Persépolis

Un viaje autobiográfico a Irán de la mano de la dibujante iraní Marjane Satrapi y del también dibujante Vincent Paronnaud. Persépolis es una adaptación a la pantalla de los cuatro libros de cómic de Marjane donde da su visión particular sobre la historia y acontecimientos de su país desde 1978. 

Persépolis, dibujos animados en blanco y negro, de trazo elegante y con unos personajes que pronto te hacen meterte en una historia que te apunta al cerebro y al corazón. 

La película narra la historia de una joven, Marjane, que crece en el Irán de la Revolución Islámica. El relato empieza con Marjane, como niña vital de nueve años que vive la destrucción de su pueblo cuando los fundamentalistas toman el poder de su ya castigado país. 

A los catorce años, sus padres toman la determinación de enviarla a Austria y alejarla así de un país que se rompe a pedazos y que además sufre una cruel guerra con Irak. Allí, Marlene siente la soledad, el convivir en un país extraño, sufre la nostalgia y la dicha y el dolor adolescente. Hasta las últimas consecuencias.  

Marlene, tras una crisis de tristeza y soledad, regresa a un Irán que sigue oprimido, con el velo, con ansias de vivir en libertad y de crear, con fuerzas recuperadas y capaz de volver a fragmentar un corazón roto, Marjane trata de tomar las riendas de su vida a pesar de vivir en un país que la reduce a golpe de miedo y prohibición. Pero, como siempre le ha dicho su abuela, y como le han mostrado sus padres, su tío asesinado y amigos de su familia, la integridad y la dignidad como persona la mantiene, finalmente, intacta. Y dispuesta a una nueva vida. 

Persépolis narra una bella historia con unos personajes y unas escenas que te envuelven. Es una historia autobiográfica y muy personal que te da una visión y un punto de vista sobre la situación social y política de un país. 

Persépolis conmueve, te hace reír, llorar, reflexionar y sentir. Los personajes femeninos llenan la película, los masculinos enternecen. Un padre que siempre llora y se emociona, un tío comunista lleno de sensibilidad y esperanza –la escena de la visita de Marjane, niña, a la celda donde su tío ha sido detenido, contiene toda la emoción que más quisiera cualquier película de actores de carne y hueso–, esa abuela-conciencia que guarda flores de jazmín en su pecho y que siempre tiene una frase genial a tiempo, o esa madre fuerte que desea que su hija sea libre y que ama a un país que se desintegra a pedazos, siempre íntegra pero que se desmaya de dolor al separarse de lo que más quiere.

Su viaje a Austria, ese mundo de contraste, la ignorancia de Occidente hacia las realidades distintas, la soledad y la marginación…, el regreso a Irán, la apatía de un futuro que se ve negro, el horror de vivir bajo el yugo del miedo, lo que cuesta morderse la lengua, la búsqueda de resquicios de libertad… 

Y, escenas geniales e inolvidables. ¿Alguna vez se ha visto de manera tan hermosa al buen Dios y al pensador Karl Marx en los cielos dando consejos a una niña que se diluye en el dolor? 

La oportunidad de verla en V.O. te da la posibilidad de escuchar tres grandes voces femeninas del mundo del cine. Chiara Mastroianni como Marjane, Catherine Deneuve como la madre y la gran Danielle Darrieux como la abuela. 

La directora, guionista y dibujante de cómic, Marjane Satrapi, en una entrevista cuenta que siempre echará de menos a Irán…, pero que nunca nada le quitará la capacidad de reír ni lo mejor de sí misma, Persépolis lo pone de manifiesto. “Por supuesto. Es mi país y siempre lo será. Si fuera un hombre, diría que Irán es mi madre y Francia mi mujer. Obviamente, no puedo olvidar todos esos años, cuando me despertaba con una vista una montaña de 18.700 pies de altura, cubierta de nieve, que dominaba mi vida y la de Teherán. Es duro pensar que no podré volver a verla. Lo echo de menos. Por otro lado, tengo la vida que quería. Vivo en París, una de las ciudades más bellas del mundo, con el hombre que amo, haciendo el trabajo que me gusta, me pagan por hacer lo que me gusta. Por respeto a los que se han quedado allí, que comparten mis ideas pero no pueden expresarlas, encontraría de mal gusto e inapropiado quejarme. Si me hubiera rendido a la desesperación, todo se habría perdido. Así que hasta el último momento mantendré la cabeza alta, y seguiré riendo porque no me quitarán lo mejor de mí misma. Mientras estés vivo puedes gritar y protestar, pero la risa es el arma más subversiva de todas”. 

