Westerns atípicos. La metamorfosis de un género (y III). Las aventuras de Jeremiah Johnson (Jeremiah Johnson, 1972) de Sydney Pollack

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Último paseo por westerns atípicos y ahora toca el turno de un nuevo director del momento, años setenta, Sydney Pollack, que estaba no sólo construyendo su relación profesional con el actor Robert Redford sino también un cine de corte progresista. En Jeremiah Johnson, el director une su visión progresista del mundo –y avisa que son tiempos de estar fuera del sistema y reconectar con la naturaleza– con un western empapado de aventura. Jeremiah, un héroe que se convierte en leyenda (de nuevo como en El día de los tramposos o en Pat Garrett y Billy El Niño, las canciones tienen una función narrativa), simboliza a un hombre que quiere vivir fuera del sistema porque le ha herido y quiere retirarse. Alguien con quien pueden identificarse muchos en aquella generación… y ahora también. La película refleja el desencanto que arrastra una generación y expresa la necesidad de encontrarse uno mismo en un camino que no va a ser fácil. Un mundo de descubrimientos, de saber leer la naturaleza, de inevitablemente (aunque quieras estar solo) convivir con otros: con los que son diferentes a ti y con tus iguales con los que chocas cada día.

Jeremiah Johnson tiene una primera parte absolutamente apasionante de construcción de un personaje y su leyenda. Y una segunda parte que es su consolidación que a mí me desconcierta bastante. Efectivamente la primera parte es de aprendizaje del personaje de Jeremiah que empieza a ‘leer’ las montañas y se da cuenta de que en ese camino no puede prosperar solo. Así se encuentra con un viejo cazador de osos que le enseña a sobrevivir. ‘Adopta’ a un niño que no habla, Caleb, que encuentra en una casa aislada donde vivía con su madre y hermanos esperando a la figura del padre (los primeros colonos); los indios han pasado por ahí y han matado a sus hermanos y han dejado a su madre sin salud mental. También recibe lecciones de otro superviviente de las montañas calvo o con pelo pero siempre con bigote. Jeremiah trata de relacionarse, desde el respeto, con los indios. En una de sus aventuras le casan con una joven india… Y termina formando una extraña familia con un niño que no habla y una joven india con la que no se entienden en el mismo idioma. Parece que, por fin, Jeremiah ha encontrado su felicidad fuera del sistema, en las montañas.

Pero llega la segunda parte compleja y contradictoria (quizá tiene que ver la pluma del guionista y posteriormente director John Milius, un hombre que no es precisamente fácil y que ha desarrollado una ideología compleja de tintes conservadores bastante diferente a la de Pollack… Hace poco se ha realizado un documental alrededor de su persona –que no he visto y que me llama mucho la atención– donde parece ser que él se denomina en un momento dado como anarquista zen)…, ante un hecho desgraciado que acontece en su vida, por ayudar al ejército a encontrar a unos colonos aislados (y saltarse una norma india al cruzar un cementerio), Jeremiah Johnson se convierte en un vengador silencioso que declara la guerra a los indios que han roto su felicidad. Y viendo en la primera parte cómo se resistía a la violencia y a atacar a los indios (o cómo se resistía a cualquier enfrentamiento o conflicto), choca cómo se transforma en un hombre que los acecha, sin compasión alguna. Esta segunda parte también contribuye a forjar la leyenda, es un hombre que nunca muere y siempre ataca, el come hígados. Solitario y condenado a estar continuamente huyendo, aunque ahora sabe leer la naturaleza (y decide continuar fuera de la ‘civilización del hombre blanco’ que ya le ha decepcionado suficiente), quiere estar en las montañas (se identifica con ellas y la vida que le proporcionan) y finalmente su enemigo le respeta (los indios) y él respeta a sus enemigos en una lucha de igual a igual…, como se adivina en el saludo y sonrisa final de Jeremiah a un indio con el que siempre se ha encontrado desde que era un inexperto hasta convertirse en un hombre de las montañas, una leyenda. ¿Es el mejor final para un fuera del sistema? ¿Es inevitable el enfrentamiento, el desencuentro, el distanciamiento y el desencanto?

