El amor y la furia de Sam Khasner y Nancy Schoenberger (editorial Lumen, 2010)

Y dice su subtítulo “la verdadera historia de amor de Elizabeth Taylor y Richard Burton”. Entonces te sumerges en este extenso libro y descubres un reportaje interminable y ameno de glamour como si se tratara de las páginas de una revista del corazón de papel couché caro. Y Hildy Johnson se convirtió durante unos días en lectora ávida de una triste historia de amor porque tras el glamour que se respira y la aparente frivolidad surge una historia triste, triste, triste… pobre George, pobre Martha.

Elizabeth Taylor y Richard Burton unieron sus vidas durante la filmación de la mastodóntica Cleopatra de Joseph L. Mankiewicz. Ella era la reina egipcia, él era Marco Antonio.

Ella era la niña mimada de Hollywood, la reina, la niña prodigio que se hizo mujer y creció entre los estudios, los lujos y los mimos. Que vivió en un mundo creado por los departamentos de publicidad. Reina del papel couché y el artificio. Que nunca pudo huir de su belleza y de esa sensación de ser una máquina de generar dinero. Pero era donde se sentía cómoda y como ella sabía vivir y proyectarse. Que iba en brazos de un marido y otro. Como mujer separada o como mujer viuda. En el momento de Cleopatra se encontraba casa con Eddie Fisher, y la opinión pública veía a la que fue jovencita favorita como una mujer arpía que había quitado el esposo a la pizpireta e inocente Debbie Reynolds, una de sus amigas.

Él era actor galés que había ido conquistando escenarios teatrales y se le proyectaba como un ‘monstruo’ de los escenarios. Que amaba la lengua inglesa y por lo tanto a Shakespeare. Venía de una familia humilde de mineros y él optó por la interpretación. En los escenarios destacaba su apostura (aunque tenía un rostro difícil pero atrayente) y sobre todo su prodigiosa voz. Empezaba en el mundo del cine, una manera de hacer dinero fácil… pero para muchos la perversión horrible en la que podía caer un buen actor de teatro (¿?). Era hombre mujeriego pero siempre volvía a los brazos de su esposa galesa.

El rodaje de Cleopatra fue un rodaje pesadilla para todos los implicados y supuso prácticamente el hundimiento de la Century-Fox. La Taylor no era sólo una de las actrices mejor pagadas (siempre tuvo olfato para la publicidad y el negocio —en el libro comentan que mucho aprendió del marido del cual se quedó joven viuda, Mike Todd—) sino también una actriz que padecía diversas dolencias que paraba rodajes, y Cleopatra no fue menos. Además de ahí surgió El escándalo del siglo, el escándalo que alimentaría a miles de páginas de papel couché. Ríanse parejillas actuales como Pitt y Jolie o Cruz y Bardem. Dos personas ‘felizmente’ casadas se enamoraban ciegamente y se convertían en objetivo de las cámaras. Había nacido el espectáculo público más lucrativo: Liz Taylor y Richard Burton. Corrían los primeros años de la década de los 60.

Y así toda su historia está perfectamente documentada en fotografías y entre páginas de revistas. Cada uno de sus pasos de su historia de amor. Que por otra parte no deja de ser triste, triste, triste. Se unieron y crearon una pareja de egos que atraía a las masas. Y ellos también se amaban casi con locura en la poca intimidad que encontraban. La pareja pública alimentaba a los espectadores no sólo con el papel couché sino con las diez películas que protagonizaron juntos… la gente pagaba por verlos en la pantalla grande. Sin embargo, este fenómeno sólo fue rentable en sus primeras cinco películas, las otras cinco fueron la triste crónica de una decadencia.

Y así todo el mundo sabía de su vida itinerante. Rodaban por todos los países europeos. Vivían entre lujos, joyas, barcos, fiestas espectaculares, comidas de lujo (mucha comida), se codeaban con la realeza, llevaban las mejores ropas, derrochaban todo lo que podían… Nunca estaban demasiado tiempo en lugar determinado para eludir los impuestos. Llevaban toda la prole de hijos de Liz en sus distintos matrimonios, así como adopciones y también a una de las hijas de Burton (la otra nació con problemas y estaba en una institución donde recibía cuidados y atención especial). Pero sobre todo nadaban entre litros de alcohol, no paraban de beber, y cantidades de distintos tipos de pastillas. Eran famosas sus monumentales peleas y sus fuertes reconciliaciones. También pasaban temporadas en hospitales (por las dolencias de Liz). O en los escenarios de teatro… cuando Burton regresaba a las tablas… Con alguna incursión de Liz. También se separaban y volvían otra vez el uno a los brazos de la otra y viceversa. Hubo un sonado divorcio y una segunda boda (efímera). Después siempre hubo contacto entre ellos, sobre todo vía telefónica, pero también encuentros esporádicos hasta la triste muerte de Burton.

