18 comidas de Jorge Coira

Una tierra con encanto: Galicia.

A ser posible las calles de Santiago de Compostela.

Un ritual imprescindible: desayuno, comida y cena.

Una mesa y unas sillas.

Alimentos… y cerca una cocina.

A veces una sobremesa eterna.

Todo se adereza con personajes que sienten alrededor de un plato de gambas o unas carnes a la brasa o un buen café.

Esos personajes son una galeria de actores que se la juegan con la improvisación. Sólo saben la situación y quiénes son… después la libertad absoluta y surge la magia…

Se mezcla bien con sentimientos que todos padecemos y se representa la comedia de la vida. Con amores y desamores. Con discusiones y reencuentros. Con risas y lágrimas. Con soledades. Con ansiedades y dramas. Con secretos y fiestas. Con reuniones familiares o de amigos. Con sueños rotos y amores imposibles. Con esperas eternas… o con almuerzos sin palabras…

18 comidas es un festín de sensaciones.

Y comes con el músico callejero y bohemio con penas de amor. Con el inmigrante que viaja al fin del mundo y que se encuentra solo. Con la esposa aburrida de la vida cotidiana y solitaria, con ansiedades, que sueña con un amor del pasado que quizá le hubiera permitido una vida distinta. Con dos hermanos que se quieren y se odian a la vez… ambos esconden secretos el uno al otro. Con el señor maduro que tiene miedo a querer. Con el amante que prepara la comida a la amada que nunca llega. Con los amigos que viven en una juerga perpetua. Con la cocinera agotada que sueña con ser cantante de orquesta. O con los ancianos que ya no necesitan palabras…

Alrededor de una mesa se cuecen mil y una historias.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El primer western de Burt Lancaster

Ya en más de una ocasión he confesado mi amor sin barreras (me gusta ponerme enfática y dramática) hacia Burt Lancaster que estás en los cielos y siempre presente en metros y metros de fotogramas para que yo, humilde espectadora, los admire.

Después de esta confesión poético patética, me digno a teclear que persigo la filmografía de este hombre y veo todo aquello que tuviera en los créditos su nombre. Uno de los géneros donde el querido Lancaster haría de las suyas poniendo fuerza y presencia sería el western. Y el primero que vino a su vera lo rodaría en el año 1951, El valle de la venganza. Una del Oeste del montón normalita, con guión (me niego a escribirlo sin acento) previsible, pero que se ve con gusto…, con mucho gusto. Porque ahí está el héroe Owen con rostro de Lancaster y acompañado de buenos secundarios. Western mil veces más entretenido que un puñado de malas películas del siglo XXI y mucho mejor interpretado y hecho. Del montón pero con Lancaster, que ya dejaba ver sus buenas maneras para posteriores películas del Oeste que le convertirían en rostro mítico del género.

Mi adorado Owen, un hombre honrado, un hombre duro pero cariñoso, buen amigo, agradecido, un poco atormentado y hombre enamorado (pero qué bien se enamora)… No se pueden tener mejores cualidades. Hijo adoptivo de un buen hombre, un ganadero que se sabe anciano. Hermano adoptivo del hijo de sangre, Lee. Un cabeza loca que fastidia la vida a todo aquel que le rodea. Al padre, al amigo leal que ha vivido siempre para protegerle, a la esposa honrada, a la amante de corazón de oro, a los trabajadores fieles…, vamos toda una pieza. Y todos se pasan la vida protegiéndole y él erre que erre. Nació para ser una mala pieza…

El valle de la venganza es una película de reparto brillante que merece ser recordado. Ahí está la heroína veterana en el viejo oeste, lo mismo trabajaba con Hawks que con Ford, era la chica dura y amada. Ahí está el bello rostro de Joanne Dru. La acompaña la chica que hace su rol de amante buena, Sally Forrest (que como curiosidad sería la actriz fetiche de Ida Lupino en su quehacer como directora). Para los malos malísimos, el hijo desagradecido cuenta con el desagradable rostro de Robert Walker que ese mismo año triunfaría con su rol más famoso en Extraños en un tren. Y el otro malo malísimo de la función tendría la cara de John Ireland, secundario imprescindible desde los años cuarenta, y también en esos momentos esposos de la actriz principal, Joanne Dru.

