Mi hermano es hijo único

La película de Danielle Luchetti es uno de los últimos éxitos del cine italiano y la vi con gusto. Aunque ahí se para mi apreciación. La disfruté como una historia bien contada y ambientada. Me sirvió para descubrir nuevos rostros del cine italiano en las caras de Accio (Elio Germano), Manrico (hermoso Ricardo Scamarcio) o Francesca (Diane Fleri). Y, hubo aspectos del argumento que me interesaron. Sin embargo, no llegó a entusiasmarme o, mejor dicho, a emocionarme. Y, como me pasa con otras películas, me cuesta explicar el porqué. 

Me encantan las historias sobre hermanos. Mi hermano es hijo único se centra en Accio y Manrico, dos hermanos que viven en una pequeña ciudad italiana en los años de cambio (sesenta y setenta). Accio, es el hermano pequeño, un niño inquieto e inteligente que por sistema quiere llamar la atención de sus padres y hermanos mayores y la forma que encuentra es militar en todo aquello que es contrario a la ideología y pensamiento de su familia (como oposición a su hermano, se mete de lleno en un seminario, en la iglesia. Y de nuevo, como oposición a sus hermanos y padres, milita en un partido fascista). El personaje de Accio evoluciona y es interesante asistir a su transformación y a su toma de conciencia. 

Sin embargo, la película no logra lo que podía haber sido por la evolución y la forma de plasmar al hermano mayor, Manrico. ¿Qué le pasa a Manrico?¿Cómo evoluciona su pensamiento político? Aparece como un joven líder de izquierdas, de ideas comunistas, que es un gran comunicador en su fábrica y después en un círculo de estudiantes. Y al final es él quien desencadena la tragedia en una historia que pululaba entre la comedia costumbrista, el despertar adolescente y una idea de sueños y compromisos. De pronto, Manrico cambia y parece que pasa del pensamiento comunista a la acción armada de una revolución en la que sueña. Se convierte en un joven perseguido…,¿pero? Me falta información. Así que no logro entenderlo y me afecta a la hora de conseguir adentrarme enteramente en la relación de estos dos hermanos que cuenta con algunas escenas entrañables. ¿Por qué es Manrico el que sale perdiendo? 

Me gusta, también, el triángulo que forman los dos hermanos con la joven Francesca, una mujer libre de prejuicios pero que termina viviendo con miedo y que se enfrenta a una situación, que por lo menos yo no entiendo (¿será por mi desconocimiento de la realidad italiana?). También, un diez a esa madre coraje, mamma italiana con cara de Angela Finocchiaro, que toda su vida sueña con una casa mejor para su familia, con vistas al mar, y que no se caiga en pedazos. Quizá, entendería algo más leyendo la novela que adapta el director Daniele Luchetti, Il fasciocomunista. 

Una película con una ambientación que traerá recuerdos a muchos italianos y unas canciones y música que envuelven. El joven Accio, hay que reconocerlo, llena una película con sus luces y sombras. 

 

Leones por corderos

Robert Redford, hombre de trayectoria independiente y comprometida, tiene la suficiente experiencia, poder en la industria cinematográfica y buen hacer tanto en la dirección como en la interpretación como para, de repente, decir lo que piensa y le da la gana en una película. En Leones por corderos, el director y actor rueda su reflexión personal sobre la actuación de su país respecto la política exterior que está llevando a cabo. 

Robert Redford lo hace bien. Crea una película que no se convierte en mero panfleto ideológico sino en una obra de interés tanto por lo que cuenta como por cómo lo cuenta. Quizá en un futuro próximo se convierta en un interesante documento sociológico sobre estos tiempos del siglo XXI. Robert Redford quiere hablar y transmitir un discurso muy pensado y, con libertad de expresión, crea una historia al servicio de su pensamiento e ideología. Y magia de las magias, como es un hombre inteligente y entiende de cine, crea una producción de interés que permite al espectador seguir una historia intensa, salir del cine y reflexionar. Buena película para debates posteriores. 

Me gusta lo que dice y piensa Robert Redford y, personalmente, me gusta cómo lo cuenta. La película a nivel de dirección es sencilla, no tiene grandes alardes visuales ni creativos pero…, funciona un guión inteligente y unos intérpretes brillantes. El director narra en tiempo real tres momentos en las vidas de unos personajes: una entrevista entre una periodista y un político republicano, una entrevista entre un profesor universitario de Ciencias Políticas y una alumno pasota e inteligente y un momento concreto de dos jóvenes soldados norteamericanos en Afganistán. 

Las tres historias se interconectan pero además representan distintos estamentos de la sociedad estadounidense y las distintas posturas: la política, los medios de comunicación, la sociedad civil, la teoría, la práctica, la acción, las responsabilidades, las decisiones y la guerra. Cada historia lanza sus preguntas, sus críticas y sus posturas ¿Qué está ocurriendo?¿Qué responsabilidades tenemos?¿La sociedad civil vive adormilada?¿Qué pasa, realmente?¿Qué supone la guerra, en este caso, de Afganistán? 

Después, Robert Redford sabe rodearse bien. Él, como profesor universitario, borda el papel de teórico progresista y desencantado pero luchando cada día por despertar a los jóvenes que van a sus clases, quiere que piensen, que participen, que actúen, que decidan, que construyan una sociedad mejor…, y no se dejen vencer por la apatía. Tom Cruise, brillante como político republicano ambicioso, que se cree el salvador del mundo, que crea estrategias y proyectos, pensando más que en el pueblo, en su éxito electoral y su subida al poder. Meryl Streep, de nuevo sublime como periodista cansada, en otro tiempo reivindicativa y luchadora, y ahora inmersa en su cadena más pendiente del negocio y de las audiencias que en informar con rigor y análisis. Y, por último, los dos jóvenes actores que representan el episodio de la guerra de Afganistán, Michael Peña y Derek Luke, que movidos por su experiencia vital y por sus ganas de contribuir y mejorar su entorno difícil (ambos forman parte de minorías de EEUU: uno es mexicano y el otro es afroamericano) se enrolan como voluntarios en esta guerra que no les devolverá, precisamente, a su mundo soñado. 

Redford no responde sino que expone. El espectador ve y escucha. Y, después, puede reflexionar o seguir dormido.