Sirenas (Mermaids, 1990) de Richard Benjamin

Hay películas que simplemente cuentan bien una historia con unos personajes bien construidos (y eso no es cosa fácil). Algunas entran en la categoría de película-medicina. Es decir que sales con buen rollo después de su visionado y crees que el mundo puede ser cada vez mejor. Y además estas películas tienen varios puntos interesantes para sugerir darles una oportunidad para verlas de nuevo. Puntos de interés incluso en la forma de contarla.

Sirenas es una de esas películas. Recuerdo la primera vez que la vi que salí contenta del cine y con buen recuerdo. Ahora hace poco me la encontré en una estantería de unos grandes almacenes a precio de oferta… y quise revivirla. Saber si realmente merecía la pena el rincón en mi memoria. Y la sorpresa ha sido grata.

Un reparto atrevido, un director irregular que se encontró cómodo contando una historia y varios detalles que hacen que Sirenas no caiga en olvido y sea una película para ver, por lo menos una vez o dos o tres…

Ahí va la batería de asuntos que me vinieron a la cabeza al volverla a ver y que hicieron afianzarme en que era una película que me gustaba además de ser un buen recuerdo. Una historia narrada desde la nostalgia. Desde la voz de una mujer que cuenta un momento crucial de su vida: el paso de la adolescencia a la madurez. La nostalgia cuando es una sensación conseguida, funciona, en una creación literaria o fílmica. Nos situamos en el año 1963 en una pequeña localidad norteamericana. Ahí llegan unas nuevas vecinas: una excéntrica y explosiva madre soltera (una Cher que se hace con el personaje y se come a dentelladas la pantalla…) y sus dos hijas, una adolescente (… la voz en off, el punto de vista y la mirada es a través de este personaje interpretado por una Winona Ryder que ya mostraba sus dotes de actriz y su subida al estrellato) y una niña que es un prodigio en natación (que conquistó a todos, Christina Ricci). Como todas las familias tienen sus peculiaridades que las hacen distintas… y sobre todo son nómadas porque la madre en cuanto siente la más mínima atadura sentimental o mejor dicho problema a la vista, su decisión es tirar para adelante, coger el coche y empezar la vida en un nuevo territorio. Eso es lo que la hace fuerte, que no la rompan el corazón y no caer en la vulnerabilidad… No echar raíces. El conflicto surge cuando los intereses de la madre chocan cada vez más con los intereses de su hija adolescente. El conflicto es su enfrentamiento. La madre es rebelde, explosiva, un espíritu libre y judía no practicante… la adolescente se nos vuelve beata, quiere ser una monja católica, encontrar a su padre al que tiene idealizado… pero con las hormonas muy revueltas.

Pero ése es un año especial para las tres protagonistas… un año de esos que cambian la vida. Que forman un antes y un después. Y no sólo les cambia la vida a ellas, también es un momento crucial en la Historia de su país. En este mundo de féminas hay dos hombres que desbaratan su ‘caótico’ orden. Uno es el zapatero de la localidad con el rostro de Bob Hoskins y otro es el conserje y jardinero de un convento de monjas así como conductor del autobús escolar, un joven desencantado con el rostro de Michael Schoeffling.

Un reparto atrevido… cada uno parece de su padre y de su madre… y sin embargo logran una química especial entre todos. Y no sólo eso vuelve a mostrar a un Bob Hoskins como un hombre enamorado, creíble, como ya demostró en Mona Lisa. Sólo que allí salió perdiendo y aquí se le redime… El enfrentamiento madre e hija pasa por todas las fases: es divertido y termina siendo dramático hasta llegar a un momento catártico en que la relación vuelve a recomponerse. Y en ese momento catártico tiene mucho que ver Christina Ricci, una niña niña, divertida, que las dos quieren bien.

Un acierto total de la película es presentar a objeto de amor de Winona Ryder como un joven silencioso, desencantado, aburrido y sin mayores ambiciones, un personaje triste y anodino. Así Michael Schoefling está sobresaliente en su cometido de joven adulto también algo perdido… al que el encuentro con madre e hija le queda grande…, le supera.

Así nos encontramos con una película nostálgica que viaja entre la comedia y el drama que nos presenta de una manera cotidiana con unas gotas de excentricidad lo difícil que es construir una red de relaciones incluso en la familia más cercana. Cada personaje tiene su escena y están todos brillantes.

Dentro de la narración es un acierto cómo decide contar Richard Benjamin el desconcierto del pueblo cuando se desata la noticia de que John F. Kennedy ha sufrido un atentado y su posterior defunción. Ese momento de desconcierto que lo vemos en las reacciones de los ciudadanos mientras escuchan la radio, ven la televisión… coincide con el momento en que la adolescente se encuentra más perdida y sola. Cuando más siente que no puede contar con los más mayores para que resuelvan su incomodidad constante. En ningún momento el director emplea el recurso de que se vean las imágenes del asesinato sino que sólo vemos las reacciones y las voces de los testigos desolados…

Así que vamos poco a poco por este viaje a la nostalgia que termina con melodía y baile de sus protagonistas. Porque después de la tormenta viene la calma…

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