Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia (Birdman or the unexpected virtue of ignorance, 2014) de Alejandro González Iñarritu

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Hasta el último fracasado lleva un superhéroe a cuestas porque vivir día a día es una aventura de riesgo y mejor que nadie lo sabe Riggan (Michael Keaton…, para quitarse el sombrero), actor de segunda en Hollywood que tuvo su momento de gloria cuando realizó una serie de películas de un superhéroe especial, el hombre pájaro. Ahora busca una oportunidad de prestigio en Broadway, quiere ser actor reconocido, y se mete en la aventura de poner en pie en un teatro una obra sobre relatos de Raymond Carver bajo el título ¿De qué hablamos cuando hablamos del amor? (el mismo título de uno de sus libros de relatos)… Son los días previos al estreno, con el inesperado percance de uno de sus actores principales, y toda su vida emocional, como hace años, patas arriba. El delirio, el ritmo y la emoción están servidos.

Alejandro González Iñarritu sigue experimentando con las formas de contar una historia, continúa ahondando en las relaciones personales y las emociones pero se pasa a la tragicomedia para reflexionar sobre el cine, el teatro, la ficción, los actores, los personajes, el amor, el desencanto… y sale así airoso de su separación profesional del guionista Guillermo Arriaga, supera su bache con Biutiful y da un giro necesario en su trayectoria que le hace resurgir como cineasta con mucho que narrar en forma de cine.

Y es que Riggan, su protagonista, combate el estrés y el miedo con su álter ego siempre a su espalda que le recuerda tiempos de gloria y sus poderes supranaturales. Con su voz grave el hombre pájaro le incita a recurrir al terreno seguro y sin riesgo, seguir siendo superhéroe de pacotilla, pero esa vuelta también es un espejismo, porque Riggan es un hombre cada vez más mayor y cansado (cansado de volar)…, que quiere ser reconocido como profesional, como actor. Quiere que le admiren, que le quieran. Le pesa tanto la absurda fama del hombre pájaro… Riggan quiere mantenerse a flote, no seguir siendo un patético actor que fracasa no solo en su profesión sino también en su vida personal con su hija (Emma Stone), con su ex esposa (Amy Ryan) y con su pareja actual y una de las actrices de su obra (Andrea Riseborough). Riggan quiere una fama que es también un espejismo porque ahora las nuevas tecnologías están cambiando el concepto de este término y los caminos para llegar hasta a ella…

Riggan solo quiere ser un hombre amado y que su obra le dé prestigio, y no tener problemas u obstáculos…, pero los días previos al estreno le convierten en el hombre más vulnerable que hace esfuerzos por no estallar frente a los interminables problemas de última hora que se le van acumulando: problemas sentimentales, con su hija, con el actor principal, con el sustituto (… Edward Norton, sin palabras), con las sesiones de preestreno, con una crítica de teatro (Lindsay Duncan), con su insegura actriz principal (Naomi Watts), con su mejor amigo que tira y tira para que el espectáculo no se derrumbe (Zach Galifianakis), con sus dependencias, con sus recuerdos amargos…

Pero es la crítica, que no quiere dar la más mínima oportunidad a un ridículo hombre pájaro de celuloide, la que en un periódico plasma las palabras clave para entender a un delirante y desesperado Riggan, que se siente al borde del abismo emocional en todo momento, porque como dice la periodista (en su breve pero importante intervención) es esa “inesperada virtud de la ignorancia” la que logra hacer renacer al actor fracasado y que se arriesgue sin red al máximo. Es esa “inesperada virtud de la ignorancia” la que le hace volar de nuevo como un ave fénix o estrellarse como un Ícaro mitológico… y remover así los escenarios con las palabras amargas de Carver.

Alejandro González Iñarritu cuenta las peripecias del hombre pájaro entre bambalinas, corriendo por pasillos, subiendo a áticos, abriendo o cerrando puertas, en los camerinos, en las escaleras, encima del propio escenario o recorriendo un tramo de la calle Broadway (incluso andando rápido en calzoncillos)… con el estrés de un trucado pero efectivo plano-secuencia. Y Riggan es también un solo frenético y maravilloso de batería que persigue su estrés y miedo hasta la culminación final de caída y resurrección. Mientras, en este recorrido delirante, le acompañan un séquito de estrellas caídas o al borde del abismo que se hacen no obstante brillar unas a otras en momentos intensos o íntimos, emocionantes: el actor insoportable pero por puro miedo, la hija dependiente, desencantada y lúcida, la actriz insegura pero con la ternura por delante, la amante cínica con corazón grande, la ex que sigue dejando un beso en la mejilla como un agradable fantasma del pasado o el amigo frenético pero siempre fiel…

Y al final te quedas como esa hija de inmensos ojos azules que mira por la ventana y sonríe… porque ha visto algo inesperado.

