Fernando Fernán Gómez entra en el Olimpo del Cine

Fernando Fernán Gómez se fue al Olimpo. Con 86 años y una amplia trayectoria como actor, director y escritor, decidió marcharse del planeta tierra y ocupar su asiento en los mitos del séptimo arte. El abuelo anarquista llega con toda su sabiduría al cielo cinematográfico para recordarnos a todos que el artista y creador siempre tiene algo de anarquista. El creador no cree en los poderes sino en la pasión por su trabajo y, por eso, todo creador hace lo que le viene en gana porque defiende su arte. 

Sólo basta echar un vistazo a su trabajo y a sus metros y metros de celuloide para hacerse una idea de la historia del cine español en los años 40, 50, 60, 70, 80, 90… 

No he tenido oportunidad de verlo –pero ya va siendo hora– como un abuelo que cuenta historias interesantes en el documental La silla de Fernando (2006) de David Trueba y Luis Alegre. Y 86 años sin parar de trabajar y crear dan para mucho. No es fácil adentrarse en toda su filmografía pero ahí va un pequeño homenaje a la aportación de Fernán Gómez a las memorias cinéfilas. 

Y retrocedemos a la otra generación del 27 y a un aristócrata extraño, y como no distinto de filmografía interesante, Edgar Neville, y ahí está Fernando presente en Domingo de carnaval (1945) y El último caballo (1950). El actor no se adormece ante una nueva manera de entender el cine, un cine dormido y con ansias de despertar y contar. No olvidemos la historia de un cine amordazado que trató de sobrevivir a censuras y formas de pensamiento en una dictadura de cuarenta años. Así se hace protagonista de Esa pareja feliz (1951) de Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem. Los años cincuenta fue la década del despertar, los cineastas sabían que con las películas se contaba todo tipo de historias. Querían abrir el abanico, hartos del cine propagandístico, de folclore y pandereta.

Fernando Fernán Gómez se va haciendo imprescindible. Y, es protagonista de joyas desconocidas como El inquilino (1957) de J. A. Nieves Conde. Otro cineasta con una trayectoria a tener en cuenta. Nieves Conde era un falangista con fondo social. Así, el régimen estaba orgulloso del éxito del cineasta con Balarrasa pero más tarde le consideraron un director difícil y no deseado porque al director se le ocurrió denunciar en buenas películas el sistema social del régimen y mostrar las fisuras y las cosas mal hechas. Y, claro, la censura se le echó encima y ya no contó con la venia. Fue un hombre que si tuvo que criticar o no estar de acuerdo con la dirección prevalecía su criterio aunque perjudicara su carrera. De hecho, quedó en el olvido. Aún así se le recuerda por Surcos (1951), un ejemplo de cine neorrealista español. También, fue un destacado director de películas policíacas como Angustia o Los peces rojos.

El inquilino fue la gota que colmó el vaso. Tuvo numerosos problemas y después su carrera no pudo avanzar. La censura se cebó con esta historia que reflejaba los problemas de vivienda. Y allí estaba Fernando Fernán Gómez como Don Evaristo, un hombre que necesita encontrar un hogar para toda su familia porque se ve en unos días en la calle. Y se encuentra con todos los impedimentos posibles y protagonista de un periplo kafkiano. Al final, Don Evaristo se encuentra sin hogar, con todos los muebles en la calle, y sin nada que ofrecer a su familia. ¡¡¡A qué final hubiera sido ése!!! Un Fernán Gómez grande gritando a todos los mirones “Pasen señores, pasen. Es gratis. Diviértanse viendo al ciudadano sin hogar. ¿Lo ven? Yo ya resolví mi problema. Ésta es la vivienda moderna sin una sola gotera. Y para ser feliz del todo sin familia que estorbe”. Sin embargo, la censura obligó a filmar un final feliz, la llegada de su familia con un gran camión de mudanzas que les lleva a una casa al nuevo barrio La Esperanza.

Fernando Fernán Gómez, abuelo grande, rodó con los cineastas que iban surgiendo en cada momento. Y se volvía inmenso. Carlos Saura, Víctor Erice, Pedro Olea, Manuel Gutiérrez Aragón, Josefina Molina, Fernando Trueba, José Luis Garci, José Luis Cuerda…, y un largo etcétera.

Y, emociona o estremece, en Ana y los lobos, en esa joya que es El espíritu de la colmena, en Pim, pam, pum… ¡¡¡fuego!!!, en Maravillas, en La noche más hermosa, en Feroz, en Luces de Bohemia, en La mitad del cielo o en Esquilache.

Siempre grande, en los años noventa, realizó tres personajes protagonista que le elevaron aún más en los altares de la sala oscura. Primero, en esa joya de vitalidad y vida bella, que representa de una manera excepcional los años de la República, el periodo anterior a los tiempos oscuros de la Guerra Civil, Belle Epoque donde Fernán Gómez es ese padre, Manolo, de espíritu libre y por supuesto con aires de anarquía. Después, José Luis Garci le dio por las adaptaciones literarias y coge a Don Benito Pérez Galdós y a un personaje fuerte con el rostro de Fernán Gómez, El abuelo. Yo de esta obra cinematográfica sólo me quedo con la interpretación de un abuelo con una dignidad y un orgullo que no le cabe en sitio alguno, y eso le trae problemas (porque su código de honor y manera de ver la vida se derrumba y es reacio a los nuevos tiempos), y sus conversaciones con el amigo que sabe aplacar su ira, el actor Rafael Alonso. Y, por último, ese viejo profesor republicano lleno de sabiduría y gran transmisor de conocimientos para los niños de una aldea que vive bajo el imperativo del miedo, todo rociado con la poesía de Manuel Rivas y la gran dirección de José Luis Cuerda. Difícil de olvidar esa mirada serena ante los malos tiempos y la brutalidad que se avecina en un rostro como el de Fernán Gómez.

Y, este post, sigue un camino inmenso. Y no he hablado todavía del Fernán Gómez, director y escritor. Su amor al teatro –escribió novelas y obras de teatro pero todos recordamos su contribución a la dramaturgia con la potente Las bicicletas son para el verano–, le hizo adaptar para el cine varias obras de nuestro teatro: La venganza de don Mendo o Ninette y un señor de Murcia. Y Fernando no olvida la vida del cómico, de aquellos hombres y mujeres que se dedicaban a llevar el teatro a todas partes, a pesar de la dura vida…, pero que amaban lo que hacían: El viaje a ninguna parte. O, estremece con una historia potente, Mi hija Hildegart, o el viaje a la mente de Aurora Rodríguez. Ha dejado obras a tener en cuenta como El malvado Carabel, La vida por delante, La vida alrededor, La vida sigue, El extraño viaje…, ¿no sería un momento maravilloso para que la televisión pública volviera a programar buenos ciclos de cine?

Ahora el abuelo anarquista sube al Olimpo del Cine. Le espera su silla y un montón de oídos ansiosos por escuchar su voz grave y sus historias con sentido del humor e inteligencia.