Saul Bass y sus directores de cabecera… y varios regalos

Hablar de Saul Bass se hace necesario por muchos motivos. Yo de momento nombro tres.

1.- Es una reivindicación al cartel del cine y a los títulos de crédito como arte. Como una forma de expresión. Como un lenguaje a tener en cuenta que puede además captar la esencia de la obra cinematográfica que ilustra. El cartel de cine y los títulos de crédito se cuidan, ahora mismo, en muy pocas ocasiones… Qué gusto cuando una película te entra por el cartel, qué sorpresa cuando ya te sientes atrapado por los títulos de crédito… ya tienes ante tus ojos la clave o la pista de lo que va a ocurrir a continuación… Sólo falta que se cumplan las expectativas ante las obras de arte que ya has visto… Aunque si hay cuidado en estas dos piezas claves, ya quiere decir algo (aunque no siempre ocurre)…

2.- Porque ahora mismo hay la oportunidad de visitar una exposición hecha con gusto en el Círculo de Bellas Artes de Madrid que permite a todo visitante que se acerque disfrutar de la preciosa colección privada de carteles de Saul Bass que posee Gerardo Vera (director de cine y de teatro además de escenógrafo y figurinista). Un recorrido que merece la pena y además, en paralelo, se programa durante unos meses películas que cuentan con sus títulos de crédito.

3.- Acercarse a la obra de Saul Bass es otra posibilidad de acercarse al mundo del cine. Otra mirada. Un recorrido por la carrera de varios directores. Un recordatorio de películas que conforman una historia del cine especial muy especial. El diseñador formó dúos profesionales de lo más interesantes con varios directores de cine.

Paseé entre los carteles, disfruté con la proyección en pantalla gigante de algunos de sus títulos de crédito, descubrí nuevas películas y recordé otras que ya no olvido… La exposición me siguió a casa, deseé ver colgado en alguna de mis paredes alguno de los carteles que había visto (me enamoré de muchos pero quizá me hubiese quedado con el de Ariane) y en esa enorme enciclopedia visual y fuente de conocimientos que es Internet pude mirar más títulos de crédito y más carteles…

Otto Preminger

… Fue el que abrió la veda de la creatividad de Saul Bass para el mundo del cine. La firma de Preminger está irremediablemente unida a Bass. Juntos formaron un tándem inseparable de imágenes icónicas que muchos cinéfilos reconocen. Imposible no relacionarles. Con Preminger, Saul Bass creo títulos de crédito y carteles increíbles. Desde la rosa roja de Carmen Jones en 1954 se convirtieron en inseparables. El brazo distorsionado de El hombre del brazo de oro, la marioneta rota de Anatomía de un asesinato, el ojo con lágrima de Buenos días tristeza, las piernas con la espada quebrada de Santa Juana, los brazos armados de Éxodo, la cúpula del capitolio en Tempestad sobre Washington, la muñeca de papel de El rapto de Bunny Lake, el teléfono descolgado de El factor humano… Y el paseo por una filmografía poderosa.

Alfred Hitchcock

Pero tampoco podemos olvidar sus contribuciones con el maestro del suspense. Ese ojo que todo lo mira en Vértigo y esos círculos concéntricos. La estridencia del rojo en el cartel. Las rectas que se cruzan formando un gran edificio y las flechas que forman las letras en ese tesoro que se llama Con la muerte en los talones. O sus títulos de crédito en Psicosis que ya sondean el miedo o su posible  contribución visual a través del storyboard de la mítica escena de la ducha… ¿Alguien olvidaría mencionar estas películas si le preguntáramos por la filmografía de Hitchcock?

Billy Wilder

Con Billy Wilder dejó su firma en los carteles de Ariane (Love in the afternoon), Uno dos tres… Así vemos una mano que baja una persiana o tres globos… y ya nos vienen imágenes a la cabeza. O unos títulos de crédito para La tentación vive arriba con formas geométricas cuadradas y rectangulares que se abren y se cierran como ventanas o solapas que dejan ver los nombres e intuyes que ahí hay comedia…

Robert Aldrich

… Intuimos la fuerza ya en los créditos de dos títulos potentes de la filmografía de Aldrich… la maravillosa El gran cuchillo con el rostro de Jack Palance que ya refleja la introspección y la angustia del personaje principal y no he visto Attack pero sí sus títulos de crédito, de nuevo con el rostro de Palance… y la impotencia que supone un casco rodando por una ladera… y esos créditos ya me dicen que va a ser una película con un tema duro e impactante.

