Diccionario cinematográfico (47)

Bélico: ¡No han matado a Elías! Y desde un helicóptero, unos soldados son testigos directos de la muerte con los brazos en alto de un Elias con pañuelo en la cabeza (Platoon). Y un cuerpo, sin extremidades, sin vista ni oído, pero pensante, desea que alguien descubra que siente, que recuerda, que piensa, que no era la guerra lo que esperaba para su futuro…, y que no le merece la pena estar vivo (Johnny cogió su fusil). Y, desde Pearl Harbor un soldado sufre vejaciones, una y otra vez, para que vuelva a boxear y otro sufre el odio de su superior por ser valiente y no sumiso (De aquí a la eternidad). Y, desde la resistencia en tiempos de guerra, un valiente líder delante de soldados alemanes hace en un café, en Casablanca, que todos canten La Marsellesa (Casablanca). Y, varios soldados de distintos países se unen por unos días por la nostalgia y la música (Feliz Navidad). Y brigadistas internacionales se meten de lleno en su lucha en la Guerra Civil Española y viven en sus carnes las distintas formas de ver la guerra en el bando de la República, triste, triste, triste (Tierra y Libertad). Y, un australiano corre, corre, corre…, porque la vida se le va en ello; mientras su amigo y camaradas, se despiden de los seres queridos, besan sus fotografías amadas, dejan sus enseres personales, escriben las últimas palabras… (Gallipoli). A algunos superiores les importa muy poco el soldado raso, mueven sus piezas como si de un tablero de ajedrez se tratara, sin importarle la caída de las piezas, sin importarles las injusticias si sirven para vencer una guerra y atender a sus intereses (Senderos de gloria). 

Y, el amigo ve cómo a su compañero de batallas e infancia se le ha ido la cabeza por el horror de la guerra, y se enfrenta a una vida sin sentido en la ruleta rusa (El cazador). Y, una mujer va entre balas, odio y sangre a por su esposo, fotógrafo de guerra, se encuentra en el camino otros reporteros que arriesgan su vida día a día para denunciar el horror. Los francotiradores hacen su trabajo (Las flores de Harrinson). Una flor crece en la maceta de un superior militar, que trata aunque sea periodo de guerra, no perder las formas y la educación, es decir, seguir siendo humano (La gran ilusión).  

En la antigua Yugoslavia, se esconden bajo tierra un grupo de personas para salvarse de la guerra que destruye. Y pasa el tiempo. Bajo tierra hay una pequeña población, nadie les avisa de que todo ha terminado y cambiado. Quizá cuando salgan se den cuenta de que en breve tendrán que ocultarse de nuevo (Underground). Y, seguimos en los Balcanes, y otro fotógrafo trata de regresar triste y nostálgico a la tierra que le vio nacer, y sin entenderlo, se enfrenta al odio de la aldea…, al horror de un guerra… (Before the rain). Un grupo de soldados pasa la guerra, incomunicado y alejado, en una idílica isla griega. Quizá, paradójicamente, el periodo más feliz de sus vidas y sus sueños (Mediterráneo). 

Un soldado alemán se vuelve consciente del horror de los campos de exterminio. Siente que no es por lo que él luchaba. Mientras, un soldado norteamericano, por el hecho de ser judío, sufre vejaciones entre sus compañeros de batallón (El baile de los malditos). A un campesino, un joven sin mucha educación, la propaganda soviética, le hace a su pesar, un héroe de guerra, para levantar la moral de los soldados. Mientras, el obrero lucha en una guerra que no entiende, se enamora, y se convierte en un mártir sin quererlo. Un francotirador alemán le sigue los pasos (Enemigo a las puertas). Y, en la Unión Soviética, no sirvió de nada ser héroe de guerra o creer en un mundo mejor para Rusia. No, no importa. Llega Stalin, como dictador bestia, y no tiene ningún problema en llevarse de por medio todo aquello que no le permite hacer lo que le da la real gana con lo que él entiende por comunismo. Aunque se sea leyenda y héroe de guerra, da igual, la mentira y la muerte acecha (Quemado por el sol). 

Y, el regreso, siempre es duro. Se vuelve con héridas de guerra y de mente. Un soldado en silla de ruedas que se siente furioso por una guerra que no debería haber sido (El regreso). Unos soldados que tratan de rehacer su vida, sin manos, reconstruir familias, tratar de olvidar el horror, encontrar un trabajo, el rechazo y el olvido de los más cercanos… (Los mejores años  de nuestra vida). 

Las guerras continuan…, y es una mierda que los hombres nos convirtamos en máquinas o bestias. Que el hombre quiera poder a través de la muerte del otro. Que el hombre por intereses políticos o económicos emprendan batalla. Que siempre se caiga en la misma trampa. 