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Generación de la televisión y las voces de los perdedores. Vuelve, pequeña Sheba (Come back, little Sheba, 1952) de Daniel Mann/ Requiem por un boxeador (Requiem for a heavyweight, 1962) de Ralph Nelson

Hubo una generación de directores americanos que durante los años cincuenta empezaron a formarse como realizadores en un nuevo formato que prometía y posibilitaba la innovación y experimentación (luego fue tomando otros derroteros donde importaba más los altos niveles de audiencia y el negocio que la calidad y la experimentación), la televisión. Así surgieron además de las primeras series de ficción, los dramas para televisión con actores de prestigio, buenas historias, buenos guionistas y jóvenes directores profesionales y preparados. Fue tal el éxito y la calidad de algunos de estos episodios dramáticos para la televisión, que varios de estos directores dieron el salto a la pantalla con la adaptación al cine de estos formatos televisivos. Así algunos de los casos más conocidos son el de Delbert Mann con Marty o Sidney Lumet con Doce hombres sin piedad. Ambas películas fueron antes un éxito televisivo y después otro éxito en la pantalla. El material de partida de alguno de estos dramas era el escenario de teatro pero también se crearon historias originales para la pantalla de televisión. En su salto a la pantalla, estas películas ya se realizaban fuera del sistema de estudios, al margen o eran proyectos excepcionales del gran estudio de turno, comenzaba a cobrar vida lo que se convertiría en cine independiente. Los directores de la Generación de la televisión se convirtieron en el puente entre los directores de prestigio de los estudios y los que darían paso a la generación del Nuevo cine americano con la caída del sistema.

Las primeras películas de estos directores eran historias cotidianas que daban voz a la otra América, a los perdedores o a los que tenían dificultades para vivir en el día a día. La pantalla trataba temas de realismo social que no estaban siendo tocados en grandes superproducciones o en el cine en general debido, entre otros motivos, porque el código Hays seguía activo y fuerte. Y empeñado en que no se hablase continuamente de dependencias, adicciones, pobreza, injusticia, relaciones humanas complejas… en personas como los propios espectadores, normales y corrientes, sin el glamour de un Marlon Brando o un Paul Newman o una Natalie Wood.

La sesión doble de hoy propone dos películas de dos directores más desconocidos de la Generación de la televisión y que antes fueron dramas para la televisión y después dieron el salto a la pantalla blanca. Son dos películas olvidadas pero ambas magníficas e interesantes a la hora del análisis. Sorprende no solo cómo se cuentan estas historias, sino qué es lo que cuentan y cómo están interpretadas.

Vuelve, pequeña Sheba (Come back, little Sheba, 1952) de Daniel Mann

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Un matrimonio que arrastra toda la amargura y la melancolía de lo que fueron, pudieron ser y son. Se quieren a su manera. Con unos códigos muy especiales. Viven solos, sin hijos. Ella descuidada, solitaria, vencida, hablando siempre del pasado con nostalgia. No para de parlotear. Ha perdido a su perrita Sheba y la echa de menos. Sueña con ella. Él es callado, introvertido, mira resignado pero a veces con infinito cariño a su mujer, sale todos los días a trabajar y lleva más de un año sin beber. Acude a Alcohólicos Anónimos. Ellos son Lola y Doc (Shirley Booth y Burt Lancaster). Y llevan con monotonía y conformidad sus vidas…, unas vidas que no han sido fáciles. De pronto, alguien entra en su hogar y su frágil cotidianidad se va rasgando de nuevo en mil pedazos. Porque Lola y Doc tratan de ser supervivientes y seguir juntos y no hundirse y desesperarse del todo. Ese alguien es una joven estudiante de Bellas Artes, Marie (Terry Moore).

