Raíces profundas (Shane, 1953) de George Stevens

Una tarde tranquila y reposada volví a encontrarme con Shane, ese pistolero que regresa de nuevo inevitablemente a su pasado… a matar y disparar, para devolver la paz a un grupo de buenas personas trabajadoras. Gran paradoja. Es él el que se mancha las manos y también el que abandona algo parecido a la felicidad. Así, de nuevo se convierte, en un ser solitario.

Por motivos personales siento un gran cariño y respeto por Raíces profundas pero además me parece una obra cinematográfica bien realizada, sutil, elegante, poética y con más de una lectura. Una obra sencilla pero con una profundidad que atrapa. George Stevens deja su buen hacer en obra redonda y detallada llena de matices.

La poesía viene del punto de vista. De la mirada dominante. Vemos todo bajo la mirada de un niño. Por eso todo son pinceladas, emociones, sentimientos… lo que capta la atención de un muchacho observador que está descubriendo lo que es la vida. La película muestra intuiciones que van construyendo una historia. El mundo se va revelando a través de la mirada del niño con cara de Brando de Wilde.

De esta manera el halo que rodea a los personajes principales y el tono de la historia tiene que ver con la forma en la que ese niño protagonista ‘ve y capta’ el mundo que le rodea. Todos imaginamos la apariencia que tendría un pistolero solitario que llega a la casa de la familia Starretts, un sin hogar sin rumbo. Sin embargo, el niño lo ‘siente’ como alguien muy especial y así no los transmite. Así Shane se convierte en el personaje por el que será más recordado el actor Alan Ladd que nos deja un vaquero alejado de la dureza y la rudeza de otros fuera de ley. Más bien parece un hombre elegante y refinado que oculta un pasado… alguien casi inmaculado y sin mancha… como lo ve el niño… al que poco a poco le va dando rasgos humanos: el forajido se despeina, lucha, suda, tiene heridas, se enfrenta a su padre… y así poco a poco le va admirando y después queriendo…

El otro pistolero de esta historia adquiere la fuerza de una sombra amenazante. Todo de negro. Con una sonrisa torva. El silencio es su fuerte. Mientras Shane es un ‘ser’ luminoso y puro, el pistolero con el rostro de mi amado Jack Palance es la oscuridad, la amenaza, lo que hay que temer… Shane es el hombre que ha llegado para echar una mano a una comunidad de campesinos que tratan de establecerse, de formar una comunidad unida, trabajadora, colaboradora y respetuosa con la ley. El pistolero de negro está para destruir esa esperanza de establecimiento en una tierra. Está al lado de los ganaderos que piensan que por haber llegado antes y luchado por establecerse también tienen todo el derecho y el poder. No están dispuestos a compartir la tierra. Y ese derecho y poder lo ejercen a través del miedo y la violencia.

Esa poesía también se encuentra en la forma de vida de los campesinos que viven en familia y tratan de colaborar unos vecinos con otros para así hacer fuerza. Los momentos que viven en ‘comunidad’ son tratados con gran emoción y detalle. Como  momentos excepcionales, así los vive el niño protagonista. La reunión de los granjeros en la casa paterna para decidir qué hacer, la fiesta del cuatro de julio (aniversario también de boda de los padres del niño), el entierro de uno de los campesinos asesinados…

También los otros, los ganaderos, son la amenaza. Rostros desagradables. Cuando llegan a caballo nunca son portadores de buenas noticias. El bar, que está al lado de la tienda de víveres, también es un territorio peligroso. Allí pasan el tiempo los ganaderos, siempre rudos y oscuros. Ahí vive una humillación un Shane acicalado de campesino, que no quiere dejar al descubierto su pasado, pero también se convierte en el espacio donde demuestra que puede enfrentarse a esos ganaderos con el lenguaje que conocen. Así emplea el puño y la fuerza, esa violencia que rechazan los campesinos y durante un largo tiempo le dejan solo ante el peligro con un montón de ganaderos matones. Finalmente sólo Starretts, que ya es amigo, ofrece su colaboración a Shane.

Pero el patriarca Starretts tiene claro que ése no es el camino. El patriarca es el líder de los campesinos. Cree en la reunión, en el consenso, en la fuerza de la comunidad, en quedarse ahí porque tienen el mismo derecho que los ganaderos… Lucha porque todos permanezcan unidos ante el enemigo y derrotarlos a través del diálogo y de hacerles entrar en razón… Vemos claramente las dos posturas (la de los campesinos y la de los ganaderos) cuando el ganadero líder, Ryker, le expone los motivos por los que él cree que se merece tener el poder y las tierras. Pero he aquí la paradoja terrible y tremenda, la buena fe de Starretts no es suficiente. Es un hombre valiente y fuerte… pero hay un momento de la película que sabemos que su valentía y pacifismo le va a llevar a una muerte anunciada… (como la del compañero campesino del Sur). En ese instante interviene Shane que impide en una pelea cuerpo a cuerpo con su amigo que éste vaya al encuentro de la muerte. En ese instante sabe que vuelve a ser un pistolero asesino y que con la sangre que derrame logrará que llegue la paz a esa familia que ahora es la suya (aunque tenga que marcharse). El patriarca tiene el rostro de un actor (que últimamente me está dando maravillosas sorpresas), Van Heflin.

Y también a partir de intuiciones y emociones de un niño vamos descubriendo los lazos que se van formando entre los protagonistas principales. Siendo la más sútil y hermosa la que se establece entre el fuera de ley y la esposa del patriarca. La esposa, una mujer vital, que ama al esposo, al hijo… y que se siente una mujer ante el forajido que la trata cual dama de la Edad Media. Así se recrea uno de esos amores platónicos que tanto juego dan. Ella es Jean Arthur en un papel tierno que borda. Y es curioso ver a una de las cómicas por excelencia de las screwball comedy convertida en una mujer fuerte del Oeste. Y ésta fue su última película. Una hermosa despedida. A partir de esta película Arthur se retiró del mundo del cine.

Raíces profundas está llena de pequeños detalles que la hacen especial. Ese perro que quiere tirarse a la tumba del dueño muerto. Esas miradas a través de una ventana con lluvia de fondo. Esa tienda de víveres con todo lo indispensable. Ese pistolero que apenas habla y sólo gasta las palabras suficientes. Y sobre todo cuenta con una de las despedidas más inolvidables… Un Brando de Wilde que grita el nombre de Shane… pidiéndole que regrese (porque él encuentra muchos motivos) y un forajido que se aleja en caballo sin volverse ni una sola vez… hacia un destino incierto y llevándose su pasado a cuestas.

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