John Frankenheimer

Uno de los directores con filmografía que reivindicar y descubrir, John Frankenheimer también trabajó con Saul Bass en los títulos de crédito de tres de sus películas. Una de ellas es de las más extrañas de su filmografía, una historia angustiosa y psicodélica con un Rock Hudson como protagonista. Me refiero a Plan diabólico y sus créditos ya muestran lo siniestro de la historia. Las otras dos películas en las que trabajó no las he visto todavía pero como siempre con la obra de Saul Bass me llevo una idea de lo que voy a ver. En Gran Prix preparación, velocidad y competición de Fórmula 1. Y el cartel de Gran Prix es inconfundible, puro diseño… Nada he podido ver, ni la película ni el trabajo de Saul Bass en Un joven extraño.

Stanley Kubrick

También se unió a Kubrick dando personalidad a carteles y títulos de crédito de Atraco perfecto donde los disparos de bala no dan en la diana pero sí destruyen a un hombre con sombrero y corbata… los créditos nos dan ya el tono noir de la película. Y en Espartaco también nos muestran simbolismo y clasicismo. Cada personaje está descrito con un tipo de manos de escultura… hasta que se encuentran dos espadas. O el siniestro y angustioso cartel de El resplandor de un rostro atrapado en una letra…

Martin Scorsese

… Sus últimos trabajos fueron los títulos de crédito con uno de los directores que más admiraba su trayectoria: Martin Scorsese. Así Bass vuelca su mundo entre lo elegante y lo oculto en La edad de la inocencia, se muestra brutal en Uno de los nuestros, da cuenta del terror y la importancia del agua en El cabo del miedo y muestra un poderoso mundo visual entre explosión de violencia y juego en Casino.

… los regalos

El recorrido por la exposición me hizo dos recordatorios preciosos y me descubrió una laguna que quisiera subsanar (con otro de los carteles que más me llamó la atención y que también colgaría en una pared de mi hogar). Ahí van los regalos finales que me apetece compartir.

1.- Recordé que no hay créditos finales más hermosos que los de West Side Story en los que Saul Bass realiza para mí uno de sus mejores trabajos. Cuando ya ha terminado este musical dramático y shakesperiano… el diseñador crea unos créditos finales para deleite del espectador. Imagina la forma de expresión de los Shark y los Jets… y no puede ser otra que en las paredes y muros del barrio, el graffiti. Así los títulos finales, los nombres de todos, están en los muros y en las puertas desvencijadas… y de fondo cada una de las melodías que han sonado a lo largo de la película… Una joya.

2.- Me paro ante un cartel que llama mi atención. Y es porque forma parte de una película que descubrí hace unos dos años y que merece la pena revindicarla y mirarla: Donde la ciudad termina (1957) de Martin Ritt, un drama de la clase trabajadora en los puertos donde están estupendos Sydney Poitier y John Cassavettes. Y el cartel de Bass cubierto de rojo ya nos sitúa en el ambiente y el drama…

3.- El cartel que también colgaría en una pared de mi hogar es de una película que no he visto ni conozco: El viejo y el niño (1967) de Claude Berri… a mí el cartel de Saul Bass ya me provoca unas ganas enormes de verla y descubrirla…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diane Keaton y Woody Allen, una pareja con risa de fondo

De todas las musas del director que ama Manhattan quizá con la que más afinidad siento (y también más cariño) es con Diane Keaton. Cuando pienso en ellos me viene una risa de fondo. Y el recuerdo de unas langostas vivas por el suelo de una cocina, gritos de terror y risas ante la caza de tan incómodos bichos… Es inevitable les imagino a ambos y me carcajeo. Y es que la química mostrada traspasa la pantalla. Vivieron un romance durante los setenta pero… actualmente siguen siendo muy buenos amigos. Mejores amigos.

