Actrices durante el periodo pre-code

O actrices que llenaron con sus rostros y sus historias las pantallas de cine, las salas oscuras, durante 1929 hasta 1934 cuando el código Hays se puso realmente en marcha, es decir, fue obligatorio por las productoras el seguirlo punto por punto. Este código no era otra cosa que censura… a partir de 1934 todo guion antes de ser filmado tenía que ser revisado para ver si lo cumplía y conseguir un sello para poder seguir adelante con la producción cinematográfica…

Pero durante esos años donde el código era voluntario surgió una pléyade de actrices con unos papeles complejos y ricos en matices que mostraban una nueva expresión de la feminidad donde desde la pantalla blanca se veía a mujeres que decidían sobre su vida profesional, sentimental y sexual. Y protagonizaron películas que planteaban cuestiones interesantes sobre la identidad femenina (no fue sólo una libertad mayor para mostrar la sexualidad sino que iba más allá), ya no primaba el estereotipo que funcionó bien durante el periodo silente (la ingenua, la vampiresa, la buena madre, la chica de campo, la chica de la ciudad…) sino que estas actrices y sus personajes se saltaron las fronteras de este estereotipo.

Algunas de ellas siguieron su carrera deslumbrante después de 1934 y se adaptaron a los nuevos tiempos. Otras no pudieron seguir adelante y se quedaron en promesas o pasaron al olvido. No hay mejor manera de entender este rico periodo que viendo sus películas pero no es fácil (aunque no imposible, cada vez se están editando más dvd de películas de este periodo).

Siempre vienen a la cabeza los siguientes nombres cuando se habla de este periodo pero no fueron las únicas: Jean Harlow, Joan Crawford, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Barbara Stanwyck, Bette Davis, Katherine Hepburn, Mae West (cuyas películas precipitaron la aplicación obligatoria del código)… Y de todas recordamos alguna película de este periodo. Si pensamos en Jean Harlow recordamos sus mujeres de vida alegre en Tierra de pasión y Cena a las ocho. A Crawford la vemos como esa taquígrafa que trabaja también como modelo en Grand Hotel, como prostituta indomable en Lluvia o como esa millonaria de vida loca a la que se le complica la existencia y encuentra trabajo como periodista intrépida en Danzad, locos, danzad. O, por ejemplo, recordamos a una Barbara Stanwyck ya con sus mujeres fuertes y sensuales en sus primeros papeles con Frank Capra… pero también protagonizó una película que ya se ha topado varias veces en mi camino pero no he podido verla y siempre la ponen como ejemplo de película pre-code, Carita de ángel (Baby face, 1933) de Alfred E. Green. Aquí Barbara es una mujer que irá subiendo puestos en una gran empresa porque utiliza  a los hombres que se cruzan por su camino.  Pero también hubo otras actrices tremendamente populares en ese momento que cayeron instantáneamente en olvido…

Durante estos días he podido descubrir un interesante documental, narrado por Jane Fonda, que habla precisamente de una manera clara (y con entrevistas y trozos de películas muy interesantes) de estas actrices y cómo fueron los personajes que interpretaron durante este periodo: Mujeres liberadas (Complicated women, 1993) de Hugh Munro Nelly. Lo he disfrutado muchísimo y me ha mostrado un montón de películas, me ha recordado a ciertas actrices y me ha hecho conocer a otras.

Para entender qué es lo que se estaba cociendo durante estos años, en el documental se explica cómo dos actrices al empezar el sonoro dieron otra dimensión a sus personajes, se saltaron el estereotipo. Y a partir de ellas, surgió un grupo de actrices que quisieron personajes ricos y con matices en sus carreras. Una fue Norma Shearer, que normalmente ejercía de ingenua, sin embargo, luchó por conseguir el papel de La divorciada (The devorcee, 1930) de Robert Z. Leonard. Ahí era una mujer que descubría la infidelidad de su marido y decidía comportarse igual. Mientras él dice que en su caso fue una tonteria, no admite la actitud de su esposa y pide el divorcio. Ella no se amilana y como mujer independiente continua con sus aventuras. La otra, Greta Garbo en Anna Christie (Anna Christie, 1930) de Clarence Brown. A su personaje de vampiresa destroza hombres le regala un fondo de moralidad, un halo de vulnerabilidad, sufrimiento y sacrificio… convierte el estereotipo de vampiresa en algo mucho más complejo.

