Cara de ángel (Angel face, 1952) de Otto Preminger

A veces una película de encargo se puede convertir en una película de culto. Una obra cinematográfica realizada sin pretensión alguna…, más bien para culminar una venganza, se transforma en una obra con fuerza y a tener en cuenta.

Jamás olvidaré la primera vez que vi Cara de ángel hace bastantes años en un pase televisivo nocturno y mi rostro tras la última escena… Me impactó y se convirtió en película inolvidable. Ahora he vuelto a verla y el efecto, aun sabiendo su final, ha sido el mismo.

Parece ser que Cara de ángel fue fruto de una venganza del productor Howard Hughes con la estrella británica (que ya estaba construyéndose su porvenir en Hollywood) Jean Simmons. Guerra titánica que acabó en tribunales. Una de esas tantas guerras que emprendieron actores y actrices contra los contratos-esclavizadores de las grandes productoras (y por tanto productores al acecho de estrellas-objeto para emplear a su antojo). Así Hughes sólo podía contar con Simmons durante dieciocho días (después de otra de sus fuertes disputas) y él quería que rodara una película y que además ‘sufriera’ en el rodaje con uno de los directores que tenía más fama de temible, Otto Preminger. El problema es que Preminger trabajaba para otra productora… pero Hughes movió sus hilos e influencias. Y Preminger aceptó otro trabajo para realizar su labor como director. Así se vio con una historia que al no gustarle nada transformó junto a otros guionistas en Cara de ángel… y en unos pocos días surgió una obra-impacto.

Jean Simmons es la cara angelical del título, la niña rica Diane Tremayne, que vive en una mansión en la montaña junto a su adorado padre, un desencantado novelista y buen hombre… y una millonaria madrasta. Ella, Diane, es una extraña en un nuevo país (está desubicada y lo que es también peligroso… aburrida)… y arrastra unas complicadas relaciones familiares. Está a punto de cumplir 20 años y tras su bonito rostro oculta un alma atormentada, manipuladora y una compleja salud mental. Su tiempo lo ocupa en tratar de atar a su padre con sonrisas, juegos y dulzuras y en planear distintos juegos macabros contra el obstáculo que se inventa: su madrastra, que además la dejaría siendo una niña rica que controla un imperio económico.

En esta tela de araña de relaciones familiares entra un nuevo personaje… Frank, el chico duro de la función de espíritu manipulable. Un conductor de ambulancias (veterano de guerra con ambiciones de futuro y una guapa e inteligente novia que cala a Diane desde su primer encuentro y se sabe derrotada) que acude a la llamada de la mansión cuando la madrastra casi muere ahogada en su propia habitación por un ‘escape’ de gas. Frank sólo podía tener el rostro de Robert Mitchum.

Preminger logra plasmar un primer encuentro premonitorio. Cuando Frank va a abandonar ese hogar acude a la música de un piano. Se queda parado y ve de espaldas a una joven que toca. Se acerca. Sigue un impulso… Es el canto de la sirena (ya sabemos lo que pasaba cuando las sirenas atraían a través de su canto a los marineros…). La niña angelical es la mujer fatal. Y lo malo es que el protagonista masculino, el duro de la función es consciente desde el principio. Pero sin razón lógica cae atraído bajo el influjo de la sirena. Y sin explicación posible caerá bajo sus redes. Su encuentro es un choque fuerte. Ella llora desconsolada, histérica, y él la pega un bofetón para que se calme…, y la dulce niña rica… devuelve el tortazo, mucho más fuerte. Ya nos han representado quién será más destructor…

A partir de ahí se iniciará una relación peligrosa donde la niña rica atará, bien atado, al duro conductor de ambulancias y seguirá su cabecita tramando truculentas historias que desgraciadamente se harán reales. Y ahí es cuando nuestra aprendiz de mujer fatal es consciente de su poder mortal pero tampoco se ve capaz de controlar su oscura personalidad. La niña rica se mueve sólo a través de pasiones enfermizas. Se sabe posesiva extrema… y sabe que siempre andará sufriendo si no tiene bajo su tela de araña a aquel que más ama (su amantísimo padre, su hombre duro y amante).

Y Frank, aquel que parece seguro, el duro con las mujeres, el que va de que no se ata al amor… se ve irremediablemente atrapado y aunque varias veces sabe que la chica con cara angelical será su perdición (y no sospecha hasta que punto) no puede evitar ir tras su melodía. Ahí no funciona la razón… Y aunque trata de volver a su antigua e inteligente novia… ya es demasiado tarde. Y aunque se sabe atrapado también se da cuenta, con una especie de fatalismo mudo, de que nunca podrá escapar del influjo de Diane.

Así Preminger, con una película de encargo nos regala producción cinematográfica cuidada y sugerente con escenas que no caerán nunca en olvido… sobre todo ese final-impacto… Ayuda sin duda la banda sonora de Dimitri Tiomki, la química entre los intérpretes principales y el buen hacer de los secundarios (y las historias que se revelan entre el matrimonio Tremayne o entre la novia de Frank y su compañero de ambulancia…) con actores como Mona Freeman o el olvidado Herbert Marshall poseedor de una filmografía muy interesante.

Cara de ángel, una vez vista, es difícil de olvidar. Como el canto de la sirena…

Jean Simmons fue una brillante mujer fatal… a la fuerza. No sé si sufriría mucho durante la dirección del Preminger temible…

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