Diccionario cinematográfico (46)

 

Butch Cassidy y Sundance Kid: yo se lo dejé claro desde un principio. Nunca olvidaré esa conversación. Les miré a los dos y las palabras salieron de lo más hondo de mi corazón: “Si me voy con vosotros no lloraré, os curaré cuando estéis heridos y remendaré vuestros calcetines, haré todo lo que me pidáis excepto una cosa. No quiero veros morir, me perderé esa última escena”. Sí, se puede amar con locura a dos hombres y no olvidarles jamás. Aquí, ya de maestra jubilada y señora de reputación intachable, yo Etta Place, os confieso que sigo queriendo los rostros de Butch Cassidy y Sundance Kid. Eran distintos y ambos tenían todas las cualidades que podían hacerme una mujer feliz. Con sus planes, sus aventuras y sus sueños diríase que nunca se hacían mayores. No se daban cuenta de que sólo había un único destino. Y, yo lo tenía claro, no quería verlo. Los amaba, ¿no entienden? Desde que les abandoné a su suerte, me convertí en una respetable solterona. Yo ya amé y amo suficiente. En las noches oscuras, junto al fuego del hogar, me río con las ocurrencias de Butch. Recuerdo cuando me llevó en bicicleta. Recuerdo tanto las risas y la mirada pícara. Y, en el lecho, cuando estoy a punto de cerrar los ojos veo a Sundance tan serio, tan de pocas palabras, amándome como si fuera la última noche. Era tan bello. Y, así os digo, que soy una mujer de vida completa y que amé y fui amada por Butch y Sundance. No cambiaría mi vida por nada del mundo. Al cerrar los ojos, me queda el recuerdo de sus sonrisas.

Declaraciones de la maestra Etta Place  

 

El bígamo (1953) de Ida Lupino

Benditos regalos y descubrimientos. Llevo tiempo interesada y detrás de conseguir la filmografía como directora de la actriz Ida Lupino. Ahora, por lo menos, alguna de sus películas puede encontrarse en formato dvd. Estas Navidades el descubrimiento ha sido El bígamo. 

En la industria de Hollywood, la gestión económica y creación artística estaba copada por los hombres. En los años 30, 40, 50 y 60 era extraño que una mujer fuera directora (no así guionista). Ida Lupino, sin embargo, consiguió un hueco y realizó una filmografía breve pero interesante. Da que pensar lo que hubiera conseguido si la dirección y producción hubiera sido también un terreno femenino. 

Ida Lupino irrumpe como directora en los años cincuenta con temas sociales y muy modernos en aquellos momentos donde la censura todavía impedía tocar ciertos temas. Para su primer proyecto completo como productora y directora se centra en el mundo de las madres solteras, después se ocupó de un caso de violación (Ultraje). Su película de más éxito fue un thriller con notas de cine negro, El autoestopista. Su última película con gran libertad creativa fue El bígamo de la que ahora nos ocuparemos. Después, Ida Lupino trabajaría, también, como directora, productora, guionista y actriz en distintas series de televisión.

Ida Lupino como intérprete entra en el Olimpo de la sala oscura por su papel de chica del gangster en la maravillosa El último refugio. Todo un clásico de la década de los cuarenta. Una mujer dura pero enamorada que nunca dejará solo a un fuera de serie como Bogart, un fuera de la ley ya cansado. Y, está fantástica como periodista de lengua viperina en Mientras Nueva York duerme. Sus personajes fuertes reflejan a una mujer acostumbrada a lidiar en un mundo de hombres, sobre todo en los conservadores años cincuenta en EEUU. Y, la mujer real, Ida Lupino, supo imponerse en un mundo de hombres con estupendos resultados. 

El bígamo es una película sencilla pero de gran elegancia en su construcción. La historia es atractiva y la riqueza de los personajes y puntos de vista es asombrosa y muy moderna para los tiempos que corrían. La película parte de una idea: un hombre, por una serie de circunstancias, que nos son narradas de forma clara y transparente, termina casado con dos mujeres y llevando dos vidas paralelas. Con un ritmo pausado, que no lento, vamos implicándonos en la historia de un bígamo. 

Lo de modernidad no lo digo como tópico. Trataré de explicarme. Ida Lupino presenta la bigamia de su protagonista como un hecho absolutamente comprensible. El protagonista, un ajustado Edmun O’Brien, vive una serie de circunstancias que justifican que en un momento de su vida se enamore de otra mujer y la historia explica de manera certera que ame a las dos y que se sienta atrapado en las dos relaciones sin decidirse a romper con una de ellas. En El bígamo, Ida Lupino no condena a ninguno de sus personajes. Las dos mujeres y el hombre son personajes cargados de humanidad. En ningún momento toma partido por ninguno y los tres, incluso en el juicio final, son tremendamente humanos. No hay ninguna aptitud de odio o reproche. La película es dominada totalmente por la personalidad y las miradas de las dos mujeres protagonistas (una elegante Joan Fontaine y una fuerte y desencantada Ida Lupino). 

La trama se desata cuando un matrimonio de clase media toma la decisión de adoptar a un niño. En la agencia de adopción les piden firmar un papel en el cual permiten la investigación de la vida de ambos cónyuges. Los descubrimientos los va realizando un anciano Edmund Gwenn. 

Debajo de toda esta trama subyace uno de los temas principales de la película y es la soledad de cada uno de los personajes. Los tres protagonistas de esta historia llegan a la situación que narra la historia por un tema de soledad. Donde da igual el trabajo, el éxito profesional, o la vida en pareja, los personajes se sienten solos en una vida que se les hace dura y gris. 