Sorpresas cinéfilas

Mucho de mi tiempo libre, o de ocio, o como se quiera llamar lo dedico claro está al cine. Así que a veces me vuelvo una adicta cinéfila de dvd’s y me empacho una y otra vez de imágenes que me acompañan y me abren nuevos caminos. El cine, además, de entretenerme me hace acercarme a temas desde perspectivas diferentes. También, me hace aprender o apasionarme de otros asuntos que quizá no hubiera conocido si no hubiera sido por los fotogramas. 

Mis últimos pequeños descubrimientos y también mi última visita al viejo baúl de películas son los protagonistas de este post. 

El documental Los niños del barrio rojo (2004) de Zana Briski y Ross Kauffman nos narra la historia de un proyecto social. Te deja un poso de melancolía y también otro poso que hace ver que merecen la pena ciertos sueños y esfuerzos. No todo está perdido. El documental te lleva hasta El Barrio Rojo de Calcuta y se centra en los niños que lo habitan. Un viaje a los bajos fondos, a un mundo sin salida. Los niños están atrapados y viven conociendo desde muy pequeños su futuro desolador, pero sin perder su mundo de sueños inalcanzables. Tía Zana, como ellos la llaman, conecta con ellos a través de un curso de fotografía. Y empieza la magia. La fotógrafa les arma cámara en mano para que reflejen su entorno y los niños se entregan de manera apasionada y con su mirada especial y valiente. La profesora se va identificando con los niños y trata de facilitarles una salida a través de la fotografía. Así vamos conociendo a Avijit (un niño de sensibilidad especial y todo un artista, me impresionó profundamente), Suchitra (con el futuro escrito en el rostro) y las sonrisas y palabras sabias de Gour, Manik, Shanti… 

La película culto de Nicolas Roeg, Walkabout (1971), te lleva a un extraño viaje. Por unas circunstancias que te dejan ya pegada al asiento, –un padre al que le da un ataque de locura ante un mundo despiadado– dos hermanos británicos (una adolescente y un niño) de vida acomodada y con sus uniformes de colegio se quedan totalmente solos en un desierto australiano. En su camino por la supervivencia, hipnóticas esas imágenes extrañas que muestran la vida en una naturaleza distinta, caprichosa y salvaje, se encuentran con un adolescente aborigen, un walkabout, que está en su viaje solitario para pasar a la vida adulta. Y, entre los tres crean una convivencia de supervivencia y libertad. Sensual y extraña. Me dejó algo fría –tengo que reconocerlo– pero alucinada ante la fuerza de ciertas imágenes y la música de John Barry. Nicolas Roeg realiza una reflexión curiosa entre el mundo civilizado y la naturaleza libre y salvaje. 

