Momento inolvidable de La ventana indiscreta (1954) de Alfred Hitchcock

Otra de mis películas favoritas del director británico que está plagada de momentos inolvidables. Pero hoy elijo uno tan solamente y es la primera aparición de Grace Kelly y el primer beso de la película. Bellísimo.

Y es que Hitchcock era el rey del suspense pero también sabía como nadie cómo presentar a sus protagonistas y también era buenísimo en algo que no es nada fácil y que sin embargo aparece en prácticamente todas las películas: filmar un beso. Y este hombre orondo, de humor peculiar, amigo del suspense y del terror… rodó algunos de los besos más hermosos (otro memorable es el de la película de Encadenados, por nombrar otro mítico, vamos).

Demos a la moviola. Y recordemos.

Ese patio de vecinos que nos acompañará durante todo el metraje. Un patio vivo donde oímos como una mujer está ejercitando su voz. Cae la luz del atardecer. Lo notamos. Las luces de las casas se van encendiendo. Hay movimiento, algunos vecinos están en sus terrazas, otros ya preparan la cena.  La cámara entra en la habitación de nuestro protagonista, nuestro fotógrafo con una pierna escayolada, inmovilizado, y convertido en voyeur que vigila la vida de sus vecinos para vencer el aburrimiento. En estos momentos se encuentra dormido. Primer plano de su rostro. Su cuarto está a oscuras y sólo entra la luz de la ventana. Sobre su rostro se va proyectando una sombra. Alguien avanza hacia él.

De pronto, silencio. Parece que el tiempo va más despacio. Nuestro protagonista, James Stewart, tiene los ojos cerrados. Esa sombra pertenece a la mujer que ama (pero con la que no se compromete). El espectador ya la ha visto. Pero nuestro protagonista no. Es su novia, Lisa (Grace Kelly). El fotógrafo dormido abre los ojos… y sonríe. Tomamos su punto de vista. Su mirada de fotógrafo adormilado que asimila la imagen de la mujer amada, imagen fotografiada, imagen soñada, y el tiempo se ralentiza. Ella se va acercando a cámara lenta hacia el amado. Como si fuera en 3D parece que se va a salir de pantalla. Grace Kelly se va acercando a Stewart, al espectador, en un primerísimo plano… Y de pronto Stewart entra también en el plano. Dos medios rostros que van a besarse despacio, en silencio. Nada existe alrededor. Y se besan…, y tienen una pequeña conversación, y vuelven a besarse… y sólo vemos sus medios rostros…

¡Dios, ¿no es hermoso?!

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.    

El discurso del rey de Tom Hooper

Voy a ser breve. Muy breve. El discurso del rey de Tom Hooper me ha parecido tan sólo una película correcta sustentada, eso sí, por una buena recreación de un personaje histórico y su interpretación por parte de Colin Firth (al que tengo gran cariño). Y punto. No se busque más.

No me he dejado llevar por la emoción como por otras películas de corte clásico que tan sólo pretenden contar bien una historia y lo consiguen (recuerdo sin más este año la emocionante La última estación).

Sí me resulta una película interesante para poder charlar de varios asuntos. Primero lo que supone para el personaje su problema: el tartamudeo. Y los logros que pueden conseguirse a través de un logopeda que no sólo se ocupa de ese problema supuestamente físico sino también vinculado a lo emocional.

Lo segundo a través de este problema que tiene el personaje y sus distintos esfuerzos para solucionarlos cómo se va contando un periodo de la historia de Gran Bretaña y cómo el clímax es el discurso final que tiene proyectar el rey ante un micrófono para que sea oído por radio por los ciudadanos británicos ante la inminente entrada del país a la segunda guerra mundial y su posicionmamiento como país alidado contra el avance de Hitler.

Lo tercero la narración de una amistad especial entre dos hombres diferentes en todos los aspectos. Entre el logopeda y el rey. Entre el ciudadano corriente y ese hombre que fue rey a su pesar…, y como esa amistad pasa por todos los momentos que cimentan una relación (encuentro, desarrollo, ruptura y desilusión, confirmación de esa relación, y entrega incondicional del uno con el otro y el otro con el uno).

Y estos tres puntos siempre correctamente llevados a pantalla, con una ambientación correcta y un guión bien construido por David Seidler. No deja de ser un biopic bien armado (con su propia interpretación y variaciones de la realidad histórica).

Lo que hace agradable su visionado es la presencia de un Colin Firth que se empapa de su personaje y lo dota de personalidad, ese Jorge VI que sí provoca en numerosas ocasiones un sentimiento de cariño, empatía y entendimiento con el espectador que ve su historia.

Y no está mal acompañado (aunque sus personajes no están tan bien construidos) por su logopeda Lionel Logue, interpretado por el estrafalario Geoffrey Rush, y por su señora esposa por una correctísima Helena Bonham Carter que recrea su personaje con cariño y simpatía. También en el papel de su hermano, el rey Eduardo VIII, que abdicó para casarse con una mujer divorciada y con evidentes simpatías hacia Hitler, nos encontramos con Guy Pearce (un actor que van construyéndose una carrera interesante… y le pedimos un protagonista ya…).

Por supuesto sabemos que hay varias fórmulas que siempre van a funcionar y que si están bien armadas (como es el caso pero con un acceso de corrección) van a llevar a los espectadores a disfrutar de una historia en la pantalla grande. Y son esas historias de superación, esas historias de pobre hombre rico y poderoso que en el fondo es infeliz y que ha tenido muchos problemas en su vida y que se muestra como personaje humano y vulnerable y frágil y esas historias donde hay un pigmalión que logra sacar a la luz todas las virtudes ocultas de una persona.

El discurso del rey es una película para pasar una tarde agradable.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.    

Caravana de paz (Wagon Master, 1950) de John Ford

Quizá no sea la primera película que nos venga a la mente si nos dicen que digamos en unos segundos varias películas de Ford. Sin embargo su visionado ha sido una agradable sorpresa. Es tan sencilla y grande a la vez. Tan natural y emocionante… Es de esas películas que se puede ver una y otra vez y pasar una buena tarde disfrutando de buen cine.

Porque Ford sin duda es el rey del detalle. De lo cotidiano. De lo que puede ocurrir en el día a día. Del retrato de grupos humanos. De caracteres secundarios inolvidables. De paisajes y composiciones como buenos cuadros.

La historia no puede ser más simple. Un grupo de caravanas de mormones tienen que realizar una larga travesía no desprovista de obstáculos y contratan a dos jóvenes, en esos momentos vendedores de caballos, para que les guíen hasta su destino.

Así la película se convierte en la crónica de un viaje donde ocurren muchas pequeñas y grandes cosas. Lo más bonito y lo que más me ha llamado la atención es que es un viaje de un grupo de personas que son ‘diferentes’ a los demás. Un grupo humano que se encuentran con otros que también son ‘diferentes’ y ‘desarraigados’ o ‘rechazados’ por no vivir o creer como los demás.

Y es que en este viaje no sólo nos encontramos con los peculiares mormones (rechazados y bajo sospecha en muchos lugares debido a sus creencias y forma de vida) sino con dos fuera de ley, jóvenes y libres, que no tienen lugar de arraigo. O con un grupo de malvados ladrones, la banda de los Clegg, que son los bandidos del oeste, despiadados. O con un peculiar grupo de ‘artistas’ compuesto por un charlatán y borrachín (maravilloso Alan Mowbray, me he enamorado de este personaje), una mujer que tuvo sus días de belleza y gloria pero que ahora anda siempre al lado del doctor y una joven bella de mala vida. O también con un grupo de navajos que no tendrán problema en pasar una velada de celebración junto a tan peculiar grupo. Así debido a las circunstancias todos serán protagonistas de un viaje hacia una tierra prometida.

De esta manera el espectador va siguiendo la ruta de las caravanas, la búsqueda del agua, la alegría por encontrarla, la fiesta, la música, los encuentros, los distintos conflictos (sobre todo por los malvados Clegg que complican más el viaje), las comidas compartidas, ese toque especial de cuerno por la agradable hermana Ledeyard (no podía ser otra que Jane Darwell), las relaciones que se van estableciendo entre los dos jóvenes guías que ambos se sienten atraídos por dos mujeres de la caravana. El serio pero buen hombre Ben Johnson, Travis en la película, se enamora de la joven bella de mala vida (Joanne Dru) y el pelirrojo de la función, Sandy (con rostro de Harry Carey Jr.) se enamora de una pelirroja y dulce mormona.