Ella alta, morena, de pelo liso, de atuendo diverso pero siempre elegante (o al menos a mí me lo parece… aunque varias veces ha aparecido en la lista de las peor vestidas…), algo neurótica, insegura, divertida y de amplia sonrisa. Él, bajito, pelirrojo, con sus gafas de pasta, también neurótico, obsesivo, maniático, compulsivo y divertido. La mezcla de ambos vomitó películas inolvidables durante los años setenta que supusieron una evolución en la carrera artística del director transformándose del rey de los gags y el humor absurdo al rey de la comedia sofisticada con gotas de inteligencia, filosofía y siempre buscando el sentido de la vida y las relaciones…

Una obra de teatro les unió…

Su encuentro se produjo a partir de una obra de teatro de Allen, Play it again, Sam (1969)… Humor, romanticismo, infidelidad y mucho amor al cine (y en especial a Bogart y a Casablanca)… Después esta obra pasó de los escenarios al cine en 1972, Sueños de seductor de Hebert Ross. Y ambos ya se conocían y sabían de su química en el trabajo. Y lo que les unía: el sentido del humor. Así Sueños de seductor es una de mis películas-medicina de cabecera. Ahí están Allan y Linda unidos por una amistad que termina en amor y vuelve de nuevo a ser amistad para no hacer daño a terceros… (el esposo y mejor amigo). Nunca olvidaré sus escenas juntos… ni lo peligroso que puede llegar a ser un secador…

… los caminos del humor absurdo

Woody empieza a dirigir sus primeras películas y poco a poco va dotándolas de un sentido, una historia de fondo, pero son alocadas y absurdas aunque cada vez más elaboradas. Así parodia el futuro y el pasado y siempre de la mano de Diane Keaton fiel compañera e igual de payasa que su compañero de pantalla. Surge así la historia futurista de El dormilón donde la comida basura sustituye a la macrobiótica y donde fumar es bueno para la salud. En un mundo así despierta Miles clarinetista y defensor de la comida sana que no tendrá más remedio que convertirse en héroe a su pesar. Y es que éste es el camino de un Allen primerizo, héroe a su pesar. Como le ocurre en la siguiente película La última noche de Boris Grushenko donde se enfrenta al mismísimo Napoleón. Y en ambas su fiel compañera será un Diane Keaton loquísima… En las dos el binomio Allen-Keaton nos hace reír. Por ejemplo, en El dormilón hay una escena en la que Woody Allen se transforma en la Blanche Dubois (como si estuviera poseído por el espíritu de la Vivien Leigh más dramática) de Un tranvía llamado de deseo y Keaton le hace réplica como Stanley (con la mandíbula de Marlon Brando). O en La última noche de Boris Grushenko… con sus largas y exageradamente profundas conversaciones en cualquier momento para descolocar al personal…

… hasta llegar a dos declaraciones de amor…

Y la primera declaración de amor es sin duda Annie Hall. El relato de una relación desde el inicio hasta la ruptura. Con una Diane y un Woody rebosantes de química. Entre la diversión y la nostalgia. Entre la sonrisa y la tristeza. Y dos personajes que nos cuentan su historial personal y por ello única: Alvy Singer y Annie Hall. Annie Hall está construida a través de recuerdos. Alvy nos confiesa sus sentimientos más íntimos y nos deja ser testigos de su historia con Annie. Así reímos, sonreímos y también nos decepcionamos o lloramos.

Después viene una declaración de amor a Manhattan con Diane Keaton de fondo. Él es Isaac Davis y en su vida más o menos construida y desordenada se cruza Mary, mujer alocada e inteligente, que le vuelve a desbaratar la vida o hace que vuelva a empezar. O partir de cero. Davis siempre parte de cero. Destruye y reconstruye pero siempre en el corazón de su ciudad amada, New York. Ahí están siempre Mary e Isaac sentados al anochecer en un banco viendo un Manhattan iluminado y el largo puente de Brooklyn… conversando, conversando y conversando. Y ahí están los dos con el amor y el desamor a cuestas. A veces ríen, otras chocan y más allá hablan de la imposibilidad del amor…

… la rareza

Woody Allen dirigió a su musa de aquellos años, los setenta, en un melodrama que se alejaba de la risa. Allen se ponía serio y hablaba de la soledad y la desintegración familiar. Revestía Interiores del espíritu de su adorado Bergman y presentaba la historia de una madre rota y sus tres hijas que no quieren verse abocadas a la pena. Una de las hijas, Renata, tenía el rostro de Diane Keaton. Aquí Woody Allen se mostraba ante el mundo como un filósofo de la tristeza y la desintegración personal y familiar. Y mostraba a una Keaton dramática.

