La calle de atrás (Back Street, 1961) de David Miller

La calle de atrás es uno de esos melodramas hollywoodienses que hacía llegar a sus espectadores a altos niveles de paroxismo. Durante los cincuenta y los sesenta uno de los productores con más olfato para el éxito fue Ross Hunter. Estas décadas tienen vida propia en esas películas de Hunter que han sabido crear una cierta mitología de esos años. Uno de sus protegidos fue Douglas Sirk. Pero fue artífice de otros melodramas y llevó al estrellato a varias damas. Hunter buceaba en películas del pasado que ya habían funcionado, buscaba una estrella femenina potente y creaba una historia truculenta a todo color. La película que hoy nos ocupa cuenta con un montón de posibilidades para analizar.

La premisa de Back Street es mostrar que ‘la otra’ es el personaje positivo, mientras que la esposa es el problema, el obstáculo, el conflicto… la arpía. Un argumento así ya ganaba muchos puntos en una sociedad puritana con ganas de escándalo. Escándalo en la pantalla blanca. Así ‘la otra’ era una de las trágicas más amadas: la pelirroja Susan Hayward. El galán era el guaperas oficial de los melodramas: John Gavin. Y la esposa arpía, una rubia hitchcockniana (y también una musa de John Ford), Vera Miles. Ross Hunter se busca un director-artesano, David Miller (que arrastra algún éxito a sus espaldas como Un grito en la niebla). Unos buenos vestuarios (las damas siempre perfectamente vestidas y peinadas… ‘la otra’ además es diseñadora de moda). Una banda sonora adecuada de Frank Skinner que acompañe los sentimientos acelerados de los protagonistas. Un director de fotografía con estilo, Stanley Cortez… y los pone en una buena historia que ya había funcionado en el pasado.

En realidad Back Street es la adaptación cinematográfica de una novela de Fannie Hurst, dama americana que escribió otras historias melodramáticas que se vieron en pantalla como Imitación a la vida o Humoresque. Pues bien Back Street ya había sido llevada otras dos veces al cine. Una en la etapa pre code, en las manos del rey de los melodramas primigenios, John M. Stahl. Supuso un éxito más de Irene Dunne y se llamó La usurpadora (1932). Pero en los cuarenta también tuvo su remake (más desconocido) con una pareja de lujo: Margaret Sullavan y Charles Boyer que actuaron juntos en Su vida íntima de Robert Stevenson.

Pues bien en los años sesenta sigue funcionando la fórmula porque existe ya una muy buena tradición del género y cuenta además esta versión con un final apoteósico con tres momentos clímax que no dejan respiro al espectador que termina llegando a la catarsis que siempre genera un buen melodrama. Primero un aparatoso accidente de coche en plena discusión matrimonial entre Vera Miles  y John Gavin que tiene ecos de Cara de ángel pero que será precursor de la famosa escena en el coche entre Kirk Douglas y Chyd Charise un año después en Dos semanas en otra ciudad. Segundo una escena en el hospital con persona gravemente enferma, un teléfono y un niño… No digo más. Y tercero una escena final de aceptación de ‘la otra’ y su absoluta redención. Toda la película te prepara para este tremendo final. Y para ello era necesario una gran trágica que contaba en esos momentos cuarenta y cuatro primaveras pero seguía haciendo como nadie de mujer sufridora y enamorada. Además estaba necesitada de un éxito, y Hunter era especialista en dar buenos papeles a grandes divas de la pantalla que sobrepasaban los cuarenta y hacer que jóvenes galanes del momento se enamoraran de ellas profundamente. Así su máxima estrella fue una madura Lana Turner. Sin olvidarnos de Jane Wymann o June Allyson.

Sin embargo, la gran sorpresa y revelación del film es la malvada esposa. Mala madre, peor esposa, hipócrita, infiel y alcohólica… una buenísima recreación de Vera Miles que no sólo está bella, elegante y sofisticada sino genial como mala de la función. Ella es la que no deja que los dos amantes alcancen la felicidad porque no otorga el divorcio al desgraciado de John Gavin. Él como siempre, galán hermoso y correcto.

La calle de atrás forma parte del canto de cisne del género porque ya se acercaban los años 60 y una nueva forma de hacer cine. No sólo nacerá a finales de la década el Nuevo Cine Americano sino que al llegar el final de la censura ya muchos temas no estarían prohibidos ni parecerían escandalosos. El público estaba cambiando (era más desencantado menos inocente) y quiere ver otras realidades reflejadas en pantalla además de ver las nuevas formas de concebir las relaciones personales. Las trágicas del melodrama estaban terminando su reinado…

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