Y poco a poco nos vamos encariñando con el abanico de personajes que nos ofrece Ford. Los vividores guías, amigos para siempre, y buenas personas que ‘sólo disparan a las víboras’. Los mormones como ese líder con cara de Ward Bond que dirige a todos con su energía. Con los mayores, los niños, los jóvenes, los hombres y mujeres que recorren kilómetros y kilómetros para encontrar un sitio donde asentarse. De los únicos que no podemos encariñarnos es de los Clegg que son los generadores de conflicto.

Todo en Caravana de paz es visto con cariño y detalle. Y su visionado sólo ofrece momentos geniales… Un viaje tranquilo que nunca acaba con canciones del viejo oeste de fondo. Un grupo de personas que se dirigen hacia una tierra prometida, hacia un sitio donde asentarse…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.    

El amor y la furia de Sam Khasner y Nancy Schoenberger (editorial Lumen, 2010)

Y dice su subtítulo “la verdadera historia de amor de Elizabeth Taylor y Richard Burton”. Entonces te sumerges en este extenso libro y descubres un reportaje interminable y ameno de glamour como si se tratara de las páginas de una revista del corazón de papel couché caro. Y Hildy Johnson se convirtió durante unos días en lectora ávida de una triste historia de amor porque tras el glamour que se respira y la aparente frivolidad surge una historia triste, triste, triste… pobre George, pobre Martha.

Elizabeth Taylor y Richard Burton unieron sus vidas durante la filmación de la mastodóntica Cleopatra de Joseph L. Mankiewicz. Ella era la reina egipcia, él era Marco Antonio.

Ella era la niña mimada de Hollywood, la reina, la niña prodigio que se hizo mujer y creció entre los estudios, los lujos y los mimos. Que vivió en un mundo creado por los departamentos de publicidad. Reina del papel couché y el artificio. Que nunca pudo huir de su belleza y de esa sensación de ser una máquina de generar dinero. Pero era donde se sentía cómoda y como ella sabía vivir y proyectarse. Que iba en brazos de un marido y otro. Como mujer separada o como mujer viuda. En el momento de Cleopatra se encontraba casa con Eddie Fisher, y la opinión pública veía a la que fue jovencita favorita como una mujer arpía que había quitado el esposo a la pizpireta e inocente Debbie Reynolds, una de sus amigas.

Él era actor galés que había ido conquistando escenarios teatrales y se le proyectaba como un ‘monstruo’ de los escenarios. Que amaba la lengua inglesa y por lo tanto a Shakespeare. Venía de una familia humilde de mineros y él optó por la interpretación. En los escenarios destacaba su apostura (aunque tenía un rostro difícil pero atrayente) y sobre todo su prodigiosa voz. Empezaba en el mundo del cine, una manera de hacer dinero fácil… pero para muchos la perversión horrible en la que podía caer un buen actor de teatro (¿?). Era hombre mujeriego pero siempre volvía a los brazos de su esposa galesa.

El rodaje de Cleopatra fue un rodaje pesadilla para todos los implicados y supuso prácticamente el hundimiento de la Century-Fox. La Taylor no era sólo una de las actrices mejor pagadas (siempre tuvo olfato para la publicidad y el negocio —en el libro comentan que mucho aprendió del marido del cual se quedó joven viuda, Mike Todd—) sino también una actriz que padecía diversas dolencias que paraba rodajes, y Cleopatra no fue menos. Además de ahí surgió El escándalo del siglo, el escándalo que alimentaría a miles de páginas de papel couché. Ríanse parejillas actuales como Pitt y Jolie o Cruz y Bardem. Dos personas ‘felizmente’ casadas se enamoraban ciegamente y se convertían en objetivo de las cámaras. Había nacido el espectáculo público más lucrativo: Liz Taylor y Richard Burton. Corrían los primeros años de la década de los 60.

