Guerreros de antaño (Once Were Warriors, 1994) de Lee Tamahori

Nueva Zelanda.

Suburbios.

Y en la marginalidad, los mahoríes.

La ciudad es dura.

Antros enormes donde se sirven litros de alcohol a buen precio.

Una familia.

Padre, bestia parda lleno de músculos. Desempleo, alcohol, frustración. Descendiente de esclavos. Violento con todos los que le rodean. Especialmente con su mujer. Trata de evadirse del mundo pero los problemas le golpean y va cayendo. Ama a golpes… no aprendió nunca de otro modo.

Madre, descendiente de una familia de guerreros mahoríes. Princesa que se bajó del pedestal y se fue con el hombre con músculos pues era mujer enamorada. Alcohol, violencia, aguantar los golpes y las broncas. Madre amamantísima ejerce como puede. Nunca, nunca quiere peder su dignidad. El problema es que mira a los ojos del marido y descubre que todavía le quiere.

Hija, guarda su cuaderno y sus historias como un tesoro. Son su vía de escape. Quiere ser inocente en un suburbio que la devora. Su mejor amigo vive debajo de un puente. No soporta la violencia que vive a diario y cuando la agraden directamente pierde toda esperanza de poder salir alguna vez del suburbio que la devora la dulzura.

Hijo mayor, quiere prescindir de la familia y busca otra en una pandilla callejera de caras tatuadas. Prefiere desaparecer. No soporta al padre. No puede ver la decadencia de la madre. Se pone una careta de duro pero por dentro se quiebra…, quiere rescatar a la madre y hermanos y no sabe cómo.

Hijo mediano, perdido. Las malas compañías hacen que termine recluido en un reformatorio que le hace encontrarse con su raíces mahoríes. Encontrar la dignidad del guerrero de antaño. Él encuentra la puerta que la hija no logra abrir…

Escenas que desgarran.

Padre y madre cantan una canción de amor bajo los efectos del alcohol rodeados de amigos igual de bebidos. A los diez minutos padre, músculos, estalla ante la furia de su mujer y la pega el primer brutal puñetazo…

La hija cuenta a sus hermanos pequeños historias maravillosas. También se evade debajo de un puente junto al amigo que esnifa pegamento, fuma porros y tiene mirada dulce.

Hijo mayor acude a ritual para formar parte de su ‘nueva’ familia y recibe paliza sin rechistar. Todos los días padece ya bastante en su casa. Ya no le quedan gritos.

Hijo mediano entona los gritos de los guerreros mahoríes…, canaliza la rabia, encuentra la calma.

Hay esperanza de vivir un momento familiar tranquilo, en un coche alquilado, un día de picnic que culminará en el reformatorio porque todos van a ver al hermano. Se paran ante paisaje hermoso y madre cuenta sus orígenes y padre los suyos. Nunca llegarán al reformatorio…, el antro ‘secuestra’ al padre que olvida.

La hija es agredida… y se quiebra.

La hija se cuelga de un árbol.

Y el dolor de una madre rompe y rasga.

El grito.

Basta.

Recuperar la dignidad del guerrero.

Recuperar a los hijos.

Dejar a un hombre con músculos, al que ya no tiene miedo, solo, roto, desesperado y con mucho odio dentro. Con mucho temor dentro. Con mucho fracaso dentro… Con la esclavitud a cuestas…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.