El bígamo se convierte en una película exquisita y elegante, muy bien contada y bien interpretada, y en el descubrimiento, para mí, de una directora, Ida Lupino. 

 

Marlon Brando

Nunca hubo hombre como Brando. Hermoso hasta decir basta en su juventud y madurez, luego hizo gala del descuido. Marlon Brando fue una persona que demostró ser siempre especial y que nunca le quitó el sueño una de sus armas, la belleza. 

Su personalidad de hombre complejo queda escrita en una autobiografía interesante (Las canciones que mi madre me enseñó, editorial Anagrama. Lectura que recomiendo) donde queda uno de los rasgos de su personalidad que más supo sacar el director Elia Kazan, bajo el rostro de un hombre brutal y vital, casi sin sentimientos, se descubre otro rostro de un hombre dulce y tierno que desea ser amado. 

Lo elevé al Olimpo de los dioses de la sala oscura hace muchos, muchos años, en un ciclo donde devoré la mayoría de sus películas. Después, mi declaración de amor creo que se convertirá en eterna. De hecho una de mis películas favoritas –de esas que me llevaría a una isla desierta– tiene a Brando como protagonista: La ley del silencio (1954) que diría me sé escena por escena. Todavía tiemblo en esa conversación entre hermanos o con esa historia de amor junto a Eve Marie Saint. 

Ya en Hombres (1950) mostró además de una belleza sin límites (sé que me repito pero no puedo evitarlo) que era capaz de construir un personaje hasta las últimas consecuencias. Aquí, Brando aprendió a manejarse en una silla de ruedas para hacer más verídica su representación. En Hombres se mostraba como un joven que la Segunda Guerra Mundial le postraba en una silla de ruedas. 

A Brando ya se le conocía como un fenómeno en los escenarios de Broadway con su representación de Stanley Kowalski del director Elia Kazan, que tiene la oportunidad de pasar el drama de Tennesse Williams al celuloide. La fuerza de Brando desarma y se rodea de un elenco de grandes actores que hacen de esta película una pequeña joya. Vivien Leigh como Blanche o Kim Hunter como su esposa logran sacar el mito sexual de un hombre que se rasga la camiseta al pie de una escalera y grita desesperado el nombre de Stella. Ambas dejan reflejar al Stanley más tierno o al Stanley más bruto, sin sensibilidad alguna. Ahí Marlon ya emplea otra de sus armas que llena su filmografía de momentos grandes, su sonrisa. Un tranvía llamado deseo (1951) sólo tiene un rostro de Stanley. 

Al año siguiente se planta un bigote y unos andares de campesino y crea a un héroe idealista. Se juntó con otro rostro fuerte, Anthony Quinn, y el guión de John Steinbeck y nos dejaron a un Emiliano Zapata para siempre. Así como una escena escalofriante de un Brando que, en escenas memorables, sufre la destrucción del cuerpo, un Zapata solitario acribillado a tiros. De nuevo, Viva Zapata de Elia Kazan le eleva al altar de la sala oscura. 

En 1953 se convierte en motero apático en película pequeña, con un Lee Marvin pasado de rosca –cómo le sentaban esos papeles– y con su cazadora de cuero y su gorra nos deja una escena de sonrisa genial para que sus admiradores rebobinen una y otra vez (sigo conservando vhs que se cae a pedazos). Él es Salvaje capaz de sonrisa tierna. 

También, ni corto ni perezoso, y con pecho descubierto, se atreve a dar su especial versión de un Marco Antonio, perfecto de busto romano incomparable. Su personaje en Julio Cesar le muestra susurrante y héroe honesto hasta el final. Su fuerza física y la riqueza de su personaje le hace brillar en el mundo shakesperiano pese a las dudas de los más puristas. 

En 1954 se convierte en Terry Malone, ese joven ex boxeador desencantado y sin esperar nada de la vida que pasa sus días entre el grupo mafioso que tiene a su hermano como uno de los líderes. Un grupo de mafiosos que se ha apoderado de los muelles y el sindicato y hace vivir a los trabajadores en la ley del silencio. Terry es la historia de un despertar de conciencia y de un hombre que busca la redención. Elia Kazan hizo La ley del silencio en un momento crítico de su carrera cuando ya había repetido los nombres de compañeros, simpatizantes o pertenecientes al partido comunista, en el periodo de La Caza de Brujas (que como he repetido en más de una ocasión dedicaré un post). Terry, pese a las dobles lecturas, es uno de los héroes que más me conmueven. Al final, tras una brutal paliza, tiene que cruzar un largo camino para liderar a sus compañeros hacía, quizá, tiempos mejores. 

A partir de este momento y hasta 1958 su carrera comienza a pasearse por el mundo de las superproducciones que funcionan más mal que bien pero no exenta de piezas cinematográficas curiosas. Trabaja en dos papeles junto a Jean Simmons. En Desirée se convierte en un Napoleón con más pena que gloria. Pero, está absolutamente encantador como jugador empedernido y enamorado de una encantadora mujer (Jean, claro) del Ejército de Salvación. Ambos nos deleitan con sus voces y unas canciones bajo la luz de la luna cubana en Ellos y Ellas. Después juega al transformismo en la aburrida La casa de té de la luna de agosto, Brando se convierte en un japonés que va de gracioso. Y, por último encarna a héroe romántico en plena guerra de Corea que bajo música pegadiza se enamora de una japonesa en Sayonara. 