El primer western de Burt Lancaster te permite correr por praderas en Technicolor para vivir un drama familiar lleno de traiciones y pasiones…

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Los girasoles (I Girasoli, 1970) de Vittorio de Sica

Otro director al que tengo gran cariño y del que disfruto cada vez que me sitúo frente una pantalla y proyectan una película suya. Me gusta porque me hace pensar pero me emociona también profundamente. Me gustan las películas que forman parte de su periodo neorrealista y también las que se alejan de sus postulados. Me fascina El ladrón de bicicletas, El limpiabotas o Umberto D pero también disfruto cada vez que veo Estación Termini, Dos mujeres o El jardín de Finzi-Contini.

Ahora me he dejado llevar por una historia de amor con final triste. Una película como Los girasoles funciona por varios motivos. Una historia bien contada y con una estructura que engancha. Una banda sonora inolvidable que acompaña las imágenes y te arrastra a todo un mundo de sensaciones, tenía que ser de Henry Mancini. La fotografía tranquila y siempre hermosa y detallista de Giuseppe Rotuno. Y dos actores que se convirtieron en una pareja cinematográfica con mucha historia. Empezaron su idilio cinematográfico en 1954 con La ladrona, su padre y el taxista y terminaron en 1994 con Pret a Porter. Ella era Sophia Loren, él era Marcello Mastronianni (cómo quiero a este hombre, cómo me emociona).

En Los Girasoles, él se llama Antonio y ella Giovanna. Son tiempos de guerra. Segunda Guerra Mundial en Italia. Donde la vida se vive en presente porque no se saba si mañana uno estará vivo. En esas circunstancias se conocen Antonio y Giovanna y viven su amor rápidamente, con emoción, alegría, ilusión, esperanza… a pesar de ser tiempo de guerra. Se casan porque así él consigue más días de permiso antes de que le envíen al frente, son tan felices que hacen travesuras para que nadie los separe, Antonio se finge loco… pero nada sirve. Antonio finalmente es enviado como ‘voluntario’ al frente ruso. Y Giovanna se queda esperando… Pero Antonio no vuelve. Es dado por desaparecido. Sin embargo Giovanna que le ama y recuerda profundamente no se rinde ante la búsqueda y si se tiene que ir a Rusia a buscarle se va. Porque ella es toda una napolitana que nada se la pone por delante. Y allí se va con la fotografía de su Antonio.

Así Los Girasoles es una película a la que le recorre por sus venas la nostalgia. Los amores perdidos. Como una guerra trunca una historia feliz y la transforma en otras historias, que no dejan tampoco de ser bellas. Como dos seres no pueden vivir su posible amor feliz por circunstancias históricas, porque sí señores la Historia con mayúscula afecta a las pequeñas historias de los seres humanos que pueblan el mundo.

Así tras unos minutos de alegría donde los personajes sólo viven el presente, carpe diem, después viene la búsqueda y el reflejo de una guerra dura que destroza y cambia vidas. Y Antonio y Giovanna te dicen todo con sus miradas, sus risas, sus lloros desgarrados y sus despedidas continúas porque las circunstancias nunca les dejaron estar juntos.

En Los Girasoles cobra mucha importancia los trenes, las estaciones y las despedidas o llegadas. El tren siempre está presente. El tren de la vida. La delicadeza con que se filman los interiores de las casas donde viven los protagonistas. La iluminación de algunas escenas donde están presentes aquellos personajes que se aman, como esa última conversación a la luz de una vela. La dureza de la guerra para un grupo de soldados italianos que caminan congelados y agotados sobre la nieve tras el velo de una bandera roja como la sangre de muchos que quedaron sepultados bajo campos de girasoles. A veces sólo les recuerda una cruz de madera con un nombre en una tierra anónima y lejana a su hogar. En Los Girasoles también vemos el miedo a la muerte y el agradecimiento y cariño ante la solidaridad que muestra un desconocido al que más allá de una guerra que separa le importa la supervivencia de un ser vivo que está solo. Y por eso puedes sentirte seguro y vivir una vida que sabes que no es la tuya… aunque a veces sientas que estás muerto.

Y en Los Girasoles te crees los rostros de Sophia y Marcello que te llevan de la mano por un tobogán de sentimientos…

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Macarroni (Maccheroni, 1985) de Ettore Scola

El jueves iba tranquila por la calle y me paré en un quiosco que exhibía y vendía bastantes películas. Y me puse a mirar porque a veces en los quioscos se encuentran ofertas asombrosas y películas curiosas. Mi sorpresa fue mayúscula cuando en una colección que sacó un periódico de tirada nacional se encontraba una película (desgraciadamente no en muy buenas condiciones) que llevaba años buscando desesperada una edición de dvd… incluso pedí a un compañero de trabajo que se fue a Roma que la buscara y buscara… y se trata ni más ni menos que de Macarroni o Macaroni o Maccheroni como ustedes gusten de mi querido Ettore Scola.