Y así toda su historia está perfectamente documentada en fotografías y entre páginas de revistas. Cada uno de sus pasos de su historia de amor. Que por otra parte no deja de ser triste, triste, triste. Se unieron y crearon una pareja de egos que atraía a las masas. Y ellos también se amaban casi con locura en la poca intimidad que encontraban. La pareja pública alimentaba a los espectadores no sólo con el papel couché sino con las diez películas que protagonizaron juntos… la gente pagaba por verlos en la pantalla grande. Sin embargo, este fenómeno sólo fue rentable en sus primeras cinco películas, las otras cinco fueron la triste crónica de una decadencia.

Y así todo el mundo sabía de su vida itinerante. Rodaban por todos los países europeos. Vivían entre lujos, joyas, barcos, fiestas espectaculares, comidas de lujo (mucha comida), se codeaban con la realeza, llevaban las mejores ropas, derrochaban todo lo que podían… Nunca estaban demasiado tiempo en lugar determinado para eludir los impuestos. Llevaban toda la prole de hijos de Liz en sus distintos matrimonios, así como adopciones y también a una de las hijas de Burton (la otra nació con problemas y estaba en una institución donde recibía cuidados y atención especial). Pero sobre todo nadaban entre litros de alcohol, no paraban de beber, y cantidades de distintos tipos de pastillas. Eran famosas sus monumentales peleas y sus fuertes reconciliaciones. También pasaban temporadas en hospitales (por las dolencias de Liz). O en los escenarios de teatro… cuando Burton regresaba a las tablas… Con alguna incursión de Liz. También se separaban y volvían otra vez el uno a los brazos de la otra y viceversa. Hubo un sonado divorcio y una segunda boda (efímera). Después siempre hubo contacto entre ellos, sobre todo vía telefónica, pero también encuentros esporádicos hasta la triste muerte de Burton.

El libro aporta algo más de esta historia mil veces aireada: las cartas y notas que escribía frecuentemente Richard Burton a Liz Taylor y la colaboración, por primera vez, de esta diva prácticamente inmortal con los autores para la elaboración de su historia en común.

Lo que más me ha llamado la atención de este libro es la historia triste de su decadencia. Cómo ambos estaban al final de una época en el Hollywood clásico y cómo ambos no encajaron en el canon de ese nuevo Hollywood que estaba surgiendo de nuevos realizadores y nuevas temáticas y nuevas maneras de rodar y nuevos sistemas de producción… Se convirtieron de pronto en dos viejas glorias (sobre todo Liz) que iban fracasando proyecto tras proyecto cinematográfico. Y también la personalidad atormentada de un Richard Burton que te provoca cariño hacia su continuo dolor y sentimiento de culpa así como su complicada vida entre contradicciones fuertes del estilo de vida que llevaba y lo que parecía que hubiese deseado.

Sus películas

El libro también detalla cada uno de los rodajes de las diez películas que protagonizaron juntos (así como las que acometieron por separado). Ahí se ve cómo en un principio eran reclamo seguro para la taquilla y como posteriormente no había quien fuera a verles. Películas que además el público identificaba con la vida real de sus protagonistas. Después del flechazo en Cleopatra (película eterna que se ha ido revalorizando con los años pero que sin embargo no es redonda) se sumergieron en un producto sin calidad alguna que aprovechaba el tirón de su escándalo, Hotel Internacional. En 1965 se sumergieron en melodrama de Vincente Minnelli, Castillos en la arena (hace relativamente poco escribí un post) que narra de manera siempre elegante y algo trasnochada la historia de una infidelidad entre una pintora bohemia (libre y sin compromiso) y un casado pastor de iglesia. Al año siguiente se embarcan en producto de prestigio que también arrasa taquillas. Al frente un nuevo director Franco Zeffirelli, un texto de Shakespeare, y dos intérpretes entregados, La mujer indomable. Y ese mismo año se embarcan junto a un joven director (Mike Nichols) en mi película favorita de ambos, Quién teme a Virginia Woolf, adaptación de la obra teatral de Edward Albee. La tremenda y triste historia entre litros de alcohol y cientos de cigarrillos de George y Martha. Tanto la Taylor como Burton están increíbles en sus roles. Película intensa que a mí me sigue provocando en cada visionado un montón de sensaciones.

