La última sesión

Mi regalo de reyes magos es una pieza teatral corta que resume todo el amor que siento por el cine, las historias que cuenta, las salas, los personajes. Sé que no es una buena obra pero está escrita desde el corazón y con todo el cariño que puedan imaginar.

LA ÚLTIMA SESIÓN 

(Oscuridad. Se escucha la banda sonora de los créditos finales de Memorias de África. Se oye el ruido de butacas que se levantan,  jaleo de gente que se marcha y una puerta que se abre y se cierra. Poco a poco se va iluminando el escenario. Nos encontramos en una sala de cine. Es un cine de barrio, de los de toda la vida, se ve la fila de butacas que da al pasillo. La música sigue sonando y sólo queda, en las primeras filas, cerca de la pantalla –que sólo intuimos por la luz del proyector— una mujer morena de unos 55 años, atractiva y con una sonrisa en los labios. No quita ojo de la pantalla. Ha envejecido bien. Lleva unos vaqueros, una camisa blanca, un jersey de colores vivos y unas deportivas. Terminan los títulos de crédito. Se levanta despacio. Su rostro se vuelve triste, recorre la sala con la mirada. Y se dispone a marcharse por el pasillo. Se abre la puerta y entra el acomodador. Un hombre de pelo cano, más o menos de la misma edad que la mujer, uniformado. Se dirige a ella)

Acomodador: Vas a irte sin que ni siquiera sepa tu nombre.

Espectadora: (sorprendida) Perdone, ¿cómo dice?

Acomodador: Que si ni siquiera voy a saber su nombre.

Espectadora: (sonríe) Roberta.

Acomodador: Yo me llamo Alex.

Espectadora: Encantada… (se queda cortada) y hasta luego.

Acomodador: Perdone que la moleste. Hoy se ha celebrado la última sesión de este viejo cine. Ha sido un buen broche final acabar con Memorias de África… Me gustaría pedirla un favor.

Espectadora: (entre extrañada y curiosa) Dígame.

Acomodador: Quédese un rato. Sentémonos en las butacas y charlemos…

Espectadora: (inquieta) Me encantaría quedarme, y siento el cierre de esta sala, pero me esperan.

Acomodador: (Intranquilo) Por favor, quédese. Su familia o quien sea tiene años y años para verla. Quizá, hoy sea el último día que nos veamos. Quédese.

Espectadora: Lo siento (y hace ademán de marcharse)

Acomodador: (la agarra del brazo, suavemente) No se volverá a repetir este día, eh, Roberta. Es mejor así.

Espectadora: (molesta) pero, qué dice…

Acomodador: Roberta ya se que sólo me ve como un simple acomodador de sonrisa amable a quién durante 30 años le ha dado propina por buscarle el asiento correcto… pero (la espectadora se sienta y le escucha sorprendida) yo el 20 de julio de 1977 le juré amor eterno en esta sala de cine. Llevo meses preparando este momento, que por favor, tiene que ser especial.

Espectadora: (incrédula) Oiga, esto no será una broma. Usted sabe que siempre me ha caído simpático pero estoy desconcertada…

Acomodador: Aquella tarde usted iba con un precioso vestido de verano. Como es habitual, llegaba sola. Estaba bellísima. Aquella tarde estrenábamos Robin y Mariam. Nunca olvidaré sus lágrimas ante la declaración de amor de Audrey Hepburn…

Espectadora: (vuelve a levantarse) ¿Cómo ha dicho que se llama? No quiero ser descortés. Siento el cierre de la sala. Siento que se quede sin trabajo pero yo tengo que marcharme…

Acomodador: (de rodillas) Me llamo Alex. Espere… Te amo. Te amo más que a todo; más que a los niños; más que a los campos que planté con mis manos; más que a la plegaria de la mañana o que la paz. Te amo más que al amor, o que a la alegría, o a la vida entera. Te amo más que a Dios.

Espectadora: Por favor, creo que usted no se encuentra bien y está diciendo una sarta de tonterías. Levántese. Mire, yo me marcho. De verdad, siento muchísimo el cierre de esta sala de cine. Pero, pero yo tengo que marcharme… (y se dirige rápidamente a la puerta de salida

Acomodador: (se quita la chaqueta de su uniforme, todavía es un hombre de buen porte, la tira a las butacas. Está transformado. Grita a voces, de rodillas y con los brazos en cruz) ¡¡Rooooooberta, Roberta!!

Espectadora: (alucinada, se para y se da media vuelta) Mire no sé si reír o llorar. ¿Me quiere explicar qué está haciendo?

Acomodador: ¿No le parezco tan desesperado y tan salvajemente atractivo como Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo? La estoy llamando a gritos, le suplico que se quede. Respecto las palabras que antes le he dicho… creí que iba a recordarlas…¡¡¡cómo lloraba usted mientras Marian se declaraba a Robin!!!

Espectadora: (ríe) No me puedo creer que esto me esté pasando. Alex, ¿qué es lo que quiere? Usted y yo hemos cruzado muy pocas palabras. Yo he venido durante 30 años a la sesión de siete de los miércoles. Nos hemos sonreído, usted ha hecho su trabajo, yo he disfrutado con un montón de películas… pero ¿qué es esto?