Termina la década de los cincuenta con dos producciones muy interesantes. En El baile de los malditos se tiñe de rubio y encarna a un oficial alemán en la Segunda Guerra Mundial. El militar, que defiende y cree en el partido nazi, descubre el horror más atroz y se da cuenta de que no es eso en lo que él creía o apoyaba. Otro héroe que se conciencia y redime. Un personaje complejo que un Brando de pelo dorado borda. Al otro lado del océano nos encontramos con las historias de dos soldados norteamericanos (uno de ellos judío) con los rostros sorprendentes de Dean Martin (que en este tipo de papeles demostraba que era más que un cantante o showman) y Monty Clift (como siempre uno de mis atormentados favoritos). 

Y vuelve a brillar en un drama sureño de Williams. Es una película tan oscura y triste. Tan decadente. Que no hizo que el público corriera a las pantallas. Pero me quedo con Brando y su cazadora de piel de serpiente, y su guitarra, y su héroe trágico, sin escapatoria. Al lado de la trágica entre las trágicas, una brillante y triste Ana Magnani en su corta carrera norteamericana. Ambos son grandes en sus escenas juntos. Piel de serpiente es una rareza con la que merece la pena reencontrarse. 

Los años sesenta no son brillantes en la carrera de un Brando de rostro más maduro y todavía muy hermoso. Pierde la cabeza en la dirección de un western extraño en el que se deja pegar brutal paliza, El rostro impenetrable. Es uno de los tantos actores que protagoniza una nueva versión de Rebelión a bordo. Con alguna escena que recordar pero con más pena que  gloria, como su Napoleón. No logra divertir al respetable público en una producción que pretendían ser comedia elegante, Dos seductores. Tiene que llegar Arthur Penn para hacerle protagonista, de nuevo con paliza incluida, en una gran historia, La jauría humana. En una jornada de calor, el sheriff (genial Brando) de una pequeña localidad es el único que no pierde la cabeza y trata de salvar a un Robert Redford fugitivo. 

En 1967, de nuevo toma el papel de militar complejo junto a una incombustible y erótica Liz Taylor, insatisfecha. Brando se descubre seducido y, quizá enamorado, de un joven soldado. Película extraña del gran John Huston. Brando, atormentado, da lo mejor y más triste de su ser. En el guión de Reflejos en un ojo dorado ya sale el nombre de Francis Ford Coppola que resucitará al mejor Brando en los setenta. Este mismo año despide también la carrera como director de Charles Chaplin en una comedia de las de antes, ya pasada y por eso llena de encanto. La condesa de Hong Kong muestra la química y la diversión del equívoco junto a un Marlon Brando afable, romántico y de sonrisa perpetua y una Sophie Loren divertida. 

La carrera de Brando está en un punto bajo. Sin embargo, los amantes de la sala oscura quedan deslumbrados por una nueva transformación de este actor que sale absolutamente desconocido y alejado de su imagen física y de su mito erótico para ser el inolvidable Padrino en 1972. Un joven y loco Coppola confía plenamente en el actor, cuando ya nadie apostaba por él. Nadie olvida su voz rota, o quizá, ronca, su bigote, su traje negro y sus caricias a un gato. El Padrino rige la vida de cada miembro de su familia y es el rey de la mafia. 

Al año siguiente regresa, de nuevo maduro y atractivo, pero con arrugas de hombre vivido y decadente, en la sensual y tremendamente triste, El último tango en París. Dejando a parte las connotaciones sexuales y lo que supuso en la época, Marlon refleja como nadie el horror de la soledad y el abandono. 

Un Brando, ya en condición de mito, decide aparecer en papel por dinero en una película mítica de finales de los setenta. Se convierte en el padre de Supermán. 

Coppola vuelve a confiar en él en papel secundario y tremendo. Brando, calvo e inmenso, sumergido en el horror de Vietnam, se mete de lleno en el corazón de las tinieblas como el coronel Kurtz en Apocalypse Now. Su último gran papel. 

Después, el mito erótico por excelencia y el actor por antonomasia de los cincuenta, se convierte en su propio fantasma, cada vez más orondo y trágico. Aparece esporádicamente en producciones con papeles secundarios como un actor de ayer. En los noventa destaco las películas junto a un actor que le adoraba, Johny Depp (otro camaleón): una comedia que le devuelve la sonrisa de ayer, Don Juan de Marco, y un drama que le reserva un papel triste, por malvado y siniestro, en The Brave. 

Marlon Brando nunca abandonará el Olimpo…, yo se que él nunca se fue. Cuenta con demasiadas sonrisas y héroes trágicos que nos lo devuelven una y otra vez a la sala oscura. 