A partir de este momento. De este proyecto, que supuso la nominación de ambos y el Oscar para Liz… la caída de la pareja en sus proyectos cinematográficos fue inminente. Ya no eran rentables. Sí lo seguían siendo como reyes del papel couché y años más tarde cuando volvieron a unirse sólo profesionalmente en los escenarios con Vidas privadas de Noel Coward. Algunas de estas películas son difíciles de encontrar y probablemente ahora merecerían una revisión (yo no he podido ver ninguna de estas películas que voy a enumerar a continuación). Por ejemplo, Los comediantes, adaptación de una novela de Graham Green que transcurre en Haití durante la dictadura de Duvalier.  Un proyecto muy personal de los Burton que es la filmación del Doctor Fausto de Marlowe con alumnos de la Universidad de Oxford. Ni siquiera logró levantar la carrera de ambos la adaptación de una obra teatral de un autor que siempre había dado buenas noticias a Liz (éxitos como La gata en el tejado de zinc o De repente, el último verano), Tennessee Williams, La mujer maldita de Joseph Losey. Después protagonizarían una película dirigida por Peter Ustinov, Pacto con el diablo, y su última película juntos fue para la televisión en 1973, Se divorcia él, se divorcia ella.

Si quieren entretenerse con una lectura sencilla y entre tanto couché y glamour descubrir la historia triste entre las páginas de este libro, recomiendo su lectura.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.    

La loba (The little foxes, 1941) de William Wyler

Como siempre, Wyler no decepciona. Uno de sus más famosos melodramas es La loba donde queda en la mente del espectador el rostro sureño y decadente de una Bette Davis que aterra.

Wyler tomó a dos de sus damas: la dramaturga y guionista Lilliam Hellman —que era amiga del director y que muchas veces colaboraron juntos formando un gran matrimonio artístico— y la diva Bette Davis (con la que ya había trabajado en Jezabel y La carta. Con la mujer que ya había odiado y amado, amado y odiado).

Así el director ya contaba con una buena historia (que la Hellman había estrenado en Broadway con éxito), la propia dramaturga iba a adaptarla a guión; con la diva entre las divas para encarnar a Regina (una de las zorras más impresentables de la historia del cine… pero la queremos tanto); con un reparto maravilloso (del que hablaremos en breve) y con un equipo técnico habituado a realizar buenas películas —a la cabeza el director de fotografía Gregg Toland—.

Y es que La loba es de esas películas maravillosas que tienen matices y múltiples lecturas. Aunque la primera vez que la ves es imposible no dejarse arrastrar por el pérfido personaje de Regina. Pero una vez que la ves más veces surgen una cantidad de temas que merece la pena comentar. Además de valorar el trabajo interpretativo de todo el elenco.

El punto de partida es simple una familia sureña de tres hermanos (Regina, Ben y Oscar) quieren unir un capital de partida para traer a la localidad una fábrica de algodón en colaboración con un hombre de negocios de Chicago. Para beneficiarse los tres del negocio necesitan que Regina reciba su parte de su marido, Horace. Horace es un banquero con una dolencia de corazón irreversible al que le queda poco tiempo de vida. Alrededor de esta familia nos encontramos con la hija de Regina y Horace, una joven con mirada todavía inocente, una niña rica (enamorada del periodista de la localidad, un joven vital y con los ojos abiertos); la esposa de Oscar, una mujer consumida por el alcohol y que vive una humillación continua; el hijo de ambos, Leo, un vividor con dos dedos de frente y, por último, todo el personal de servicio, todos negros que son testigos silenciosos de los rencores, defectos y tejemanejes de la familia.

La película puede ser un análisis certero sobre el nacimiento de un capitalismo salvaje. Sobre la acumulación de riquezas sin mirar a quien te llevas por delante. Sobre cómo levantar un negocio aplastándose unos y otros sólo mirando por los intereses de cada cual.

También narra la desintegración de una familia y la caída de una aristocracia sureña trasnochada (representada por la tía alcohólica) y el paso a una burguesía sureña con menos escrúpulos todavía que busca la acumulación de dinero y poder sin mirar otros intereses. Sin importarles la explotación de trabajadores o el bien de una comunidad. El capitalismo despiadado.

