El viejo baúl de películas

Como soy un poco antigua, se me ha ocurrido ir sacando de un polvoriento baúl, películas de otros tiempos. Me gustaría escribir sobre todos aquellos filmes que han ido cayendo en el olvido y que, por distintos motivos, no se han convertido en clásicos o en películas una y mil veces revisitadas. 

Me gusta el símil de este baúl con la caja de Pandora. Pero yo no abro esta caja de Pandora para que salgan todos los sufrimientos y en el fondo se quede la esperanza sino para descubrir nuevas imágenes o nuevas posibilidades de estudio y análisis dentro de las obras de grandes directores, guionistas, técnicos, actores…, o de ese enorme grupo humano que se moviliza para hacer posible una película.  No tienen por qué ser buenas películas.

Otras veces, son buenas pero por misterios de la industria cinematográfica –no olvidemos que el cine es arte pero desgraciadamente cae muchas veces en las leyes del mercado y del consumo. Los apasionados la mayoría de las veces olvidamos este punto espinoso–, no han sido lo suficientemente distribuidas o promocionadas.  

A veces, me gustan o me llaman la atención por lo atípicas. Y me explico, atípicas porque tratan un tema que nunca tocó un director o guionista. Atípicas porque forman parte de un género pero cuenta con varios elementos que la hacen original. Atípica porque nunca imaginaste que un actor o actriz pudiera estar presente en un tipo determinado de película. Atípica por la manera o forma en que está contada… 

Hoy rescato del baúl:

Seis destinos (1942) de Julien Duvivier

Actualmente, nos sorprendemos con las historias cruzadas o las películas que presentan distintas historias y argumentos con una cierta unidad temática. Se me ocurre citar la última película de Rodrigo García, Nueve vidas, o la filmografía del mexicano Alejandro González Iñárritu, o por poner un ejemplo español, la reciente Tapas de Juan Cruz y José Corbacho. Si nos vamos un poco más atrás, nos sorprendió Paul Anderson con Magnolia o Robert Altman con sus Vidas cruzadas. Historias que se cruzan y se encuentran por algo relacionado con el destino, con una situación o un tema concreto. 

Pero este tipo de historias beben ya del cine clásico que también era muy dado a crear películas de este tipo. Una obra que presenta varias historias unidas por un frac, sí, un traje, es la película que hoy rescato del baúl: Seis destinos. Una película desconocida pero muy interesante. Primero, por su idea original; segundo, por los distintos argumentos; tercero, porque cuenta con un gran plantel de actores principales y secundarios…, una pequeña joya a reivindicar. El traje viaja de una historia a otra y cambia el destino de varias personas. La película recorre desde la comedia hasta el drama y los personajes representados son humanos. Muy humanos. 

Seis destinos fue dirigida por el realizador francés Julien Duvivier –durante la época que trabajó en Hollywood–. Uno de los aspectos que más llama mi atención es que para realizar estas narraciones, para crear el argumento, para escribir el guión… ¡participaron unas treinta personas! No he encontrado a las treinta pero en varios sitios aparecen Ben Hecht, Donald Ogden Stewart, Lamar Trotti, Alan Campbell o Samuel Hoffenstein. En varias páginas aparece la participación de Billy Wilder y de… ¡Buster Keaton! 

También, investigando, la película se distribuye sin uno de los destinos que era protagonizado, entre otros, por W.C. Fields porque se excedía el tiempo del metraje –por lo menos la versión que yo tengo en VHS, no hay ni rastro de este episodio, no sé si realmente existe alguna copia con el montaje completo y que incluya su parte o es inexistente…, mi investigación no ha llegado a tanto–. 

A continuación os voy a nombrar sólo alguno de los actores que protagonizan cada una de las historias…¡¡¡Sorprenderos!!!: Charles Boyer, Rita Hayworth, Thomas Mitchell, Ginger Rogers, Henry Fonda, Cesar Romero, Charles Laughton, Elsa Lanchester, Edward G. Robinson, George Sanders, Gail Patrick, Eugene Pallette, Paul Robeson y Ethel Waters…, y un largo etcétera. Algunos quizá ahora suenen menos pero eran grandes actores secundarios –que tanto abundaban en el sistema de estudios– y sus rostros aparecen en cientos de grandes películas clásicas. Paul Robeson y Ethel Waters protagonizan la última historia cuando el traje va a parar a una aldea donde sólo habita población negra. Ellos eran famosos cantantes de la época. Paul Robeson fue uno de los artistas afectados por el mccarthismo –de esta época hablaremos varias veces en este blog–. 