 

La última sesión

Mi regalo de reyes magos es una pieza teatral corta que resume todo el amor que siento por el cine, las historias que cuenta, las salas, los personajes. Sé que no es una buena obra pero está escrita desde el corazón y con todo el cariño que puedan imaginar.

LA ÚLTIMA SESIÓN 

(Oscuridad. Se escucha la banda sonora de los créditos finales de Memorias de África. Se oye el ruido de butacas que se levantan,  jaleo de gente que se marcha y una puerta que se abre y se cierra. Poco a poco se va iluminando el escenario. Nos encontramos en una sala de cine. Es un cine de barrio, de los de toda la vida, se ve la fila de butacas que da al pasillo. La música sigue sonando y sólo queda, en las primeras filas, cerca de la pantalla –que sólo intuimos por la luz del proyector— una mujer morena de unos 55 años, atractiva y con una sonrisa en los labios. No quita ojo de la pantalla. Ha envejecido bien. Lleva unos vaqueros, una camisa blanca, un jersey de colores vivos y unas deportivas. Terminan los títulos de crédito. Se levanta despacio. Su rostro se vuelve triste, recorre la sala con la mirada. Y se dispone a marcharse por el pasillo. Se abre la puerta y entra el acomodador. Un hombre de pelo cano, más o menos de la misma edad que la mujer, uniformado. Se dirige a ella)

Acomodador: Vas a irte sin que ni siquiera sepa tu nombre.

Espectadora: (sorprendida) Perdone, ¿cómo dice?

Acomodador: Que si ni siquiera voy a saber su nombre.

Espectadora: (sonríe) Roberta.

Acomodador: Yo me llamo Alex.

Espectadora: Encantada… (se queda cortada) y hasta luego.

Acomodador: Perdone que la moleste. Hoy se ha celebrado la última sesión de este viejo cine. Ha sido un buen broche final acabar con Memorias de África… Me gustaría pedirla un favor.

Espectadora: (entre extrañada y curiosa) Dígame.

Acomodador: Quédese un rato. Sentémonos en las butacas y charlemos…

Espectadora: (inquieta) Me encantaría quedarme, y siento el cierre de esta sala, pero me esperan.

Acomodador: (Intranquilo) Por favor, quédese. Su familia o quien sea tiene años y años para verla. Quizá, hoy sea el último día que nos veamos. Quédese.

Espectadora: Lo siento (y hace ademán de marcharse)

Acomodador: (la agarra del brazo, suavemente) No se volverá a repetir este día, eh, Roberta. Es mejor así.

Espectadora: (molesta) pero, qué dice…

Acomodador: Roberta ya se que sólo me ve como un simple acomodador de sonrisa amable a quién durante 30 años le ha dado propina por buscarle el asiento correcto… pero (la espectadora se sienta y le escucha sorprendida) yo el 20 de julio de 1977 le juré amor eterno en esta sala de cine. Llevo meses preparando este momento, que por favor, tiene que ser especial.

Espectadora: (incrédula) Oiga, esto no será una broma. Usted sabe que siempre me ha caído simpático pero estoy desconcertada…

Acomodador: Aquella tarde usted iba con un precioso vestido de verano. Como es habitual, llegaba sola. Estaba bellísima. Aquella tarde estrenábamos Robin y Mariam. Nunca olvidaré sus lágrimas ante la declaración de amor de Audrey Hepburn…

Espectadora: (vuelve a levantarse) ¿Cómo ha dicho que se llama? No quiero ser descortés. Siento el cierre de la sala. Siento que se quede sin trabajo pero yo tengo que marcharme…

Acomodador: (de rodillas) Me llamo Alex. Espere… Te amo. Te amo más que a todo; más que a los niños; más que a los campos que planté con mis manos; más que a la plegaria de la mañana o que la paz. Te amo más que al amor, o que a la alegría, o a la vida entera. Te amo más que a Dios.

Espectadora: Por favor, creo que usted no se encuentra bien y está diciendo una sarta de tonterías. Levántese. Mire, yo me marcho. De verdad, siento muchísimo el cierre de esta sala de cine. Pero, pero yo tengo que marcharme… (y se dirige rápidamente a la puerta de salida

Acomodador: (se quita la chaqueta de su uniforme, todavía es un hombre de buen porte, la tira a las butacas. Está transformado. Grita a voces, de rodillas y con los brazos en cruz) ¡¡Rooooooberta, Roberta!!

Espectadora: (alucinada, se para y se da media vuelta) Mire no sé si reír o llorar. ¿Me quiere explicar qué está haciendo?

Acomodador: ¿No le parezco tan desesperado y tan salvajemente atractivo como Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo? La estoy llamando a gritos, le suplico que se quede. Respecto las palabras que antes le he dicho… creí que iba a recordarlas…¡¡¡cómo lloraba usted mientras Marian se declaraba a Robin!!!

Espectadora: (ríe) No me puedo creer que esto me esté pasando. Alex, ¿qué es lo que quiere? Usted y yo hemos cruzado muy pocas palabras. Yo he venido durante 30 años a la sesión de siete de los miércoles. Nos hemos sonreído, usted ha hecho su trabajo, yo he disfrutado con un montón de películas… pero ¿qué es esto?