Hay una cita colgada de la pared de las reuniones de Alcohólicos Anónimos donde acude Doc, que recuerdo más o menos así: “Señor, dame determinación para cambiar lo que se puede cambiar, serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar y sabiduría para distinguir una de la otra”. Y esto es lo que les va ocurriendo a Lola y a Doc cuando proyectan su pasado en Marie y sus experiencias con los jóvenes que rodean su vida. De golpe, vuelven todas sus frustraciones, sus sueños rotos, sus fracasos, sus miedos, sus secretos, sus errores…, poco a poco vuelven a quebrarse. En silencio. Casi sin darse cuenta de lo que está ocurriendo. Hasta que Doc no aguanta la visión de una botella de alcohol y entonces llega la catarsis emocional y es cuando somos conscientes del infierno que ha vivido Lola y del infierno de Doc. Pero son dos supervivientes emocionales… y tienen que seguir viviendo…

El material de partida de Vuelve, pequeña Sheba es una obra de teatro de William Inge que interpretó con éxito Shirley Booth que es la protagonista también del drama en televisión y en la pantalla de cine (además ese año gano el oscar a la mejor interpretación femenina… y merecido). Y en la pantalla acompaña a la actriz, que compone un personaje femenino complejo y lleno de matices, un Burt Lancaster poderoso como hombre fracasado y sin ilusiones que trata de superar su adicción, el alcohol. Un Burt que pasa de hombre introvertido y gris a estallar y mostrar sus frustraciones de forma violenta a través de la botella. Así el matrimonio de Lola y Doc es un matrimonio complejo que arrastra un pasado (ni mejor ni peor que muchos) y que ha construido un tipo de relación para sobrellevar el día a día. Para sobrellevar esos sueños rotos, esas frustraciones, esos fracasos y errores cotidianos…Y es que como decíamos, comentando otra película, el amor es extraño y puede ser muy doloroso y destructivo.

Daniel Mann además de contar con dos intérpretes que se meten en sus personajes y los modelan y construyen, se encierra en su hogar (sale con ellos tan solo a Alcohólicos Anónimos) y desarrolla su universo frágil que se desmorona con la llegada de la joven estudiante. Y narra esta historia a través de saltos y elipsis temporales atrapando momentos cotidianos e íntimos en el hogar. En el dormitorio, en la cocina, en el salón, en el patio… Encuentros entre el matrimonio. De Lola con la estudiante. De la estudiante con Doc. De los jóvenes que visitan a la estudiante. De los tres. Del cartero con Lola o Lola con la vecina. De Marie con un joven atleta. Y todos estos encuentros privados e íntimos terminan desatando una tormenta…, necesaria para volver a construir el frágil universo matrimonial.

Réquiem por un boxeador (Requiem for a heavyweight, 1962) de Ralph Nelson

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Tres son los perdedores que pululan por Requiem por un boxeador. Un boxeador de pesos pesados, su representante y su entrenador. Los tres llevan juntos casi dos décadas. Y han vivido momentos de gloria y ahora son días de caída en picado. El boxeador Mountain Rivera (prodigioso Anthony Quinn) ha sido tantas veces golpeado que en su última lucha contra Cassius Clay, el médico anuncia que si recibe un golpe más en uno de sus ojos quedará ciego. Así Rivera tiene dos caminos. En uno es apoyado por su entrenador de toda la vida que le aprecia de veras (Mickey Rooney) y por una trabajadora de la oficina de empleo (Julie Harris), encontrar un nuevo empleo digno que le ayude a vivir tranquilo. En el otro, supone ir a parar a los bajos fondos del boxeo, a los ring de lucha, convertirse en un luchador (un wrestler) que gana o pierde según el espectáculo. Y a ese camino le condena su representante (magistral Jackie Gleason) que anda hundido en apuestas no pagadas y otros asuntos turbios, está atrapado y necesita arrastrar a Mountain para sobrevivir.

Réquiem por un boxeador no solo emociona por un Anthony Quinn que arrastra un Mountain Rivera que te parte el alma en cada escena sino porque cuenta una historia cruda y dura hasta el final. Sin respiro. Y te cuenta una historia de perdedores de manera magistral, atestando golpes a la mandíbula sin parar hasta dejar KO al espectador con la última escena.