Así podemos empezar a nombrar a las más olvidadas pero que durante este periodo tuvieron una carrera rica con personajes llenos de matices. Ya he hablado en varios post (porque estoy pudiendo ver algunas de sus películas) de la prometedora Karen Morley. Durante los 30 tuvo papeles maravillosos como los que ya he comentado recientemente, Inspiración (su debú) de Clarence Brown o Carne de John Ford. En el primero era una joven modelo y mantenida que lleva su situación alegremente pero que no puede aguantar el abandono. Y en la segunda es una delincuente que se cruza en su camino con un hombre muy bueno. Cuando hace apenas unos días escribí sobre Joel McCrea, escribí que estuvo casado toda su vida con Frances Dee, ella fue una de estas mujeres pre-code. En el documental, ella misma cuenta que tuvo un papel de cleptómana y ninfómana en Blood Money (1933) de Rowland Brown y que se lo pasó estupendamente sobre todo después de haber encarnado a una de las mujercitas de George Cukor, personaje totalmente opuesto.

Otras tres actrices que nadie recuerda ya son: Joan Blondell que fue muy prolífica durante estos años del pre code con diversos papeles de mujeres más allá del estereotipo. Tan sólo he logrado verla en El enemigo público y en Vampiresas 1933 (que ya habla de su versatilidad, saltaba de película de gánster a musicales. De los brazos de James Cagney a los de Dick Powell). De Ruth Chatterton sólo he tenido oportunidad de ver, después del periodo pre-code, la interesantísima Desengaño (1936) de William Wyler donde interpretaba a una mujer madura que se negaba a envejecer pero también fue una de esas actrices que se prodigaron durante los primeros años treinta con personajes variopintos y con caracter como en Barrio chino (1932) y Hembra (1933). En la primera era una prostituta en apuros, en la segunda una dura empresaria. Y la tercera una de las hermanas Bennett, Constance. Desde 1931 recreó a mujeres liberadas que asumían los errores de su vida como en Tentación (1932) o Lecho de rosas (1933). Una artista de vida loca o una prostituta que trataba de sobrevivir.

Otra actriz muy activa durante estos años fue Miriam Hopkins. Para tener idea de su importante carrera y de sus ‘mujeres liberadas’ señalaremos algunas películas punteras de su filmografía. En Una mujer para dos (Design for living, 1933) de Ernst Lubitsch nos plantea una divertida y despreocupada relación a tres bandas: ella, Gary Cooper y Fredrich March. Anteriormente con el mismo director, en 1931, está absolutamente cautivadora en El teniente seductor donde pasa de princesa reprimida a vampiresa picarona. También, el documental me descubre una película que quiero ver ya, donde Hopkins se convierte en la protagonista de una adaptación cinematográfica de una escandalosa novela de Faulkner, Santuario. La película se tituló Secuestro (The story of Temple Drake, 1933) de Stephen Roberts. Ahí Hopkins era una mujer sureña violada que además se convertía en asesina…  Y en su filmografía se puede ver cómo tuvo que adaptarse a los nuevos tiempos después del código cuando en la versión cinematográfica que realizó Wyler sobre la obra teatral de Lilliam Hellman (La hora de los niños) no pudo hablarse de lesbianismo (Esos tres, 1936).