 … y el feliz reencuentro

Después llegó la separación profesional. En la vida de Allen se cruzó otra musa y otra mujer que ocupó su corazón: Mia Farrow. Y Diane Keaton probó otros retos profesionales. Pero nunca dejaron de estar en contacto. En unos momentos personales difíciles para Allen… decidió refugiarse de nuevo en el cine y la risa. Quiso recuperar la comedia, el romanticismo, lo absurdo… y nos hizo llorar de la risa… Me recuerdo en una sala de cine rodeada de carcajadas con los ojos llenos de lágrimas de alegría. Corría el año 1993 y Woody Allen dirige Misterioso asesinato en Manhattan. Una película de intriga y risa donde homenajea a Hitchcock y a Orson Welles… Su compañera de aventuras es de nuevo una divertida y encantadora Diane Keaton. Los dos son un matrimonio donde ella más que él desea no caer en la rutina… así que se convierte en detective tras la muerte misteriosa de una vecina suya… y arrastra a su amantísimo esposo y a toda su pandilla de amigos. Hilarante y romántica… de nuevo Diane y Woody vuelven a hacernos reír.

… Diane Keaton y Woody Allen siempre que regresan a la sala oscura que se esconde en mi memoria lo hacen para arrancarme una sonrisa… o una carcajada.

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Charles Laughton y Elsa Lanchester, un matrimonio más allá de los convencionalismos

Charles Laughton y Elsa Lanchester se conocieron en los escenarios a finales de los años veinte y no se separaron hasta la muerte de Laguhton en 1962. A través de las películas que protagonizaron juntos advertimos su complicidad y cómo fueron una ‘extraña pareja’. Laughton no pudo terminar sus memorias… así tan sólo quedó el testimonio de Lanchester tras la muerte del eterno esposo. Ambos dos protagonizaron un matrimonio más allá de los convencionalismos… Desde el principio Elsa supo que su señor amado era homosexual y llegaron ambos al acuerdo de permanecer juntos para siempre y así no alterar a la bienpensante sociedad británica y después al Hollywood conservador. Su relación, como todas las relaciones tuvo luces y sombras… no fue nada fácil pero capearon las tormentas del escándalo. Ante todo a los dos les unía un amor exacerbado hacia su profesión de actores. Y juntos lo demostraron varias veces. De sus andanzas en los escenarios nada nos queda (más lo que nos cuentan) pero sí del celuloide que compartieron.

Su primer éxito juntos fue la británica La vida privada de Enrique VIII del director y productor Alexander Korda a principios de los años treinta. La película supuso tal triunfo que sobrepasó las fronteras y los ecos llegaron a Hollywood. Él obviamente se convirtió en Enrique VIII y ella fue una de sus esposas, Ana de Cléves (de las que ‘corrió’ mejor suerte). Continuaron ambos fieles a Alexander Korda y al cine histórico así ambos protagonizaron Rembrandt. Laughton fue el ilustre pintor y ella la mujer que le amó cuando se encontraba más hundido…

Vuelan al otro lado del charco y deleitan en un capítulo maravilloso de una película del realizador francés Julien Duvivier. Se trata de Seis destinos, 1942, película mágica que narra la historia de diferentes personajes que poseen un mismo frac. El fragmento de Laughton y Lanchester es un pequeño relato emocionante e intimista sobre un pobre músico y su esposa. Junto al protagonizado por Edward G. Robinson son las dos historias que más me llegan. Al año siguiente también salen en otra película de episodios esta vez de varios directores y con el escenario único de una casa por la que pasan distintos inquilinos. No la he visto nunca y se llama Siempre y un día.

Después ambos se embarcan en un entretenido thriller donde él es el malo malísimo y ella una secundaria excéntrica, una pintora bohemia. El divertimento se llama El reloj asesino (1948) de John Farrow. 

