvia de estrellas que llenan mis tiempos muertos.

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Perseguido (Pursued, 1947) de Raoul Walsh

Raoul Walsh, ilustre director de la cuadrilla parche en el ojo (cuadrilla maravillosa con ilustres nombres como John Ford, Fritz Lang, Nicholas Ray o Samuel Fuller), me seduce una vez más con atípico western que no tenía el gusto de conocer. Walsh es cineasta con personalidad arrolladora como podemos comprobar en una de las conversaciones que mantuvo con Peter Bogdanovich (publicada en el primer volumen, imprescindible, de El director es la estrella en T&B Editores). Ahí Raoul se muestra como pionero en ese mundo que fue Hollywood pero también nos cuenta sus andanzas en diversas profesiones por mar y por tierra antes de convertirse en ilustre y actualmente olvidado director, por desgracia. En el cine silente además de director o guionista fue también actor antes de sufrir el accidente que le dejaría sin ojo.

Aunque no he visto todavía toda su obra (me queda muchísimo por descubrir), de lo conocido hasta ahora, lo que sí puedo afirmar es que hay un aspecto que me llama poderosamente la atención en su cine y su dominio de los géneros y es que pese a ser ese hombre duro y pionero poseía también un romanticismo extremo y poético que le permitía presentar unas historias de amor con un sentido trágico del destino y una plasmación romántica fuerte e inolvidable. Así tenía una sensibilidad especial para representar un romanticismo trágico y presentaba a unas heroínas apasionadas con una personalidad compleja. Sus héroes y heroínas así como sus historias se convertían en creíbles a la par que extremadamente poéticas.

Me viene a la cabeza el romanticismo trágico de Los violentos años veinte, El último refugio o Juntos hasta la muerte… y ahora añado Perseguido. Ese romanticismo mezclado con pasión, muerte y tragedia es lo que más me ha entusiasmado de este, vuelvo a repetir, peculiar western. Así creo que no olvidaré ese baile “a la fuerza” pero lleno de sensualidad entre Robert Mitchum y Teresa Wright. O toda la secuencia que nos narra “el cortejo obligado”, la boda y la noche de bodas entre dos personajes entre los que fluctúa un amor apasionado, un destino trágico y un odio incomprensible por todas las muertes que impiden su pasión. Esa novia seria, de blanco, con pistola en mano. Ese novio serio que sabe que no tiene que dejar escapar a la mujer que ama (aunque en esos momentos sabe que le odia), pero que un pasado y un destino que no puede dominar se empeña en no dejarle vivir tranquilo y enamorado. Así llega la escena culminante donde ella le apunta y él se va acercando hasta que se funden en un beso donde ella desesperadamente le pide finalmente que la abrace… cayendo al suelo la pistola.

Pero no sólo este aspecto es el que hace atípico este western. Son muchos otros matices que enriquecen su visionado. Una película del Oeste con toques psicológicos, tintes shakesperianos, pasiones desatadas y una venganza eterna con un malo malísimo manco que persigue al protagonista en la sombra desde que era niño. Todo envuelto en unos amplios paisajes rocosos que acentúan la soledad e indefensión del personaje principal, Robert Mitchum, que no entiende el reguero de desgracias que acompaña su vida.

Mitchum sólo guarda en su cabeza recuerdos discontinuos de un hecho escalofriante que cambió su vida cuando tan sólo contaba cuatro años de edad. Sólo recuerda fogonazos y unas botas con espuelas (imágenes que le acompañarán toda la vida y se convertirán en su pesadilla continúa) y que a partir de ese momento le acogió una mujer, su madre adoptiva, en su familia. Una mujer viuda y con dos hijos, un niño y una niña. Una mujer que trata de que Jeb, el protagonista, sea uno más y que entre sus dos hermanos adoptivos y él surja un lazo irrompible. No lo consigue… la tragedia y la culpa también la persiguen a ella. Tan sólo hay un momento que parece que fragilmente ha conseguido lo que quiere, ese lazo que los une a todos, y es cuando los cuatro integrantes rodean una caja de música y los dos hombres cantan la canción de la melodía bajo la mirada atenta de las dos mujeres. Momento mágico. Jeb mantiene una relación amor-odio y rivalidad con su hermano adoptivo Adam (que irá alimentando en la sombra el malo malísimo, un familiar de la mujer, el tío de los niños, un hombre de apariencia siniestra sin un brazo) que terminará de manera trágica. Pero a la vez alimenta una historia de amor con tintes trágicos con su hermana adoptiva, ambos son arrastrados por un destino que no entienden en plenitud.