Hacía tiempo que iba detrás de este clásico, Canción de cuna para un cadáver (1964) de Robert Aldrich. Una y otra vez he disfrutado de esa película de terror esperpéntico como un gran teatro de guiñol que es ¿Quién fue de Baby Jane?, el director quiso repetir la fórmula y creo la obra que ahora nos ocupa. Y, de nuevo, le salió bien. Ahora, nos devuelve a otro personaje patético que encarna con la misma intensidad la gran Bette Davis, es Charlotte Hollis, una solterona ridícula y al borde de la locura que arrastra una terrible historia en su pasado con asesinato violento por medio. Como en ¿Quien fue de Baby Jane?, el tiempo no ha corrido por la vida de Charlotte. Es ya anciana pero se sigue comportando como una joven dolida y atrapada por su pasado horrible.La película es oscura, como su antecesora, llena de personajes siniestros y con una buenísima fotografía en blanco y negro. Pero sobre todo es la oportunidad de ver en la palestra a grandes actores míticos que dejan unos personajes sobresalientes en una historia siniestra. Inolvidable Olivia de Havilland, actriz a reivindicar porque no sólo tuvo roles de la eterna novia de Errol Flyn o de dulce Melania que el viento se llevó, como la prima Miriam. Irresistible Joseph Cotten como amigo de la familia y exagerada pero genial como criada fiel de la señorita Charlotte, la actriz secundaria de lujo por excelencia, Agnes Moorehead. También es el encuentro con una actriz del pasado, que muchos ya habían olvidado, la gran Mary Astor –en su último papel– como Jewel Mayhew, fundamental para entender la trama de una venganza terrible. Mary es una mujer anciana y desengañada, que se sabe enferma y en los últimos momentos de su vida. Un thriller lleno de terror, pasión, venganzas a través de los años, locura, ambición, decadencia…, con una nana de fondo escalofriante. Dulce, dulce Charlotte. También, vemos en uno de sus primeros papeles a Bruce Dern (yo siempre le guardaré en la memoria en Danzad, danzad malditos). 

Y, por último, me vuelvo a dejar seducir por esa colaboración entre tres grandes como el escritor Graham Greene, el director Carol Reed y el actor Orson Welles. Es bueno ver de vez en cuando El tercer hombre (1949) y esa aparición sublime del héroe ambiguo por excelencia, Harry Lime. Una película que nos hace viajar a una Viena decadente y ambigua después de la Segunda Guerra Mundial. Un descenso a los infiernos de un héroe fracasado y perdido, un mal escritor de novelas del oeste, Holly Martins (de nuevo un genial Joseph Cotten), que viaja a la ciudad al encuentro de su amigo de la infancia, Harry Lime, y se encuentra metido en una trama de corrupción y ante un amor imposible (una misteriosa y bella Alida Valli). Holly descubre la otra cara de Harry que se justifica con la famosa frase del reloj de cuco. “En Italia, en 30 años de dominación de los Borgia hubo guerras, terror, sangre y muerte, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza hubo amor y fraternidad, 500 años de democracia y paz y ¿qué tenemos? El reloj de cuco”. Sin desperdicio.El tercer hombre, envuelta en una música millonaria y por siempre popular de Antón Karas y la magnífica fotografía en blanco y negro de Robert Krasker, nos devuelve las raíces de una buena historia y buen cine negro donde la ambigüedad de los hombres muestra la compleja realidad del mundo. Imprescindible para románticos sin finales felices. Otra oportunidad de ver al actor británico Trevor Howard en un papel a su medida. 

Buen viaje cinéfilo.

Actores de cine, protagonistas de novelas

Sólo unos apuntes –para que sigamos indagando–. 

Jean Serbeg está presente en Diana o la cazadora solitaria de Carlos Fuentes. 

Marilyn Monroe es un personaje protagonista en Después de la caída de Arthur Miller. 

Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos es un recorrido del poeta Rafael Alberti por todos los grandes del cine mudo: Buster Keaton, Charles Chaplin, Harold Lloyd, Stan Laurel y Oliver Hardy… 

Cinelandia es la crónica especial con brotes de genialidad de Ramón Gómez de la Serna sobre la era dorada de Hollywood, su nacimiento como industria de los sueños, donde priman las grandes estrellas del cine mudo. 

La gran diva subyace en la novela El hijo de Greta Garbo de Francisco Umbral, un retrato de su madre que fue joven cuando la estrella sueca triunfaba y era el icono de un prototipo de mujer (he de decir que no me la he leído). 

Hector Mann es un misterioso y desconocido –e inventado– actor cómico de El libro de las ilusiones de Paul Auster.