Y se despiden de todos nosotros con otra película de intriga maravillosa, divertida y entretenida… Testigo de cargo (1957) de Billy Wilder. Y los dos vomitan complicidad como el abogado enfermo y la enfermera quisquillosa… pero que finalmente ambos se admiran y se quieren… a su manera.

Charles Laughton y Elsa Lanchester, un hombre y una mujer complejos, con luces y sombras, que supieron sin embargo unirse y romper convencionalismos sociales… Y de paso dejarnos su huella en metros y metros de fotogramas.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Los Trueba… y el cine

Un dúo, dos hermanos… y un tercero: hijo de uno, sobrino del otro. Son Fernando, David y Jonás. Los tres amando el cine. Pueden gustarte o no sus narraciones cinematográficas pero no se puede negar que apuestan y arriesgan por crear obras cinematográficas que supongan una nueva piedra en el camino. Un paso más.

Ahora los tres están en marcha. David apenas hace unos meses apostó por Madrid, 1987  que incluía en un historia intimista y desnuda una pieza de cine imaginaria con los elementos más sencillos, una pared blanca con un marco, dos espectadores, y una voz dispuesta a narrar, con algo que contar (escena maravillosa de esta propuesta cinematográfica que me llegó hondo). Esta escena unía de alguna manera esta obra con su ópera prima: La buena vida. Y este momento define de alguna manera algo que corre por las venas de Fernando, David y Jonás… quieren y tienen algo que contar. Y buscan caminos de libertad creativa. Y cada uno aporta su mirada y propuesta especial.

Acabo de terminar un precioso artículo de Carlos F. Heredero (El arte de ganar el tiempo) de la revista Caimán. Cuadernos de cine (número julio/agosto 2012) sobre el último trabajo del más pequeño de los tres, Jonás Trueba. Jonás estrenó en 2010 su ópera prima Todas las canciones hablan de mí (que todavía no he podido ver… y pronto trataré de solventar esta falta) como director, y como su tío y su padre también participa de la creación de guiones… y también ama ‘contar historias’. Así que ha decido ‘plasmar’ el tiempo de espera, una metáfora en cierta medida sobre la vida, pues son muchos los periodos en tiempo de espera de algo… En este caso concreto entre un proyecto cinematográfico y otro. Ahora en ese tiempo de espera Jonás y un equipo de profesionales han decidido en sus tiempos libres, con el material que han conseguido, filmar Los ilusos. Y así se mueven por las calles de Madrid, en blanco y negro, con una vieja cámara, libres. Y tratará de transmitirnos ese tiempo de espera. Del resultado de este ejercicio de creación y de cuándo podrá tener espectadores nada se sabe… forma parte del proceso.

Y ahora el más veterano Fernando Trueba, que lo último que propuso fue animación y música (Chico y Rita) está a punto de mostrarnos su más reciente obra cinematográfica. Nos cuenta una historia intimista de posguerra… y yo que ya he disfrutado en sala de cine del tráiler ya deseo inmiscuirme en la propuesta. Se trata de El artista y la modelo… y habla precisamente del proceso de creación y de la historia. Un escultor anciano retirado y desencantado de la vida en la Francia de 1943 que encuentra una musa y una inspiración en una joven española. A mí las imágenes del tráiler ya me hacen desear que llegue septiembre…

 Los Trueba siguen apostando por contarnos historias y ofrecer su mirada cinematográfica personal. Aquí hay unos espectadores que esperan y desean que les cuenten historias…

En estos tiempos oscuros permanece el deseo de seguir mirando pese a las trabas que siempre existirán…Porque para el ser humano es necesario el que nos cuenten historias, el contemplar creaciones, escuchar narraciones…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Barbara Stanwyck y Fred MacMurray, una pareja con mucha química

Siempre se hablan de otras parejas cinematográficas… pero nos olvidamos de algunas que cuando trabajaron y se proyectaron frente a la pantalla blanca crearon una química especial. Éste es el caso de Barbara Stanwyck y Fred MacMurray que fueron protagonistas de tres películas inolvidables y alcanzaron la inmortalidad sobre todo con una de ellas. Pero merece la pena realizar una sesión cinematográfica y disfrutarles porque además reflejaron tres tipos de parejas muy diferentes y fueron tremendamente creíbles y maravillosos en sus recreaciones.