Sydney Pollack crea un western de aventuras apasionante donde yo, como espectadora, me siento más identificada con el Jeremiah Johnson de la primera parte. Los momentos con su extraña familia son lo más cercano a un ideal de vida feliz y plena.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Westerns atípicos. La metamorfosis de un género (II). El día de los tramposos (There was a crooked man, 1970) de Joseph L. Mankiewicz

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Los ecos del Nuevo Cine Americano ya estaban en plena eclosión en 1970. Y esos ecos era una mirada diferente sobre diversos temas. A esa mirada influyeron los tiempos que corrían de desencanto y cambio, la caída del código Hays y del sistema de estudios y una nueva generación de trabajadores del cine (directores, guionistas, actores…). Pero muchos de los ‘maestros’ siguieron creciendo y creando últimas obras fascinantes… Uno de los que siempre arriesgó, tanto en sus guiones como en las películas que dirigió, fue Joseph L. Mankiewicz. Así en su penúltima película toma un género que no había trabajado nunca, el western, y realiza uno atípico pero fascinante, como ya ocurrió cuando llevó a cabo su único musical Ellos y ellas. Su desencanto con el género humano casa con el desencanto de los tiempos y crea una película cínica y demoledora con humor negro pero con dosis de amargura (o por lo menos a mí me ha provocado amargura). Además esta vez no escribió el guion sino que se apoyó en el de dos jóvenes creadores que ya habían ofrecido la historia de Bonnie and Clyde (que se suele nombrar como la película inaugural del Nuevo Cine Americano).

El día de los tramposos refleja toda una galería de hombres ‘deshonestos’ que terminan en una prisión federal de Arizona perdida en medio del desierto. Y en esa prisión el grupo gira alrededor de dos hombres: el encantador bandido con gafas, Paris Pitman, y con rostro de Kirk Douglas y el nuevo alcaide (antiguo sheriff disparado en la pierna por uno de los ahí encerrados e incapacitado para seguir ejerciendo) con ganas de reformar los métodos arcaicos de la prisión con otros más humanos y sociales (dotar a la cárcel de comedor, enfermería u otro tipo de ocupaciones para los presos…) y una aparente moral inquebrantable con rostro de Henry Fonda. Y sobre todos ellos medio millón de dólares, que tan solo sabe su paradero el bandido Paris Pitman (pues él mismo los robó y escondió). Por eso el objetivo de este hombre será huir de la prisión a toda costa… y busca aliados.

… en esta película del oeste más que la acción, funciona la picaresca y la inteligencia para salir vivo de la prisión y conseguir el botín que permitirá una vida sin ley y con dinero al otro lado de la frontera, en México. Así Paris Pitman engatusa a todos sus compañeros de celda pero también al nuevo alcaide (con el antiguo había pactado un ‘reparto’) y a los propios espectadores que caen rendidos (como servidora) a sus encantos. Es un hombre con carisma. Sin embargo, desde el principio se nos advierte de que es un bandido sin escrúpulos y que utiliza a las personas para conseguir sus fines, sobre todo, quedarse con el botín. Como también somos conscientes de que pie cojean cada uno de los asesinos, estafadores, antiguas glorias (y de sus debilidades)… que conviven en la celda. Aunque no se para ahí El día de los tramposos, igual de deshonestos que la pandilla que se encuentra encerrada en la celda, son los hombres de bien: el padre de familia, el juez, los guardianes, el antiguo alcaide e incluso el hombre que nos parece más honesto de la función nos ofrecerá su cara oscura, su rostro oculto (sin embargo, y parece ser que hubo cortes en su papel, el de Henry Fonda es el que me parece menos logrado aunque es fundamental para la trama y la sola presencia de Fonda le otorga un poderoso final). El día de los tramposos es un sálvese quien pueda. Y el que sea más hábil jugando, se llevará el botín. El más inocente (que lo hay) perderá la vida sin entender que es lo que ha ocurrido, ni saber que ha sido vilmente manipulado. Otros se darán cuenta del engaño. Y el de más allá perderá la cordura. El de más acá se creerá vencedor pero no se dará cuenta de que hay un destino, un factor suerte…