Toda esta transformación-desintegración (transformación de cada uno de los personajes, transformación de una familia a socios de un negocio sin escrúpulos que desencadena una guerra despiadada y la desintegración final de una familia) ocurre bajo la mirada pasiva de la joven hija (que sólo reaccionará al final) y la de los sirvientes negros que ven como sus amos se comen unos a otros sin dejar pellejo.

William Wyler emplea maravillosamente como en otras películas todas aquellas escenas que transcurren en las escaleras de la mansión de Regina. Ahí en las escaleras ocurren las escenas-clímax que hacen avanzar la trama. Y también organiza como nadie esas reuniones familiares que nos van lanzando informaciones que nos ayudan a ir construyendo una historia.

Sí, ya hemos alabado la interpretación electrizante de una Bette Davis, que es esa zorra bíblica que nombran una y otra vez en la película (zorra al igual que sus hermanos ávidos de poder, dinero y reconocimiento aunque tengan que aplastar al otro o aunque tengan que esperar con una sonrisa cínica). Esa zorra que triunfará como mujer de negocios pero que quedará sumida en la más terrible de las soledades aunque podrida de dinero, eso sí. No le van a la zaga las demás composiciones. La película supuso el debú de Teresa Whright como la dulce joven de mirada pasiva que despierta y se transforma a lo largo de la película de mujer-florero (abocada a la desintegración, la humillación y el fracaso como su tía alcohólica) a mujer-acción que toma las riendas de su vida. De un jovencísimo Dan Duryea que ofrece una interpretación genial de ese primo Leo vividor y con dos dedos de frente (este actor se convertiría posteriormente en el mejor chulo y ser despreciable de películas de cine negro). Después la película cuenta con reparto excepcional con el olvidado Herbert Marshall que conmueve como ese hombre que va perdiendo la vida y que su corazón se rompe cada vez un poco más al ver en el nido de pirañas que se ha convertido su familia y al sentir continuamente el odio patológico que le profesa su señora esposa. O la tía Birdie, otro de los personajes positivos pero absolutamente vencido entre litros de alcohol con el rostro de Patricia Collinge. O ese tío solterón y cínico que es Ben con el rostro del actor de carácter, Charles Dingle. O el otro tío Oscar, un hombre que se caso por dinero y posición y que su vida es, al sentirse humillado siempre por sus hermanos, no escatimar humillaciones para su esposa y su hijo, todo con el rostro de Carl Benton Reid. O esa sirviente negra que los protege a todos ocultando los secretos y echando siempre su mirada de comprensión ante cada uno de ellos con la cara de Jessica Grayson.

Ver una película de William Wyler siempre ofrece la oportunidad de aprender mucho de cine.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.    

Diccionario cinematográfico (151)

Divas y divos: ¿qué es una diva? ¿Qué es un divo? En la pantalla grande, en la sala oscura, rostros de fama superlativa que sobrepasan la persona humana (sólo un recipiente) y los personajes que crean. El divo o la diva es un fenómeno extraño que provoca amores eternos nunca físicos, ni cercanos, pero poderosamente intensos. No tiene nada que ver con artes interpretativas… es algo indescriptible, imposible de explicar con palabras. Las divas y divos se convierten en iconos que se revisten de ingredientes y elementos que nada tienen que ver con la persona humana que les dejó una apariencia física. Tiene difícil explicación.

Greta Garbo fue quizá el primer icono-diva aunque antes hubo muchos ensayos de divas y divos. Ahí está Charles Chaplin, icono de fama superlativa. Otro fue Humphrey Bogart que se codea con el efímero James Dean. Audrey Hepburn fue símbolo de la elegancia, lo angelical y de lo femenino y la Monroe de la sexualidad o sensualidad descarnada. Y todos ellos son protagonistas de ensayos, tesis, novelas, revisitaciones, reinterpretaciones… Son iconos que crecen… casi nunca decrecen y aún después de muertos siguen generando una adoración imparable.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.    