Me abalancé al dvd pero de pronto… no tenía dinero… ni un céntimo. No había cajero cercano y sí mucha prisa. Así que triste lo dejé en su caja y suplicando que no hubiera otro buscador similar a mí. Me marché. Ayer sin embargo tenía que volver a pasar por el mismo quiosco y esta vez sí que llevaba mi monedero bien lleno y me costó encontrarlo (lo habían cambiado de sitio) pero ahí estaba mi dvd querido con película-medicina, con fábula emocionante. Porque eso es Macarroni. Emoción pura y dura. No es película magistral, ni obra de arte, a veces ni aparece en los manuales de cine italiano y no digamos en los de historia general de cine. Pero es de esas películas que guardas en tu corazón. Yo la vi cuando era más joven por televisión en una emisión nocturna y me quedé absolutamente enganchada a una película que devoré con emoción…, años después seguía buscándola…

Con mi dvd en el bolso ayer llegué muy tarde a casa pero no me apetecía acostarme, ni leer, ni dormirme, ni ver chorradas en televisión… sólo quería volver a experimentar Macarroni. Y ¡oh sorpresa! la magia volvió a suceder… otra vez enganchada en la pantalla empapándome de una película a golpe de emoción y sentimiento. No, no, no es obra maestra pero te desborda. Y mucha culpa de este desbordamiento que provoca la sonrisa y la lágrima, que hace que te creas película medicina que sólo protagonizan buenas personas (los malotes apenas aparecen dos minutos)… la tienen sus intérpretes, sus actores protagonistas que son tan tiernos, tan humanos (no son empalagosos, no se asusten a pesar de mi tono)…Marcelo Mastroianni y Jack Lemmon. Marcelo es Antonio, un buen hombre vitalista, de fantasía desbordante, sensible… que hace todo lo posible por mantener felices a los que tiene a su lado…, un hombre sencillo. Jack es Robert un empresario serio que se ha olvidado de la alegría de vivir.

Y de su encuentro saltan chispas. Parte de una premisa preciosa. El hombre de negocios americano aterriza por cuestiones laborales en Nápoles. A la mañana siguiente recibe una visita de un desconocido, de un hombre al que no recuerda, éste le dice que es el hermano de su antigua novia napolitana, María. Le dice a Robert que si no recuerda que durante la segunda guerra mundial estuvo destinado en Nápoles y conoció a su hermana y a él…Lleva una fotografía. Pero los recuerdos de Robert son muy lejanos… Este primer encuentro no puede ser más desastre. Robert está malhumorado, no recuerda, su memoria no retiene… y Antonio se va defraudado ante un hombre que lo primero que le dice es que por qué le visita, si necesita algo…, algún favor, dinero. Y Antonio le contesta que él no viene a pedirle nada sólo iba a verle…

Sin embargo Robert trata de recordar y poco a poco durante su visita a Nápoles se le va dulcificando el rostro al volver la vista atrás… aunque no recuerda mucho, sólo a una muchacha bella. Y como Antonio se ha dejado la fotografía que le mostró y su tarjeta de visita… decide ir a buscarlo para devolvérsela y disculparse del mal humor del primer encuentro. Su sorpresa es mayúscula cuando se da cuenta de que todo el vecindario y la familia de Antonio conoce y admira al amigo, a Bob el americano, y lo tratan como si fuera uno más, con toda confianza… y él no puede entenderlo, no recuerda tan profunda amistad. Pronto descubrirá el secreto de la mano de un Antonio que agradece en lo más hondo de su corazón esta segunda visita.

A partir de ese momento se vuelven inseparables y Robert vuelve a reír o a sentir. A ser un volcán de sensaciones y emociones, a mirarse con otros ojos…, y a disfrutar de un amigo especial. Pero esta pelícla mágica-medicina es fábula y cuento por eso nos abandona con un final maravilloso y tierno que deja volar nuestra imaginación… nos podemos quedar con la realidad o creer en el milagro… Yo prefiero creer en el milagro que quieren que les diga y es que sólo en las películas creo en milagros… Además es un homenaje a Antonio, él siempre apuesta por la fantasía y la magia.