Los Ángeles, 2019, la ciudad de Deckard. Blade Runner (1982) de Ridley Scott

Y volvió a dejarme sin habla y de nuevo me sumergí en Los Ángeles en 2019. En una pantalla gigante, una ciudad de lluvia permanente con un gran anuncio de una mujer japonesa que sonríe y lanza un mensaje. Y Blade Runner me habla de un mundo exterior donde se puede empezar de cero. Una casa de arquitectura impresionante, abandonada, llena de juguetes inteligentes y siniestros. Y todo envuelto por la música de Vangelis y el rostro cansado del héroe que ha visto demasiado y que ya no entiende cuál es su trabajo. Un Deckard (Harrison Ford, bello) que descubre en cada escena la humanidad de los replicantes, se ha dedicado toda su vida a retirarlos (a exterminarlos)…, son seres fabricados y esclavos (cada uno tiene una función determinada), y sin embargo, desarrollan sentimientos y un instinto de supervivencia. Viven con el miedo de saber que su vida es corta. Son perfectos, pero no tienen pasado, un futuro incierto, y saben que van a morir de una manera programada. Y se rebelan contra eso.

En una ciudad oscura y amenazante, me vuelvo a encontrar con Gaff (Edward James Olmo), ese extraño personaje que va dejando por donde pasa pequeñas figuras de papel y siempre aparece como un fantasma. Y, me choco con esos replicantes asesinos por rebeldía o porque les han creado para ello (un hombre con fuerza bruta, otro como el mejor de los guerreros, una mujer sólo pensada para el placer, otra con cuerpo exuberante y mente asesina…), que viven con miedo, que quieren vivir más, que luchan sin freno: Roy Batty (Rutger Hauer), Pris (Daryl Hanna), Leo (Brion James) y Zhora (Joanna Cassidy). A creadores o científicos solitarios y locos que crean sin tener en cuenta las consecuencias, el daño o el dolor.

Me sumerjo en una triste historia de amor de final incierto entre la bella Rachael, una replicante que descubre su naturaleza y llora. Sus recuerdos no son suyos y sufre. Sus recuerdos son de otra persona. Y se siente perdida pero… ama. Y Deckard no quiere hacerla desaparecer porque, detrás de su dureza, hay un hombre que se fractura de soledad y ella puede rescatarle.

Blade Runner es toda una película de culto y ciencia ficción, una adaptación libre de la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Una película que no sólo recoge acción, sino mucha filosofía, buen cine negro y una enorme tristeza e incertidumbre. El héroe confundido, un antagonista con fuerza, misterio, investigación, historias de pasión fatal, la fuerza de las fotografías, de los recuerdos, de la música, un mundo de luces y sombras, los ambientes claustrofóbicos, la vida, la muerte…

Las secuencias: Imposible elegir entre las imágenes impactantes que recrea Blade Runner. ¿Quién olvida la impresionante muerte de Zhora, la mujer con la serpiente tatuada en el cuello?

¿Cómo olvidar ese di Te quiero, te deseo, Bésame, Confía en mi? Cada uno de los encuentros entre Deckard y Rachael se queda en la memoria. El piano, la melodía, los besos, las conversaciones, las lágrimas, el humo del cigarrillo…

¿A quién no le tienta esa casa de Sebastián, el hombre que se construye juguetes que le reciben cada día?¿Y esa Pris oculta entre cientos de muñecos?¿Cómo no conmoverse ante la visión de Batty de su Pris amada y muerta?

Pero, ante todo, la mil veces repetida muerte de Batty con ese monólogo hermoso como lágrimas en la lluvia. Recordando todo lo bello que ha visto. Todo lo que se pierde. Por eso salva a Deckard, porque él puede seguir con vida, puede seguir viendo y experimentando…, construyendo memoria y recuerdos. Sintiendo. Tal y como él quería. ¿A que asusta vivir con miedo? Siendo un esclavo. Una paloma blanca retoma el vuelo. Un rostro rubio de ojos azules, con un clavo en la mano (al menos siente dolor) se queda inmóvil bajo la lluvia. Quizá, Deckard entiende.

