The artist de Michel Hazanavicius

Me viene a la cabeza un término más asociado a la moda y complementos: vintage. The artist la definiría como una obra vintage. Que cuenta con ingredientes que ‘recrean’ un estilo cinematográfico de otros tiempos (cine silente) con un toque o retoque personal del director Michel Hazanavicius con unas gotitas de creatividad. Y lo curioso es que este estilo vintage lo emplea para narrarnos un momento actual y crucial en el mundo del cine (y por qué no aplicado a otros asuntos de la vida). Hazanavicius pone en marcha una película muda, con intertitulos, blanco y negro y acompañamiento musical para contarnos cómo afectan los cambios al ser humano. Pero también cómo ese mismo ser humano se adapta a esos cambios aunque puede haber una resistencia a ellos… y esos cambios pueden ser las rápidas transformaciones tecnológicas que afectan a determinadas artes como el cine. En un momento fue la incursión del sonoro… ahora está cambiando todo (la era digital del cine y la fotografía)… hacia un camino todavía de transición pero que, sin duda, seguirá ‘contando’ historias a través de las imágenes.

Michel Hazanavicius ya se había servido del ‘juego cinematográfico’ con estilo vintage en dos comedias anteriores con el agente OSS117 y ‘recreando’ en clave de comedia el cine de espionaje. Ahora con The artist sigue ‘jugando’ pero además ofrece una carta abierta de amor al cine. Y este francés vuelve los ojos a un Hollywood ‘imaginario’. Su propio Hollywood silente. Un Hollywood de transición del cine silente al hablado (1927-1932) para contarnos, a la manera de los ‘populares’ melodramas mudos americanos con gotas de comedia sofisticada, la historia de éxito y caída de un famoso actor de cine mudo que se resiste al cambio (cine sonoro). La historia tiene una estructura mil veces repetida: un actor en la cumbre de su carrera conoce a una extra y le ofrece su primera oportunidad. Llega el sonoro y el actor famoso va decayendo y fracasando y la joven extra se convierte de promesa a estrella. Sin embargo ambos viven una historia de atracción que se inicia cuando actúan por primera vez juntos, él como estrella, ella como extra, y se realizan varias tomas falsas de un baile que escenifica ‘la atracción eterna’, el enamoramiento que sentirán ambos. A pesar de su trayectoria inversa seguirán sin embargo unidos. Es otra versión más de Ha nacido una estrella (más cercana a la versión de 1937, de Wellman, protagonizada por la Gaynor y March) pero con final más optimista.

The artist es la recreación de un imaginario que realiza guiños diversos a referentes cinematográficos. Así George Valentin (un carismático Jean Dujardin) puede recordar en sus tiempos de gloria a Douglas Fairbanks, en su decadencia a John Gilbert, y en el fervor que despierta en las masas y a las féminas (en su momento de éxito) al fenómeno Valentino. La actriz en ascenso (Bérénice Bejo) en su ‘modernidad’ recuerda a la flapper por excelencia Clara Bow o a esa chica que representaba esa ‘modernidad’ de los 20 (pero que nada quiso saber del glamour ‘dirigido’ de Hollywood) Louise Brooks. Pero su historia tiene ecos (“Quiero estar sola”) de una Greta Garbo que ve cómo a su galán cinematográfico John Gilbert la industria le da la espalda en el sonoro. Y la diva tiende su mano y su influencia en La reina Cristina de Suecia.

Y como el asunto va de recreaciones de imaginarios también sentimos la influencia de otra ‘recreación’ de la época el maravilloso musical Cantando bajo la lluvia. Así George Valentin también nos puede recordar al Don Lockwood de Gene Kelly. O nos encontramos con una paterneire femenina muy al estilo de una Lina Lamont a lo Jean Hagen. Todo se mezcla con una imagen ‘ideal’ del Hollywood que en el mismo 1928 refleja King Vidor en la olvidada (pero interesante) Espejismos donde Marion Davis es Peggy Pepper, una joven que llega al estrellato (la protagonista de The artist se llama Peppy Miller). Y si seguimos con las recreaciones de imaginarios descubrimos cómo el espíritu destructor que invade a Valentin y su nostalgia hacia un pasado silente puede ser el reverso masculino y ‘dulcificado’ de una decadente Norma Desmond. Hasta el perro (increíble actor también) que acompaña a Valentin en su desgracia tiene referentes cinematográficos. Quizá los más reconocibles: Asta el perro del personaje de William Powell en la serie de El hombre delgado o si nos vamos al terreno dramático, mascota que acompaña al personaje también en su derrota, quizá nos encontremos con el neorrealista Flike (que acompaña a un Umberto en continuo derrumbe y fragilidad).

Otra cosa en la que se centra Hazanavicius es en la recreación de las grandes salas de cine donde el público siente y se emociona ante lo que ve en la pantalla (ríe, llora, disfruta), cómo eran templos de generar ‘hambre de cine’ y también como zonas de ‘escape’ de una situación económica precaria (el crack del 29). Algo que puede entender muy bien el espectador de hoy. Y como en aquella época uno de los géneros que más servían a la ‘evasión’ eran los musicales con coreografías de Berkeley o las películas protagonizadas por Fred Astaire y Ginger Rogers (culminaciones ya del cine sonoro).

Por otra parte Michel Hazanavicius aprovecha los efectos sonoros (no sólo la banda sonora), que le permiten jugar, para contar su historia silente. El ejemplo más evidente es la pesadilla que protagoniza George Valentin al sentir la amenaza del cine sonoro en su silencioso mundo. Porque el director recrea y juega y es virtuoso en ello.

Pero el director francés consigue finalmente una película sencilla (pero profunda) y que sobre todo logra emocionar al espectador que finalmente, sale de esta tragicomedia, con una sonrisa. Otra sorpresa agradable es el encuentro con actores (esta vez americanos) que esbozan buenos personajes secundarios. El fiel chófer de Valentin recupera el rostro de un altísimo secundario de oro, James Cromwell; la esposa frustrada de Valentin con el rostro de una olvidada Penélope Ann Miller (que protagoniza una secuencia con ecos wellenianos a lo Ciudadano Kane, y es la evolución de un matrimonio que se descompone mediante los distintos desayunos), o el productor que pega la patada a su estrella muda porque no se adapta a los nuevos cambios con el rostro de John Goodman. Hazanavicius recupera a un también olvidado y mítico Malcolm McDowell en un buen cameo. El director ha logrado calar con su estilo vintage su personal ‘recreación’ de un cine silente lejano… Siéntese en la sala, deje que las luces se apaguen, y dispóngase a emocionarse.

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