Acomodador: ¡¡¡Quédese!!! Permítame que ésta sea nuestra tarde de cine, nuestra última tarde. Mi última tarde. Se lo pido…

Espectadora: (extrañada) ¿Qué quiere decir con su última tarde?

Acomodador: (se sienta en una butaca y hace que monta en una moto. Hace como que no ha escuchado las palabras de Roberta) Recuerdo la primera vez que la vi. Yo acababa de estrenar mi amado trabajo. Tenía 24 años. Corría el mes de octubre de 1954. Habíamos estrenado la película de una joven promesa americana, que más tarde sería Marian. En cuanto usted apareció por la sala de cine… cómo deseé tener la vespa de Gregory Peck y mostrarla todos los encantos de Madrid. Sólo soñé. Como todos estos años… (Roberta se sienta en la butaca de delante y gira su cabeza para seguir escuchando de frente a Alex) ¡¡¡Cómo desee parecerme en algo al protagonista de Vacaciones en Roma!!! ¡¡¡Cómo deseaba que alguna vez me hubiese mirado como usted mira a Gregory Peck, a Marlon Brando, a Paul Newnam o a Robert Redford…!!!

Espectadora: (halagada) Alex, de verdad, que yo nunca imaginé…

Acomodador: No hables. Quiero hacerte un regalo. Un pequeño regalo. El proyeccionista es un gran amigo y me ha ayudado a montar esta tarde de cine… Mira la pantalla… (se levanta y va hacia las luces. Las apaga y hace una señal justo al otro lado de la pantalla –se entiende que a la sala de proyección-. Comienza a funcionar el proyector. Roberta, acomodada, mira la pantalla. Él se acerca y se queda otra vez detrás de ella. Empieza a sonar Somewhere en la película West side story) ¿Ves? Yo sé que hay un lugar y un tiempo para nosotros. Y es esta tarde. Escuchemos en silencio. Me permites que ponga mi mano en tu hombro. Sólo eso. (La cabeza de Roberta asiente. Alex coloca su mano en el hombro. Escuchan)

Espectadora: (gira bruscamente) ¿Qué es esto?

Acomodador: Nuestro lugar, nuestro tiempo. No sabes nada de mí, ni yo de ti. Sólo tenemos como referencia este espacio. Yo te he imaginado en miles de historias. No sé cómo eres en realidad. No me importa porque siempre te he soñado y así te quiero. Ahora quiero que tú también me sueñes, me sientas. Quiero estar en tu película.

Espectadora: Sabes que no me gustan las películas de psicópatas. Ni las de terror. Ni las claustrofóbicas… ¿lo sabes, verdad?

Acomodador: (riéndose) Claro que lo sé. Era lo único que me preguntabas. “La película de hoy no será de miedo, ¿verdad?”.  (La música deja de sonar. Se apaga el proyector y Alex se levanta a encender la luz. Roberta va detrás)

Espectadora: (rápida) Te agradezco mucho todo pero yo ya me marcho.  Yo no hago películas. Las veo y luego me doy cuenta de que vivo en un mundo real… y…

Acomodador: (le pone suavemente un dedo en la boca) ¿Para qué queremos más realidad? Tú siempre has sido la chica con la que hubiese deseado protagonizar mi película. No te vayas… es mi último deseo.

Espectadora: (con cara de preocupación) Vale, Alex. Me quedo.

Acomodador: Gracias y perdone…

Espectadora: (decide entrar a saco en el juego cinematográfico) Yo no le pido que me perdone, yo misma no me comprendo ni me perdonaré nunca, y si una bala me alcanza, Dios no lo quiera, me reiré de mi propia estupidez. Sólo sé y comprendo una cosa, y es que te quiero Alex, pese a ti y a mí y a este mundo que se desmorona a nuestro alrededor, te quiero. Porque somos iguales, dos malas personas, egoístas y astutas, pero sabemos enfrentarnos con las cosas y llamarlas por sus nombres…

Acomodador: (riendo feliz se pone a brincar como un loco delante de Roberta y comienza a subirse encima de las butacas) ¡¡¡Quiero a una mujer!!!¡¡¡Quiero a una mujer!!!

Espectadora: (seria) ¿Te puedo pedir un deseo? (Alex asiente feliz) Siempre quise sentirme Vienna por un día y que un Johnny Guitar me hablase a la distancia.

Acomodador: (se sitúa frente a ella) ¿A cuántos hombres has olvidado?

Espectadora: A tantos como mujeres tú recuerdas.

Acomodador: ¡No te vayas!

Espectadora: No me he movido

Acomodador: Dime algo agradable

Espectadora: Claro, ¿qué quieres que te diga?

Acomodador: Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años. Dímelo.

Espectadora: Te he esperado todos estos años.

Acomodador: Dime que habrías muerto si yo no hubiese vuelto.

Espectadora: Habría muerto si tú no hubieses vuelto.

Acomodador: Dime que aún me quieres como yo te quiero.

Espectadora: Aún te quiero como tú me quieres.