Anécdota cinéfila: Gloria Swanson y Erich von Stroheim

Uno de mis regalos estas navidades fue el dvd edición especial de La reina Kelly. Película inacabada de Gloria Swanson (como actriz principal y productora —con la sombra alargada de Joseph P. Kennedy, hombre de negocios y metido en mafía y política, que sería el futuro padre del presidente Kennedy. Joseph también fue un hombre atraído por el mundo de Hollywood y sus actrices… tenía una relación con la Swanson, estrella del star system silente—) y del director maldito y creador de un mundo peculiar Erich von Stroheim. Ambos formaban parte de ese Hollywood silente y pionero que estaba llegando a su fin. La película supuso el fin de la carrera como director de Von Stroheim (que nunca lo tuvo fácil debido a su concepto de creación… el mundo del montaje no tenía mucho sentido para él. Realizaba superproducciones de horas interminables y los productores casi siempre terminaban cortando su obra original) y también la carrera como estrella de Swanson. Con el cine sonoro, además de los cambios técnicos llegaron otros cambios en las grandes productoras que decidieron limitar la libertad creativa y los derechos adquiridos tanto de los intérpretes como de los directores-creadores. Así el paso del mundo silente al mundo sonoro supuso el fin de muchos profesionales ‘molestos’ para una industria cinematográfica que se estaba reordenando.

Recuerdo que hace años para mí fue un descubrimiento tanto poder ver lo que había de metraje de La reina Kelly como Avaricia. Me dejó trastornada la decadencia tan brutal y desnuda que presentaba Stroheim y a la vez la belleza de lo horrible. Después me sorprendía también su fuerza como intérpreta así como su peculiar físico. Denotaba que era un hombre especial, extraño, como de otra época. Así me emocionó en La gran ilusión y en el Crepúsculo de los dioses. Aquí sus personajes eran complejos y muy atractivos, creación del estilo peculiar del ex director, pero muy diferentes a sus roles de la época silente cuando también trabajaba como actor y fue lanzado con la frase “el hombre al que le gustaría odiar”. Siempre esa apariencia de soldado prusiano de estilo aristocrático decadente de un mundo de lujo que se hunde y termina entre riquezas y depravación moral. En estos dos papeles, sin embargo, su personaje adquiere múltiples matices y un peculiar código de honor.

Los extras de este dvd me han hecho recordar una anécdota que me parece importante. Gloria y Erich embarcados ambos en La reina Kelly seguramente durante lo que filmaron no eran conscientes de que aquello iba suponer el final de una etapa en la vida de ambos. Gloria se sentía presionada porque por una parte sentía que estaban rodando algo que merecía la pena y le gustaba el trabajo de Erich como director aunque le inquietaba y escandalizaba su mundo interior reflejado en la pantalla pero por otra, como productora, no estaba tranquila al ver como Stroheim lapidaba cantidades enormes de dinero en una película donde ya había demasiado material y sólo se había filmado una pequeña parte de la historia con todo lujo de detalles. A la estrella le entró miedo. Y no tuvo entendimiento con Stroheim. Tanto es así que se cortó la filmación y no volvieron a verse…

… hasta 1950 cuando ambos coincidieron en El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder. Y una Gloria Swanson comenta que fue un encuentro emocionante. Que ambos se alegraron de verse quizá conscientes de que hubo muchos factores que se unieron en 1929 para que fracasara el proyecto Kelly y con ello sus trayectorias profesionales. Pero durante el rodaje no dijeron una palabra de La reina Kelly y sí disfrutaron de su trabajo juntos. Gloria seguía admirándole como director y era consciente de que el material que había de La reina era bueno. Ambos estuvieron magníficos en sus trabajos que suponía una resurrección en el caso de la apagada carrera de Gloria y una continuación de la trayectoria de Stroheim como actor peculiar (que sobre todo trabajó en películas europeas…). Gloria cuenta triste que después sí hablaron de la posibilidad de realizar un montaje especial entre ambos de lo que quedaba de la reina y Stroheim se mostró interesado pero falleció poco después…

En El crepúsculo de los dioses aunque no hablaron del polémico rodaje de La reina Kelly, sin embargo, sí que salen unas escenas en la película de Wilder. Cuando en una proyección privada —y quien proyecta es ese mayordormo, antiguo marido y director de cine silente con cara de Stroheim— Norma Desmond (Gloria) transmite la magia del cine silente y su grandeza al joven guionista-gigoló con cara de William Holden.