Acomodador: ¡¡¡Quédese!!! Permítame que ésta sea nuestra tarde de cine, nuestra última tarde. Mi última tarde. Se lo pido…

Espectadora: (extrañada) ¿Qué quiere decir con su última tarde?

Acomodador: (se sienta en una butaca y hace que monta en una moto. Hace como que no ha escuchado las palabras de Roberta) Recuerdo la primera vez que la vi. Yo acababa de estrenar mi amado trabajo. Tenía 24 años. Corría el mes de octubre de 1954. Habíamos estrenado la película de una joven promesa americana, que más tarde sería Marian. En cuanto usted apareció por la sala de cine… cómo deseé tener la vespa de Gregory Peck y mostrarla todos los encantos de Madrid. Sólo soñé. Como todos estos años… (Roberta se sienta en la butaca de delante y gira su cabeza para seguir escuchando de frente a Alex) ¡¡¡Cómo desee parecerme en algo al protagonista de Vacaciones en Roma!!! ¡¡¡Cómo deseaba que alguna vez me hubiese mirado como usted mira a Gregory Peck, a Marlon Brando, a Paul Newnam o a Robert Redford…!!!

Espectadora: (halagada) Alex, de verdad, que yo nunca imaginé…

Acomodador: No hables. Quiero hacerte un regalo. Un pequeño regalo. El proyeccionista es un gran amigo y me ha ayudado a montar esta tarde de cine… Mira la pantalla… (se levanta y va hacia las luces. Las apaga y hace una señal justo al otro lado de la pantalla –se entiende que a la sala de proyección-. Comienza a funcionar el proyector. Roberta, acomodada, mira la pantalla. Él se acerca y se queda otra vez detrás de ella. Empieza a sonar Somewhere en la película West side story) ¿Ves? Yo sé que hay un lugar y un tiempo para nosotros. Y es esta tarde. Escuchemos en silencio. Me permites que ponga mi mano en tu hombro. Sólo eso. (La cabeza de Roberta asiente. Alex coloca su mano en el hombro. Escuchan)

Espectadora: (gira bruscamente) ¿Qué es esto?

Acomodador: Nuestro lugar, nuestro tiempo. No sabes nada de mí, ni yo de ti. Sólo tenemos como referencia este espacio. Yo te he imaginado en miles de historias. No sé cómo eres en realidad. No me importa porque siempre te he soñado y así te quiero. Ahora quiero que tú también me sueñes, me sientas. Quiero estar en tu película.

Espectadora: Sabes que no me gustan las películas de psicópatas. Ni las de terror. Ni las claustrofóbicas… ¿lo sabes, verdad?

Acomodador: (riéndose) Claro que lo sé. Era lo único que me preguntabas. “La película de hoy no será de miedo, ¿verdad?”.  (La música deja de sonar. Se apaga el proyector y Alex se levanta a encender la luz. Roberta va detrás)

Espectadora: (rápida) Te agradezco mucho todo pero yo ya me marcho.  Yo no hago películas. Las veo y luego me doy cuenta de que vivo en un mundo real… y…

Acomodador: (le pone suavemente un dedo en la boca) ¿Para qué queremos más realidad? Tú siempre has sido la chica con la que hubiese deseado protagonizar mi película. No te vayas… es mi último deseo.

Espectadora: (con cara de preocupación) Vale, Alex. Me quedo.

Acomodador: Gracias y perdone…

Espectadora: (decide entrar a saco en el juego cinematográfico) Yo no le pido que me perdone, yo misma no me comprendo ni me perdonaré nunca, y si una bala me alcanza, Dios no lo quiera, me reiré de mi propia estupidez. Sólo sé y comprendo una cosa, y es que te quiero Alex, pese a ti y a mí y a este mundo que se desmorona a nuestro alrededor, te quiero. Porque somos iguales, dos malas personas, egoístas y astutas, pero sabemos enfrentarnos con las cosas y llamarlas por sus nombres…

Acomodador: (riendo feliz se pone a brincar como un loco delante de Roberta y comienza a subirse encima de las butacas) ¡¡¡Quiero a una mujer!!!¡¡¡Quiero a una mujer!!!

Espectadora: (seria) ¿Te puedo pedir un deseo? (Alex asiente feliz) Siempre quise sentirme Vienna por un día y que un Johnny Guitar me hablase a la distancia.

Acomodador: (se sitúa frente a ella) ¿A cuántos hombres has olvidado?

Espectadora: A tantos como mujeres tú recuerdas.

Acomodador: ¡No te vayas!

Espectadora: No me he movido

Acomodador: Dime algo agradable

Espectadora: Claro, ¿qué quieres que te diga?

Acomodador: Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años. Dímelo.

Espectadora: Te he esperado todos estos años.

Acomodador: Dime que habrías muerto si yo no hubiese vuelto.

Espectadora: Habría muerto si tú no hubieses vuelto.

Acomodador: Dime que aún me quieres como yo te quiero.

Espectadora: Aún te quiero como tú me quieres.