Y toda esta intensidad y plasmación mágica de la amistad debe muchísimo a los rostros, matices, miradas y transformaciones de dos hombres que fueron buenos actores porque logran transmitir y emocionar en cada fotograma. Y la química se produce (esa química especial que hace que dos actores sean grandes en cada instante que aparecen juntos) de tal manera que la lágrima o la risa se encuentra al acecho cada vez que Antonio y Robert deambulan por las calles napolitanas y protagonizan sus aventuras de seres humanos vulnerables…

Ettore Scola los sigue con respeto y un cariño tremendo por las calles, los restaurantes, los hogares, las cafeterías y teatros…, su mirada es toda sensibilidad porque ama a esos personajes y sus historias. Ama las calles napolitanas, los detalles, los estrambóticos personajes secundarios que conforman un Nápoles que se sabe duro pero también lleno de humanidad y vida…

Y el espectador no puede menos que dejarse llevar y sentir una enorme emoción que agazapada puede estallar de gusto…

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Películas que incitan a la lectura…

¿No les ha pasado alguna vez que están viendo una película y un personaje habla de un libro… y de pronto piensan, cielos, no me lo he leído y qué ganas tengo?

¿No les ha ocurrido?

La última vez que me ha pasado fue viendo el otro día El rayo verde de Eric Rohmer y me entero en uno de los diálogos de la película (y que da todo el sentido a la experiencia del personaje femenino protagonista) de que Julio Verne dentro de sus novelas que entran en el ciclo Viajes Extraordinarios… escribió una de romanticismo tierno que se llamaba precisamente El rayo verde.

Así también recuerdo como el niño protagonista de Los 400 golpes se entusiasmaba y creaba un altar a Balzac y su obra. Y si sigo con Truffaut recuerdo ese diálogo final con los hombres-libros y cómo los seres humanos se aprenden novelas enteras para que no se pierdan jamás, aunque se quemen o destruyan en Fahrenheit 451. Y vuelo y me encuentro con esa joven costurera china a la que la lectura la cambia la vida, el bueno de Balzac de nuevo, en Balzac y la joven costurera china.

Entonces ahora me vienen a la cabeza dos películas que están todavía en cartelera y no he visto: Mis tardes con Margueritte donde sus protagonistas leen y leen (y se unen por los libros y lecturas) o me entero de que la última película disfrazada de jóvenes de instituto tiene referencias con la novela La letra escarlata, me refiero a Rumores y mentiras.

Y entonces salto a peliculilla anodina para pasar la tarde pero que tiene el mérito de que te enciende el gusanillo de leerse toda la obra de Jane Austen (que miren ustedes que lo que me he leído de ella hasta ahora bien que me ha gustado). La premisa del film no era mala, seis personas muy diferentes crean un club de lectura de las novelas de Austen. La película se llamaba Conociendo a Jane Austen.

¿Recuerdan la última película que les ha incitado a la lectura pero porque un personaje habla de una novela o de un escritor en concreto?

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Diccionario cinematográfico (145)

Grito: dícese de una voz muy esforzada y levantada como el grito que lanza día sí y día no nuestro querido Tarzán, pero el de John Weissmuller. Otra acepción señala que es una expresión proferida con esta voz, parecida a la que exclama Marlon Brando como Stanley a su amada, arrodillado y al pie de la escalera… ¡¡¡Steeellaaaa!!! en Un tranvía llamado deseo. O la misma Vivien Leigh como Scarlet en Lo que el viento se llevó cuando en un atardecer increíble grita a Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre…También se define grito como una manifestación vehemente de un sentimiento colectivo. Así hay muchos gritos silentes en El acorazado Potemkin o en La huelga o La madre. O gritos que alzan o silencian al héroe en Juan Nadie. O gritos de turbas agitadas en Furia, La noche del cazador o La jauría humana. O gritos de muchedumbres que piden un cambio o justicia en Rojos, Germinal o Novecento.

El grito surge del amor apasionado tras una despedida o en una bienvenida o en una separación cruel que quizá conlleva la muerte del otro. Muchos han gritado nombres por amor… María y Tony en West Side Story o Derek a su hermano pequeño cuando aprende en sus carnes que la violencia genera violencia…, y no puede evitar que dañen a lo que más quiere en American History X. Muchos gritan ante la pérdida del ser amado como ese Al Pacino cuando matan ante sus ojos a su hija querida en El padrino III.