… Durante este periodo era normal ver a las actrices en ropa interior o con vestidos muy sugerentes pero también hubo desnudos. Los más recordados son los de Maureen O’Sullivan en las dos primeras películas de la serie de Tarzán. En concreto el de Tarzan y su compañera, que al ser de 1934 y empezar ya el código la secuencia completa fue censurada. Sin embargo puede verse ahora y muestra una secuencia acuática muy hermosa donde Sullivan está totalmente desnuda. Pero tampoco olvidar a Claudette Colbert en una película poco conocida donde también se pega un baño desnuda en una playa, A la sombra de los muelles (I cover the waterfront, 1933) de James Cruze. Y nadie olvida como desde Checoslovaquia llegó una mujer que corría desnuda por los bosques tras su vestido que se llevaba galopando su caballo… Fue en Extasis, 1933 y supuso la puerta de entrada para Hedy Lamarr en el firmamento de Hollywood.

Durante estos años estas actrices contaban con un abanico amplio y versátil de personajes: una reina bisexual, una alegre divorciada, una esposa que para poder cuidar a su marido se vuelve prostituta, una prostituta que sale de la cárcel y tiene que sobrevivir, una madre soltera, una empresaria dura, una aviadora tenaz, una muy buena doctora, una artista que busca buenos papeles, una buscavidas, una millonaria insatisfecha, una mujer pobre que quiere llegar a lo más alto y usa a los hombres que conoce, una mujer que quiere ser amada y deseada, una madre que no quiere serlo, una alocada, otra muy responsable, una asesina, una artista bohemia que ama a dos hombres a la vez, la chica del gánster que quiere dejar de serlo, una ama de casa que se convierte en delicuente para ayudar a su amado acusado injustamente… Papeles que no podrían volver a representar con toda libertad (y sin castigo del personaje) y naturalidad hasta aproximadamente los años sesenta cuando el código Hays dio sus últimos coletazos.

Toda una galeria de actrices que o bien cayeron en olvido o bien no pudieron reivindicar sus primeras obras (porque eran muy difíciles de ver), ahora, pueden resurgir y forman parte de un periodo interesante de la historia del cine que sigue dándome buenas sorpresas… Seguiremos indagando en el tema a través de otro documental: Hollywood prohibido: sexo, pecado y censura (Thou Shalt Not: Sex, Sin and Censorship in Pre-Code Hollywood, 2008).

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El tercer hombre (The third man, 1949) de Carol Reed

¿Qué convierte El tercer hombre en una película inolvidable?¿Qué es lo que hace que siga hipnotizando a nuevos espectadores? ¿Es posible escribir algo original sobre ella? A todas estas preguntas trataré de darles unas respuestas a lo largo de este post. De lo que no hay duda es que es un gozo volver a ponerse frente a la pantalla y dejarse llevar por la cítara de Anton Karas (sin miedo a que esto se convierta en un tópico) y ‘mirar’ El tercer hombre.

Así Graham Greene (convertido en guionista) nos seduce con un atractivo triángulo formado por un escritor norteamericano de novelas del Oeste, Holly Martins; por su mejor amigo, Harry Lime, que ‘prospera’ en la Viena de la posguerra y por Anna, una actriz checoslovaca que trata de sobrevivir y que vivió un intenso romance con Harry.

Los tres pululan en un universo especial, en una Viena destruida por la guerra donde los ciudadanos tratan de recuperar su cotidianeidad a pesar de estar dividida en zonas ocupadas por los aliados (franceses, británicos, rusos y norteamericanos). Una Viena que tiene una vida propia que intenta resurgir de las cenizas y donde la ambigüedad moral impera por sus callejuelas, locales, casas y alcantarillas… O en los rostros de sus habitantes.

Carol Reed se deja seducir por el expresionismo alemán y emplea las sombras, los planos y contraplanos, los rostros de sus secundarios, las localizaciones (como las callejuelas vienesas, los locales nocturnos, los apartamentos y las alcantarillas) para distorsionarlos y crear una realidad deformada que representa a la perfección cómo se encontraban los ánimos después del final de una guerra horrible. Pero también toma elementos del mejor cine negro tanto en la psicología de los personajes principales (el perdedor desde el primer fotograma, ese inolvidable Holly Martins) como en la importancia de una atmósfera de ambigüedad moral y desencanto así como en el reflejo de un romanticismo trágico.