También en la película está siempre presente la muerte que llega a su culminación en un fantasmagórico entierro que marca al protagonista porque es  el momento en que decide que no debe perder el amor de su hermana adoptiva a pesar de las dificultades. Y otro aspecto es la forma en la Walsh decide contarla. Nos remite a los personajes en punto en que esta historia va a terminar… y nos va narrando todo desde flash back al pasado para que el espectador pueda entender porque los protagonista se encuentran en esa situación… en un rancho abandonado como esperando la muerte…

Película que creo volveré a ver pronto… porque quedan muchas cosas por descubrir. Y que permite además disfrutar de la interpretación de una inolvidable actriz secundaria, Judith Anderson que quedó marcada y eternamente recordada en su papel de ama de llaves en Rebeca.

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Daisy Kenyon (Daisy Kenyon, 1947) de Otto Preminger

Sorpresas te sigue dando el cine. El cine de te da sorpresas. Y así con estas afirmaciones alegres analizo una de las obras de ese director por el que siento cariño y cierta predilección, Otto Preminger. A pesar de su fama de ogro y de ser complejo a la hora de trabajar con él por su carácter fuerte y sus gritos míticos. A pesar digo de todos sus defectos como persona (tenía un físico temible) logró sacar adelante una filmografía interesante y llena de extrañas joyas. A Otto no había que tocarle las narices y por eso también hizo funciones de productor. Otto quería contar historias y fue a uno de los que les molestaba terriblemente la existencia del Código Hays, ese código que impedía hablar directamente de temas que le interesaban para ofrecer historias que quería transmitir. Con toda su complejidad. Por eso toda su carrera en el cine cuenta otra intrahistoria, el salto de obstáculos y muros para poder contar lo que quería contar. Y sus transgresiones y burlas continúas a los que querían “decencia” que confundían con “hipocresía”.

Así Otto habló de homosexualidad, de drogodependencia, de corrupción en el poder (político o eclesiástico), de relaciones sexuales y otros asuntos turbios, de violaciones y virginidad, de relaciones interraciales, de enamoramientos más allá de la muerte… y tocó todos los géneros posibles algunos con mayor fortuna y otros con algo menor (pero siempre con apuntes interesantes).

Y de pronto en 1947 nos encontramos con Daisy Kenyon. Un melodrama si melo, sin desmelene, sin emociones fuertes… la historia fuerte de pasiones y demás está ahí… pero con una visión civilizada y racional. Como si todos los seres humanos fuéramos capaces de dejar las emociones a un lado y arreglar los asuntos del corazón de manera civilizada. De una manera totalmente racional. Y eso es lo que hace a Daisy Kenyon una película atípica, interesante… y todavía moderna. Porque, señores y señoras, somos hijos e hijas del melodrama…historias fuertes, emociones desatadas y la lógica brillando por su ausencia…, y de pronto, Otto nos obsequía con un melodrama matemático y racional que finalmente nos deja escapar una sonrisa de los labios. Porque no hay drama. No, señor. Me quito el sombrero.