Muchas son las reinas del grito en el cine de terror. Damiselas ante el peligro que gritan desgañitándose y a veces ese grito sirve como salvación y otras veces preludia su muerte y gritos de dolor. O los reyes del terror que también dejan buenos gritos que se quedan casi sin aire en los pulmones. Cómo olvidar a Janet Leigh en la ducha o a la que hace de su hermana, Vera Miles, cuando descubre la verdad de Norman Bates en Psicosis.

Hay gritos de aviso ante el fragor de la batalla y otros que son de odio y otros cantan a la libertad o a otras palabras bellas. Hay gritos que son saludos políticos que te hielan la sangre. Hay personajes que gritan porque mandan, porque son poderosos, y pueden humillar con el grito… Hay personajes que gritan de desesperación o porque están perdiendo la cabeza. Otros gritan esperanzados para anunciar una buena noticia… y otros gritan horrorizados porque vislumbran algo peligroso…

El grito es cinéfilo.

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Cumbres borrascosas (Wuthering Heights, 1939) de William Wyler

Siempre he hablado de mi amor incontrolado por la carrera cinematográfica de William Wyler. No puedo evitarlo. Cada una de sus películas me descubre un hombre de cine con un dominio del lenguaje brutal. Cumbres borrascosas es una de esas películas para analizar con cuidado pues posee un montón de matices.

Primero es la adaptación de una novela universalmente conocida y mil veces estudiada (a la que tengo gran cariño). La única novela de Emily Brönte…, una de esas hermanas que vivían encerradas y vomitaron lo que guardaban sus cabezas en páginas inolvidables. Cumbres borrascosas se la ha definido a veces como una de las mejores historias que reflejan un amor loco. Y con eso se quedaron y eso fue lo rescataron de una novela con un montón de personajes, pensamientos, reflexiones e historias secundarias los guionistas Ben Hetch y Arthur MacArthur. Se centraron en ese amor irracional entre Cathy y Heathcliff.

La maquinaria del sistema de estudios se puso en marcha. Cumbres borrascosas es de esas películas que tienen una larga historia detrás de cámara que constituiría una novela entera donde los protagonistas principales serían el director perfeccionista y cabezota, Wyler; un productor que estaba hasta en la sopa y que quería innumerables cambios y el control absoluto de la producción; un actor británico, niño bonito de los escenarios que vomitaba todo su desprecio hacia un medio que consideraba menor, Laurence Olivier; y una actriz impuesta por el productor con cara de estrella bella, Merle Oberon, que sufría —a pesar de ser mujer de carácter— las imposiciones del productor (que sin embargo la mimaba en exceso), el perfeccionismo del director que se hartaba de hacerle repetir escenas y todo el odio de su compañero de reparto…

De todo este anecdotario, batiburrillo de sucesos y decisiones queda como fruto final la versión que conocemos de Cumbres borrascosas con la fotografía del experto Greg Toland y la música arrebatadoramente romántica de Alfred Newman así como un trabajo de puesta en escena brillante que nos traslada esta historia de amor fou y de pasión más allá de la muerte a un ambiente salvaje y libre con gotas de terror gótico. Una historia donde los contradictorios, bipolares e irracionales Cathy y Heathcliff dan rienda suelta a un amor sin ataduras pero que ellos mismos se empeñan con cada encuentro en romperse el corazón y ponerse mil y un obstáculos para no estar nunca juntos… en vida.

Como es de esperar los protagonistas cuentan con la compañía de actores secundarios solventes. Todos británicos. Y si una destaca entre todos sin duda es la olvidada pero llena de talento Geraldine Fitzgerald como la cuñada de Cathy, Isabella. La joven que se enamorará de verdad de Heathcliff sin darse cuenta de que ella no significa nada para él… y que se apagará en una casa donde sólo sentirá vibraciones de odio. También el rival en el caprichoso corazón de Cathy será un correcto e impecable David Niven, de señorito aristocrático que no puede entender cómo alguien tan despreciable, un mozo de cuadras, puede influir en el carácter de su señora esposa. O también destacamos la ama de llaves fiel y la narradora y testigo de este amor loco, Flora Robson. Su personaje es clave, es la que narra en flash back esta historia apasionada a un alucinado viajero que no comprende la oscuridad de la casa que le acoge en un día de tormenta y la oscuridad de los personajes que la habitan.

