Daisy Kenyon (Daisy Kenyon, 1947) de Otto Preminger

Sorpresas te sigue dando el cine. El cine de te da sorpresas. Y así con estas afirmaciones alegres analizo una de las obras de ese director por el que siento cariño y cierta predilección, Otto Preminger. A pesar de su fama de ogro y de ser complejo a la hora de trabajar con él por su carácter fuerte y sus gritos míticos. A pesar digo de todos sus defectos como persona (tenía un físico temible) logró sacar adelante una filmografía interesante y llena de extrañas joyas. A Otto no había que tocarle las narices y por eso también hizo funciones de productor. Otto quería contar historias y fue a uno de los que les molestaba terriblemente la existencia del Código Hays, ese código que impedía hablar directamente de temas que le interesaban para ofrecer historias que quería transmitir. Con toda su complejidad. Por eso toda su carrera en el cine cuenta otra intrahistoria, el salto de obstáculos y muros para poder contar lo que quería contar. Y sus transgresiones y burlas continúas a los que querían “decencia” que confundían con “hipocresía”.

Así Otto habló de homosexualidad, de drogodependencia, de corrupción en el poder (político o eclesiástico), de relaciones sexuales y otros asuntos turbios, de violaciones y virginidad, de relaciones interraciales, de enamoramientos más allá de la muerte… y tocó todos los géneros posibles algunos con mayor fortuna y otros con algo menor (pero siempre con apuntes interesantes).

Y de pronto en 1947 nos encontramos con Daisy Kenyon. Un melodrama si melo, sin desmelene, sin emociones fuertes… la historia fuerte de pasiones y demás está ahí… pero con una visión civilizada y racional. Como si todos los seres humanos fuéramos capaces de dejar las emociones a un lado y arreglar los asuntos del corazón de manera civilizada. De una manera totalmente racional. Y eso es lo que hace a Daisy Kenyon una película atípica, interesante… y todavía moderna. Porque, señores y señoras, somos hijos e hijas del melodrama…historias fuertes, emociones desatadas y la lógica brillando por su ausencia…, y de pronto, Otto nos obsequía con un melodrama matemático y racional que finalmente nos deja escapar una sonrisa de los labios. Porque no hay drama. No, señor. Me quito el sombrero.

Contemos la historia. Daisy Kenyon (ella es la reina del melo, Joan Crawford) es una mujer moderna de finales de los años cuarenta. Acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial y ella es una mujer trabajadora, diseñadora, independiente, con apartamento propio en Nueva York y muy dueña de sí misma. Ah, por supuesto mucho desencanto a cuestas. Su vida sentimental es un caos porque está atada emocionalmente a un abogado prestigioso pero que es hombre casado y con dos hijas a las que adora. El tipo en cuestión es un ejecutivo enamorado de sí mismo, de su éxito y encantado de poseer las emociones de Daisy. El rostro de esta joya de la corona es Dana Andrews que además consigue que sea un ser humano que encima no te caiga mal. Aparece el tercero en cuestión, un Henry Fonda, como soldado desencantado que ha vivido el horror de la guerra y ahora no sólo se siente desubicado sino que arrastra la ausencia de su mujer (que murió en un accidente de coche) y desde ese momento es un muerto en vida pero con ganas… de volver a intentarlo. Y ese volver a intentarlo es con Daisy Kenyon. Así que los dos, Daisy y él, unen sus cuerpos sin mentirse, él tiene que recuperar la ilusión por vivir y saber desprenderse de la ausencia de la esposa, y ella, sabiendo que no está con el hombre con quién realmente le gustaría estar, herida de corazón. Pero ambos deciden darse una oportunidad y construirse una vida juntos, desde cero… pero entonces ¿dónde está la historia? ¿Cuál es el impedimento? Por supuesto en Dana Andrews que no se retira tan fácilmente y en acontecimientos futuros que precipitan el divorcio de éste e implican a Daisy en un juicio (y así Preminger se va entrenando en cine judicial para luego posteriormente ofrecernos otros juicios que le elevarían a los altares…).

Andrews no puede romper ese lazo emocional que les une. Y Daisy tampoco. Es un lazo de recuerdos y dependencias. Él no sólo humilla de continuo a la esposa sino que además quiere también tener/poseer a la amante, mujer de espíritu independiente. Y de nuevo Otto, genial, nos ofrece a una esposa que no recibe el beneplácito del público (y eso que debe ser duro aguantar a tal personaje). Porque la esposa es la única que se deja arrastrar por las emociones, la única que se desata, la única que no emplea la lógica… y la única que aparece como una inestable mental incapaz de arreglar su vida o imponerse. La única que paga su debilidad con dos hijas que no hacen más que demostrar su amor al padre y su menosprecio a la madre que desata su furia sobre todo con la más pequeña.

Así de pronto la película nos ofrece un triángulo amoroso que se reúne varias veces alrededor de una mesa o una habitación para arreglar su situación. Todo de manera tan civilizada que no sólo provoca la sonrisa de los protagonistas sino la nuestra también. Henry Fonda en ningún momento es el marido engañado, Daisy no es la mujer que se rompe ante dos amores y Dana se va haciendo más humano y pierde con la dignidad del que de pronto lo tenía todo y se da cuenta lo fácil que es perderlo todo. Descubre que en su brillante carrera puede perder un caso importante, que su cómoda vida familiar puede derrumbarse y que la mujer a la que tenía atada emocionalmente se le escapa de las manos porque no vivían una relación real. No construían nada.

Así me parece interesante la cantidad de subtramas que ofrece la película. Y como Otto dirige a sus personajes de manera tan civilizada que no llegan a perder los estribos. Y todo va confluyendo hacia la calma. Y la sonrisa final. Como una broma. Quizá la única que sale perdiendo es la pobre mujer de Dana… que sólo sabe dejarse llevar por sus emociones y claro se desboca y no regresa a su ser…

Buen trabajo para recuperar a Joan y a Fonda. Pero aquí voy a pedir mi aplauso por aquel que nunca fue considerado una estrella, Dana Andrews y sin embargo trabajó siempre con buenos directores y creó personajes para el recuerdo cinéfilo difíciles de olvidar. Miremos la nómina de directores que contaron más de una vez con Dana: Otto Preminger, Fritz Lang, Jacques Tourneaur, Elia Kazan, William Wyler, Lewis Milestone… Y recreémonos en una de sus interpretaciones.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.  

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