Ralph Nelson que ya llevó esta historia con éxito a la pantalla de televisión (con Jack Palance como el boxeador, qué ganas también de verlo), salta a la pantalla y cuenta con crudeza una caída al abismo. Conocemos a Mountain desde una cámara subjetiva, es decir, lo primero que sabemos de él es qué mira y cómo sufre sus golpes en el rostro en una mirada que se vuelve cada vez más borrosa. Vemos el rostro del contrincante, Cassius Clay. Cómo cae golpeado y es llevado a rastras fuera del ring… hasta que nos encontramos con su rostro partido frente un espejo…

La dignidad de Mountain, sus ganas de hacer las cosas bien y no darse por vencido, nos lleva de la mano con el corazón encogido. Sus recuerdos, su manera de hablar, su lealtad, su sentido de la amistad, su dulzura ante la mujer que trata de echarle una mano, su miedo al fracaso o al ridículo, su vulnerabilidad… Ralph Nelson arrastra al espectador a un tobogán emocional en tugurios de mala muerte y bajos fondos con sus pinceladas de cine negro, de destino oscuro. Pero regala momentos íntimos, confesiones y revelaciones duras y hermosas a la vez. Y todo va pintando el camino que Mountain toma finalmente, plenamente consciente. La caída libre… La película se abre y se cierra en dos rings muy diferentes. El recorrido vital de Mountain se cierra en círculo. Toda su dignidad se mantiene intacta…

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10 razones para amar Candilejas (Limelight, 1952) de Charles Chaplin

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Razón número 1: la historia de una bailarina y un payaso

… porque Charles Chaplin siempre explicaba desde el principio, sin máscaras, cómo iban a ser sus películas. Aquí con un rótulo nos decía, entre otras cosas, que nos iba contar la historia de una bailarina y un payaso en Londres antes de la Primera Guerra Mundial. Y eso es lo que ofrece Candilejas.

Razón número 2: la herencia de Charlot

… a pesar de la ausencia de Charlot, su espíritu recorre toda la película. Y es que Calvero es un Charlot que reflexiona, que vuelve a sus orígenes, a sus raíces… Calvero explica y completa a Charlot. Calvero es un “comediante vagabundo” (tramp comedian). Son indivisibles e inseparables. En Calvero se encuentra todo Charlot. La risa y la melancolía. La joven dama en apuros. La miseria. La pantomima. La historia de amor imposible. Su relación con los objetos cotidianos… Lo que ofrece un anciano Calvero es la amargura y el desencanto, frente a un Charlot que daba su patadita y seguía adelante. Con Calvero baja el telón…, termina el espectáculo.

Razón número 3: la herencia de Charles Chaplin

Porque el director y artista se desnuda en Candilejas y vuelve a los recuerdos de su infancia y a su preparación en los escenarios de varietés antes de la pantalla de cine. Porque bebe de su memoria y ‘dibuja’ y se ‘inspira’ y de alguna manera el espíritu y forma de vida de sus padres se encuentran presentes.

Porque cuenta su relación con los escenarios y reflexiona sobre el público, sobre la actuación, sobre el miedo al fracaso, a la sala vacía, a ya no hacer reír, a la dignidad del artista, al trabajo bien hecho, al espectáculo debe continuar…

Porque demuestra que tras el cómico, hay un hombre complejo, un artista desencantado…

Porque presiente momentos difíciles. Sus últimos años, prácticamente retirado, y viviendo un exilio de su país de acogida con profundas dosis de amargura.

Razón número 4: la pantomima

Porque Calvero es el rey de la pantomima y lo eleva a arte. Desde su primera aparición, alcoholizado, es un espectáculo de pantomima sin palabras. Sea en sueños, sea en el escenario, sus elaboraciones cuidadas, su lenguaje del cuerpo y del rostro relucen… Porque Charles Chaplin era un maestro cuidadoso y sus números eran trabajo de años y años. Su domador de pulgas es una composición de un espectáculo del pasado, en los escenarios, que también trabajó posteriormente para llevar a la pantalla en uno de sus cortos… hasta convertirse en el espectáculo estrella de Calvero.

Porque su personaje Calvero habla tanto por la boca como con el cuerpo. Así es capaz de transformarse delante de la bailarina en flor, roca o pensamiento.