Mientras Wyler nos deja una historia romántica y pasional de amor más allá de la muerte en las manos de dos personajes complejos que igual se odian mortalmente en una escena como se aman desesperadamente en otra. El mozo de cuadras, sucio y soñador y hombre enamorado con cara de Olivier, que humillado se va a las Américas para volver como caballero elegante y vengantivo para saldar cuentas con todos los que lo humillaron de joven. A todos estos señoritos ricos que sobre todo le arrebataron a su único amor. Olivier está al borde de la exageración, pero sólo al borde, logrando así personaje intenso de una inocencia dolorida a un caballero oscuro y elegante que se desarma tan sólo con el nombre de Cathy. Merle Oberon es bella como una estatua que igual ama apasionadamente que golpea con sus aires de señora… y capaz de morir como nadie en brazos del hombre que realmente siempre ha amado. Aquel mozo de cuadras con el que se iba a su montaña donde ambos construyen su propio castillo aislados del mundo que les rodeaba, aislados de reglas, apariencias, clases y muros…

Así Wyler junto a Toland dan un tono fantasmagórico a la obra ayudados por el salvajismo del paisaje y lo siniestro en la casa de los protagonistas. Así logran dar el tono adecuado en los dos bailes que suceden en la narración puesto que ambos son claves para entender la psicología de los personajes y momentos importantes en el clímax de la historia. Así deámbula por las luces apacibles de la mansión del aristócrata que supone un mundo que Cathy quiere alcanzar pero que no le da la felicidad y el mundo oscuro y de sombras que supone su hogar con hermano lleno de odio y alcoholizado y con su caballero con pies de barro, el mozo de cuadra. Wyler pasea con su cámara por sus queridas escaleras, mira a través de las ventanas y de los espejos y logra un cierto ambiente poético y romántico que va más allá de la razón de los personajes…

Para visionar Cumbres borrascosas y dejarse todavía arrastrar por esta tenebrosa historia del siglo XIX hay que entornar los ojos y no dejar paso alguno a la razón…, si se puede ver con el corazón desbocado, mejor.

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Berlanga sonríe en paz

Berlanga sonríe en paz.

Siempre lo hizo.

Junto a Azcona, ambos echaron unas gotas de humor negro,

y así o bien en El verdugo o bien en Plácido nos reímos de temas muy serios,

tomamos cariño a personajes con luces y sombras, pura humanidad

y nos enganchamos a obras bien hechas.

Y es que Berlanga desde siempre creía en la ironía, la sátira, lo sarcástico, lo erótico, lo…, lo…, para dar su particular visión del mundo que lo rodeaba. Y con cariño trataba las miserias de todo ser humano. Por eso nos identificamos con lo berlanguiano…, todos sabemos de qué van las miserias del vecino… y ellos saben cuáles son las nuestras. Ja.

Así reímos en las calles de ese pueblo transformado en andaluz para recibir al amigo americano que pasa como un suspiro. O a esos otros mandamases que se les ocurre que para salir de la penuria, el jueves va a haber un milagro para que acuda la gente con devoción y de paso dejen unas pesetas.

Y es que Berlanga miraba el mundo con ojos de cineasta. Y veía a un tipo celoso de una muñeca hinchable. O a la familia Leguineche, de una alta sociedad esperpéntica, la hace protagonista de una trilogía delirante. O también mira a la guerra civil con ironía, humor, dolor y respeto con una vaquilla que no se deja cazar…, o de pronto lleva todos a la cárcel o nos deja huir a Tombuctú…

Pero algo estaba claro, Berlanga amaba la vida y sus placeres. Y disfrutaba de ellos. Era filósofo cotidiano que sabía reírse de los defectos siempre tan humanos.

Y en su labor de amante de los placeres a Berlanga le interesaba también el acercamiento a lo erótico y fetichista, a lo sexual. Así como las posibilidades que ofrece el sexo en la mente creativa del autor literario. Por eso provoca una sonrisa vertical que escupe páginas de literatura erótica.

Berlanga era directo. No cerraba su boca. Le encantaba inventar historias y contarlas. A pesar del dolor, siempre trataba de buscar la sonrisa e ironía que esconde la vida.

Hasta el final.

Porque era hombre apasionado.