La ladrona alocada y el fiscal campechano. Screwball comedy

El primero que los juntó en la pantalla blanca fue Mitchell Leisen en 1940 en una screwball comedy (menos alocada y más comedia romántica) encantadora, Recuerdo de una noche. La carrera y la vida de un serio (e inocente) fiscal se ven removidas y alteradas por una atractiva ladrona. Él es Fred MacMurray y ella no podía ser otra que Barbara Stanwyck.

Así el espectador vive con los protagonistas una primera parte con los ingredientes del screwball comedy donde ambos realizan un alocado ‘viaje’ de regreso al hogar (entre todas las vicisitudes coinciden en que son vecinos de localidades cercanas). De la ciudad al mundo rural. Una segunda parte en el hogar del fiscal donde el espectador es testigo de una historia de romanticismo y enamoramiento. Una comedia navideña y familiar. Y una tercera parte, el regreso-el fin del viaje que lleva a los protagonistas al melodrama más triste.Y lo que consiguen Barbara y Fred es que nos creamos a esta pareja. La película tiene escenas inolvidables y diálogos geniales… además de la puesta en escena de un siempre interesante Leisen, nos encontramos con un guion de Preston Sturges.

Mantis religiosa y hombre-víctima. Cine negro

Curiosamente el segundo que les junta en pantalla es Billy Wilder, que había escrito varios guiones para Leisen. Los une cuatro años más tarde en puro cine negro, Perdición. La novela que sirve de fondo es de James M. Cain con un guion del propio Wilder y de un escritor también de novela negra Raymond Chandler. Y ahí nos encontramos con el honrado y gris vendedor de seguros que se enamora perdidamente de una mantis religiosa, esposa de un cliente. Mujer con pulsera en el tobillo, gafas de sol y una melena rubia con flequillo… Mujer que arrastra a un destino fatal al agente de seguros de vida ordenada. La mantis religiosa altera la vida del hombre-víctima pero para arrastrarle (porque quiere, nunca lo olvidemos) a un final trágico.

Así Wilder de manera magistral envuelve al espectador a una historia de loco amor, muerte y destino fatal que ponen rostro unos magistrales Barbara y Fred. La química vuelve a funcionar.

La mujer trabajadora solitaria y el burgués aburrido. Puro melodrama

Por último es Douglas Sirk, especialista sobre todo en melodramas, el que vuelve a unirlos en 1956. Siempre hay un mañana es un bello melodrama contenido y cotidiano. Donde nos cuenta el encuentro entre un hombre de familia burguesa de clase media que se ahoga en la monotonía que choca con una ilusión, la visita de un antiguo amor del pasado, una mujer independiente y trabajadora (que ha renunciado al amor por el éxito profesional). De nuevo Barbara y Fred vuelven a estar creíbles y con la química intacta.

El espectador vive la ilusión del encuentro, la posibilidad de un mañana distinto que cambie el rumbo de sus vidas, la imposibilidad de esa esperanza y la separación de ambos. Es decir ese triste paso que hace que ninguno de los dos quiera desmelenarse y apostar por un futuro nuevo. Ambos se quedan como estaban. ¿Es un final feliz?

Las tres películas me devuelven una y otra vez una pareja cinematográfica que me encanta… que trabajaron en buenas historias y supieron crear en cada momento a la pareja adecuada. Parejas tremendamente creíbles, tremendamente humanas. No merecen el olvido y sí una sesión de buen cine…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Jack Lemmon

Carrera de fondo…

… era de esos rostros que te acompañaban toda una vida. Una cara con la que te encontrabas con agrado. Lemmon fue un actor de los grandes que empezó su carrera sin estridencias, como buen comediante, y terminó siendo un coloso. Estuviese donde estuviese lograba dar credibilidad a la historia que se estuviera contando.

Empezó poco a poco al lado de una comediante nata, ahora bastante olvidada, Judy Holliday. Eran los primeros años de la década de los cincuenta. Jack Lemmon era el hombre simpático, la buena persona, el divertido… John Ford le dio uno de sus primeros éxitos con Escala en Hawai. Y empieza su relación (una de las que más desconozco pero parte importante de su carrera) con el director Richard Quine, que junto a Billy Wilder, fue con uno de los que más trabajó.

