Diccionario cinematográfico (39)

Carretera: y vuelvo a nuestro preciado diccionario a la RAE y miro la definición de carretera y me encuentro con “camino público, ancho y espacioso, pavimentado y dispuesto para el tránsito de vehículos”. Y recuerdo todos los viajes que he hecho por carreteras amplias e infinitas en la sala oscura. A través de la pantalla. Y me subo al coche con Audrey y Albert y recorro Francia y averiguo lo que es una relación de años. Después me cambio al coche de Thelma y Louise que me dicen que la clave es no parar, no parar, no parar…, y antes del gran salto pego un bote al coche de un hombre aterrorizado porque un camión le sigue. Sin conductor. Y no me apetece pasar miedo. Y decido hacer autostop en compañía de Gable y Colbert pero como no nos para ni Dios, ya que son otros tiempos, nos cogemos un autobús y allí están los buenos de Marilyn y Don que se van a un rancho, lejos, a quererse un rato. En la parada, me bajo y me despido de mis nuevos amigos. Estoy en una inmensa carretera vacía. Sólo me encuentro a River, dormido, tiene uno de sus ataques de narcolepsia. Le acaricio el cabello y le digo que esté tranquilo, que todo está bien. Nos paran Peter y Denis que montan sus Harleys, nos dicen que van sin rumbo fijo pero que nos unamos a ellos. Quizá recojan en el camino a Nicholson. Y en las motos, a velocidad del viento y libertad, nos cruzamos con un autobús de drag queens con una reina del desierto subida a lo más alto con todo su glamour. Y les decimos adiós con la mano. Peter y Denis se paran y se llevan a River a pasar unos días a una comuna. A mí, sinceramente, no me apetece y les doy dos besos. 

Continúo el viaje y no me apetece estar sola. En una parada de autobús, en otra carretera lejana, me encuentro con Cary, tiene cara de despistado, mira a un lado y a otro. Un avión se acerca pero en esto viene el autobús y me despido con una mirada. No me da tiempo. Cary empieza a correr entre los maizales. De nuevo, en el autocar, me encuentro a dos jóvenes, a los amantes de la noche, me dicen que quieren ser una pareja normal, ir de la mano y quizá algún domingo ver una película de cine, están tristes. Se nota que lo que me dicen es un sueño. Me quedo tan triste que me bajo en la siguiente parada. Y ahí me espera un coche con Harrison al volante y me dice que ha perdido a su replicante. Que tiene que encontrarla y que le acompañe por carreteras de paisajes verdes. No me lo pienso. Pero está tan melancólico que me para en un pequeño pueblo y se disculpa. Prefiere la compañía de la soledad. No es por mí. Yo le entiendo. De pronto, se para un coche, algo antiguo, y me cogen de improviso. Rápido. Son Bonnie y Clyde que se leen poemas y recortes de periódicos que cuentan sus fechorías. Son felices y ríen como niños. Me dicen que no me preocupe que me dejan en un lugar sin banco. Un sitio tranquilo. Y yo me despido llorando…, porque me han caído muy bien y sé que no pueden tener un final feliz. Me quedo en un camino polvoriento y pasa veloz la caravana de Sullivan buscando una historia de verdad, de gente de verdad, para su próxima producción. Me siento en una piedra, un poco sola. Y me da la mano, un hombre amable, con sombrero y bastón, y un bigotillo que me suena. Y me dice con la mirada, que no esté triste, que no estoy sola, que el siempre me acompañará. Juntos. Así que me pone en pie, me da la mano y caminamos por una carretera incierta hacia un amanecer.