A pesar de parecer un western vodevil envuelto en película carcelaria con reformas sociales, El día de los tramposos es una demoledora película sobre lo sombrío de la condición humana muy acorde con los tiempos que corrían (y con los que corren ahora)… Tiene un ritmo alegre, divertido y pícaro pero por detrás va dando mazazos, golpes y dejando a la luz un mundo oscuro, triste y perplejo. Cuenta con una galería de actores excepcional pues a Kirk Douglas y Henry Fonda, se unen unos secundarios de lujo, con unos personajes maravillosamente perfilados, como los geniales Hume Cronyn (estafador, homosexual y pintor de ángeles con sexo), Burgess Meredith (una leyenda que se hace llamar Kid y lucha por no volverse loco) o Warren Oates (toda su vida traicionando buscando tener un amigo de verdad…).

Un western atípico que logra congelarte la sonrisa. Pero, como siempre rodado con ingenio, con un arranque estupendo que además es la mejor presentación de cada uno de los protagonistas… y un final tan inesperado como demoledor…

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Westerns atípicos. La metamorfosis de un género (I). 7 mujeres (7 women, 1966) de John Ford

7 mujeres

A finales de los años sesenta y durante los setenta el género western está en continuo cambio y transformación. ¿Canto de cisne o innovación-cambio de un género que se negaba a dar sus últimos coletazos? Así durante estos años, no sólo nace una variación interesante como el spaghetti western, sino que surgen una serie de westerns atípicos con miradas diferentes que ofrecen nuevas miradas del género (no sólo la crepuscular… también una visión que va unida al desencanto y a los aires de protesta de estas dos décadas).

Si tan solo hace unos días hablábamos de un western atípico como Pat Garrett y Billy El Niño, ahora quisiera reflejar este interesante periodo de metamorfosis del género en tres post. Primero con la última obra de John Ford, el director de películas del Oeste se despide con una triste película que no es estrictamente un western pero sin embargo emplea las claves del género para contar una historia con aires de tragedia clásica. Después seguiremos con la obra de un director (su penúltima película) que tan sólo haría en toda su carrera un único western, El día de los tramposos (recuperada de la memoria gracias a un texto de Francisco Machuca). Esta obra de Joseph L. Mankiewicz ofrece una mirada ácida con ecos de comedia negra y desencanto hacia un viejo Oeste complejo. Y por último cerraremos este breve ciclo con Las aventuras de Jeremiah Johnson de un joven realizador que empezaba a despuntar en los setenta, Sydney Pollack, que encontró en el western una manera de expresar su desacuerdo con el sistema imperante…

La última de Ford

Un Ford anciano aborda un relato cinematográfico desgarrado y desencantado: 7 mujeres. Y se despide del cine con una película que a primera vista parece que no es un western. La historia que nos cuenta Ford no transcurre en los paisajes habituales ni en campo abierto. El salvaje Oeste desaparece y se cambia por un lugar lejano, frontera de China con Mongolia, un lugar en guerra. El fuerte del Oeste se transforma en una misión claustrofóbica dirigida por una mujer de carácter e intransigente (Margaret Leighton). Una película que fue incomprendida en su momento, que no es fácil de encontrar una copia en condiciones, que no sólo no fue valorada por los espectadores del momento, sino tampoco por los críticos. 7 mujeres ha sido valorada algo mejor con el paso de los años y en los distintos análisis sobre la obra completa de John Ford. Por ejemplo analiza y cuenta muy bien cómo fue el rodaje (así como sus dificultades) y proporciona un análisis crítico completo y lleno de matices, uno de los expertos en la filmografía de Ford, John McBride en su libro Tras la pista de John Ford (publicado por T&B Editores, 2004).