El traje está presente en un triángulo amoroso de clases altas donde nos encandila un Charles Boyer, en el papel de un gran divo de la escena teatral; Hayworth como una bella mujer fatal y el gran secundario Mitchell como un marido celoso. Después, el frac pasa a una comedia sentimental y de malentendidos por una nota entre unos futuros esposos que tienen el rostro de Ginger Rogers y Henry Fonda. Quien resuelve el entuerto es el amigo de ambos, Cesar Romero. A continuación, el traje servirá para un importante concierto que da un gran pero tímido y pobre músico, Charles Laughton, que será ayudado por su fiel esposa, Elsa Lanchester. El traje sigue su viaje a un centro que da asistencia a personas sin hogar, entre ellas, un alcoholizado Edward G. Robinson. Él en el pasado fue un prestigioso abogado, ahora le envían una invitación para acudir a una cena de antiguos compañeros de la universidad. Y, por último, el traje cambia la vida de un pueblo mísero habitado por población negra y será protagonista de un milagro.  Seis destinos merece la pena porque las historias que cuenta son buenas y están bien rodadas e interpretadas. Su conjunto es una delicia. De verdad.

 

Carta de presentación

Soy Hildy Johnson. Algunos no me conocéis. Por eso, antes de nada, voy a realizar una pequeña presentación. Soy periodista. En el año 1940 sufrí una crisis. Amo mi profesión y amo escribir. Amo la verdad y empleo todos los caminos –buenos y malos– para escribir la mejor de las noticias. Pero aquel año estaba agotada de mi vida como reportera de todo tipo de sucesos. Quería dejar mi profesión y casarme con un hombre común –que tenía una madre insoportable– pero que me asegurara una vida de ama de casa y mantenida fuera de las redacciones y del enfrentamiento continuo con un mundo, por aquellos tiempos, copado por seres masculinos. Los hombres me respetaban y me trataban como una igual pero yo estaba muy quemada. Aparte no llevaba nada bien que mi jefe fuera mi manipulador y adorado ex marido, Walter Burns. Un hombre tan divertido como cínico que me había roto sucesivamente el corazón aunque yo nunca se lo dejaba ver. Sabía, en el fondo de mi alma e intelecto, que era al hombre al que estaba predestinada porque continuamente me mantenía en una lucha de iguales.  En aquellos momentos no me daba cuenta de que era realmente el motor de mi vida. Me divertía tanto trabajando cada día a su lado… pero me exasperaba hasta el límite. Mi prometido, en aquella época crítica, se parecía a un actor del momento. Un actor con cara de soso al igual que mi futuro esposo: Ralph Bellamy. Sin embargo, desde estas páginas quiero pedirle perdón porque le utilicé para superar mi crisis y fue el hombre que me hizo darme cuenta de que yo había nacido para escribir y para compartir el resto de mis días junto a otro alocado de la vida, mi ex. 

Os informaré que a partir del año de mi crisis me volví inmortal y no he dejado de escribir hasta hoy. Antes tecleaba en mi vieja máquina pero ahora, en consonancia con los nuevos tiempos, me he aficionado a estas curiosas tecnologías y nuevos soportes. He decidido crear mi propio blog porque este soporte sigue sirviéndome para una de mis grandes pasiones: ESCRIBIR. Este blog se lo dedico al hombre con el rostro parecido a Ralph Bellamy porque me descubrió que no podía abandonar mi pasión: EL PERIODISMO. Yo era una gran reportera de sucesos pero me di cuenta de que el ajetreo de esa vida chamuscaba mis neuronas. Nunca he dejado de lado la justicia social –sí, ya sé que algunos que me conocéis, no aprobaréis mis métodos para alcanzar el centro de la noticia pero todo sea por un buen reportaje–. La noticia que me hizo ver que estaba unida irremediablemente a la escritura fue la historia de un tipo condenado a muerte. Un hombre inocente pero cuya muerte tenía un significado político y mostraba la corrupción de hombres poderosos a los que sólo les interesaba el voto de los ciudadanos. 

Ahora, aunque mis armas siguen siendo la palabra, el cinismo, el humor, el amor a la vida y, a veces –sí, para que se contenten mis detractores– la manipulación, he dejado de lado el reporterismo callejero y me he dedicado a otros grandes narradores. Me refiero a todos los profesionales dedicados al cine. Sí, siempre, he adorado que me cuenten buenas historias y por eso siempre he agradecido las salas oscuras y la pantalla gigante.  Mi fama de manipuladora la emplearé para haceros amar a los directores, guionistas, actores u otros profesionales que han hecho películas que de un modo u otro han contribuido a que mi vida merezca un poco más la pena.  