Contemos la historia. Daisy Kenyon (ella es la reina del melo, Joan Crawford) es una mujer moderna de finales de los años cuarenta. Acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial y ella es una mujer trabajadora, diseñadora, independiente, con apartamento propio en Nueva York y muy dueña de sí misma. Ah, por supuesto mucho desencanto a cuestas. Su vida sentimental es un caos porque está atada emocionalmente a un abogado prestigioso pero que es hombre casado y con dos hijas a las que adora. El tipo en cuestión es un ejecutivo enamorado de sí mismo, de su éxito y encantado de poseer las emociones de Daisy. El rostro de esta joya de la corona es Dana Andrews que además consigue que sea un ser humano que encima no te caiga mal. Aparece el tercero en cuestión, un Henry Fonda, como soldado desencantado que ha vivido el horror de la guerra y ahora no sólo se siente desubicado sino que arrastra la ausencia de su mujer (que murió en un accidente de coche) y desde ese momento es un muerto en vida pero con ganas… de volver a intentarlo. Y ese volver a intentarlo es con Daisy Kenyon. Así que los dos, Daisy y él, unen sus cuerpos sin mentirse, él tiene que recuperar la ilusión por vivir y saber desprenderse de la ausencia de la esposa, y ella, sabiendo que no está con el hombre con quién realmente le gustaría estar, herida de corazón. Pero ambos deciden darse una oportunidad y construirse una vida juntos, desde cero… pero entonces ¿dónde está la historia? ¿Cuál es el impedimento? Por supuesto en Dana Andrews que no se retira tan fácilmente y en acontecimientos futuros que precipitan el divorcio de éste e implican a Daisy en un juicio (y así Preminger se va entrenando en cine judicial para luego posteriormente ofrecernos otros juicios que le elevarían a los altares…).

Andrews no puede romper ese lazo emocional que les une. Y Daisy tampoco. Es un lazo de recuerdos y dependencias. Él no sólo humilla de continuo a la esposa sino que además quiere también tener/poseer a la amante, mujer de espíritu independiente. Y de nuevo Otto, genial, nos ofrece a una esposa que no recibe el beneplácito del público (y eso que debe ser duro aguantar a tal personaje). Porque la esposa es la única que se deja arrastrar por las emociones, la única que se desata, la única que no emplea la lógica… y la única que aparece como una inestable mental incapaz de arreglar su vida o imponerse. La única que paga su debilidad con dos hijas que no hacen más que demostrar su amor al padre y su menosprecio a la madre que desata su furia sobre todo con la más pequeña.

Así de pronto la película nos ofrece un triángulo amoroso que se reúne varias veces alrededor de una mesa o una habitación para arreglar su situación. Todo de manera tan civilizada que no sólo provoca la sonrisa de los protagonistas sino la nuestra también. Henry Fonda en ningún momento es el marido engañado, Daisy no es la mujer que se rompe ante dos amores y Dana se va haciendo más humano y pierde con la dignidad del que de pronto lo tenía todo y se da cuenta lo fácil que es perderlo todo. Descubre que en su brillante carrera puede perder un caso importante, que su cómoda vida familiar puede derrumbarse y que la mujer a la que tenía atada emocionalmente se le escapa de las manos porque no vivían una relación real. No construían nada.

Así me parece interesante la cantidad de subtramas que ofrece la película. Y como Otto dirige a sus personajes de manera tan civilizada que no llegan a perder los estribos. Y todo va confluyendo hacia la calma. Y la sonrisa final. Como una broma. Quizá la única que sale perdiendo es la pobre mujer de Dana… que sólo sabe dejarse llevar por sus emociones y claro se desboca y no regresa a su ser…

Buen trabajo para recuperar a Joan y a Fonda. Pero aquí voy a pedir mi aplauso por aquel que nunca fue considerado una estrella, Dana Andrews y sin embargo trabajó siempre con buenos directores y creó personajes para el recuerdo cinéfilo difíciles de olvidar. Miremos la nómina de directores que contaron más de una vez con Dana: Otto Preminger, Fritz Lang, Jacques Tourneaur, Elia Kazan, William Wyler, Lewis Milestone… Y recreémonos en una de sus interpretaciones.