John Ford abandona el salvaje Oeste pero no las claves del género. Es decir 7 mujeres está contada en clave de western clásico. Además se pueden encontrar similitudes con uno de sus westerns más míticos e importantes a la hora de comprender el lenguaje del género: La Diligencia. Y esas similitudes se encuentran sobre todo en dos aspectos fundamentales: un personaje principal que muestra, por contraste, la hipocresía y doble moral de la burguesía (y en este caso de las organizaciones religiosas). La representación del otro sin rostro, de manera simplista… ellos son el mal y la fuente de problemas para los protagonistas (además de sus propios choques, de sus complejas relaciones interpersonales, y obstáculos). En La Diligencia eran los indios, impersonales, los que provocaban las situaciones límites entre el grupo que viajaba en un medio de transporte que era continuamente atacado (y después también en la posada). En 7 mujeres los bandidos mongoles son presentados sin matices, son unos ‘bárbaros salvajes’ y violentos, no hay más lectura. Pero se pueden encontrar otros puntos de unión como, por ejemplo, la mujer embarazada que pone más al límite la situación del grupo que trata de sobrevivir frente al enemigo. Así el personaje de Anne Bancroft puede ser una fusión entre la prostituta y el doctor de La Diligencia (como aquel maravilloso Thomas Mitchell, la doctora Cartwright también bebe). Además de tener ecos de otro personaje femenino fordiano, Kelly, la morena de turbio pasado con rostro de Ava Gadner que eclipsaba a cualquier personaje que apareciese en Mogambo.

La película, como en las del Oeste, ocurre en un territorio de frontera sin ley. Y como siempre Ford presenta un abanico de personajes (esta vez prácticamente todos femeninos) complejos, nada planos, que se relacionan entre sí. Lo que cuenta sobre todo 7 mujeres es el enfrentamiento de poderes entre dos mujeres con miradas diferentes ante la vida. Una se termina sacrificando por todas, sin pedir nada a cambio… sería el fuera de ley de las películas del Oeste (que parece que va a lo suyo) pero sin embargo actúa y decide salvar a los demás. Y la otra, en un principio mostrada como fuerte e intransigente, va perdiendo la cordura y el respeto del grupo (además con sus actos podría haber conducido a todos a un final desastroso) además de mostrar sus miedos, represiones y frustraciones. Las demás mujeres se van relacionando de distinta manera (algunas evolucionan de la primera escena a la última) con las dos líderes… Sobre todo dos de los personajes: la joven misionera (Sue Lyon) y la segunda de bordo de la inflexible directora de la misión, con la cara de Mildred Dunnock.

Tan solo hay un personaje masculino en el grupo americano (y británico) de la misión que además desaparece a mitad de esta historia con rostro de Eddie Albert (otra vez en nuestro blog, hace nada nos visitó con Attack). Un personaje complejo que evoluciona hasta que es eliminado para que se queden las siete mujeres solas en una situación límite. Cuando pregunta la doctora en su primera cena con sus nuevos compañeros de viaje: “cómo se siente como único gallo de este gallinero”… y él contesta con una risa ridícula, define a la perfección su personaje. Así la interpretación de Albert evoluciona de un hombre anodino y asustadizo que ha guiado su vida para ser predicador… hasta un hombre que toma conciencia de que se ha equivocado de rumbo y despierta… pero ya es demasiado tarde para él (sin embargo, logra que pueda ser recordado con respeto cuando por primera vez toma las riendas de su vida con una mirada realista).

El personaje bombón es el de la la doctora Cartwright, sin embargo, así como Ford dejaba un final optimista tanto para la prostituta de La Diligencia o para la Kelly de Mogambo, a la doctora la deja sola en su sacrificio, en su acto de heroísmo. A su acto de entrega, sin pensárselo dos veces, le sigue su suicidio ante un futuro de dominación, sumisión, en un mundo salvaje y sin reglas. Así Ford nos deja una de sus imágenes hermosas e icónicas… la silueta de una mujer con un kimono ante una puerta que significa la muerte… 7 mujeres se convierte en una despedida triste del director que hacía películas del Oeste. Una despedida en un territorio alejado del western pero que comparte sus claves fundamentales para contar una historia.

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