Don McCullin, una trayectoria heroica

Ayer, Hildy quería ver una exposición de fotografía así que me dirigí a la sala de exposiciones del Canal de Isabel II para descubrir a un reportero gráfico, Don McCullin. Y me quedé impresionada. La fotografía es imagen…, un trozo de fotograma, un instante. 

Don McCullin es un fotógrafo británico que ha reflejado a través de su objetivo la construcción del muro de Berlín, la situación en Irlanda, las guerras de Vietnam, Camboya, Israel, Biafra…, situaciones de pobreza, enfermedad y hambruna en Inglaterra, India y África. Es un testigo con su cámara, sin máscaras, del horror de la guerra y el sufrimiento y dignidad de los civiles. Su reflejo del mundo desde finales de los años sesenta no es nada esperanzador. Con sus fotos denuncia y muestra que la guerra es lo peor y que las consecuencias para los seres humanos son desastrosas. 

Aún así, Don McCullin se desespera porque a pesar de los testimonios gráficos, el horror se repite una y otra vez en distintas partes del planeta.Sus fotografías –y él hace reflexiones interesantísimas sobre cómo se sitúa con su cámara ante ciertas situaciones horribles y que no se siente en absoluto bien pero siente necesidad de hacerlo– son un testimonio directo del sufrimiento. Niños, mujeres y hombres ante el cólera, el SIDA o el hambre; duros rostros de personas sin hogar en Inglaterra ante el paro y la pobreza; enfrentamientos cuerpo a cuerpo, heridos por minas, balas y granadas; civiles asustados ante el bombardeo o los tiros cruzados; el reflejo directo de la muerte; detenciones, torturas y situaciones de crueldad humana…, es un viaje al horror. 

Don McCullin, con su cámara en mano, quería mostrar la guerra pero él aclara que quería demostrar que la guerra no era made in Hollywood. Que los enfrentamientos no son heroicos y sobre todo se dio cuenta de cómo influían en la población civil. 

En una proyección que se puede ver al final de la exposición, me impresionó una anécdota que contaba. En una de sus muchas sesiones de fotografías en combate a Don McCullin le hirieron. Él veía como se iba desangrando y le metieron en un camión con varios heridos y un hombre que se estaba muriendo por el mismo ataque. A McCullin le habían puesto morfina pero él ante el horror, se refugió tras su cámara, y colocado, empezó a realizar fotografías en el camión.Poco después llegó a un edificio y se dio cuenta de que era un manicomio con muchas mujeres que bailaban sin parar danzas. Y, también, las fotografió porque de pronto sintió la similitud entre la guerra y la locura. Tremendo, verdad. 

Otro testimonio que me hizo reflexionar es que tras años de trabajo en guerra, lo que le cuesta a Don McCullin es reflejar o captar la paz. Ahora, dedica mucho de su tiempo a fotografiar los paisajes británicos. La naturaleza sin seres humanos de por medio. ¿Paradójico, verdad? 

La editorial Lunwerg, que suele editar fantásticos libros de fotografía, ha publicado un libro de bolsillo monográfico sobre Don McCullin. Otra oportunidad para descubrirlo. 

Y, también, anunciaros –cambiando absolutamente de tema– y volviendo a mis orígenes cinéfilos que el sábado me voy a una sala enorme a disfrutar de ese clásico maravilloso que es Blade Runner para encontrarme de nuevo con Rick Deckard y con los replicantes Roy Batty, Pris o Rachael. 

Pequeña reflexión cinéfila

¿El cine muestra vidas paralelas?

¿Una película nos hace vivir lo que nunca nos hemos atrevido a sentir?

¿Un personaje puede decir lo que siempre callamos?

El cine nos abre a otros mundos y dimensiones…, a otras galaxias.

El cine nos permite enamorarnos una y otra vez. Evitar el desengaño. Creer que alguien puede aparecer al otro lado de la esquina. Pensar que la persona que tienes al lado, es esa persona que esconde puntos en el alma que aún no has descubierto.

El cine te descubre otros rostros, otras bellezas.

El cine dice que cada día es una aventura.

Con el cine, viajas a lugares remotos…, que nunca verás.

El cine nos acerca a la muerte.

