Caravana de paz (Wagon Master, 1950) de John Ford

Quizá no sea la primera película que nos venga a la mente si nos dicen que digamos en unos segundos varias películas de Ford. Sin embargo su visionado ha sido una agradable sorpresa. Es tan sencilla y grande a la vez. Tan natural y emocionante… Es de esas películas que se puede ver una y otra vez y pasar una buena tarde disfrutando de buen cine.

Porque Ford sin duda es el rey del detalle. De lo cotidiano. De lo que puede ocurrir en el día a día. Del retrato de grupos humanos. De caracteres secundarios inolvidables. De paisajes y composiciones como buenos cuadros.

La historia no puede ser más simple. Un grupo de caravanas de mormones tienen que realizar una larga travesía no desprovista de obstáculos y contratan a dos jóvenes, en esos momentos vendedores de caballos, para que les guíen hasta su destino.

Así la película se convierte en la crónica de un viaje donde ocurren muchas pequeñas y grandes cosas. Lo más bonito y lo que más me ha llamado la atención es que es un viaje de un grupo de personas que son ‘diferentes’ a los demás. Un grupo humano que se encuentran con otros que también son ‘diferentes’ y ‘desarraigados’ o ‘rechazados’ por no vivir o creer como los demás.

Y es que en este viaje no sólo nos encontramos con los peculiares mormones (rechazados y bajo sospecha en muchos lugares debido a sus creencias y forma de vida) sino con dos fuera de ley, jóvenes y libres, que no tienen lugar de arraigo. O con un grupo de malvados ladrones, la banda de los Clegg, que son los bandidos del oeste, despiadados. O con un peculiar grupo de ‘artistas’ compuesto por un charlatán y borrachín (maravilloso Alan Mowbray, me he enamorado de este personaje), una mujer que tuvo sus días de belleza y gloria pero que ahora anda siempre al lado del doctor y una joven bella de mala vida. O también con un grupo de navajos que no tendrán problema en pasar una velada de celebración junto a tan peculiar grupo. Así debido a las circunstancias todos serán protagonistas de un viaje hacia una tierra prometida.

De esta manera el espectador va siguiendo la ruta de las caravanas, la búsqueda del agua, la alegría por encontrarla, la fiesta, la música, los encuentros, los distintos conflictos (sobre todo por los malvados Clegg que complican más el viaje), las comidas compartidas, ese toque especial de cuerno por la agradable hermana Ledeyard (no podía ser otra que Jane Darwell), las relaciones que se van estableciendo entre los dos jóvenes guías que ambos se sienten atraídos por dos mujeres de la caravana. El serio pero buen hombre Ben Johnson, Travis en la película, se enamora de la joven bella de mala vida (Joanne Dru) y el pelirrojo de la función, Sandy (con rostro de Harry Carey Jr.) se enamora de una pelirroja y dulce mormona.

Y poco a poco nos vamos encariñando con el abanico de personajes que nos ofrece Ford. Los vividores guías, amigos para siempre, y buenas personas que ‘sólo disparan a las víboras’. Los mormones como ese líder con cara de Ward Bond que dirige a todos con su energía. Con los mayores, los niños, los jóvenes, los hombres y mujeres que recorren kilómetros y kilómetros para encontrar un sitio donde asentarse. De los únicos que no podemos encariñarnos es de los Clegg que son los generadores de conflicto.

Todo en Caravana de paz es visto con cariño y detalle. Y su visionado sólo ofrece momentos geniales… Un viaje tranquilo que nunca acaba con canciones del viejo oeste de fondo. Un grupo de personas que se dirigen hacia una tierra prometida, hacia un sitio donde asentarse…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.    

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