Acomodador: Gracias

Espectadora: Gracias

Acomodador: (se sienta en una de las butacas. De pronto, parece cansado) Está siendo una tarde de cine. Tal y como la había planeado. No me has decepcionado. Me voy a ir feliz. Hoy cerraré los ojos y recordaré esto. No me importa no despertar. Has protagonizado mi película… después de 30 años… en la última sesión. ¿Me leerás un poema como Karen Blixen a su cazador amado?

Espectadora: (muy seria) Suenas como un Al Pacino que se dirige a un peligro, puede que a la muerte, y se despide de los seres queridos.

Acomodador: (sonriendo) Ya, si ya se nota que tu debilidad es Al Pacino. Me alegra que me compares con él.

Espectadora: (se sienta a su lado) No voy a bromear. Y voy a ser directa porque como sabemos cuando salgamos de esta sala, nos enfrentaremos a la realidad de todos los días… ¿usted va a suicidarse?

Acomodador: Roberta, Roberta, chirría tanta realidad. Recuerde que éste es nuestro espacio, nuestro tiempo. ¿Qué más da lo que pase fuera? Ahora, ahora, mismo soy feliz… usted es la protagonista que quiero a mi lado.

Espectadora: Me voy a volver un poco Tracy Lords de Historias de Philadelphia… Alex, soy una mujer real, de carne y hueso, con sentimientos. No soy una estatua o una imagen. Me puedes tocar. Tengo una historia…

Acomodador: (vuelve a ponerla el dedo en la boca) Estás rompiendo la magia…

Espectadora: (le quita la mano bruscamente y se levanta) ¡No, vas a escucharme con magia o sin ella! Tengo una historia, unos sentimientos, durante estos 30 años, he llorado, he reído, he tenido problemas, alegrías y penas… todos tenemos una vida real, Alex. Esta tarde de los miércoles para mí era sagrada porque era mía y voy a confesarte una cosa: me encantaba que me sentaras, me encantaba tu sonrisa, me sentía protegida… El cine me permitía vivir otras historias, viajar a otros mundos, y ver a un acomodador que me trataba con ternura… ¿te enteras?… Y, ahora, me vienes con ésas…

Acomodador: (Llora tierno) No me lo puedo creer… Yo, Roberta, por muchas cosas, que no entran en esta película, estoy acabado. Sólo quería irme con un final feliz en esta apestosa vida que he llevado…

Espectadora: (vuelve a sentarse y le toma el rostro) Alex, Alex, tú sabes mejor que nadie que la vida está llena de cosas apestosas pero hay otras que, por pequeñas que sean, merecen la pena. Los miércoles tú y yo estábamos viviendo nuestra película particular… real y podemos seguir viviéndola. No sé dónde ni cómo… pero desde luego si sigues aquí en este mundo real. Esa sonrisa tuya no puede desaparecer. Tú das protección y seguridad. De verdad, Alex.

Acomodador:(sonríe) Tengo 56 años, ahora en paro, me he divorciado dos veces, vivo en un pequeño apartamento… no veo muchas salidas laborables… amo el cine y llevo 30 años pensando cómo hubiera sido mi vida contigo de co-protagonista. Eso me hacía levantarme muchas mañanas de la cama…

Espectadora:(sonríe) Tengo 55 años, jubilada anticipada, llevo cinco años viuda, vivo en un piso con mis dos hijos… amo el cine y llevo 30 años intentando dejar mi timidez a un lado y entablar una conversación de más de 10 minutos con un acomodador que me cautiva por su sonrisa.

Acomodador: (se levanta) Me permites unos segundos. No sabía si iba ser posible que te quedaras pero tengo más cosas preparadas. Espera. (Se va corriendo y cierra la puerta tras de sí. Vuelve abrirla) Roberta, no te vayas… Ahora, viene la culminación de nuestra escena. (Desaparece)

Espectadora: (ríe) No te preocupes… te aseguro que ahora no me voy a marchar…

Acomodador: (regresa con una bolsa de pic nic y un magnetofón) En homenaje a Memorias de África, he preparado un pic nic especial para que tomemos algo aquí (va sacando unos cojines, un mantel a cuadros, lo coloca en el pasillo, saca dos copas de champaña, dos servilletas y una botella. Saca dos platitos llenos de uvas. Lo coloca todo. Mira a Roberta que observa cada uno de los movimientos de Alex. La coge de la mano hace que se levante de la butaca y la invita a uno de los cojines. Ella sigue sus indicaciones. Alex abre la botella y entre risas y mucha espuma llena las copas. Ofrece una copa a Roberta y se queda otra él. Los dos sentados. Brindan)

Espectadora: Por un buen final

Acomodador: Por un buen final. (Beben ambos) Roberta, ¿me permite? (Pone el magnetofón y suena el concierto para clarinete de Mozart que suena en Memorias de África. Ofrece su mano a Roberta y la pone en pie… Ambos comienzan a bailar, lentamente)

Espectadora: Mañana será otro día (se abrazan y continúan bailando mientras poco a poco la sala de cine va quedando en penumbra) 

¿Sabías que…? De Oscars y muertes

Hattie McDaniel por su interpretación de Mami en Lo que el viento se llevó fue la primera actriz afroamericana que ganó un Oscar.