De momento, como soy de la vieja escuela del periodismo, en mi blog podréis encontrar distintas secciones que, quizá, os puedan interesar. Una cosa os dejaré clara –siempre me ha gustado ser directa– todas y cada una de las palabras que escriba tendrán mucho de mi cabeza pero serán vencidas por el corazón. Soy apasionada y eso nunca me ha abandonado. Y me gusta transmitir mis pasiones. Cuando creo en una película que me ha hecho sentir la defiendo hasta al final y cuándo una obra me ha dejado fría, también, apasionadamente, expongo mis dudas. Ahora, sí, siempre con respeto. Con argumentos, por supuesto, mis argumentos. Lo de la justicia social, a lo mejor, os parece fuera de lugar. Pero os lo explicaré mejor. Aunque he dejado de lado el periodismo de calle, me interesan las historias y las películas que indagan en el mundo de hoy y por que no el mundo de ayer. Es decir, aquellas imágenes que nos hacen entender un poco más qué hacemos en la tierra, cómo somos, por qué cometemos errores, por qué existen injusticias… Ese cine que expone lo bello y lo sucio, lo realista y lo trágico, los problemas y las posibles soluciones… ese cine que se convierte en importante documento sociológico y que muestra distintos e interesantes puntos de vista. Así, que habrá un hueco importante en estas páginas para este tipo de películas que tratan de entender o de mostrar este mundo loco e injusto en el que vivimos. 

No quiero entretenerme más porque en esta presentación estoy incumpliendo uno de los viejos secretos del buen periodismo: la brevedad expositiva –creo que la incumpliré varias veces–. Sólo reseñaros a continuación las secciones, que de momento, podréis consultar. No quiero despedirme sin antes recomendaros una película que cuenta ese momento crítico de mi vida –sí, también, soy vanidosa y me encanta que descubráis mi rostro y personalidad–: buscad y disfrutad –tampoco soy modesta– de Luna Nueva (1940) del gran Howard Hawks. Yo hago de mí misma pero el papel de mi prometido lo calcó… ¡¡¡Ralph Bellamy!!! 

Momentos inolvidables

Ésta es una sección para nostálgicos. Secuencias, escenas o imágenes cinematográficas que nunca olvidaremos. Algo unido a la nostalgia es el recuerdo. Para combatir este sentimiento melancólico está la capacidad que tiene el ser humano para regresar, en este caso, al pasado. Recordar aquellas imágenes grabadas en nuestra memoria que por sensaciones, difíciles de explicar, nos acompañan a lo largo de la vida.

Denys Finch lava el pelo a Karen Blixen Romanticismo, aventura, viaje, personajes heroicos y atractivos… el cine permite que el espectador disfrute de otras vidas –a veces más interesantes que las propias, hablo por mí misma, pero también la experiencia de los años me ha hecho ver que cada uno de nosotros tenemos una vida que merece la pena ser contada aunque no nos lo parezca–. En el año 1985 se estrenó una de las películas que han permanecido y permanecen en el imaginario colectivo: Memorias de África de Sydney Pollack. Una versión extremadamente romántica de la vida de la danesa Karen Blixen (seudónimo de Isak Dinesen) y su estancia en África. En la película toma relevancia un personaje que sólo es secundario en sus memorias, el cazador Denys Finch. El atractivo héroe tiene el rostro de Robert Redford, que representa como nadie al hombre romántico, solitario y amante de la libertad. Karen Blixen cuenta con la cara Meryl Streep, la actriz de los ochenta, la actriz de los mil rostros. 

La secuencia: Denys y Karen realizan un safari juntos –la danesa se está recuperando de la sífilis que le ha pegado su marido, el barón Bor Blixen-Flecke. Su matrimonio fue de conveniencia y ella comete el error de quererle. Después, de pasar esta dura enfermedad que casi la hace perder la vida, que le quita cualquier posibilidad de tener un hijo y de enterarse, de una vez por todas, que su marido no la querrá nunca como compañera sentimental, su autoestima como mujer se encuentra por los suelos–. En un momento del recorrido, los protagonistas instalan su campamento cerca de un río.  Denys ve como Karen trata de desenredarse su cabello sin éxito alguno y de la manera más natural le propone lavárselo. Junto al río. Denys, al que le encanta que le narren historias, también disfruta contándolas y mientras lava el pelo de Karen cuenta una anécdota. No recuerdo cuál porque lo que subyace en esta escena es la sensualidad. ¿Cómo olvidar las sensaciones que en ese momento está viviendo Karen mientras escucha y siente los dedos de su amado entre sus cabellos enredados? ¿Cómo olvidar ese jarro de agua fría sobre su pelo, la voz dulce de Denys y el cuidado con el que realiza su misión como si Karen fuera lo más preciado y delicado que haya tenido jamás entre sus manos?