Por otra parte Graham Greene empapa toda esta historia oscura con unos evidentes ramalazos de comedia negra que se dejan caer a lo largo del metraje dando un toque especial. El vendedor de globos intentando vender su mercancía a unos policías ocultos en las sombras, la fallida conferencia de Holly Martins sobre ‘alta’ literatura, algunos personajes secundarios que rozan el esperpento, el ‘dulce’ niño que denuncia a un inocente como presunto asesino…

La trama comienza de manera fuerte: Holly Martins (inolvidable Joseph Cotten) acude a Viena tras una llamada de su amigo Harry Lime (enigmático Orson Welles) que le ofrece un trabajo. Cuando llega se entera de que su mejor amigo acaba de ser atropellado accidentalmente y ha muerto. Acude al cementerio para despedirse del amigo y ahí ve por primera vez a Anna (ambigua Alida Valli) pero también a un policía británico, Calloway (eficaz Trevor Howard), que investiga a Lime al que acusa de estar inmiscuido en asuntos turbios y por otra parte el único que echará una mano a un solitario Holly. El escritor en un primer momento no cree las acusaciones de Calloway y  decide por ello investigar la muerte del amigo y limpiar su nombre… Y empieza un thriller enigmático que lo que nos cuenta finalmente es una triste historia de amistad condenada y un  amor imposible.

Uno de los sambenitos (pero que también la han hecho popular) que ha arrastrado El tercer hombre es que Carol Reed no fue el director total de esta obra sino que ahí estaba la mano larga de Orson Welles y que toda la escena de la persecución en el alcantarillado vienés se debía a su dirección y saber hacer. Sin embargo, a parte de los testimonios que ofrece el propio Welles en los que dice que él no ejerció de director, sí podemos ver en una obra anterior del realizador británico, la estupenda Larga es la noche, que Reed pudo ser perfectamente el único director de El tercer hombre. En Larga es la noche cuenta la persecución nocturna de un terrorista del IRA y nos encontramos en esas persecuciones a través de callejones ‘aires’ que nos recuerdan a escenas que veremos después en El tercer hombre.

Lo que sí hizo suyo Orson Welles fue al personaje de Harry Lime que incluso antes de aparecer ‘se come’ la historia a dentelladas (su presencia es siempre evidente) y cuenta con una de las apariciones más increíbles de un personaje (ese gato que le sigue y se restriega en sus pies, ese callejón oscuro y un portal sin luz, esa luz que se enciende de pronto en medio de la noche, y el rostro iluminado de Harry Lime). Cuando ves la película por primera vez el impacto es igual al que sufrimos con la aparición de Gene Tierney en Laura (puro cine negro), otro personaje siempre presente incluso en su ausencia. Así no le dotó solamente de una presencia hipnotizadora sino que le regaló un gran monólogo mil veces repetido (“en Italia, en treinta años de dominación de los Borgia hubo guerras, terror, sangre y muerte, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza hubo amor y fraternidad, quinientos años de democracia y paz y… ¿qué tenemos? El reloj de cuco”), se dejó perseguir por las alcantarillas, dejó ver unas manos desesperadas que quieren salir al asfalto a través de una rejilla y protagonizó una muerte que suplica con los ojos.

Otro de sus puntos fuertes es la historia de amor imposible entre Anna y Holly Martins. Éste último sabe que nada puede hacer pero siempre lo intenta, protagoniza una triste declaración de amor sumido en el alcohol donde le confiesa a Anna que la ama. Los dos saben que nunca estarán juntos. Desde el principio no dan ninguna oportunidad a su historia, la sombra de Harry es alargada. Uno de los motivos por los que Holly se plantea traicionar al amigo, no es sólo lo que descubre de él, sino el poder salvar a Anna de su compleja situación. Pero ella se deja llevar por una fidelidad absoluta hacia Harry, le comprende ciegamente y está eternamente agradecida porque iluminó sus momentos oscuros y le arregló los papeles… Le quiere con su ambigüedad moral y su complejidad y por eso sólo vive la ‘actitud’ de Holly como una sucia traición.