Razón número 5: la melodía

Chaplin se preocupaba por cada detalle de sus películas. Y la melancolía y el desencanto es quizá su rasgo más llamativo. Y estos sentimientos son acentuados por otro de los aspectos que adoraba cuidar Chaplin de sus películas: la banda sonora y su composición. Así crea la banda sonora, la música de fondo, de Candilejas. Esa melodía emocionante que acompaña a la bailarina que danza. Y esa melodía cuenta una historia de amor imposible.

En la película la melodía es compuesta por el joven compositor Neville (que tiene el rostro del hijo de Charles Chaplin, Sydney Chaplin) para que la baile Thereza (Claire Bloom), la joven desvalida que renace con la danza. Y este personaje, el compositor, es una premonición de Calvero. Porque el viejo payaso consciente de la imposibilidad de su historia de amor, imagina para su Thereza, mirando por la ventana, una historia de amor con un joven y atractivo compositor. Él se inspira en una anécdota que le cuenta la bailarina sobre un joven al que le vendía papel para componer música… y con el cual no cruzó palabra alguna… Calvero imagina y su historia se convierte en realidad… ante la imposibilidad de la propia…

Thereza, la bailarina, es una mezcla de rostros y personajes: se cruza la madre de Charles Chaplin, con el personaje de dama desvalida que tantas veces personificó Edna Purviance, y con el ideal femenino del creador que desemboca finalmente en el rostro de su última esposa, Oona O’Neill.

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Razón número 6: Charles Chaplin y Buster Keaton

Candilejas huele a despedida obligada de una forma de arte, de un pasado. De una forma de hacer reír. De unos artistas que conquistaron escenarios y después se convirtieron en reyes del cine silente. Candilejas regala un número especial entre dos grandes. Regala un momento mágico donde Charles Chaplin y Buster Keaton muestran su relación con los cuerpos y los objetos. Y a la vez que nos hacen reír, nos envuelven en una atmósfera de algo que desaparece. Mientras los dos se preparan frente al espejo para el espectáculo, y todos les dicen que vuelven los viejos tiempos, ellos se rebelan con tristeza porque por su arte el tiempo no pasa… Y hacen esta afirmación evidente. Sin embargo, ambos embadurnan sus tristes rostros.

Razón número 7: interiores y entre bambalinas

En Candilejas vivimos en el interior de la habitación alquilada de Calvero. Una habitación que encierra recuerdos, tristezas, esperanzas y sueños… y en esa habitación se instala una joven bailarina herida sin ganas de vivir. Ahí se gesta su universo especial. El universo de la bailarina y el payaso.

Pero también nos empapamos entre bambalinas. Conocemos los entresijos del escenario. Los camerinos, los cambios de escenografía, los nervios del estreno, los ensayos, las pruebas, los miedos y las pequeñas miserias, los desencantos, los éxitos, el compañerismo, las extrañas familias…

Vemos cómo la línea de lo que se cuenta en los escenarios y lo que ocurre en la vida, a veces, es muy fina. Así Thereza representa con su danza la muerte de Colombina y la desesperación de Pierrot y los payasos… para después resucitar. En la vida ocurre lo mismo pero al contrario, el payaso fallece, en silencio y entre bambalinas, frente a una Colombina a la que ha transmitido ganas por continuar… y de esta manera sobrevivirá Calvero.

Razón número 8: la tristeza del cómico

Todos los cómicos de Candilejas encierran tristeza… empezando por el personaje de Calvero. Así se habla de la paradoja de la dificultad de la risa y cómo el que hace reír no tiene por qué ser feliz. Y cómo el cómico sufre también el miedo al fracaso y el miedo a que ya nadie ría sus gracias.

Su compañero, con rostro de Buster Keaton, transmite esa tristeza. Los músicos callejeros encierran tristeza. La dueña de la pensión donde habitan los personajes esconde tristeza y vida dura…

Las propias recreaciones cómicas de Calvero en los escenarios tienen un poso de tristeza y parten de situaciones trágicas.

Y si repasamos la historia de Buster Keaton o Charles Chaplin… no encontramos tanta comedia en sus vidas.

