Diccionario cinematográfico (221). Espejos

El Apartamento

Espejos: … y los reflejos. Ellos devuelven verdades que a veces no se quieren… o revelan secretos que no estaban tan ocultos. Hay muchos tipos de espejos, un exceso de significados y metáforas. De pronto pasean por mi recuerdo un montón de fotogramas con espejo.

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La isla mínima (La isla mínima, 2014) de Alberto Rodríguez

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Hay películas que te ganan por la atmósfera y el ambiente. Por la forma de rodarlas. Así ocurre con La isla mínima que toma las marismas del Guadalquivir (bajo la inspiradora mirada de la obra que realizó sobre este paraje el fotógrafo Atín Aya en los años noventa) como escenario para contarnos un thriller con dos policías de protagonistas. La vida y los habitantes de las marismas son una metáfora de la inmutabilidad del tiempo y de ciertos comportamientos sociales. La película nos sitúa en un momento histórico inestable política y socialmente: año 1980. Plena transición: juego de fuerzas entre una España que sale de la Dictadura y otra que quiere afianzarse, la democrática. Y en ese juego de fuerzas hay víctimas, hay verdugos, hay acuerdos silenciosos, los que tuvieron poder no se mueven, otros esperan tomar el relevo, hay alianzas peligrosas o mejor dicho contradictorias, hay silencios que matan… e inmutabilidad (esa sensación de que nada va a cambiar). Y nunca una frase dio tanto miedo y desesperanza: “Todo en orden, ¿no?”.

Dos policías llegan a las marismas para investigar la desaparición de dos adolescentes. Y basta escarbar un poco para desterrar la parte oscura y enferma de una localidad paupérrima que sufre el yugo continuo de los viejos poderes. El tiempo detenido. Y en ese paisaje extraño y lleno de contrastes de las marismas con momentos de clímax de lluvias torrenciales, se van realizando descubrimientos y silencios para la resolución de una truculenta trama. Lo que consigue Alberto Rodríguez es que no sea tan importante la resolución del caso como la atmósfera y el desarrollo de esa investigación (y sobre todo esa historia –esas historias– que recorre corrientes ocultas que es mucho más heavy, desoladora y dura). Con imágenes panorámicas impresionantes, logra que todo lo que se cuenta trascienda… lo importante no es la trama criminal… sino por qué ocurre y se desarrolla esa trama criminal.

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Otro acierto de La isla mínima que atrapa es la personalidad de los dos policías. Dos agentes enviados a un sitio remoto y oscuro como castigo. Uno por su talante democrático (Raúl Arévalo) y otro por causas mucho más ambiguas y oscuras (Javier Gutiérrez). Y es el policía con rostro de Javier Gutiérrez (la que esto escribe se quita el sombrero ante su interpretación) quien da riqueza, matices y recovecos a esta trama. Un personaje riquísimo que lleva su ambigüedad hasta el final. ¿Es un personaje en proceso de redención o es el guardián de la inmutabilidad de los tiempos pasados? Y la relación entre ambos policías así como el juego entre ellos da otro sentido a la película. Sobre todo la revelación de que los límites no están tan claros y cómo ambos entran en el juego e incluso en el intercambio de roles…

Alberto Rodríguez no solo atrapa con la atmósfera y el ambiente sino también con el ritmo del thriller, las persecuciones bajo la lluvia, los momentos de tensión y suspense… y la desvelación de secretos con momentos trascendentes y extraños. Y pese quizá algún personaje no del todo aprovechado (los padres de las adolescentes, por ejemplo), La isla mínima construye un thriller cautivador y atrayente. Y  Alberto Rodríguez se convierte en un director que merece la pena seguir su trayectoria y que va creciendo en cada película.

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