Voces de muerte (Sorry, wrong number, 1948) de Anatole Litvak

Nota: ruego que si nunca la has visto no leas el siguiente post pues desvelo partes muy importantes de la trama y puedo empañar el gustazo que es verla por primera vez…

El rostro de Barbara Stanwyck en Voces de muerte convierte esta película en inolvidable. Pero son muchos los ingredientes que la hacen especial. Nos la cuenta Litvak, con sobria elegancia y ambiente asfixiante, con una mujer enferma, un teléfono, sus interlocutores y varios flashbacks muy bien colocados.

Litvak no va a partir para realizar esta película de un guion original, una novela, un recorte de periódico o una obra de teatro… sino de una obra escrita exclusivamente para la radio. Donde la voz juega un papel importante. La voz y el teléfono. El teléfono como vía única de comunicación, como vía de enganche con el exterior, como vía para enfrentarse a la soledad, los recuerdos, la enfermedad, el peligro, el miedo, la tristeza; como vía para encajar las buenas y las malas de noticias… Un montón de películas y escenas se me vienen a la cabeza donde el teléfono tiene misión especial y es protagonista único de secuencia o historia. Y en especial siempre viene Voces de muerte.

Y uno de los muchos elementos que hace de Voces de muerte especial es el personaje femenino bajo el que recaé toda la obra cinematográfica. Una Stanwyck, que como acostumbra, devora al personaje a pedazos y lo escupe dejándonos autenticidad en toda la pantalla blanca. Porque esa mujer a la que se nos presenta durante los primeros minutos como una dama inválida y solitaria enamorada y preocupada por un marido que no llega, que se asusta ante lo que escucha en un cruce de llamadas donde dos hombres ultiman detalles para eliminar a una mujer a las 23.15 de la noche… va evolucionando cada minuto dejándonos el retrato de una mujer compleja a la que aprendemos a ir odiando (porque es mujer manipuladora, castradora, egoísta y niña eterna con dinero y poder acostumbrada a hacer siempre lo que le da la real gana sin tener cuidado en si hace daño o no a aquellos a los que quiere) poco a poco pero que también nos sobrecoge en su vulnerabilidad, nos empuja a esa compasión que hace que sintamos totalmente empatía con su persona y nos pongamos totalmente de su parte. La Stanwyck logra trasladarnos su angustia, su miedo, su reconocimiento y análisis de todo lo pasado, su terror, su arrepentimiento final… y nos deja las ganas de que no se convierta en la víctima de un asesinato que sentimos de todas, todas injusto, muy injusto… Porque nos deja el retrato de una mujer con todos sus defectos, pero también virtudes, con toda su vulnerabilidad al descubierto… y no queremos que finalmente muera asustada y sola.

Al igual que finalmente le ocurre al esposo sobrepasado y desesperado por las circunstancias… y culpable de una situación calculada y planeada por haberse sentido siempre hombre perdido, manipulado y atrapado (sólo quiere ser un hombre libre que maneje los hilos y no un mero títere en manos de su esposa y de su suegro) tras su imagen de tío duro y emprededor con pasado que le ha curtido… y también desequilibrado. Un, como no, correctísimo Burt Lancaster, que comenzaba a despuntar, y que en sus inicios se pone como nadie en la piel de tipos duros pero vulnerables que cometen errores que les destrozan la vida y les dejan sin segundas oportunidades.

Así Voces de muerte deja el retrato de dos personalidades dolorosamente humanas que protagonizan una tragedia provocada por la construcción de una relación equivocada y compleja que va minando y destruyendo a cada uno. Aunque los dos se atraigan…, los dos se van autodestruyendo poco a poco. Los dos son hombre y mujer fatal, los dos son víctima y verdugo. Y ésa es la fuerza de esta película que tras en principio una anécdota banal se va construyendo una compleja red de situaciones que derivan en un final trágico.

Y Litvak (hombre a tener en cuenta con títulos interesantes en su carrera cinematográfica) sólo necesita una Stanwyck grande y brillante en una habitación amplia que se convierte en jaula y un teléfono que la va descubriendo toda una trama (de la que también se siente culpable) que perturba su hasta ahora ‘tranquila’ vida. El director nos hace salir de la ‘jaula’ de la víctima para presentarnos los ambientes de los interlocutores al otro lado de la línea que van despejando incógnitas (¡benditos secundarios!) y también en largos flashbacks que nos cuentan esa historia que explica la situación a la que se ha llegado en una noche oscura donde una mujer inválida se encuentra sola en su habitación acompañada tan sólo de un teléfono…, ya apenas queda tiempo, se acercan las 23.15…, y un hombre sube las escaleras.

Escalofriante.

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