Todo esto es una anécdota para recordar, ¿verdad? Cuenta mucho e importante de la historia del cine.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.    

Los actores y actrices que brillaron en el 2010… y brillarán en 2011

Leonardo DiCaprio como el héroe atormentado que se debate en la realidad, los sueños y la locura en Shutter Island y Origen.

Colin Firth, el actor británico por excelencia que pasea su rostro por película de diseño como homosexual que vive su último día con intensidad inesperada o el rey con problemas de dicción que trata de poner solución a un problema que le aqueja en Un hombre soltero y El discurso del rey (ahora mismo en cartelera).

El rostro frío, andrógino, en melodrama italiano con aires burgueses de Tilda Swinton en Yo soy el amor.

La australiana como dama práctica pero intensa y romántica en la película poema Bright Star, Abbie Cornish.

Ewan McGregor, él es el pelirrojo de oro, el pícaro escocés de sonrisa poderosa que se encuentra presente en la inquietante El escritor o protagoniza comedia extraña Philips Morris ¡Te quiero! Sigue arriesgando.

Rostro descubrimiento que desgarra con sus héroes duros, Jeremy Renner, que se come la pantalla en En tierra hostil o The town. Ciudad de ladrones.

Marisa Tomei que sigue creciendo como actriz en comedia dramática y extraña Cyrus.

Naomi Watts parece que sigue siendo la rubia con más proyectos, la actriz imprescindible en películas de acción o en películas más independientes. Ahí ha estado este año en cartelera en Madres e hijas, Caza a la espía, Conocerás al hombre de tus sueños

James Franco, el rubio bello que nos dejará sin aliento en 127 horas y su ‘ascenso’ a los infiernos o hermoso amante en película autoayuda Come, reza, ama.

Y seguimos con los James, James McAvoy que se vuelve el hombre más tierno en La última estación… pronto regresará convertido en el protagonista de la nueva película de Robert Redford.

Julia Roberts empeñada en no bajarse del pedestal ya empieza a cosechar premios por su trayectoria (premio Donosti) y se embolsa grandes cantidades por salir unos minutejos en Historias de San Valentín o da taquillazo con película de autoayuda, Come, reza, ama

La pareja del año ha sido sin duda Javier Bardem y Penélope Cruz. No sólo por su matrimonio y embarazo sino porque en el plano artístico siguen subiendo puntos… Bardem, taquillazo con Julia en Come, reza, ama. Además interpretación intensa en película que me desespera Biutiful. Ella en fallido musical pero con número sensual que se repite una y otra vez en Nine. Y también en candelero por su participación en lo que será un éxito en 2011, nueva adquisición de la saga Piratas del Caribe como la compañera de Jack Sparrow.

La actriz francesa de mayor proyección internacional Marion Cotillard sigue deslumbrando en Nine, Enémigos públicos, Origen… y nuevo rostro de película de Woody Allen.

El actor francés Romain Duris sigue robando corazones y taquillas. Ahora con Los seductores.

Y sigue incombustible con filmografía de directores que tienen mucho de autores la francesa Juliette Binoche que ha dado su campanada con Copia certificada.

El nuevo descubrimiento galo surge de Un profeta, el rostro moreno de Tahar Rahim ahora de carrera imparable.

Otro imprescindible del cine americano que va uniendo taquilla más taquilla es Robert Downey Junior. El niño malo ahora ya maduro campa en las pantallas. Lo mismo es Scherlock Holmes, que ya tiene secuela. O héroe de comic, Iron Man, segunda parte. O nos engatusa con comedia loca en Salidos de cuentas o en melodrama basado en un hecho real, El solista.

Y otra actriz, de las que llevan también años de carrera, pero que sigue al pie del cañón y enamorando con su imagen e interpretaciones, Julianne Moore. Encandila en Un hombre soltero, es intensa en Chloe…

Seguimos con veteranos que no dejan de dar campanadas y ahí tenemos a Jeff Bridges que no sólo encandila con un oscar en Corazón rebelde y su héroe redimido sino que regresa desde la nostalgia en Tron y pronto le veremos en western de los Coen emulando clásico de John Wayne.

¿Me falta algún rostro? Seguro que sí. Pero estos son los que me vienen a la mente en fogonazos rápidos…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.