Al tiempo que pasa irremediablemente…, también en cada fotograma.

Diccionario cinematográfico (42)

Escotadura supraesternal: o Bósforo de Almasy…, porque nuestros cuerpos son los verdaderos países, llévame a una tierra sin mapas, sin fronteras.

La Escotadura supraesternal de tu cuerpo me pertenece. ¿No eres ajeno a la propiedad? Siempre te quise.

En la cueva de los nadadores, una luz o una vida se apaga. Prométeme que volverás. Volveré. Y alzaremos el vuelo en una avioneta por un país que no aparezca en los mapas. Sin ti soy un muerto en vida. Morimos. Morimos. Morimos.

Al fondo, una luz. Siempre regresaré a ver mis pinturas. Sí, ya sabes, quiero ser encontrado. Aquí estoy.

¿No eres ajeno a la propiedad? Mientras, el conde toca el Bósforo de Almasy de su amada. Por si te sigue interesando, se llama Escotadura supraesternal.

Gracias, y el conde con el rostro quemado acerca a la enfermera Hanna, la mujer que cree que toda persona a la que ama muere, unos frascos de morfina. Léeme mientras duermo. Y, al final, unas palabras escritas por la dueña del Bósforo, en un libro de Herodoto, el padre de la Historia…, y entre esas páginas, unos dibujos de la cueva de los nadadores. Porque todos nadamos de un sitio a otro. Sin rumbo fijo, en una tierra sin mapas. Nuestro cuerpo es la geografía. En el cuerpo del amado, están nuestras propiedades. ¿No eres ajeno a la propiedad? No, tu Escotadura supraesternal me pertenece en las noches de lluvia, de estrellas o tormentas de arena. Cuéntame, a la luz de la hoguera, una historia antigua. Léeme, mientras me duermo.

Mi hermano es hijo único

La película de Danielle Luchetti es uno de los últimos éxitos del cine italiano y la vi con gusto. Aunque ahí se para mi apreciación. La disfruté como una historia bien contada y ambientada. Me sirvió para descubrir nuevos rostros del cine italiano en las caras de Accio (Elio Germano), Manrico (hermoso Ricardo Scamarcio) o Francesca (Diane Fleri). Y, hubo aspectos del argumento que me interesaron. Sin embargo, no llegó a entusiasmarme o, mejor dicho, a emocionarme. Y, como me pasa con otras películas, me cuesta explicar el porqué. 

Me encantan las historias sobre hermanos. Mi hermano es hijo único se centra en Accio y Manrico, dos hermanos que viven en una pequeña ciudad italiana en los años de cambio (sesenta y setenta). Accio, es el hermano pequeño, un niño inquieto e inteligente que por sistema quiere llamar la atención de sus padres y hermanos mayores y la forma que encuentra es militar en todo aquello que es contrario a la ideología y pensamiento de su familia (como oposición a su hermano, se mete de lleno en un seminario, en la iglesia. Y de nuevo, como oposición a sus hermanos y padres, milita en un partido fascista). El personaje de Accio evoluciona y es interesante asistir a su transformación y a su toma de conciencia. 

Sin embargo, la película no logra lo que podía haber sido por la evolución y la forma de plasmar al hermano mayor, Manrico. ¿Qué le pasa a Manrico?¿Cómo evoluciona su pensamiento político? Aparece como un joven líder de izquierdas, de ideas comunistas, que es un gran comunicador en su fábrica y después en un círculo de estudiantes. Y al final es él quien desencadena la tragedia en una historia que pululaba entre la comedia costumbrista, el despertar adolescente y una idea de sueños y compromisos. De pronto, Manrico cambia y parece que pasa del pensamiento comunista a la acción armada de una revolución en la que sueña. Se convierte en un joven perseguido…,¿pero? Me falta información. Así que no logro entenderlo y me afecta a la hora de conseguir adentrarme enteramente en la relación de estos dos hermanos que cuenta con algunas escenas entrañables. ¿Por qué es Manrico el que sale perdiendo? 

