Mil y una escenas inolvidables en Rojos (1981) de Warren Beatty

Queridos lectores van a permitir que Hildy se extienda para escribir sobre Rojos (1981) de Warren Beatty. Un buen ejemplo de cine histórico y que toca un tema brevemente analizado por la cinematografía estadounidense y es el papel de la izquierda –en este caso la del Partido Comunista– en la política de EEUU.

Recientemente los buscadores de joyas clásicas o no tan clásicas pudimos recuperar en dvd esta obra cinematográfica de más de tres horas (yo ya tenía la versión que lanzaron en vhs en un estuche enorme con dos cintas) en una edición de coleccionista y que salió a raíz del 25 aniversario de la cinta.

Warren Beatty demuestra que hizo la obra que quiso reflejar y dirigió, escribió y produjo una historia sin cortes. El actor demostró que la guerra fría y la caza de brujas había llegado a su fin al poder llevar a la pantalla una interesante película donde a través de las andaduras del periodista y escritor John Reed y su pareja, también escritora, Louise Bryant, narraba la Historia del Partido Comunista en EEUU. Sin dejar detalle. Con su idealismo, errores, discusiones internas, ilusiones y desencantos. Rojos es una obra creativa hecha en libertad. Uno de los pilares y pensamientos ideológicos de la película. La importancia de la libertad. Todo lo que supone una atadura a las libertades de los hombres, se termina transformando en una ruptura de los sueños e ideales.

En una historia sin precedentes, de pronto, Rojos, que mostraba a dos personajes de izquierdas progresistas y humanos, se transforma en una superproducción (contradicción ideológica pero entendible, Beatty logró llegar a muchos sitios) que, además, arrasa en la gala conservadora y reina del espectáculo: los oscar. Unos personajes complejos. Y sobre todo llenos de honestidad.Beatty sigue una estructura que a mi parecer es un acierto: mezcla testimonios reales de personas que vivieron estos acontecimientos con la ficción (ya dije en otro post que entre estos testimonios reales se encuentra un siempre singular Henry Miller).Además, crea una película llena de escenas inolvidables, con una banda sonora nostálgica y una fotografía de Vittorio Storaro que en todo momento es un acierto.

Algunos lectores puede que se pregunten que qué mérito e importancia tiene esta película y no entiendan el planteamiento de los párrafos anteriores o les parezca algo exagerado. De nuevo, hay que introducirse en la Historia del Cine y centrarnos en Hollywood y recordar que es difícil encontrar una película progresista que analice de manera seria, y sin obstáculos, lo que supuso el comunismo a principios del siglo XX. No olvidemos que Hollywood es una industria sujeta a las normas del sistema capitalista, al libre mercado. Y no olvidemos que también se convirtió en un efectivo sistema propagandístico de las formas de pensamiento que debían tener los americanos –y de paso el resto del mundo– sobre la vida, la historia, etcétera. Por lo tanto, es importante enmarcar muchas de las obras de arte –que visionamos una y otra vez– en varios aspectos: el sistema de estudios, el momento histórico, los códigos de censura, la historia de la Caza de Brujas en EEUU, los acontecimientos de la Guerra Fría que dieron un vuelco a muchas de las producciones del momento (en todos estos puntos me estoy refiriendo a la producción cinematográfica americana, sobre todo, de los años 30, 40, 50 y 60). Así, casi siempre, el comunismo en las películas estadounidenses era presentado más como una amenaza o un antagonista. Si nos quedamos sólo con la propaganda, el comunismo era el terror rojo, a lo que había que oponerse y combatir en la guerra fría. Todo lo que olía a comunismo, no podía ser bueno.

Así quizá –en este resumen tan simplista, lo reconozco, y tan mínimo– podamos entender la importancia de Rojos en el panorama cinematográfico. Y, además, Beatty consiguió una buena película con imágenes para recordar siempre. Por otra parte, destacar que no se convierte en una película maniquea. Warren no da la vuelta a la tortilla y se queda en qué buenos y maravillosos son los comunistas americanos, que malos son los rusos y qué malo es el sistema capitalista sino que muestra un retrato complejo y serio. Humano. Con todo lo bueno, con todo lo erróneo, con los aciertos y los equívocos. Y al final es un triste canto al desencanto pero dejando claro que hay ideas que son válidas y siguen estando vivas. Pero, como siempre, los humanos somos eso, demasiado humanos y las bellas ideas pueden quedarse en eso o aplicarlas de tal manera que no den el fruto deseado. Warren Beatty logra transmitir la pasión que le suscita este tema y los espectadores acabamos queriendo y entendiendo a Reed, a Bryant, a O’Neill, a Emma Goldman…