… Billy Wilder le eleva a los cielos

En 1959 Wilder le eleva a categoría de estrella y le eleva por los siglos de los siglos a los cielos. Ya nunca más se separaron. Y protagonizaron juntos una filmografía intensa. En Con faldas y a lo loco le transforma en un músico perdedor que para la supervivencia tiene que vestirse de mujer junto a su compañero Tony Curtis… y ya no podemos quitarnos la risa de la boca. Su baile con un multimillonario bajito y una rosa en la boca es la cumbre de la comedia desternillante.

Después un año más tarde llegó la joya donde Lemmon representa el hombre común y gris encerrado en una oficina. El hombre perdedor y sin ideales que sin embargo se da una oportunidad a sí mismo. Recupera la dignidad. Y de paso trata de llevar a lo más alto el amor de verdad con la ascensorista Kubelik, otro triste y encantador personaje. Estoy hablando de El apartamento.

Ambos se pasan tres años más tarde al cuento parisino de la puta de las medias verdes y el policía honrado que la ama y enloquece. Un cuento sin moraleja… porque eso es otra historia. Y así nos metemos en las apariencias y enredos que propone Irma La Dulce.

De nuevo en 1966 se unen y junto al dúo nos encontramos a Walter Matthau y todo el cinismo y la mala baba para crear de nuevo una historia de un perdedor con una segunda oportunidad para recuperar la dignidad. Ahí está En bandeja de plata, comedia triste como la vida misma.

En los años setenta deleitan con una comedia romántica de humor negro maravillosa. Un americano ejecutivo y gris, pragmático y amargado, va a recoger el cadáver de su padre a Italia… y después del desconcierto aprende los placeres de la vida. Una delicia reencontrarse una y otra vez con Avanti.

Otra vez se unen a Matthau para llevar un clásico del humor cínico a la pantalla de cine, Primera plana, un remake sobre el cuarto poder y la política. Donde ni prensa, ni políticos, ni costumbres sociales, ni matrimonio, ni amistad, ni familia… vamos donde no queda títere con cabeza… Otro placer verles de nuevo reunidos.

Su despedida fue en 1981 con Aquí, un amigo, acompañados de nuevo de Matthau… otra comedia de perdedores que se unen y sobreviven.

Richard Quine… ese gran desconocido

Quine fue el primero que le convirtió en actor fetiche y trabajó con él a lo largo de su filmografía con títulos desconocidos y otros más fáciles de poder acceder a ellos. Quine tiene un humor peculiar (y también es creador de dos buenos melodramas). O entras o no entras. Y ahí estaba Lemmon dando sentido a unos personajes difíciles de clasificar. Tengo pendiente una revisión a la filmografía de Lemmon con Quine. Porque la mayoría las he visto tan sólo una vez y vagan en el olvido.

Todo empezó en 1955 con la comedia musical Mi hermana Elena, continuó con otra comedia bélica Operation Mad Ball y otra olvidada historia junto a Doris Day, La indómita y el millonario, culminó con las películas junto a la mujer perfecta para Quine, Kim Novak, en Me enamoré de una bruja y La misteriosa dama de negro. Y terminó con Como matar a la propia esposa.

El hombre común con rostro dramático

Pero según nos iba acompañando una y otra vez se convertía en el hombre común al que le asediaba la tragedia… y Lemmon ofrecía humanidad a raudales. Así lo empezó a demostrar en 1962 cuando protagonizó a un alcohólico en Día de vino y rosas.

Pero en los años setenta fue el protagonista de tres dramas (uno de ellos dentro de la saga de cine catastrofista) que funcionaron en taquilla y le mostraron como actor versatil. Salvad al tigre la pesadilla de un ejecutivo durante un día y medio que le dio el oscar, película olvidada y sustentada por su interpretación. El síndrome de China de medios de comunicación y desastres nucleares, Lemmon es el trabajador de la central consciente del peligro. Y por último el éxito de cine de catástrofes, Aeropuerto 77, donde es el héroe humano que trata de minimizar los daños y salvar al mayor número de pasajeros.

