Crítica Más extraño que la ficción

La interesante filmografía de Marc Forster sigue creciendo con esta comedia atípica. Atrás queda el drama de Monster Ball o la fantasía de Descubriendo Nunca Jamás. Ahora, Forster rescata el guión de un joven Zach Helm (que sigue la estela pero de manera más suave o más optimista del guionista de moda: Charlie Kaufman) y recrea una comedia original, una buena historia con unos intérpretes brillantes. 

Una mañana, Harold Crick, un agente de Hacienda, de vida aburrida y solitaria, empieza a escuchar una voz femenina que narra todas sus acciones, pensamientos y sentimientos. Sólo él escucha su voz y su vida pega un giro sobre todo cuando oye que pronto va a tener que enfrentarse a una muerte inminente. La vida calculada y milimétrica de Harold Crick se derrumba. El reloj con el que programa cada minuto y segundo de su vida queda en segundo plano. Se vuelve protagonista de su historia, quiere cambiar su destino, y acude a un profesor de literatura para que le ayude. El agente de Hacienda quiere tomar las riendas de su vida y por primera vez se atreve a vivir y a disfrutar.  

Una de las cosas que Harold Crick se permite es el enamorarse de una panadera contestaría que se niega a pagar la totalidad de los impuestos al Estado porque no le gusta en qué emplean parte de su dinero –me parece un método de lucha muy coherente–. Uno de los consejos que da el profesor literario al protagonista es que convierta su vida en comedia, y una de las mejores comedias es una historia de amor entre dos personas que en un principio se odian. 

La voz pertenece a una famosa y olvidada escritora que está escribiendo posiblemente su mejor novela. Kay Eiffel lucha por encontrar un buen final. En sus novelas, los personajes principales siempre van al encuentro de una muerte segura. Para ayudar a que la novelista avance en su historia, la editorial envía a una asesora que hará lo que sea para que Karen encuentre un final. El protagonista de esa novela es Harold Crick. Realidad y ficción se funden en una historia muy interesante. 

Yo, realmente, me emocioné al verla y despertó mis buenos sentimientos. Me sentía como si estuviera delante de una película de mi amigo Frank Capra pero revestido de contemporaneidad. Will Ferrell, Maggie Gyllenhaal, Dustin Hoffman, Queen Latifah y Emma Thompson llenan la pantalla con unos personajes muy apetecibles. Una historia donde todos llegamos a saber y a desear qué final queremos para el personaje entrañable Harold Crick con el rostro de un melancólico Will Ferrell.

Terry Malone habla con su hermano Charley en el coche

Me estoy refiriendo a una de las películas que desde la primera vez que la vi –y desde la aparición del dvd ya son interminables las veces que he disfrutado de ella– me marcó. Y no sabría decir el porqué pero siempre me emociona igual y siempre descubro nuevas lecturas… No os entretengo más… Me refiero a La ley del silencio (1954) de Elia Kazan. 

Quizá un primer acercamiento tuvo que ver con mi fascinación durante una época por Marlon Brando, como actor y como uno de los hombres –para mí– más bellos, pero después amé la película, todo su proceso, su contenido, sus interpretaciones, el trabajo de los demás actores (Karl Malden, Eva Marie Saint, Lee J. Cobb, Rod Steiger…) la fuerza de la historia y de sus imágenes, la forma de rodarla, la música que envuelve la acción, los diálogos… todo. 

La historia de los puertos, de los hombres que día a día tienen que encontrar un trabajo y someterse a un grupo de gangster que ostenta el poder, la ley del silencio, el miedo a hablar, a salir de una situación injusta, el retrato complejo de un hombre confuso y fracasado, la historia de una relación entre un hombre y una mujer, la lucha de varios sectores para que esa ley inquebrantable termine, los poderes ocultos, la formación de un sindicato, la relación entre hermanos, entre padre e hija, la presencia de una Iglesia –que poco aparece en el cine– que trabaja en la base y se aleja de la estructura de poder de la Iglesia convencional… 

La historia que se lee detrás de un hombre que delata a los suyos. No olvidemos que Kazan pudo emplear esta historia para explicar su actuación frente el Comité de Actividades Antiamericanas. El director de origen griego fue uno de los hombres que denunció y dio nombres de compañeros de partido –él siempre cuenta que no dio ningún nombre que no conociera ya el comité y que avisó a todos los compañeros que nombró de lo que iba a hacer–. Su actuación le sirvió para seguir trabajando en lo que más amaba, la dirección de películas, pero nunca fue perdonado por sus compañeros de profesión ni por la parte más progresista de Hollywood, siempre arrastró esta actuación de su pasado. 

La ley del silencio cobra todo su sentido gracias al trabajo no sólo de su director y actores, sino de otros profesionales como Budd Schulberg (guión), Leonard Bernstein (música) o Boris Kaufman (fotografía). 

La secuencia: Terry Malone, el joven confuso que piensa denunciar ante la justicia a la pandilla de su hermano, sube a un coche donde se encuentra con él. Charley acaba de recibir un ultimátum del jefe de ambos, Johnny, para el que trabajan desde que eran sólo unos niños. Tiene que convencer a Terry de que vuelva con ellos, de que vuelva al redil y no les denuncie. 

La emoción contenida de esta escena es absolutamente electrizante. En unos cuantos minutos conocemos la historia y la relación entre estos dos hermanos. Los reproches, el amor y admiración que se profesan. Entendemos el fracaso de Terry como boxeador y su forma de ser, entendemos la difícil situación en la que se encuentra Charley porque realmente quiere a su hermano pequeño y quiere lo mejor para él. Charley entiende que han emprendido caminos distintos y asume la culpa de que su hermano es un fracaso por una actuación suya del pasado. Quiere dar la oportunidad a Terry de ser feliz, de llevar las riendas de su vida, de que sea libre…, decide –en un segundo– sacrificar su vida de dinero y de poder por salvar a su hermano. Terry, por su parte, recorre su vida y es consciente de cómo malgasta su tiempo, de cómo se regodea en su fracaso, expone su deseo de ser alguien, de hacer algo bien, por una vez, toma conciencia… 

Marlon Brando y Rod Steiger hacen que sus personajes cobren vida y logran contar toda una historia con un diálogo genial y unas actuaciones contenidas y soberbias.