Los dos personajes principales son John Reed, un escritor y periodista que no ha caído en el olvido por su libro Diez días que estremecieron el mundo donde narró la Revolución Rusa de 1917. Por otra parte, ya había analizado la revolución mexicana en otro valorado libro, México insurgente. Avatares históricos le llevaron a morir en el Kremlin a la edad de 33 años y a convertirse en un héroe en los círculos intelectuales radicales de EEUU. Louise Bryant fue su compañera, y su historia ha sido menos difundida, también vivió junto a él los diez días que estremecieron el mundo. Esta mujer era una feminista convencida –feminista en los años 20–, partidaria del amor libre o de su individualidad como mujer y con ideas socialistas. Su personalidad es interesante y después de la muerte de Reed no tuvo una vida fácil –antes tampoco–. Murió en el año 1936 en París, con problemas de alcohol, y durante su vida realizó distintos trabajos periodísticos.

Como ya he explicado en la gala de los oscar se llevó estatuilla en las categorías de mejor director, mejor fotografía y mejor actriz de reparto (Maureen Stapleton) pero también estuvo nominada a mejor película, mejor actor (Warren Beatty), mejor actor de reparto (Jack Nicholson), mejor actriz (Diane Keaton), mejor guión original, mejor dirección artística, mejor vestuario, mejor montaje y mejor sonido. ¿Imaginan el surrealismo de la ceremonia del glamour que cuando Warren Beatty fue a recoger su premio sonó, fuerte, La Internacional, obviamente uno de los leit movit fundamentales de la película).

Las secuencias: son cientos y miles (yo siempre tan exagerada) las secuencias y escenas que se quedan grabadas en la memoria cinéfila. La película es todo lo que he dicho anteriormente pero también refleja una historia de amor, de principio a fin, con escenas memorables. Quizá, me quede con el encuentro de Reed y Bryant al final de la película en la estación de tren hasta la muerte del héroe romántico (no olvido que la película tiene un montón de cualidades, entre ellas, que Beatty también sabe imprimir a sus personajes principales las características del héroe y heroína romántica y funcionan dentro de la compleja personalidad de cada uno).

Me atan a la pantalla todos los testimonios de los ancianos que fueron protagonistas de los hechos históricos que narra la película. Esos enormes rostros sobre fondo negro, esos ancianos con miles de arrugas, historias y sentimientos…

En la mitología cinematográfica me quedo con la historia de amor e infidelidad entre Louis Bryant y Eugene O’Neill. Todas sus escenas juntos y la brutal y maravillosa personalidad de O’Neill hacen ganar puntos y escenas inolvidables. Milagroso, Jack Nicholson como dramaturgo desencantado y brutal que lanza sus verdades entre el cinismo y la ternura.

Y, por último, todas las escenas que protagoniza John Reed donde se narra su historia y su relación con una ideología que le apasiona y defiende hasta el final a pesar de las contradicciones, equivocaciones y errores. Reed, desde su honestidad lo tiene claro, se puede ser comunista y comulgar con muchas de sus ideas y respetar hasta el final la libertad individual del ser humano. Las escenas en Moscú durante la revolución, las reuniones con sus amigos intelectuales, los mítines del partido, la creación del Partido Comunista Americano, sus viajes a Rusia, sus conversaciones con Emma Goldman, sus planteamientos al líder bolchevique Zinoviev… sin nunca, nunca, olvidar la banda sonora que envuelve la película en pasado y nostalgia. En sueños rotos. 

Jessica Lange

Una rubia sensual y bella se comía las pantallas de la sala oscura a finales de los años setenta. También, demostró que además de belleza era actriz. Y que además era una mujer de sensibilidad especial y comprometida con su tiempo. Todavía recuerdo una rueda de prensa en San Sebastián cuando recibió el premio Donosti en 2002 que con una dulzura inusual dejó claro que sentía vergüenza de ser americana ante las últimas decisiones del gobierno de su país respecto a la guerra de Irak. Unida sentimentalmente al dramaturgo y actor Sam Shepard desde los años ochenta, siempre han permanecido juntos y han sido una buena pareja cinematográfica. 