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Valor de ley de los hermanos Coen

Me ha gustado ver antes la película de Hathaway y después la de los hermanos Coen. Y si tengo que realizar una valoración diré que ambas se quedan en el terreno de westerns interesantes pero no piezas maestras. También expreso que hay elementos que me gustan más cómo están resueltos en la de Hathaway y otros en la de los Coen. Ambas tienen un halo especial y ambas se decantan por el desarrollo de las relaciones personales que es lo que acaba dando una identidad especial y extraña a esta historia. Así vemos como tres personajes que se salen de los cánones se unen para un objetivo común en una historia de venganza con ribetes de humor duro, como los tiempos que corrían en el lejano Oeste. Esos tres personajes son un fuera de ley con parche en el ojo, solitario y alcohólico, una niña tremendamente inteligente y que toma la iniciativa y la acción en tiempos inminentemente masculinos y un joven rangers de Texas, con mucha palabrería, ambiciones y algo inexperto en la aventura de la vida pero con fondo honesto y transparente.

Así la de los Coen, por citar las diferencias, hace hincapié en un tono elegíaco de tiempos pasados revistiendo a sus personajes de un destino fatal y dando toques de cuento triste sobre el bien y el mal. Recupera la primera persona (la novela de Portis está contada por la niña protagonista) y nos envuelve en un ambiente de leyenda. De pasado. Con este aire de historia fantástica me quedo con la escena, casi fantasmagórica y mágica, de la cabalgada final de Rooester Cogburn con la niña mortalmente herida en una noche estrellada…, esa carrera hacia la vida. 

Y no podía ser de otra manera Jeff Bridges de nuevo brillante en su retrato de un perdedor, un fuera de ley, con su código particular. Un Rooester que siempre ha sido hombre duro, demasiado duro, solitario, alcohólico y que va haciéndose viejo. Bridges crea su propio Rooester con un aire más trágico y triste que el de Wayne. 

Los Coen esta vez recrean un puro western del ocaso y realizan un trabajo formal impecable además de permanecer en el género y con el tono de la historia hasta el final. Así construyen una de sus películas menos coenianas y quizá los habituados a los giros de su particular cine y universo encuentren a los Coen en Valor de ley contenidos. Sin embargo sus señas de identidad están presentes y quizá los guiños más coenianos sean el encuentro de Rooester y la niña con un extraño doctor vestido de oso y ese ahorcado en lo alto de un árbol (quizá, no la he leído, sean personajes o situaciones que aparezcan en la novela de Portis)… 

Matt Damon también imprime carácter al personaje del rangers de Texas. Un personaje que se va transformando a lo largo de la película. De un guaperas con mucha labia a un hombre con cualidades de héroe del Oeste que absorbe su mitología y que queda como un cowboy mítico del que la niña protagonista no vuelve a saber nada. 

Otro punto que me gustaría destacar es que sin duda los Coen sí que beben de la película de Hathaway al concebir ciertas escenas prácticamente igual que el film original. Entre ellas, la escena del juicio que presenta totalmente al espectador al personaje de Rooester o cómo la niña con el caballo cruza un enorme lago, de esta manera, va haciéndose un hueco entre los dos hombres que valoran su determinación y valentía. Por último, la escena mítica de Hathaway de un Wayne con parche en el ojo cabalgando con sus pistolas frente a cuatro forajidos, en la de los Coen es prácticamente igual. 

De la antigua me quedo con la escena del ahorcamiento de los tres hombres que me parece más impresionante y efectiva que en el relato cinematográfico de los Coen, con la muerte de los dos forajidos en la cabaña (un punto a Dennis Hopper) y sin duda con el personaje del bandido Ned original con rostro de Robert Duvall mucho más construido y carismático en la de Hathaway…, y también me quedo con el final de la película original aunque sí que es cierto que el de los Coen imprime al film ese aire de cuento trágico, mítico y nostálgico que ahonda en el carácter de perdedor y fuera de ley de Rooester. 