Y hasta el final nos dejó frase profética:

«El dolor me jode, pero morirme me jode más…»

Y sin duda, Berlanga, no has muerto. Tu visión y humor queda para siempre en la retina del espectador que te disfrute. Seguro que cada día en el mundo, alguien está viendo una película tuya.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Más rostros olvidados…

El otro día lei la noticia de que había fallecido Jill Clayburgh que fue un rostro de los setenta aunque no se prodigó mucho en la pantalla de cine. Clayburgh alcanzó la cima con su nominación en Una mujer descasada de Paul Mazursky y trabajó con Pakula, Bertolucci o Costa-Gravas. Valgan estas líneas para traer de nuevo a un rostro olvidado y recuperar su filmografía (yo estoy bastante pez y también la recuerdo como uno de los amores —estuvieron conviviendo cinco años— de uno de los actores que más me gustan, Al Pacino).

Así viendo su filmografía me doy cuenta de otros rostros olvidados como, por ejemplo, Alan Bates, uno de los rostros que surgió del free cinema británico. Bates era un hombre cuya cara y cuerpo estaban unidos a una sensualidad masculina que pobló diversas películas de los sesenta y setenta, rostro de cine británico que dio su salto al cine americano y combinó ambas carreras. Bates es el protagonista de películas como Zorba el Griego, Lejos del mundanal ruido, Mujeres enamoradas o El mensajero. Como curiosidad señalar que en 1974 protagonizó una película (que no he visto) que dirigió el dramaturgo (también a veces ha sido guionista) Harold Pinter, Butley.

Barbara Hershey es otro rostro olvidado que empezó en el cine a finales de la década de los sesenta y continua aún hoy en activo. En su carrera hay papeles importantes e interesantes en películas como Elegidos para la gloria, El mejor, Hannah y sus hermanas o La última tentación de Cristo donde era Maria Magdalena. También cuenta con su rostro Un día de furia o la interesante El ojo público. Pronto la veremos en la nueva película de Darren Aronofsky, Black Swan.

Otro rostro que sigue en activo pero forma parte de la galeria de rostros olvidados es (o más bien que siempre están ahí y nunca se queman pero si se dicen sus nombres se provoca la cara de asombro y si se ven sus caras se dice: ah, sí hombre, claro, es conocida) Martha Plimpton. Adolescente-actriz que ha saltado a mujer-actriz que tuvo su momento de gloria en los ochenta con producciones cinematográficas como Los Goonies, La costa de los mosquitos o Un lugar en ninguna parte. Nunca ha desaparecido como actriz secundaria en distintas películas bien de corte independiente (Pecker, 200 cigarrillos) o comercial (Recuérdame).

Un rostro al que tengo gran cariño y simpatía alcanzó su cumbre en los años setenta con una serie de televisión que fue la continuación de una de las cumbres de la nueva época de oro de Hollywood, MASH (que dirigió en el cine Robert Altman). La serie alcanzó un eco y una popularidad espectacular y Alda era uno de esos doctores imprescindibles que provocaban el humor dentro del drama más absoluto. Se trata de Alan Alda. Alda también ha ido participando en la gran pantalla y ha ido elaborando una carrera cinematográfica (como actor y director) con titulos como  Dulce libertad (que también dirigió), Delitos y faltas,  Misterioso asesinato en Manhattan o Mad City. Aunque gran parte de su carrera también la ha dedicado a series de televisión de éxito.

En los años noventa de carrera imparable surge Annabella Sciorra. No tiene nombre de estrella que suene a todas horas pero sí presencia (es uno de los personajes de una de las series de televisión más míticas del siglo XXI, Los Soprano). Así a la Sciorra la vemos en El misterio Von Bülow, Fiebre Salvaje, La mano que mece la cuna… También forma parte del elenco de películas de Ferrara como The adicction o El funeral. Su carrera en televisión sigue prosperando…

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The Town. Ciudad de ladrones de Ben Affleck

Sí, señor. Película de género: ladrones de banco para el nuevo trabajo como realizador y guionista del actor Ben Affleck. Así como en su carrera como actor Affleck no encuentra su sitio, mete la pata y no saca provecho a sus registros (que no son muchos pero actores con menos han completado carreras interesantes), cuando se pone en plan chico creativo logra resultados. Así deja The Town donde no sólo escribe un guión y dirige con brío sino que se regala el papel protagonista y logra una película bien hecha y muy pero que muy entretenida, sobre todo para la espectadora que esto escribe.