Hasta 1981 fue el deseo, primero en su debú como la rubia que enamora a la bestia en la versión más mediocre de King Kong en 1976. Después, para el coreógrafo y director Bob Foss se convirtió en la muerte vestida de blanco más sensual y con una risa fresca en All that Jazz (1979). Elevó la temperatura erótica como la nueva Cora en el remake más recordado de El cartero siempre llama dos veces, logrando desplazar de su reinado a la gran Lana Turner en el año 1981.

El año de su consagración y su elevación a los altares de la sala oscura fue 1982 cuando logró ser nominada en dos películas como actriz principal y secundaria en la ceremonia de los Oscar. En una era una rubia angelical, actriz de televisión de un culebrón, que tomaba las riendas de su vida junto a Tootsie. La película de Sydney Pollack la descubrió para el gran público. Después, dejó sin respiración en una especie de telefilm, pero las cosas como son, la película engancha, donde encarna la desgraciada vida de una actriz contestataria en el Hollywood dorado de los años treinta. Jessica Lange se transformó en la real, bella y desgraciada Frances Farmer. Las escenas junto a su futura pareja, el dramaturgo Sam Shepard dejaban intuir una historia de amor sin fin.

La rubia dorada siguió regalando su rostro por biografías e historias múltiples Country, Dulces sueños o Crímenes del corazón que aumentaban su prestigio de actriz. Después, nos regaló un melodrama de los de antes junto a Dennis Quaid en Cuando me enamoro en 1988 y llegó Constantin Costa-Gavras para ofrecerle un papel de abogada en una película que marcó a los espectadores que la vieron en su momento, La caja de música (1989) o el horror y las consecuencias de la II Guerra Mundial. Jessica Lange se convierte en una de las actrices dramáticas por excelencia. Reina de la lágrima y el melodrama. 

Así la vemos como esposa sufrida en El cabo del miedo de Scorsese, en plan mujer fatal y heroína en Las cosas que nunca mueren, en la amada de todo un aventurero escocés en Rob Roy, en hermana mezclada en conflictos familiares tipo saga en Heredarás la tierra Tim Burton la vuelve a convertir en musa rubia, angelical, sensual y bella. En mujer enamorada y madura en ese precioso cuento que es Big Fish (2003). Y ella nos regala papel de amantísima esposa junto a un Albert Finney al que se le va la vida. Ahora se prodiga menos en la sala oscura en productos de directores independientes como Llamada a las puertas del cielo de Win Wenders o Flores rotas de Jim Jarmusch. Pero los espectadores de la sala oscura sabemos que Jessica Lange da para mucho más y la esperamos en papel protagonista inundando la pantalla en un papel que nos haga llorar o temblar o que nos remueva los sentimientos. A flor de piel. 

Peter Viertel y Deborah Kerr, pequeño homenaje

Ayer leí en el periódico que había muerto el guionista y escritor Peter Viertel. Tres semanas después que su esposa Deborah Kerr. Por una parte, me inunda la tristeza porque van desapareciendo poco a poco los testigos de una época dorada del cine. Por otra, sonrío. Los dos están de nuevo juntos.En la noticia del periódico dicen que Peter Viertel fue un caballero hasta el último momento. Tuvo la delicadeza de marcharse y dejarnos después de su esposa. Esperó hasta el final para que ella no se quedara sola ni sufriera la pérdida –Deborah Kerr llevaba años ya muy enferma recibiendo todos los cuidados de su esposo–. Esta pareja residió durante años en España, en Marbella. Peter Viertel era un enamorado del país y la cultura. 

Ambos nos dejaron inolvidables imágenes en forma de celuloide. Él, con su contribución en guiones de películas que forman parte de la mitología del séptimo arte, ella con interpretaciones de damas en películas de aquel Hollywood clásico e irrepetible. 

