Joel McCrea, el bello ranchero que primero fue actor

… Hay actores de los que el espectador (en este caso espectadora) se va enamorando poco a poco. Le ve en una primera película y recuerda con cariño su personaje. Después le identifica en otra y reconoce el rostro. En la de más allá se ríe con él. En otra vive cientos de aventuras en su compañía, recorre los mares o los paisajes del oeste. En la otra se encuentra en una intriga junto a él… Y así va identificándole película tras película hasta que llega el día en que reconoces irremediablemente que eres mujer enamorada. Eres consciente de que te queda aún mucho por descubrir de su filmografía pero lo que ya has visto te dice que serás espectadora fiel… Y eso me ocurre con Joel MacCrea, el bello ranchero que primero fue actor.

Empezó en el cine mudo como extra, después se fue forjando una interesante carrera durante los años 30 y 40. Buenos directores confiaban en él como hombre aventurero y sensual, como galán romántico y también en su faceta de cómico. A partir de los cincuenta, de ser un actor que desempañaba distintos roles en distintos géneros decidió decantarse sólo por uno, se convirtió en hombre del Oeste. Y más tarde, como nunca fue estrella rutilante (y pocos espectadores aún le recuerdan…) decidió retirarse al mundo que amaba, su rancho. Dejó Hollywood y se convirtió para sempre en un ranchero amante de la naturaleza.

Además Joel McCrea no sólo era un hermoso hombre montado a caballo por las verdes praderas (o por los paisajes desérticos) sino que fue hombre discreto en su vida privada, tan discreto que encontró en los años treinta a Frances Dee y ya no se separaron nunca. Ella es otra musa olvidada pero también con carrera cinematográfica interesante para recuperarla y estudiarla.

En los años 30 paseaba como hombre atractivo y sensual por distintas películas sobre historias de pasiones desatadas. Era el periodo pre-code y Joel McCrea era hermoso y deseado por las damas que se encontraba en melodramas, comedias y aventuras varias. Así fue la pareja de la famosa y olvidada Constance Bennett en películas que olían a escándalo Tentación (1932) de George Cukor o Lecho de rosas (1933) de Gregory LaCava y ahora son curiosos testimonios de un cine sin censura. King Vidor le hizo protagonizar una historia exótica y mostró su sensualidad sin tapujos junto a Dolores del Río en Ave del Paraíso (1932). Protagonizó también un clásico del cine de terror y aventuras (que tengo aún que descubrir), El malvado Zaroff (1932), sobre una ‘cacería de humanos’ en un isla retirada donde Joel corría desesperado junto a la reina del grito, Fay Wray para no ser cazados.

Terminó la década con tres melodramas interesantes a reseñar donde se encontraba detrás de cada uno de ellos el director William Wyler: la primera versión cinematográfica de la exitosa obra teatral de Lilliam Hellman (La hora de los niños) donde ya se veía cómo iba a actuar el código Hays porque tanto Hellman como el director tuvieron que dar un giro de guion para poder rodar esta adaptación. El lesbianismo entre las maestras desaparecía y el bulo de la niña se convertía en una acusación de un trío entre el hermoso Joel junto a Miriam Hopkins y Merle Oberon en Esos tres. Aun así la película funciona como reflejo de una sociedad hipócrita y de doble moral y sobre cómo un rumor puede destrozar a las personas. Después una película que comenzó Howard Hawks y terminó Wyler, Rivales. Una interesante película con un trío de protagonistas de excepción: Edward Arnold, Frances Farmer y Joel, en un melodrama familiar. Un padre y un hijo no sólo son rivales en cómo llevar un negocio maderero sino también rivales por el amor de una mujer. Y la mejor de las tres, un drama social de la Hellman y Wyler que transcurre en una calle de New York donde en un lado viven los desheredados y al otro lado los afortunados. Entre los desheredados hay dos jóvenes honestos que tratan de salir adelante y de ayudar a todos los que les rodean, Drina (Silvya Sidney) y Dave (Joel McCrea), ambos de la clase trabajadora y con sueños de volar… Me refiero a Callejón sin salida (Dead end, 1937).

En los cuarenta Joel nos hizo reír y protagonizó su película más recordada: Los viajes de Sullivan (1941). Antes el maestro del suspense le quiso para una de sus películas de espionaje donde Joel se convirtió en un atractivo periodista norteamericano que se enfrenta a los nazis en Enviado especial (1940).

Así Preston Sturges apostó por la vena cómica del actor: lo quiso galán y divertido. Y lo convirtió en un famoso director de Hollywood, un director de comedias que está cansado de realizar este tipo de películas y quiere dedicarse a los dramas sociales… pero para eso tiene que conocer mundo… y Sullivan sale de viaje para empaparse de realidad y en el camino se encuentra a su mejor compañera, una actriz que ha perdido las esperanzas, una Veronica Lake en su salsa. Pero Los viajes de Sullivan es mucho más que una comedia, es una reflexión sobre la función del cine y en concreto de la comedia. Al año siguiente Sturges también le quiere para una de sus comedias más alocadas la divertida pero olvidada Un marido rico donde Joel es un arquitecto-inventor que está enamorado de su esposa (Claudette Colbert)… pero no prosperan económicamente y ella decide marcharse a por un millonario al que enamorar para que los sueños de ambos puedan cumplirse… El bello de Joel no sólo lucha por recuperar a la Colbert sino que tiene que lidiar con una millonaria que tiene el rostro de Mary Astor que quiere ‘cazarle’ a toda costa… Y siguiendo el terreno de la comedia también será uno de los protagonistas de El amor llamó dos veces (1943) con Jean Arthur y dirigido por George Stevens. Una chica se ve obligada a compartir su piso con dos inquilinos… Años más tarde habría un remake con Cary Grant (Apartamento para tres) actualmente más recordado pero no mejor que el original.

En esta década Joel ya empieza a apostar totalmente por el western y al terminar la década protagonizará uno de los westerns más trágicamente románticos: Juntos hasta la muerte de Raoul Walsh que es un remake en el Oeste de El último refugio. McCrea corre hacia la muerte junto a Virginia Mayo… En las siguientes décadas antes de abandonar definitivamente el cine para vivir en su rancho se dedicará exclusivamente al cine del Oeste. En esta faceta es donde menos le conozco y donde me queda mucho por descubrir. De momento me atraen los tres westerns que realizó bajo la batuta de Jacques Tourneur: Estrellas en mi corona (1950), Wichita, ciudad infernal (1955) y El jinete misterioso (1955). Y, también me apetece descubrirle en una de Sam Peckinpah, Duelo en la alta sierra (1962) junto a Randolph Scott.

Así Joel McCrea tiene todavía mucho que ofrecerme como espectadora… aún puedo enamorarme un poco más de él… y acompañarle en un largo viaje por kilómetros de celuloide.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons