Bellísima (Bellissima, 1951) de Luchino Visconti

Hay actores que se convierten en dueños de películas o incluso de movimientos o épocas. Bellísima es Anna Magnani. Ella, la mujer italiana de la posguerra, la madre coraje y de temperamento, el torbellino, con todos sus defectos y todas sus virtudes, pero siempre hermoso ser humano. Mujer de fuerza desbordada, de sensualidad salvaje, de vitalidad imparable, de temperamento desbocado… la Magnani es grande como la Pina de Roma, ciudad abierta, como Mamma Roma o como madre bellísima que muestra toda su sensibilidad a flor de piel y que despierta a tiempo de que no se pueden conseguir los sueños a cualquier precio. 

Bellísima golpea con exquisita sensibilidad. Narra una historia sencilla pero llena de recovecos que presentan un mundo complicado. Por una parte la realidad de un pueblo de posguerra que trata de salir adelante a pesar de las miserias y lo antepone a un mundo que en pantalla es maravilloso pero que detrás sólo muestra una industria poderosa y un mundo real con personajes que buscan escalar puestos de poder sin importarles los sueños y sacrificios de otros. La cara y la cruz del mundo del espectáculo. Un mundo en el que también hay que trabajar duro y sobrevivir. Un mundo donde la fama efímera se puede pagar cara. El mundo de los sueños no tiene que ver con el mundo real, el de la industria del cine. 

Así vemos una madre que se obsesiona para que su pequeña hija pase un casting del director Alessandro Blasetti a toda costa. Porque para ella, allí está el futuro. Porque cree que con la fama su hija y ella y su marido y los suyos conseguirán la felicidad y salir de la miseria. Porque desea para su hija, esas historias que ella disfruta en pantalla, porque quiere que su hija vuele a otros mundos hermosos como Montgomery Clift en Río rojo. 

Y ella que se gana la vida como enfermera que pone inyecciones es capaz de duplicar su trabajo con tal de que su niña supere la prueba con dignidad. Que tiene que hacerse una buena foto, la Magnani va a un estudio fotográfico. Que la niña tiene que aprender interpretación, ella paga clases de interpretación. Que la niña tiene que bailar, ella la lleva a bailar. Que tiene que ir preciosa, ella le financia un traje. Que se necesitan contactos para que le realicen la prueba, ella contactará con alguien de Cinecitta (y ahí conoce al joven trepador —pero la Magnani no tiene un pelo de tonta— que la introduce en el mundo de las recomendaciones y favores). Pero la Magnani con toda su vitalidad, energía e ilusión desbordante se olvida de la felicidad de su pequeña niña, se olvida preguntarla de si quiere participar en su sueño. Y se da cuenta de una manera desgarradora, cuando asiste a la proyección de la prueba, y ve cómo los grandes magnates se ríen y burlan despiadadamente de su pequeña. Y la mamma protectora, con lágrimas, se da cuenta de lo que ha hecho. La Magnani, a pesar, de que la pequeña pasa la prueba, se da cuenta de que no va a sacrificar la felicidad de su niña y no la va a introducir en un mundo que descubre duro, con sus virtudes pero también sus miserias, con sus caretas. Un mundo donde también hay que luchar y donde también hay que sobrevivir. 

Luchino Visconti deja un melodrama neorrealista que presenta una Italia de posguerra, con esas casas de vecinos, esas reuniones familiares, esa vida de patio y ventanas, esas facturas sin pagar, esas mujeres que se desloman por sacar adelante a los suyos y que viven de sueños, de unas películas que les presentan que no todo en el mundo es mísero. Impagables esas escenas de casting donde las niñas muestran sus virtudes y las madres luchan porque las pequeñas destaquen, por salir de la vida cotidiana y de la miseria. Anna Magnani y la niña Tina Apicella se comen la película con su humanidad. La mamma Roma deja también momentos impagables con dos personajes interesantes: el joven trepa de Cinecitta (otro post merecería el análisis de este personaje y cómo Anna tiene siempre el instinto alerta) y su marido —en una relación toda llena de vitalidad, instinto y grandes broncas…los dos aman a la pequeña, a los dos les supera su situación económica, los dos son buena gente que pierden las formas ante sus situaciones emocionales… pero el marido (machista pero que sabe que no tiene la fuerza y vitalidad de la esposa) se siente siempre fascinado por la loquita (como él la llama) que lucha por mantener un hogar que parece que se derrumba una y otra vez—.