Me gusta, también, el triángulo que forman los dos hermanos con la joven Francesca, una mujer libre de prejuicios pero que termina viviendo con miedo y que se enfrenta a una situación, que por lo menos yo no entiendo (¿será por mi desconocimiento de la realidad italiana?). También, un diez a esa madre coraje, mamma italiana con cara de Angela Finocchiaro, que toda su vida sueña con una casa mejor para su familia, con vistas al mar, y que no se caiga en pedazos. Quizá, entendería algo más leyendo la novela que adapta el director Daniele Luchetti, Il fasciocomunista. 

Una película con una ambientación que traerá recuerdos a muchos italianos y unas canciones y música que envuelven. El joven Accio, hay que reconocerlo, llena una película con sus luces y sombras. 

 

Leones por corderos

Robert Redford, hombre de trayectoria independiente y comprometida, tiene la suficiente experiencia, poder en la industria cinematográfica y buen hacer tanto en la dirección como en la interpretación como para, de repente, decir lo que piensa y le da la gana en una película. En Leones por corderos, el director y actor rueda su reflexión personal sobre la actuación de su país respecto la política exterior que está llevando a cabo. 

Robert Redford lo hace bien. Crea una película que no se convierte en mero panfleto ideológico sino en una obra de interés tanto por lo que cuenta como por cómo lo cuenta. Quizá en un futuro próximo se convierta en un interesante documento sociológico sobre estos tiempos del siglo XXI. Robert Redford quiere hablar y transmitir un discurso muy pensado y, con libertad de expresión, crea una historia al servicio de su pensamiento e ideología. Y magia de las magias, como es un hombre inteligente y entiende de cine, crea una producción de interés que permite al espectador seguir una historia intensa, salir del cine y reflexionar. Buena película para debates posteriores. 

Me gusta lo que dice y piensa Robert Redford y, personalmente, me gusta cómo lo cuenta. La película a nivel de dirección es sencilla, no tiene grandes alardes visuales ni creativos pero…, funciona un guión inteligente y unos intérpretes brillantes. El director narra en tiempo real tres momentos en las vidas de unos personajes: una entrevista entre una periodista y un político republicano, una entrevista entre un profesor universitario de Ciencias Políticas y una alumno pasota e inteligente y un momento concreto de dos jóvenes soldados norteamericanos en Afganistán. 

Las tres historias se interconectan pero además representan distintos estamentos de la sociedad estadounidense y las distintas posturas: la política, los medios de comunicación, la sociedad civil, la teoría, la práctica, la acción, las responsabilidades, las decisiones y la guerra. Cada historia lanza sus preguntas, sus críticas y sus posturas ¿Qué está ocurriendo?¿Qué responsabilidades tenemos?¿La sociedad civil vive adormilada?¿Qué pasa, realmente?¿Qué supone la guerra, en este caso, de Afganistán? 

Después, Robert Redford sabe rodearse bien. Él, como profesor universitario, borda el papel de teórico progresista y desencantado pero luchando cada día por despertar a los jóvenes que van a sus clases, quiere que piensen, que participen, que actúen, que decidan, que construyan una sociedad mejor…, y no se dejen vencer por la apatía. Tom Cruise, brillante como político republicano ambicioso, que se cree el salvador del mundo, que crea estrategias y proyectos, pensando más que en el pueblo, en su éxito electoral y su subida al poder. Meryl Streep, de nuevo sublime como periodista cansada, en otro tiempo reivindicativa y luchadora, y ahora inmersa en su cadena más pendiente del negocio y de las audiencias que en informar con rigor y análisis. Y, por último, los dos jóvenes actores que representan el episodio de la guerra de Afganistán, Michael Peña y Derek Luke, que movidos por su experiencia vital y por sus ganas de contribuir y mejorar su entorno difícil (ambos forman parte de minorías de EEUU: uno es mexicano y el otro es afroamericano) se enrolan como voluntarios en esta guerra que no les devolverá, precisamente, a su mundo soñado. 

Redford no responde sino que expone. El espectador ve y escucha. Y, después, puede reflexionar o seguir dormido.