Aun así me quedó un sabor bueno con Valor de ley de los Coen y ese western, cercano al cuento o la leyenda, con aires elegiacos.

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Valor de ley (True Grit, 1969) de Henry Hathaway

Buen momento para recuperar olvidado western que supuso un oscar en la carrera de John Wayne por su recreación de un antihéroe, Rooster Cogburn. Ahora vuelve a la memoria cinéfila porque los Coen han vuelto a retomar al personaje y la historia. Mientras Hathaway pasea por las claves del cine del oeste para ofrecer historia al servicio de la estrella del género, parece ser (creo que la veré el viernes y me muero de ganas) que los Coen parten en su adaptación a captar el espíritu de la novela de Charles Portis. El antihéroe del parche en el ojo, viejo, alcohólico y solitario tiene esta vez el rostro del carismático Jeff Bridges (al que ya sabéis que adoro).

Pero volvamos a la pieza original de Hathaway (director-artesano capaz de ofrecer en su carrera larga y variopinta puro cine negro como El beso de la muerte o Yo creo en ti, melodrama con tintes de thriller como Niágara o puro cine espectáculo como Tres lanceros bengalíes) que en su momento adquirió tal popularidad, sobre todo el personaje de Rooster, que en 1975 se realizó una secuela del personaje (con Wayne, claro) en El rifle y la Biblia  (pero fue dirigida por Stuart Millar).

Situémonos en los duros y salvajes tiempos del Oeste y sus duras gentes. Valor de ley presenta una historia de venganza con un fuera de ley con estrella de sheriff, parche en el ojo y mucho desencanto a cuestas; una niña de apenas 16 años obstinada, racional y fría con personalidad compleja (Kim Darby) y un joven tejano con ambiciones (Glen Campbell) pero muy verde en ciertas cuestiones de la vida. Tres seres muy distintos entre sí unidos para capturar a un mismo hombre por motivos muy diferentes. Así Hathaway ofrece la historia de una búsqueda y crea las relaciones transformadoras y cambiantes entre los tres personajes (lo que más disfruté de la película).

La historia arranca cuando el padre de la niña es asesinado y abandonado, podríamos decir que por accidente, por uno de sus hombres de confianza. Éste huye y se une a una banda de forajidos. Su hija paga a un hombre, al más duro, porque quiere a toda costa vengar la muerte de su padre. Sin piedad y estar ella presente. El joven tejano se les une porque el asesino es buscado en el estado de Tejas ya que también mató a un senador y se paga una cuantiosa recompensa por su captura. Ya está el nudo de la historia y comienza la aventura de la búsqueda.

En el camino encontrarán forajidos entre los que aparecerán los rostros del Dennis Hopper o Robert Duvall (con un buen personaje). Y ahondamos en la personalidad nada fácil de los tres protagonistas que sin embargo van tejiendo unos lazos fuertes.

Hathaway ofrece una historia de venganza y violencia repleta de escenas-detalle que conforman la personalidad de cada uno de los personajes. Impresionante, al principio, la secuencia de la ejecución de tres hombres en la horca en medio de una multitud donde se encuentra la niña protagonista. O también la escena casi final de un Wayne (que la niña ve con ojos de hombre valeroso y yo con ojos de hombre fuera de la ley a la que ya está de vuelta de todo y se muere… pues no pasa nada) que galopa en dirección a una banda de forajidos a disparo limpio. O el universo recreado para conocer la intimidad del hombre del parche que vive con un anciano japonés y un gato “con el que comparte habitación”.

Valor de ley es un western con un universo propio y con muchos matices que hacen que no sea una obra de mero entretenimiento. Y eso sin duda es lo que sintieron los Coen… en la novela (que confieso no he leído pero está publicada por Debolsillo). Pronto os contaré mis impresiones de la película de los Coen.

