Retratos y otras curiosidades

Para divagar y soñar. Aquí volcaré los perfiles de actores, directores, guionistas, músicos, directores artísticos, de fotografía… que me resulten interesantes. Y, también, reportajes sobre temas curiosos que merece la pena indagar un poco…, unos breves apuntes. 

Actores del cine mudo en el cine sonoro

La breve reseña sobre Los que no perdonan en la sección El viejo baúl de películas me trae a la cabeza a una delicada actriz del cine mudo, musa de David G. Griffith –ya habrá ocasión de hablar sobre él–, se trata de Lillian Gish. En este film realiza el papel de madre, con letras enormes. Madre de colonos. Mujer de apariencia delicada y dulce pero fuerte y salvaje cuando tiene que defender a los suyos. Lillian Gish regala escenas tiernas de mujer que toca el piano con sensibilidad especial y asusta con rifle en alza y una puntería certera o como jueza irracional cuando tiene que defender sus ideas y sentimientos. Una madre así sólo podía tener un rostro del pasado. De una gran estrella del cine mudo. De Lillian Gish. 

Así que he decidido, emplear mi memoria para recordar interpretaciones de grandes estrellas del cine mudo, que tras caer en el olvido con el nacimiento del sonoro, volvieron al mundo del cine con voz propia y demostraron que eran actores de los de toda la vida. 

Seguimos con la Gish, esta mujer longeva –murió en 1993 con casi 100 años–, protagonizó otras dos películas sonoras en los que dio su imagen y voz para unos buenos papeles: Duelo al sol (1946) de King Vidor como Laura Belle McCanles, de nuevo, en el papel de madre de dos hermanos que se disputan el amor de una mestiza, Perla Chavez. Perla vive con ellos porque al quedarse huérfana fue enviada al hogar de un antiguo amor de su padre, Lillian Gish. Ella da su rostro del pasado a un melodrama de fuertes pasiones. 

No podemos olvidar su papel como dama del Bien en ese cuento de fantasía y horror que realizó el actor Charles Laughton en 1955, La noche del cazador. Su rostro inocente pero fuerte contrasta con el rostro del mal –encarnado por Robert Mitchum–. Lillian Gish se convierte en Rachel Cooper una mujer que dedica su vida a cuidar y proteger a niños huérfanos. La noche del cazador tiene múltiples lecturas y dos rostros y personajes complejos como los de Gish y Mitchum ayudan a ello. 

Buster Keaton, uno de los grandes genios del cine cómico mudo, tuvo un triste final en el cine sonoro. Cayó en el olvido porque no soportó someterse a las leyes de una gran empresa que sometía su creatividad –me refiero a la Metro Goldywn Mayer–. El sistema de estudios no estaba hecho para él. Fue abandonando el cine y buscó consuelo en compañía del alcohol.  

Aún así, de vez en cuando, se dejó ver en papeles muy secundarios, pero dejando su sello inconfundible, en películas sonoras. Su rostro de cara de palo regresaba del pasado y hacia recordar a las nuevas generaciones la cara de un hombre especial. En una escena mínima, vemos su rostro como vieja gloria del cine que acompaña a la patética Norma Desmond en la obra genial de Billy Wilder, El crepúsculo de los dioses (1950). Una película dura y triste sobre lo dañino que es el olvido para una estrella del cine mudo que vive su decadencia en una mansión. 

También, tiene un pequeño papel en la película de Charles Chaplin sobre los artistas de varietés en un Londres decadente de finales del siglo XIX, Candilejas (1952). En una escena memorable, dos payasos ancianos ponen en evidencia el arte que encierra el mimo.  

Su rostro volvió a la palestra como una de las estrellas de  La vuelta al mundo en 80 días (1956) de Michael Anderson. Y aparece como un trabajador del mundo del ferrocarril…, un guiño a una de sus obras más recordadas, El maquinista de la general (1927).  

Un musical de culto, por atípico, le daría uno de sus últimas apariciones estelares: Golfus de Roma (1966) de Richard Lester. Es imposible no sonreír con su composición de Erronius con su túnica y sombrero de campesino. Un personaje tierno, supersticioso, devoto de los dioses, triste porque ha perdido a sus hijos pero siempre decidido a encontrarlos…, un hombre viejo que regresa al hogar cansado y miope pero siempre dispuesto a luchar fue una composición entrañable de cara de palo. 

Con Buster Keaton, hemos nombrado una película maestra, El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder. Él no será el único rostro del cine mudo. La protagonista, la decadente Norma Desmond tiene la cara de una diva del pasado. Fue el regreso triunfal de Gloria Swanson. Con sólo 53 años era una mujer que resurgía de un cine acabado. Ella había sido la musa de Cecil B. de Mille, Sam Wood o Allan Dwan –todos ellos prosiguieron sus carreras en el cine sonoro. El primero hace de él mismo en esta dura y ácida película–. Alcanzó con este papel más inmortalidad de la que ya poseía. 

Esta película también recupera otro rostro inquietante del pasado. De un director maldito que nunca se sometió a las exigencias de los estudios y esto supuso que siempre cortaran las alas de su creatividad. Es uno de los directores que más obras inacabadas-mutiladas tiene. Me refiero a Erich von Stroheim. Este hombre, también, fue un actor muy conocido en el cine mudo y se dedicaba a encarnar a hombres malvados. Se creo un eslogan único para definirle: “Éste es el hombre al que le gustaría odiar”. En la película de Billy Wilder es la sombra-mayordomo que vive y entiende a Norma Desmond. Su creación de Max von Mayerling es inolvidable. 