Razón número 9: Alcohol

Calvero y su alcoholismo es una manera de acercamiento a la figura paterna. El padre de Charles Chaplin era alcohólico y murió muy joven de cirrosis. Calvero reflexiona sobre por qué bebe y por qué está metido en un círculo vicioso. De nuevo vincula su alcoholismo al miedo al fracaso, a la sala vacía, a no ser gracioso, a no funcionar en el escenario… Con Candilejas, Chaplin trata de entender la vida de sus padres, es un acercamiento desde el respeto y la dignidad.

Razón número 10: la vida, el deseo, los sueños

Y es que Candilejas es un canto a la vida… a través de una historia fúnebre. Con un suicidio fallido de una joven bailarina y un payaso herido con corazón débil en tiempos de preguerra… Candilejas habla de aferrarse a la vida porque sí. A través de la imaginación y el deseo, para vivir momentos felices, para crear… Y como siempre pasó con Charlot, Calvero sueña y de paso nos hace soñar también a nosotros.

Candilejas solo es la historia de una bailarina y un payaso en Londres, a principios del siglo XX…, antes de la Gran Guerra.

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La entrega (The drop, 2014) de Michael R. Roskam

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Un cuento de Navidad con ráfagas de cine negro. Eso es La entrega, adaptación cinematográfica de una novela corta de Dennis Lehane que también es el creador del guion de la película. Un cuento de un tipo solitario y silencioso, aparentemente sin muchas luces, que de pronto va desvelando su personalidad ante varios cambios en su vida. Bob, que así se llama el protagonista (en la carrera ascendente de un Tom Hardy que se sale), es ante todo un superviviente. Vive en Brooklyn y es camarero de un bar que hace de tapadera para el intercambio de dinero negro de las mafias locales (dominadas ahora por los chechenos). En el bar trabaja junto a Cousin Marv (James Gandolfini, en su último trabajo). A los dos les unen lazos familiares estrechos y vida en común juntos, cuando Cousin Marv era el ‘rey’ del barrio y el dueño del local… y ahora es un tipo duro venido a menos que trata de recuperar su gloria perdida. Bob sigue su día a día en una rutina continua con su trabajo en el bar con clientes de toda la vida, los días en que el local es elegido como ‘caja’ de la mafía, sus mañanas acudiendo a misa sin tomar nunca la comunión y su paseo solitario hasta su hogar vacío.

Un día frío, de vuelta a casa, Bob escucha una especie de lamentos…, son los ladridos de un cachorro herido de pit bull tirado en un cubo de basura. Y además conoce a una vecina del barrio, porque el perro está en su cubo de basura, Nadia (Noomi Rapace), una joven bastante atormentada que arrastra un pasado que la pesa… A partir de ese momento la rutina de Bob se ve rota y el hombre duro se vuelve vulnerable, siente, ante dos nuevas presencias: el perro y la chica. El duro Bob que siempre controla, se atreve a dejar ver un asomo de sentimientos y fragilidades pero también a exacerbar su instinto de supervivencia. El duro Bob decide proteger lo que ama y sobrevivir y el silencioso Bob esconde mucho más de lo que muestra…

De pronto su rutinaria vida se pone patas arribas: un atraco en su local, las amenazas de los chechenos, los movimientos de Cousin Marv (que parece en un principio que es el que controla y poco a poco vamos viendo otro revés de su personalidad), la investigación de un inspector de policía que le conoce de las misas (con el rostro de John Ortiz) y la aparición de un tipo del barrio de pasado delictivo con graves problemas de salud mental que amenaza con arrebatarle tanto al cachorro como a Nadia (con el rostro del belga –como el director con el que ya trabajo en su anterior trabajo Bullhead– Matthias Schoenaerts, que su rostro llegó a la cartelera española a través de De óxido y hueso). El silencioso Bob irá moviendo las piezas…, su vulnerabilidad y su instinto de supervivencia…

Pequeña película pero contundente. Toda una sorpresa. Sencilla en su puesta en escena pero que atrapa una atmósfera y atrapa también la soledad de un hombre. Una película de perdedores que siempre pierden y otros que tienen una forma peculiar de aceptar segundas oportunidades y seguir perdiendo (por elección y supervivencia). Tan solo hay algunos personajes quizá desaprovechados en su desarrollo como el inspector de policía o la propia Nadia pero sospecho que el papel, el desarrollo y la presencia de ambos es bastante importante en la novela corta original (que aún no he leído). Un cuento de Navidad con ráfagas de cine negro para una tarde otoñal…