Ahora desde la nostalgia vuelvo a mirar las páginas de la revista número dos de la desaparecida Nickel Odeon. La revista salió en 1996 y contaba con una extensa entrevista a Deborah Kerr, reina del romanticismo y el melodrama. En esa publicación se agradecía, de corazón (como se deben agradecer las cosas), la colaboración del matrimonio. Siempre juntos. También, en el número veintiuno de la misma revista se recoge una amplia y preciosa entrevista con Viertel y sus interesantes opiniones como guionista. 

La huella de Peter Viertel queda patente en su historia y recuerdos así como en su pluma en diversos guiones –muchos de ellos sin acreditar– y novelas (su adorada pasión). Los padres de Viertel eran dos intelectuales que formaron la colonia de europeos exiliados que llegaron a EEUU huyendo de la situación europea. Aquella colonia hizo posible el Hollywood dorado. También, conoció a personalidades del cine y la literatura américana. En los recuerdos de Peter, se mezclan sus padres (Berthold Viertel y Salka Viertel) con Murnau, Christopher Isherwood, Greta Garbo, Robert Capa, Brecht, Chaplin,Thomas Mann, Max Reinhardt, Eisenstein, Lubitsch, Hitchcock, John Huston o Hemingway. 

La huella de Deborah la encontramos en metros y metros de celuloide donde la actriz británica dejó a personajes femeninos inolvidables. Sólo basta citar unos cuantos para darnos cuenta de la gran actriz que era y sobre todo descubrir que se movía en todos los registros y siempre con una nota alta. Narciso negro, De aquí a la eternidad, La noche de la iguana, Té y simpatía, Sólo Dios lo sabe, Tú y yo, El rey yo, Julio Cesar, Buenos días, tristeza… 

Los dos se conocieron durante el rodaje en 1959 de Rojo atardecer de Anatole Litvak. Y se volvieron inseparables. Se han ido uno detrás del otro. Ahora, por lo menos, en el Olimpo del cine se encuentran de nuevo juntos. 

Cassandra’s Dream

Papá Woody vuelve a emocionarme. Es curioso, espero sus películas como una medicina cada año. Unas me gustan más y otras menos pero siempre tiene algo que decir. Y siempre sorprende. Nunca me deja indiferente. En Cassandra’s Dream se decanta por un drama familiar de tintes shakesperianos. Y no defrauda. Plantea mil y un temas y un conflicto moral. Emociona. Cuenta la historia de dos hermanos que se aman, uno, entusiasmado por el placer del juego (magnífico y sorprendente Colin Farrell), otro, soñador de un futuro próspero y rico alejado de su familia de clase media (como siempre Ewan McGregor de quitarse el sombrero). Añorando ser un hombre grande de negocios como su tío Howard (aparición siniestra de un cada vez más grande Tom Wilkinson). 

Al principio los dos compran un sueño: un barco al que llaman Cassandra’s Dream para surcar los mares, para huir de su día a día gris. Para relajarse y volar. El Cassandra’s Dream es en realidad la metáfora de los sueños rotos de dos hermanos que se quieren demasiado pero saltan una línea en la que ya no hay vuelta atrás. El Cassandra’s Dream es el final del vuelo. Sueños destruidos y rotos. No hay vuelta atrás. En un momento de sus vidas en que necesitan dinero para seguir sobreviviendo o avanzar en la sociedad, aparece ese tío Howard, ese hombre solucionaproblemas a golpe de talonario. Ese hombre al que aspiran. A su padre le aman, pero sólo es un amargado y buen hombre… y enfermo, ya se encarga la buena madre de restregárselo una y otra vez. Pero a pesar de todo la madre, no deja de repetirles una y otra vez, la familia es la familia. Sin ella, estáis solos. 

Esta vez el gran tío Howard les muestra otra cara. Su dinero y su ascenso han sido a costa de muchas cosas. De dar grandes zancadas. De estar fuera de la ley. Ahora, alguien puede derrumbar el imperio. Y les pide a sus sobrinos –que son familia, que son los únicos en los que puede confiar–, algo a cambio de sus favores. De alcanzar sus sueños de prosperidad rápida o simplemente de supervivencia. De seguir al lado de las mujeres amadas (muy distintas ambas, la sensual Ángela, la dulce Kate –muy bien retratadas por dos actrices que iremos descubriendo en más películas: Hayley Atwell y Sally Hawkins). El tío Howard les pide que eliminen a ese alguien que es obstáculo en su vida y riqueza. Y los dos sobrinos y hermanos debaten, discuten y toman una decisión que cambiará sus vidas. Porque a cada uno le afecta de una manera. Porque lo de antes, no se queda atrás, porque los actos tienen consecuencia. Porque cada uno se quita la careta, y se desnuda, al límite. Pero, ambos, no cuentan que son familia, y por eso, se quieren. Y en el Cassandra’s Dream descubrirán que es demasiado tarde. Porque hablamos de tragedia. 