Él la ve por primera vez en el cementerio. Y ella no repara en el rostro del fracasado escritor de novelas del Oeste. Y su historia termina en ese mismo cementerio cuando ella le ignora en ese plano fijo maravilloso donde pasa de largo con la cítara de fondo… Y Holly no hace nada más que tirar su cigarrillo. Su amor estaba ya muerto desde el principio… Y esta escena se queda para siempre en la retina de cualquier espectador que la vea por primera vez.

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Joel McCrea, el bello ranchero que primero fue actor

… Hay actores de los que el espectador (en este caso espectadora) se va enamorando poco a poco. Le ve en una primera película y recuerda con cariño su personaje. Después le identifica en otra y reconoce el rostro. En la de más allá se ríe con él. En otra vive cientos de aventuras en su compañía, recorre los mares o los paisajes del oeste. En la otra se encuentra en una intriga junto a él… Y así va identificándole película tras película hasta que llega el día en que reconoces irremediablemente que eres mujer enamorada. Eres consciente de que te queda aún mucho por descubrir de su filmografía pero lo que ya has visto te dice que serás espectadora fiel… Y eso me ocurre con Joel MacCrea, el bello ranchero que primero fue actor.

Empezó en el cine mudo como extra, después se fue forjando una interesante carrera durante los años 30 y 40. Buenos directores confiaban en él como hombre aventurero y sensual, como galán romántico y también en su faceta de cómico. A partir de los cincuenta, de ser un actor que desempañaba distintos roles en distintos géneros decidió decantarse sólo por uno, se convirtió en hombre del Oeste. Y más tarde, como nunca fue estrella rutilante (y pocos espectadores aún le recuerdan…) decidió retirarse al mundo que amaba, su rancho. Dejó Hollywood y se convirtió para sempre en un ranchero amante de la naturaleza.

Además Joel McCrea no sólo era un hermoso hombre montado a caballo por las verdes praderas (o por los paisajes desérticos) sino que fue hombre discreto en su vida privada, tan discreto que encontró en los años treinta a Frances Dee y ya no se separaron nunca. Ella es otra musa olvidada pero también con carrera cinematográfica interesante para recuperarla y estudiarla.

En los años 30 paseaba como hombre atractivo y sensual por distintas películas sobre historias de pasiones desatadas. Era el periodo pre-code y Joel McCrea era hermoso y deseado por las damas que se encontraba en melodramas, comedias y aventuras varias. Así fue la pareja de la famosa y olvidada Constance Bennett en películas que olían a escándalo Tentación (1932) de George Cukor o Lecho de rosas (1933) de Gregory LaCava y ahora son curiosos testimonios de un cine sin censura. King Vidor le hizo protagonizar una historia exótica y mostró su sensualidad sin tapujos junto a Dolores del Río en Ave del Paraíso (1932). Protagonizó también un clásico del cine de terror y aventuras (que tengo aún que descubrir), El malvado Zaroff (1932), sobre una ‘cacería de humanos’ en un isla retirada donde Joel corría desesperado junto a la reina del grito, Fay Wray para no ser cazados.

Terminó la década con tres melodramas interesantes a reseñar donde se encontraba detrás de cada uno de ellos el director William Wyler: la primera versión cinematográfica de la exitosa obra teatral de Lilliam Hellman (La hora de los niños) donde ya se veía cómo iba a actuar el código Hays porque tanto Hellman como el director tuvieron que dar un giro de guion para poder rodar esta adaptación. El lesbianismo entre las maestras desaparecía y el bulo de la niña se convertía en una acusación de un trío entre el hermoso Joel junto a Miriam Hopkins y Merle Oberon en Esos tres. Aun así la película funciona como reflejo de una sociedad hipócrita y de doble moral y sobre cómo un rumor puede destrozar a las personas. Después una película que comenzó Howard Hawks y terminó Wyler, Rivales. Una interesante película con un trío de protagonistas de excepción: Edward Arnold, Frances Farmer y Joel, en un melodrama familiar. Un padre y un hijo no sólo son rivales en cómo llevar un negocio maderero sino también rivales por el amor de una mujer. Y la mejor de las tres, un drama social de la Hellman y Wyler que transcurre en una calle de New York donde en un lado viven los desheredados y al otro lado los afortunados. Entre los desheredados hay dos jóvenes honestos que tratan de salir adelante y de ayudar a todos los que les rodean, Drina (Silvya Sidney) y Dave (Joel McCrea), ambos de la clase trabajadora y con sueños de volar… Me refiero a Callejón sin salida (Dead end, 1937).