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Pa negre…

Acabo de terminar de ver la gala de los Goya y siento una alegria inmensa por Pa negre de Agustí Villaronga. Sólo sé que me fascinó…

Me quedo con una frase de Camus: «Un oficio al que quieras y respetes te puede ayudar a vivir». Y doy una pequeña vuelta a esa frase: «Una pasión a la que quieras y respetes te puede ayudar a vivir».

Y de paso en este pequeño texto invito ya que mañana es 14 de febrero, no a incitar al consumismo de San Valentín, sino a recordar todas aquellas escenas de amor que nos hayan emocionado a lo largo de nuestra vida como espectadores de cine. Os aseguro que es reconfortante. Y de paso si realmente estamos enamorados (o que realmente amemos alguien con muchísima fuerza sin necesidad de que sea una pareja) que mañana nos levantemos con la mejor de las sonrisas, un beso y una palabra amable.

Me voy a la cama a soñar con mi pasión… y a pensar en las miles de declaraciones de amor cinéfilas que me hacen mirar la vida con ojos alegres.

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Concursante (2006) de Rodrigo Cortés

Me quedo con la transformación de Martín Circo (grande, Leonardo Sbaraglia).

Y con una frase:

«Vivimos en el paraíso de la usura legal».

Película para verla despacio, te entren sudores y unos toques de angustia.

Película-aviso. Estamos mucho más adormecidos de lo que pensamos.

Mucho más esclavizados de lo que pensamos.

Pero esta ínfima parte del planeta tierra donde vivimos unos cuantos, adormecidos pero privilegiados -en comparación con otros ciudadanos del mundo-, ¿será el mejor de los mundos?

¿Es ese conformismo o ese estado de no entender dónde vivimos la mejor opción?

¿Es mejor mostrar cara de incredulidad ante los acontecimientos que estamos viviendo, sí, crisis y demás… y dejar que todo siga funcionando igual? Sin una queja, sin un cambio. Mientras algo se va derrumbando sin saber muy bien cómo ponerlo en pie.

¿No es mejor aunque acabe mal el asunto, despertar, comprender, reaccionar, tratar de cambiar y transformar lo que nos rodea… a algo más justo y humano…? Con sentido común, con conocimientos, con humanidad, con espíritu de cooperación, con mucho esfuerzo y grandes dosis de cariño…

En fin, Rodrigo Cortés en su debú construye una película-ficción, llena de nervio y de hallazgos interesantes, de una reflexión sobre el momento actual que vivimos con el sistema económico, político y social que hemos ido construyendo poco a poco… la humanidad. Sí, la humanidad. Ese grupo humano capaz de las mejores y peores cosas. ¿No podríamos concursar con lo mejor de cada uno en este mundo?

Besos y buenas noches

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Momentos inolvidables de James Dean

El otro día me entero de que James Dean hubiera cumplido ya 80 años. Pero se fue con 24. Dean se convirtió pronto en mito. Tan sólo dejó tres películas y sin embargo su icono permanece en textos, en fotografías, en biografías… Es un filón que nunca se acaba. Algo parecido a su compañera Marilyn que desapareció con 36 años y sigue siendo una leyenda viva.

Nunca se termina de hablar sobre él. Siempre hay alguien que le revisita (aunque últimamente está un poco dormido). Una filmografía mínima pero que se conserva por los siglos de los siglos y le ha hecho inmortal. Ni siquiera se sabe qué hubiera pasado con su carrera si no hubiera tenido un accidente de coche.

El fenómeno James Dean crece. O por lo menos no desaparece. Se puede analizar de mil y una maneras. Es curioso es el único personaje que tuve durante años, durante aquello que llamamos adolescencia, en el techo de mi habitación en póster gigante en el techo. Algunos ven sus interpretaciones como una repetición de tics interminables. Otros le consideran fresco y que en su momento volvió a todos locos con el arte de la improvisación ante las cámaras… Eran los tiempos en que se imponía el Actor Studio. Un método que ponía al actor en el centro de la película. El actor dejaba de ser un receptor de órdenes, y se convertía en creador. Aportaba a la creación del personaje e imponía su rebeldía a la figura del director.