Acomodador: Gracias

Espectadora: Gracias

Acomodador: (se sienta en una de las butacas. De pronto, parece cansado) Está siendo una tarde de cine. Tal y como la había planeado. No me has decepcionado. Me voy a ir feliz. Hoy cerraré los ojos y recordaré esto. No me importa no despertar. Has protagonizado mi película… después de 30 años… en la última sesión. ¿Me leerás un poema como Karen Blixen a su cazador amado?

Espectadora: (muy seria) Suenas como un Al Pacino que se dirige a un peligro, puede que a la muerte, y se despide de los seres queridos.

Acomodador: (sonriendo) Ya, si ya se nota que tu debilidad es Al Pacino. Me alegra que me compares con él.

Espectadora: (se sienta a su lado) No voy a bromear. Y voy a ser directa porque como sabemos cuando salgamos de esta sala, nos enfrentaremos a la realidad de todos los días… ¿usted va a suicidarse?

Acomodador: Roberta, Roberta, chirría tanta realidad. Recuerde que éste es nuestro espacio, nuestro tiempo. ¿Qué más da lo que pase fuera? Ahora, ahora, mismo soy feliz… usted es la protagonista que quiero a mi lado.

Espectadora: Me voy a volver un poco Tracy Lords de Historias de Philadelphia… Alex, soy una mujer real, de carne y hueso, con sentimientos. No soy una estatua o una imagen. Me puedes tocar. Tengo una historia…

Acomodador: (vuelve a ponerla el dedo en la boca) Estás rompiendo la magia…

Espectadora: (le quita la mano bruscamente y se levanta) ¡No, vas a escucharme con magia o sin ella! Tengo una historia, unos sentimientos, durante estos 30 años, he llorado, he reído, he tenido problemas, alegrías y penas… todos tenemos una vida real, Alex. Esta tarde de los miércoles para mí era sagrada porque era mía y voy a confesarte una cosa: me encantaba que me sentaras, me encantaba tu sonrisa, me sentía protegida… El cine me permitía vivir otras historias, viajar a otros mundos, y ver a un acomodador que me trataba con ternura… ¿te enteras?… Y, ahora, me vienes con ésas…

Acomodador: (Llora tierno) No me lo puedo creer… Yo, Roberta, por muchas cosas, que no entran en esta película, estoy acabado. Sólo quería irme con un final feliz en esta apestosa vida que he llevado…

Espectadora: (vuelve a sentarse y le toma el rostro) Alex, Alex, tú sabes mejor que nadie que la vida está llena de cosas apestosas pero hay otras que, por pequeñas que sean, merecen la pena. Los miércoles tú y yo estábamos viviendo nuestra película particular… real y podemos seguir viviéndola. No sé dónde ni cómo… pero desde luego si sigues aquí en este mundo real. Esa sonrisa tuya no puede desaparecer. Tú das protección y seguridad. De verdad, Alex.

Acomodador:(sonríe) Tengo 56 años, ahora en paro, me he divorciado dos veces, vivo en un pequeño apartamento… no veo muchas salidas laborables… amo el cine y llevo 30 años pensando cómo hubiera sido mi vida contigo de co-protagonista. Eso me hacía levantarme muchas mañanas de la cama…

Espectadora:(sonríe) Tengo 55 años, jubilada anticipada, llevo cinco años viuda, vivo en un piso con mis dos hijos… amo el cine y llevo 30 años intentando dejar mi timidez a un lado y entablar una conversación de más de 10 minutos con un acomodador que me cautiva por su sonrisa.

Acomodador: (se levanta) Me permites unos segundos. No sabía si iba ser posible que te quedaras pero tengo más cosas preparadas. Espera. (Se va corriendo y cierra la puerta tras de sí. Vuelve abrirla) Roberta, no te vayas… Ahora, viene la culminación de nuestra escena. (Desaparece)

Espectadora: (ríe) No te preocupes… te aseguro que ahora no me voy a marchar…

Acomodador: (regresa con una bolsa de pic nic y un magnetofón) En homenaje a Memorias de África, he preparado un pic nic especial para que tomemos algo aquí (va sacando unos cojines, un mantel a cuadros, lo coloca en el pasillo, saca dos copas de champaña, dos servilletas y una botella. Saca dos platitos llenos de uvas. Lo coloca todo. Mira a Roberta que observa cada uno de los movimientos de Alex. La coge de la mano hace que se levante de la butaca y la invita a uno de los cojines. Ella sigue sus indicaciones. Alex abre la botella y entre risas y mucha espuma llena las copas. Ofrece una copa a Roberta y se queda otra él. Los dos sentados. Brindan)

Espectadora: Por un buen final

Acomodador: Por un buen final. (Beben ambos) Roberta, ¿me permite? (Pone el magnetofón y suena el concierto para clarinete de Mozart que suena en Memorias de África. Ofrece su mano a Roberta y la pone en pie… Ambos comienzan a bailar, lentamente)

Espectadora: Mañana será otro día (se abrazan y continúan bailando mientras poco a poco la sala de cine va quedando en penumbra) 

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