Sydney Portier fue el primer actor negro que ganó un Oscar en la categoría de Mejor actor principal por Los lirios del valle (1962).

Leslie Howard y Carole Lombard murieron en accidente de avión distintos pero en la misma época. Corría la II Guerra Mundial. Ella volaba en un avión para vender bonos y su avión sufrió un accidente en 1942. La muerte de Leslie Howard todavía es un misterio, su avión fue alcanzado por los nazis en 1943. Unas versiones apuntan a que la aviación nazi pensaba que en ese avión volaba el mismísimo Churchill, otros hablan de que Howard era un espía y, por lo tanto, un objetivo de guerra.

En los setenta se suicidaron dos actores de carácter. Charles Boyer, 1978, y George Sanders,1972. El primero no aguantó la muerte de su esposa de toda la vida y el segundo dejó una nota en Castelldefels (Cataluña) en la que confesaba que se iba porque estaba aburrido. Ambos hicieron gala de sus papeles cinematográficos, Boyer llevó al cine romántico a altas cumbres y Sanders siempre brilló por su cinismo.

El director más nominado en la categoría de Mejor Dirección en los Oscars fue William Wyler cada vez más olvidado. Durante su carrera fue nominado doce veces y ganó la estatuilla en tres ocasiones (La Señora Miniver, Los mejores años de nuestra vida y Ben Hur).

La primera vez que se dio un Oscar a una película en la categoría Mejor película de habla no inglesa fue en 1947 y fue a parar a las manos de Vittorio de Sica y El limpiabotas. 

Otro regalo cinéfilo para una buena bienvenida al 2008

Y un ángel maltrecho, que sólo quiere conseguir sus alas, en una pequeña carta nos dice que: “Querido George: recuerda que ningún hombre que tiene amigos es un fracaso. ¡Gracias por las alas! Cariño. Clarence”. 

¿No es cierto? Desde luego, ¡Qué bello es vivir! es una película sabia. Nos seguiremos cuidando y ampliando lazos en el 2008.

Tierra, la película de nuestro planeta

No podía ser de otra manera, decidí terminar el año con una película. Me dirigí a la sala de cine con personas muy cercanas a mí y allí estábamos la tarde del 31 de diciembre disfrutando todos como locos de Tierra, la película de nuestro planeta. 

Las imágenes nos hicieron reír, llorar; nos provocaron temor, riesgo, aventura; también, nos hicieron pensar y concienciarnos…, ¿si tenemos un espacio natural tan hermoso, si la vida bulle por cada poro del planeta, por qué no tratamos de conocerlo más, de mimarlo, de cuidarlo, de amarlo, de protestar por las burradas que se cometen a nivel humano en la naturaleza, por qué no nos duele el impacto negativo que los humanos estamos provocando un día y otro día en el espacio que nos sustenta? 

Después, de un párrafo anterior, por cierto, muy épico, pero dicho absolutamente desde el corazón y la cabeza, invito a ver este documental de Alastair Fothergill y Mark Linfield. ¿Por qué invito? Invito en sala de pantalla enorme porque ambos documentalistas, tras cinco años de trabajo, han conseguido filmar la vida natural de manera espectacular. Es un documental que toca la cabeza pero va directo al corazón. Y, ese sentir, a veces, no está nada mal y es necesario.  

Así que yo en la sala viajé con los osos polares, lloré como una condenada por su destino, me emocioné con la elefanta que protege a una cría exhausta de sed, me quedé con boca abierta al sentir la inteligencia de la ballena jorobada con bebé, temí por animales acechados por lobo o felino (¡¡¡Ay con lo que yo los amo y lo peligrosos y depredadores que son!!! Cuando llegué a casa besé como una loca a mi Marlon y a mi Sally, mis gatillos, a veces, me olvido de que tienen fauces, uñas y que son cazadores); volé con las aves y sus migraciones; lloré de la risa con los patillos mandarines, los monos u orangutanes, los andares de los pingüinos. Me entusiasmé con los paisajes. 

Tierra me pareció tierna, dura, salvaje, hermosa…, y, sobre todo, avisa de un fenómeno que deberíamos tener en cuenta. No sólo por que esté de moda sino entender de verdad qué es lo que está pasando, leer, escuchar, informarnos…, la vida que bulle encuentra obstáculos que antes no tenía. ¿Qué está pasando? 

Sólo pongo dos peros y los dejo en el aire, ¿sería tan poderosa sin ese uso abusivo de la voz en off y esa música espectáculo?, ¿no eran suficientemente potente las imágenes para darnos cuenta de la belleza con la que todavía contamos? 

Ironías a parte, Tierra es una película que recomiendo…, nos hace descubrir un mundo vital que olvidamos a menudo que existe. Y ahí está. Dejémonos de tonterías, modas y demás y creemos realmente una conciencia ciudadana y ecológica para nuestra generación y generaciones futuras. Quizá no sea original pero recuerda que estamos acompañados por otros seres vivos y que deberíamos hacer un esfuerzo de respeto y conservación de la naturaleza. ¿No pensáis que dice mucho de nosotros, los hombres, nuestra mayor capacidad para cuidar menos del planeta tierra que increíblemente es el lugar donde vivimos?