El libro aporta algo más de esta historia mil veces aireada: las cartas y notas que escribía frecuentemente Richard Burton a Liz Taylor y la colaboración, por primera vez, de esta diva prácticamente inmortal con los autores para la elaboración de su historia en común.

Lo que más me ha llamado la atención de este libro es la historia triste de su decadencia. Cómo ambos estaban al final de una época en el Hollywood clásico y cómo ambos no encajaron en el canon de ese nuevo Hollywood que estaba surgiendo de nuevos realizadores y nuevas temáticas y nuevas maneras de rodar y nuevos sistemas de producción… Se convirtieron de pronto en dos viejas glorias (sobre todo Liz) que iban fracasando proyecto tras proyecto cinematográfico. Y también la personalidad atormentada de un Richard Burton que te provoca cariño hacia su continuo dolor y sentimiento de culpa así como su complicada vida entre contradicciones fuertes del estilo de vida que llevaba y lo que parecía que hubiese deseado.

Sus películas

El libro también detalla cada uno de los rodajes de las diez películas que protagonizaron juntos (así como las que acometieron por separado). Ahí se ve cómo en un principio eran reclamo seguro para la taquilla y como posteriormente no había quien fuera a verles. Películas que además el público identificaba con la vida real de sus protagonistas. Después del flechazo en Cleopatra (película eterna que se ha ido revalorizando con los años pero que sin embargo no es redonda) se sumergieron en un producto sin calidad alguna que aprovechaba el tirón de su escándalo, Hotel Internacional. En 1965 se sumergieron en melodrama de Vincente Minnelli, Castillos en la arena (hace relativamente poco escribí un post) que narra de manera siempre elegante y algo trasnochada la historia de una infidelidad entre una pintora bohemia (libre y sin compromiso) y un casado pastor de iglesia. Al año siguiente se embarcan en producto de prestigio que también arrasa taquillas. Al frente un nuevo director Franco Zeffirelli, un texto de Shakespeare, y dos intérpretes entregados, La mujer indomable. Y ese mismo año se embarcan junto a un joven director (Mike Nichols) en mi película favorita de ambos, Quién teme a Virginia Woolf, adaptación de la obra teatral de Edward Albee. La tremenda y triste historia entre litros de alcohol y cientos de cigarrillos de George y Martha. Tanto la Taylor como Burton están increíbles en sus roles. Película intensa que a mí me sigue provocando en cada visionado un montón de sensaciones.

A partir de este momento. De este proyecto, que supuso la nominación de ambos y el Oscar para Liz… la caída de la pareja en sus proyectos cinematográficos fue inminente. Ya no eran rentables. Sí lo seguían siendo como reyes del papel couché y años más tarde cuando volvieron a unirse sólo profesionalmente en los escenarios con Vidas privadas de Noel Coward. Algunas de estas películas son difíciles de encontrar y probablemente ahora merecerían una revisión (yo no he podido ver ninguna de estas películas que voy a enumerar a continuación). Por ejemplo, Los comediantes, adaptación de una novela de Graham Green que transcurre en Haití durante la dictadura de Duvalier.  Un proyecto muy personal de los Burton que es la filmación del Doctor Fausto de Marlowe con alumnos de la Universidad de Oxford. Ni siquiera logró levantar la carrera de ambos la adaptación de una obra teatral de un autor que siempre había dado buenas noticias a Liz (éxitos como La gata en el tejado de zinc o De repente, el último verano), Tennessee Williams, La mujer maldita de Joseph Losey. Después protagonizarían una película dirigida por Peter Ustinov, Pacto con el diablo, y su última película juntos fue para la televisión en 1973, Se divorcia él, se divorcia ella.

Si quieren entretenerse con una lectura sencilla y entre tanto couché y glamour descubrir la historia triste entre las páginas de este libro, recomiendo su lectura.

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