En los cuarenta Joel nos hizo reír y protagonizó su película más recordada: Los viajes de Sullivan (1941). Antes el maestro del suspense le quiso para una de sus películas de espionaje donde Joel se convirtió en un atractivo periodista norteamericano que se enfrenta a los nazis en Enviado especial (1940).

Así Preston Sturges apostó por la vena cómica del actor: lo quiso galán y divertido. Y lo convirtió en un famoso director de Hollywood, un director de comedias que está cansado de realizar este tipo de películas y quiere dedicarse a los dramas sociales… pero para eso tiene que conocer mundo… y Sullivan sale de viaje para empaparse de realidad y en el camino se encuentra a su mejor compañera, una actriz que ha perdido las esperanzas, una Veronica Lake en su salsa. Pero Los viajes de Sullivan es mucho más que una comedia, es una reflexión sobre la función del cine y en concreto de la comedia. Al año siguiente Sturges también le quiere para una de sus comedias más alocadas la divertida pero olvidada Un marido rico donde Joel es un arquitecto-inventor que está enamorado de su esposa (Claudette Colbert)… pero no prosperan económicamente y ella decide marcharse a por un millonario al que enamorar para que los sueños de ambos puedan cumplirse… El bello de Joel no sólo lucha por recuperar a la Colbert sino que tiene que lidiar con una millonaria que tiene el rostro de Mary Astor que quiere ‘cazarle’ a toda costa… Y siguiendo el terreno de la comedia también será uno de los protagonistas de El amor llamó dos veces (1943) con Jean Arthur y dirigido por George Stevens. Una chica se ve obligada a compartir su piso con dos inquilinos… Años más tarde habría un remake con Cary Grant (Apartamento para tres) actualmente más recordado pero no mejor que el original.

En esta década Joel ya empieza a apostar totalmente por el western y al terminar la década protagonizará uno de los westerns más trágicamente románticos: Juntos hasta la muerte de Raoul Walsh que es un remake en el Oeste de El último refugio. McCrea corre hacia la muerte junto a Virginia Mayo… En las siguientes décadas antes de abandonar definitivamente el cine para vivir en su rancho se dedicará exclusivamente al cine del Oeste. En esta faceta es donde menos le conozco y donde me queda mucho por descubrir. De momento me atraen los tres westerns que realizó bajo la batuta de Jacques Tourneur: Estrellas en mi corona (1950), Wichita, ciudad infernal (1955) y El jinete misterioso (1955). Y, también me apetece descubrirle en una de Sam Peckinpah, Duelo en la alta sierra (1962) junto a Randolph Scott.

Así Joel McCrea tiene todavía mucho que ofrecerme como espectadora… aún puedo enamorarme un poco más de él… y acompañarle en un largo viaje por kilómetros de celuloide.

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Los Miserables (Les Misérables, 2012) de Tom Hooper

Los Miserables ha sido la primera película del año 2013 y me ha dado una de cal y otra de arena. Cuando empecé a verla sentí que no me gustaba la forma en que me la estaban contando, el lenguaje cinematográfico empleado, pero pronto me quedé encandilada con la historia, los personajes (y los actores que lo encarnaban) y con las canciones (cuántas canciones hermosas…).

