El niño de la bicicleta de los hermanos Dardenne

El niño de la bicicleta es el reflejo hermoso del amor incondicional. Sin pedir nada a cambio. Es el reflejo de que en el mundo hay buenas personas. El niño de la bicicleta se centra en Cyril (Thomas Doret), un niño de once años herido, que busca ser amado. Y una peluquera Samantha (Cécile de France)… que se cruza por su camino y le ofrece todo su amor. Y los Dardenne nos hacen sufrir y nos cuentan una historia no carente de dureza para finalmente regalarnos un ‘milagro’ maravilloso porque Cyril ahora sabe que puede sobreponerse a todos los obstáculos de la vida porque siempre hay alguien al final del camino que le espera. Que le llama. Que se preocupa por él…

Y toda esta historia con final feliz nos la cuentan los hermanos Dardenne con su sobriedad habitual, su distancia siempre presente y su manera de narrar cinematográficamente…, consiguiendo que el espectador se retuerza en sus butacas angustiado por Cyril y Samantha o que suspire por esos momentos de felicidad conseguidos.

Los hermanos Dardenne siempre cuidan los rostros elegidos. Y Cyril te llega al alma con esa mirada vulnerable y esa violencia desbocada cada vez que le pasa algo. Es estremecedor sentir cómo lo único que busca es el amor y la aceptación del padre… y como finalmente se da cuenta que ese amor que está buscando se lo está ofreciendo Samantha. Y la peluquera Samantha ofrece ese amor sin condiciones, conecta con Cyril desde el momento en que el niño se abraza salvajemente a ella en la clínica médica para que no se lo lleven sus monitores al centro.

Y alrededor de esta relación mágica que se construye a lo largo de El niño de la bicicleta pululan una serie de personajes secundarios que se convierten en obstáculos de la relación o en piezas que hacen avanzar esa fuerte unión entre Samantha y Cyril. Una relación no carente de dificultades. Así está el padre que rechaza, encarnado por el actor fetiche de los Dardenne, Jérémie Renier. Protagonista de escenas que provocan dolor en Cyril y en consecuencia al espectador o ese macarra que en un sendero oscuro quiere llevar por otro camino a Cyril, porque descubre su rabia, y quiere canalizarla hacia otros derroteros.

… Así seguimos a Cyril en su carrera desesperada hacia el amor incondicional en su bicicleta, por la que lucha con uñas y dientes, porque ahí es donde se siente libre, con capacidad de huída hacia un mundo mejor, como un Antoine Doinel del siglo XXI. Y sólo al final admite en estas carreras solitarias en su bici a una acompañante, Samantha. Ésta es la historia de dos personas que se encuentran e inexplicablemente conectan profundamente para lo bueno y lo malo. Los Dardenne después de dejarnos el corazón encogido y desesperanzado en El silencio de Lorna nos dan una inyección sobria de optimismo en El niño de la bicicleta.

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