Sin embargo, el creador de Avaricia o de La reina Kelly –aventura inacabada junto a Gloria Swanson como actriz y productora…, otro guiño del gran Wilder– ya había regalado otro papel inmortal al cine sonoro. Se puso en 1937 en las manos de Jean Renoir y fue uno de los protagonistas de una de las películas antibélicas más hermosas, La gran ilusión. Stroheim regaló toda su personalidad al comandante Rauffenstein. Un comandante, que en periodo de guerra, tiene tiempo para preocuparse de una flor y para tratar con el máximo respeto a los enemigos apresados. 

Y la lista continúa. El paso del mudo al sonoro fue doloroso para muchos actores y actrices que vieron cómo sus carreras se apagaban irremediablemente –una de las películas que describen mejor este periodo es el musical Cantando bajo la lluvia (1952)–. Los estudios se encargaron de acabar con las carreras de muchos de los actores que les habían dado gloria en los años 20. Actores que por distintos motivos les resultaban incómodos. Con tan sólo extender mala fama por una voz poco afortunada o por una forma de actuar expresiva en exceso, hicieron que hombres y mujeres cayeran en el olvido.  

Uno de los ejemplos más tristes en este sentido fue el de John Gilbert. Este actor había llegado a la cumbre en el cine mudo con sus papeles de galán. Gilbert fue dirigido por los más grandes como King Vidor o Eric von Stroheim y trabajó junto a grandes estrellas del momento. Una de sus parejas más míticas fue Greta Garbo, cuentan las leyendas del olimpo de las estrellas que estuvo muy enamorado de ella pero que no fue correspondido. Tuvo tan sólo un pequeño romance. 

Sin embargo, a favor de la diva sueca, contaré que fue una de las pocas personas que siguió confiando en la valía de Gilbert como actor durante la etapa del cine sonoro. John Gilbert no llevó bien el rechazo de la industria y del público. Ya no querían verle como galán con voz. Y fue decayendo física y anímicamente con ayuda del alcohol. 

No hay más que ver su papel en La reina Cristina de Suecia (1933) –la gran Greta Garbo no paró hasta que consiguió que a Gilbert le dieran el papel de co-protagonista–para ver que la crítica se cebó con él injustamente. Su recreación del embajador español, Antonio, Conde de Pimentel, llena la pantalla de encanto y vitalidad… y su voz original no es aflautada como quisieron hacernos ver en aquellos momentos. 

Otros superaron el traspaso porque estaban empezando a despuntar y el sonoro fue el pistoletazo de salida al éxito (Joan Crawford o Gary Cooper). Y hubo un tercer grupo que se mantuvo intacto durante los años 30 –Greta Garbo, Mary Astor o John Barrymore–. Eran grandes en el mudo y en el sonoro. Otros se rebelaron contra lo que les parecía un atentado contra la imagen muda –Charles Chaplin dirigió hasta 1936 cine mudo– y hubo algunos que murieron antes o decidieron retirarse (Rodolfo Valentino, Douglas Fairbanks o Mary Pickford). 

Los que no perdonan (1960) de John Huston

Muchos aspectos hacen atípico este western poco reconocido tanto por los amantes del género como por los cinéfilos, en general. Pero yo quiero rescatarlo porque cuenta con imágenes de una asombrosa belleza y fuerza…, y, también, porque imagino una y otra vez lo que podría haber supuesto. Sólo por las imágenes de gran fuerza visual que contiene merece la pena. ¡¡¡Esa casa en cuyo tejado puede descansar y comer una vaca!!!, ¡¡¡observar como en plena naturaleza una anciana toca un piano alrededor de sus hijos!!!, ¡¡¡la sensualidad y los dobles sentidos de algunos de los diálogos!!!, ¡¡¡la persecución a un soldado anciano y loco que trae el pasado entre una espesa niebla!!!… 

John Huston declara en su biografía que es una película que odia. Principalmente porque no cuenta lo que él quería. También, porque la protagonista Audrey Hepburn tuvo una grave caída de un caballo y puede ser que fuera la causa de su posterior aborto. Y, otra razón, es su lucha continúa con el actor principal y productor, el gran Burt Lancaster. Este actor era fuerte, seguro y muy cabezota. Sus decisiones en esta película fueron, desgraciadamente, en detrimento de la historia.  

Una historia que podría haber indagado en el tema del racismo, quedó como una historia de familia y pasiones desatadas. Un personaje de gran importancia como el indio domador y rastreador, que acompaña a los ganaderos blancos, quedó en un ridículo segundo plano. La complicada relación entre los tres hermanos se queda en la superficie. La compleja personalidad de una madre delicada y muy dura a la vez es lo más acertado de la historia. La profundidad del personaje de Audrey Hepburn –como una muchacha india adoptada por una familia de ganaderos– se estancó en mitad de la película y los sentimientos de su hermanastro quedaron sin explicación lógica. Aún así, la película entretiene y se disfruta…, tiene momentos de gran cine. Ahora bien, qué pena pensar en lo que podría haber sido…