… Parto confesando de antemano que no he leido la extensa novela de Victor Hugo y que tampoco he disfrutado nunca del musical en los teatros. Ni he visto ninguna de las versiones que se han hecho para cine ni para televisión. Después de una confesión, vienen otras: amo el cine musical y Tom Hooper no me encandiló con El discurso del rey (me pareció una película agradable con un buen reparto). Así después de este párrafo de confesiones, voy al grano.

¿Qué es lo que no me gustaba de la realización de Hooper? Se le escapaba la épica, se le escapaba la intimidad… su cámara bailaba pero no es Max Ophüls (por supuesto nadie se lo ha pedido ni tiene por qué serlo. Sólo lo nombro por hablar de un director que hacía bailar bien a la cámara)… para que la cámara baile tiene que merecer la pena que baile y pasee por distintos ambientes porque tiene qué mostrar. Tiene que servir para algo. Los primeros planos daban una aparente calma a una cámara imparable… pero era tan evidente el movimiento. Ahora el actor sufre, primer plano. Ahora toca la épica, muevo la cámara de un lugar a otro. Subo y bajo. Y hago doble pirueta. Los Miserables daba para números absolutamente impresionantes y se quedaron en correctos. Me viene a la cabeza el sentido de cine musical de Rob Marshall (por traer a un director de musicales del siglo XXI) incluso en su fallida Nine. El puerto donde Fantine cae y cae…, la taberna de los mesoneros, la fábrica, las barricadas, las iglesias, el cementerio, los tejados de la ciudad, las cloacas… estaba lleno de escenarios para unas coreografías donde la cámara bailara a gusto…

Pero ¿qué es lo que salva Los Miserables? Que Hooper realiza una dirección correcta (sin mucho riesgo… y con esa cámara bailarina) como la que hizo en El discurso del rey y que cuenta también con un elenco de actores brillantes y con una historia de un romanticismo exacerbado del siglo XIX donde los desherados de la tierra tienen el absoluto protagonismo. Una historia con unos personajes que se comen la pantalla y con unos conflictos universales que llegan al espectador a través de fórmulas melodramáticas y de folletín. Así la historia se sustenta por el enfrentamiento a lo largo de los años entre Jean Valjean, que sufrió terrible castigo por robar un mendrugo de pan, y el policía Javert que piensa que un criminal siempre será un criminal. A partir de esta historia surgen triángulos, dúos, y cuartetos entre personajes de los bajos fondos (y también de una especie de clase media)… El bien, el mal, la posibilidad de redención o perdón, lo revolucionario unido a lo espiritual, la lucha de un pueblo que persigue la libertad, escapar de la opresión y de la pobreza… y la consecución de la felicidad es sólo posible después de la muerte o a través de dos jóvenes enamorados y puros que durante sus vidas tienen varios protectores de los bajos fondos que hacen posible que salgan adelante. Cossette y Marius alcanzan la felicidad y el amor puro por el sacrificio de Fantine, Eponine o Valjean.

… Y canción tras canción, fui sintiendo unas ganas enormes de inmiscuirme en la palabra escrita de Victor Hugo. De profundizar y conocer más las situaciones y los personajes y el periodo histórico que cuenta y describe. También disfruté al máximo las voces e interpretaciones de Hugh Jackman, un atormentado Valjean, Anna Hathaway como una sufridora Fantine y Russell Crowe, el policía que sigue la máxima del deber por el deber y que salió también de los bajos fondos. Ellos son el triángulo que dispara la trama. Así como del otro triángulo formado por los jóvenes, la pura Cossette (Amanda Seyfried), el joven revolucionario Marius (Eddie Redmayne) y Eponine (Samantha Barks), una desheredara enamorada de la persona equivocada. El contrapunto cómico lo dan una pareja de mesoneros rastreros y malvados que saben llevar a la perfección Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter… que abandonan la calle de Fleet para meterse en calles francesas…

Así fue una sensación extraña porque me vi arrastrada por unos personajes, una buena historia y unas canciones que finalmente me hicieron disfrutar bastante de Los Miserables… aunque el cómo me contaban esa historia no me convenciera del todo…

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