Y es que Affleck no opta por ofrecer una obra cinematográfica original e innovadora sino que toma un género con todos sus ingredientes y ofrece una obra bien hecha con un estilo clásico pero con pulso. Así nos encontramos al chico de barrio de vida dura, atracador de bancos por tradición familiar e inmerso en este mundo por todo su entorno, pero harto de delinquir y deseoso de salir de las fronteras del barrio y afrontar una nueva vida. El chico duro con sensibilidad, honesto y de buen corazón pero que el entorno le ha hecho así, chico malote, se da cuenta de que está atrapado en su propio mundo. El chico duro está ya harto, y atisba otra vida cuando empieza a relacionarse con una chica sensible, que es directora de un banco al que han atracado y a ella misma tomaron como rehén. Esa relación es el resorte para decidirle definitivamente al cambio… lleno de obstáculos.

Así Affleck recrea una historia intimista pero a la vez llena de acción (repleta de atracos que te tienen sentada y nerviosa en la butaca de la sala oscura). Y con todos los ingredientes que hacían emocionante una película de gansters con aires de cine negro pero en el siglo XXI. Absolutamente todos. Y el que más me llama la atención es el siguiente: en los años treinta surgió con fuerza ese cine de delincuentes que presentaban a Paul Muni, James Cagney,  Clark Gable, el primer Bogart, Robinson… etcétera como hombres duros que ejercían la delincuencia a diestro y siniestro, sin embargo, el efecto que provocaron en el público estas películas fue uno de los focos de ataque de la futura censura de Hays: el público no se identificaba con los polis o con el lado bueno de las ciudades sino que se identificaban y convertían en héroes a los chicos malos y a la chicas malas (los buenos y las buenas eran seres aburridos e insulsos). Cuando se instaló el código Hays, uno de los requisitos era que estas películas tuvieran un fin moral: que se mostrara que estos hombres tenían que recibir castigo…, sin embargo, de nada sirvió, seguían teniendo más éxito los malotes. Además estos personajes permitían también el retrato del hombre o la mujer que sale de la miseria, triunfa y cae…, y claro tenían unas vidas de lo más interesantes nada lineales. Ben Affleck con The Town trabaja ese mismo concepto así el héroe que representa recibe todas los afectos del público, toda la comprensión (su amada, la chica buena, también le comprende), es un tío duro por las circunstancias pero tiene un buen fondo increíble… y sin embargo los representantes de la ley, los policias y los miembros del FBI (sobre todo Jon Hamm) reciben toda la antipatía del espectador y sus métodos nos resultan desagradables.

Por supuesto otros ingredientes que no podían faltar en este tipo de películas, además de buenas escenas de acción, son los personajes del mejor amigo del protagonista y la chica fatal así como una serie de secundarios de oro, que aparecen apenas unos minutos pero ya construyen un personaje. El mejor amigo, el otro duro, ese amigo al que se le va la cabeza pero tiene un sentido de la fidelidad al otro inalterable cuenta con el rostro de Jeremy Renner que con permiso de Affleck le roba escenas cada vez que aparece. Para él es el final espectacular entre disparos, él sí que está para siempre atrapado en el barrio y lo sabe. La chica de mala vida pero por las circunstancias de una vida siempre dura te rompe el corazón porque nadie de un lado y de otro se porta bien con ella (Blake Lively). El padre del protagonista nos basta verle una vez para reconstruir su vida, más lo que oímos de él a otros personajes, cuenta con la presencia de Chris Cooper. Y luego el mafioso malo malísimo, el que realmente da miedo, que tras su profesión legal de florista, esconde una personalidad terrorífica representado por Pete Postlethwaite.

A algunos les molesta la historia de amor. A mí no. Me parece fundamental para articular el resorte que necesita el héroe de la película para querer cambiar absolutamente de vida. Así la chica buena con cara de Rebeca Hall es el motivo para el deseo de cambio de vida para el personaje principal. Sin embargo, sí que es cierto que este héroe ve cómo el destino le depara la manera de saltar todos los obstáculos que se le ponen por delante para conseguir el cambio, así como en el cine negro al héroe el destino le pone zancadillas continuas, a Affleck el destino se lo pone a huevo para sin problemas de conciencia poder ir eliminando todos aquellos obstáculos que le impiden cambiar de vida.

Otro elemento que me gusta es el personaje ausente: la madre del protagonista cuya desaparición del hogar cuando él era niño y la reacción del padre construye mucho la personalidad futura del héroe. La fuerza y la presencia del papel de la madre (que también está siempre reflejado en esas historias de gansters de los años treinta).

A mí The Town me ha supuesto pasar una buena tarde llena de emociones con una película de género bien hecha (quizá lo que menos me convence es el final pero no puedo desvelarlo).

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