Papá Woody se decanta por el aire dramático de Delitos y faltas, Interiores o Match Point. Nos regala de nuevo, como siempre, hora y media de película bien hecha y diálogos como sólo él sabe hacerlos. Papá Woody espero la próxima medicina. 

Diccionario cinematográfico (39)

Carretera: y vuelvo a nuestro preciado diccionario a la RAE y miro la definición de carretera y me encuentro con “camino público, ancho y espacioso, pavimentado y dispuesto para el tránsito de vehículos”. Y recuerdo todos los viajes que he hecho por carreteras amplias e infinitas en la sala oscura. A través de la pantalla. Y me subo al coche con Audrey y Albert y recorro Francia y averiguo lo que es una relación de años. Después me cambio al coche de Thelma y Louise que me dicen que la clave es no parar, no parar, no parar…, y antes del gran salto pego un bote al coche de un hombre aterrorizado porque un camión le sigue. Sin conductor. Y no me apetece pasar miedo. Y decido hacer autostop en compañía de Gable y Colbert pero como no nos para ni Dios, ya que son otros tiempos, nos cogemos un autobús y allí están los buenos de Marilyn y Don que se van a un rancho, lejos, a quererse un rato. En la parada, me bajo y me despido de mis nuevos amigos. Estoy en una inmensa carretera vacía. Sólo me encuentro a River, dormido, tiene uno de sus ataques de narcolepsia. Le acaricio el cabello y le digo que esté tranquilo, que todo está bien. Nos paran Peter y Denis que montan sus Harleys, nos dicen que van sin rumbo fijo pero que nos unamos a ellos. Quizá recojan en el camino a Nicholson. Y en las motos, a velocidad del viento y libertad, nos cruzamos con un autobús de drag queens con una reina del desierto subida a lo más alto con todo su glamour. Y les decimos adiós con la mano. Peter y Denis se paran y se llevan a River a pasar unos días a una comuna. A mí, sinceramente, no me apetece y les doy dos besos. 

Continúo el viaje y no me apetece estar sola. En una parada de autobús, en otra carretera lejana, me encuentro con Cary, tiene cara de despistado, mira a un lado y a otro. Un avión se acerca pero en esto viene el autobús y me despido con una mirada. No me da tiempo. Cary empieza a correr entre los maizales. De nuevo, en el autocar, me encuentro a dos jóvenes, a los amantes de la noche, me dicen que quieren ser una pareja normal, ir de la mano y quizá algún domingo ver una película de cine, están tristes. Se nota que lo que me dicen es un sueño. Me quedo tan triste que me bajo en la siguiente parada. Y ahí me espera un coche con Harrison al volante y me dice que ha perdido a su replicante. Que tiene que encontrarla y que le acompañe por carreteras de paisajes verdes. No me lo pienso. Pero está tan melancólico que me para en un pequeño pueblo y se disculpa. Prefiere la compañía de la soledad. No es por mí. Yo le entiendo. De pronto, se para un coche, algo antiguo, y me cogen de improviso. Rápido. Son Bonnie y Clyde que se leen poemas y recortes de periódicos que cuentan sus fechorías. Son felices y ríen como niños. Me dicen que no me preocupe que me dejan en un lugar sin banco. Un sitio tranquilo. Y yo me despido llorando…, porque me han caído muy bien y sé que no pueden tener un final feliz. Me quedo en un camino polvoriento y pasa veloz la caravana de Sullivan buscando una historia de verdad, de gente de verdad, para su próxima producción. Me siento en una piedra, un poco sola. Y me da la mano, un hombre amable, con sombrero y bastón, y un bigotillo que me suena. Y me dice con la mirada, que no esté triste, que no estoy sola, que el siempre me acompañará. Juntos. Así que me pone en pie, me da la mano y caminamos por una carretera incierta hacia un amanecer.