Otra visión de su figura es que Dean demostró que los tiempos estaban cambiando y ya no se pedía a jóvenes sanos, hermosos, sin problemas y defensores de la american way of life. Se quedaban fuera de juego las mujercitas y sus galanes, Sandra Dee y su pandilla… Ahora llegaba un nuevo adolescente complejo y con problemas que era un volcán de sentimientos. El adolescente huraño que se enfrenta a la autoridad y a la familia porque le acorralan y no logra ser feliz. El joven que tiene amores que le rompen el corazón… Y aún seguimos en esa etapa… El joven rebelde sigue deleitando. Y James Dean pudo ser el pionero más famoso.

Tres películas, tres momentos

Los únicos que pudieron dirigirle fueron Elia Kazan, Nicholas Ray y George Stevens. Y las tres historias: Al este del Edén, Rebelde sin causa y Gigante han dejado cientos de momentos inolvidables donde el icono Dean surge con fuerza.

Al este del Edén, adaptación (tan sólo de una parte) de novela de Steinbeck, nos presenta a Dean en el papel de Cal, un Caín que se enfrenta a todo lo que le rodea. A su padre, duro predicador, a su hermano (el que todo lo hace bien), a su madre (que siempre creyeron desaparecida y sin embargo es madame de un burdel)… y además todo aderezado con amor desgraciado e imposible, está enamorado de la novia del hermano… y ella corresponde. Es un Caín que continuamente quiere redimirse pero una y otra vez es golpeado y una y otra vez no puede contener su ira. Porque odia y ama con la misma intensidad. Si elijo escena me quedo con una de las últimas. Cuando Cal prepara ilusionado una fiesta a su padre en la que además quiere regalarle un dinero que ha ganado (no mirando muy bien los métodos de su negocio, capitalismo puro y duro en tiempos de guerra)… Pero su hermano Abel —que también compite— estropea su sorpresa cuando se adelanta anunciando a su padre su casamiento con la mujer amada por ambos. Sin embargo Cal sigue adelante con la sorpresa… pero su padre rechaza el dinero cuando se entera cómo lo ha ganado. El dolor de Cal, y el resentimiento, se hace evidente de manera dramática. Toma el dinero y se lo ofrece, y el padre no lo quiere. Cal trata de abrazarle llorando, mientras el padre quiere que se aleje de él y grita su nombre. Pero él no escucha sólo le abraza con el dinero y llora. Mientras el dinero va cayendo… y cuando ya no le queda nada deja de abrazar a su padre se gira y sale corriendo del cuarto.

Rebelde sin causa tiene varias escenas inolvidables. Con James Dean de protagonista. Mi escena favorita la he dicho varias veces. Es la de la piscina. Pero hoy en este post cambiaré de momento inolvidable. Y me voy a la impotencia del hijo que siente a su padre siempre vencido y humillado. Que nunca se rebela o pierde las formas. Es un hombre bueno y vencido. Y eso al protagonista le puede. Así sus escenas en las que se enfrenta al padre, en las benditas escaleras, siempre tienen un buen efecto dramático. Entendemos al padre y entendemos al hijo. No nos quedemos sólo en que Dean no soporta que su padre ceda siempre a los mandatos de una madre con carácter. Es algo mucho más hondo. El hijo rebelde quiere que su padre reaccione, vibre, y por eso en una escena de tensión dramática, le golpea.

Y por último Gigante en que su personaje va envejeciendo de joven huraño a multimillonario alcohólico, solitario e infeliz que siempre estará enamorado de mujer inalcanzable, esposa de su rival. Jimmy en papel más adulto. Seduce con su camisa vaquera, su pantalón y su rifle al hombro… en sus años de juventud. Resulta patético en su escena de tejano hortera alcohólico llorando por no ser amado. Fíjense siempre en las escenas en las que mira a la mujer de su vida con rostro de Liz Taylor.

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