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A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis, 2013) de los hermanos Coen

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Los hermanos Coen acuden a universos míticos, religiosos, literarios y cinematográficos para que sus héroes, muchos de ellos perdedores, protagonicen sus historias. Así A propósito de Llewyn Davis sigue a mi parecer la estela de la extraña pero sugerente de Un tipo serio donde el protagonista es un perdedor que vive esa situación con conformidad y con una sensación de no poder salir del círculo de desgracias. Si para Un tipo serio, los Coen se centraban en la tradición judía y en el libro de Job… en A propósito de Llewyn Davis se van a la mitología clásica y rescatan a un Sísifo muy especial que es una y otra vez ‘castigado’ y condenado a ser un perdedor. Y vuelven a recurrir de nuevo a la Odisea de Ulises… si bien este personaje mitológico se transforma en gato. La idea de vuelta a casa o vuelta a la rutina del perdedor sin posibilidad de escape.

La Odisea ya había estado presente en O’Brother que cuenta el ‘viaje’ de tres presos en plena época de la Depresión. Época en la que están en los vagones de tren y en otros espacios populares cantando míticos artistas de folk como Woody Guthrie y Pete Seeger. Ahora los Coen se van a principios de los sesenta, en el Greenwich Village de Nueva York, para presentarnos a un Llewyn Davis que vive la ‘bohemia’ del cantante de folk como condena. Como todo un perdedor. Jamás conseguirá fichar por una discográfica grande. Condenado a los escenarios de bares, a largos viajes para poder tocar, y a pasar la noche en aquel sillón que esté disponible, a pedir dinero a sus conocidos, a veces sin abrigo, otras sin comida y siempre con su guitarra a cuestas. Arrastrando ya fracasos familiares, sentimentales y de amistad… Siempre con frío y con su guitarra. Sin posibilidad de salida. Cuando parece que toma una determinación, todo vuelve al principio. Y en esta ‘Odisea’ particular, conocemos el mundo que rodea a Llewyn. Su familia, sus amigos, su desastroso mundo en las relaciones, sus actuaciones, sus managers, los productores, los dueños de los locales, los desconocidos que se cruzan en su camino (memorables esos compañeros de coche que le tocan en suerte para ir a Chicago)…

Los hermanos Coen además no presentan a un Llewyn Davis encantador sino más bien a un joven complicado y bocazas que puede llegar a ser muy desagradable con los otros (sean amigos, familiares o desconocidos)… Siempre serio, siempre triste. Amargo. Finalmente no se rebela o desespera ante su situación ‘bohemia’ que finalmente se nos muestra como que no es elegida. Malhumorado y cansado, no puede salir del círculo. Sin embargo inspira ganas de protección cuando avanza por las calles frías, sin abrigo, y con un gato en brazos (Ulises, un gato que no debe perder de vista… y lo pierde varias veces). Arrastra la tristeza y el drama de sus canciones. Arrastra la humanidad de un ser condenado y perdido que echa de menos al amigo o que se siente incapaz de construir relaciones estables, se va con las novias de sus amigos o va dejando historias sin terminar…

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Lo que más me ha gustado de A propósito de Llewyn Davis es cada una de las actuaciones de este cantante folk (libremente inspirado en un personaje real, Dave Van Ronk, que habitaba en este barrio de Nueva York, e interpretado por el actor Oscar Isaac) y esa poética del perdedor a su pesar (justo al final ve cómo sube un joven al escenario… con cierto parecido a Bob Dylan, un triunfador de otra época dorada del folk norteamericano). Sus actuaciones en el bar (al principio y al final del film), la canción que interpreta al productor (con rostro de F. Murray Abraham), cuando llega a Chicago, en un silla, frente a frente… O esa canción a su padre que se encuentra postrado en un sillón… Y es que su vida es como sus tristes canciones (algunas rescatadas del repertorio folk)… y las buenas canciones siempre se repiten. Un deleite fijarse en las letras de las canciones…

Llewyn Davis está condenado al fracaso y a ser ‘bohemio’… y mientras sigue su triste senda circular, otros pasarán a la historia. Antes subirán al mismo escenario de Davis… pero tendrán algo que conectará con la gente. A Davis ni siquiera le regalan la posibilidad de conectar con su público…

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