Lo mismo ocurrió en los ochenta con la impresionante película sobre la dictadura chilena y la implicación de EEUU en Missing donde Lemmon es un padre patriota que va a Chile para buscar a su hijo desaparecido, un periodista idealista y activista. Poco a poco lo que va descubriendo le hace identificarse más con su hijo ausente y dudar sobre sus creencias patrióticas. Poco después emocionó a todos en la película italiana (maravillosa) Macarroni junto a Marcelo Mastroianni. De nuevo en su papel de cascarrabias hombre de negocios amargado que llega a Italia y recupera el pasado y el sentido de la amistad y el placer.

Jack Lemmon no se alejó nunca de la pantalla y en 1992 nos siguió dejando interpretaciones maravillosas como en la amarga Glengarry Glen Ross donde está espectacularmente brillante.

Entre la risa y el drama Lemmon era uno de los grandes. Su rostro siempre está ahí, cercano. Su humanidad sigue transitando. Hizo como nadie del fracasado con una segunda oportunidad para adquirir toda la dignidad posible.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Los hombres de Deborah Kerr

… Reconozco que siento especial predilección por Deborah Kerr, una actriz de filmografía abundante y con muy buenos títulos. Y en esta sección de dúos compruebo que Kerr tuvo varias parejas cinematográficas con las que protagonizó historias de distintos matices. Normalmente el amor estaba de por medio. Algunas eran historias felices y otras trágicas. Kerr iba de unos brazos a otros protagonizando escenas que se quedan en la retina. Kerr no sólo aportaba a sus personajes matices, carisma y elegancia sino que facilitaba una química especial con sus compañeros de reparto que hacía ganar puntos a sus enamoramientos cinematográficos. Así primero fue la mujer de los aventureros, después la mujer desencantada pero capaz de enamorarse y apasionarse. Alcanzó el estatus de heroína de un cine romántico al borde del melodrama o también se mimetizaba en la mujer exquisita y divertida… Kerr y sus muchos rostros.

Curiosamente Kerr tuvo una química muy especial con tres de los actores ‘más duros’ y eróticos del panorama cinematográfico de los años cincuenta. Absolutamente inolvidable y natural junto a Robert Mitchum, Burt Lancaster y Yul Brynner.

Pero también llegó a la cumbre del cine romántico junto a Cary Grant, el hombre elegante y rey de la comedia (y el suspense). O estuvo magnífica como mujer del aventurero Stewart Granger. Y entre la tragedia, el terror y la comedia trabajó varias veces junto al eficaz y carismático David Niven.

Con Robert Mitchum. Y aunque pasen los años…

Con Mitchum, el duro y desencantado por experiencia protagonizó tres películas… y cuando ya eran mayores ambos volvieron a reunirlos en un telefilm. Y desde que se encontraron en pantalla su química fue evidente. Las películas que protagonizaron juntos quizá no son las mejores de sus filmografías pero sin embargo sí que ambos desprenden una naturalidad especial que hace que sintamos no sólo que están enamorados sino que se quieren de verdad o que son cómplices en cuanto están juntos…

Primero los juntó John Huston en Sólo Dios lo sabe, 1957. Ella, una monja. Él, un soldado. Y ambos solos en una isla del Pacífico en plena Segunda Guerra Mundial y con los japoneses pululando… Una historia de amor imposible… Después en Página en blanco, 1960, una fallida pero elegante comedia, siguen dando rienda suelta a su química en una historia a cuatro bandas. Donde una aristócrata venida a menos (de nuevo Deborah) casada con otro aristócrata venido a menos Cary Grant sienten cómo su vida se ‘vuelve’ a revolucionar con la presencia de un americano multimillonario (sólo Mitchum podía hacerla ser infiel) que seduce a Kerr y una dama alocada con cara de Simmons que también quiere conquistar a Grant. Hasta que llegamos a una especie de narración crepuscular de una familia errante donde la Kerr busca asentarse y Mitchum seguir con su caminar. Se trata de Tres vidas errantes, 1960. En 1985 volverían a protagonizar una historia de amor de dos personas en la recta final de sus vidas pero esta vez para televisión… y la química continuaba intacta, Reunion at Fairborough.

Con Burt Lancaster. El dulce encanto del adulterio…

La heroína romántica Deborah Kerr, la dama elegante, protagonizó el escándalo en los años cincuenta junto a Burt Lancaster. Ella se convirtió en Karen, esposa de un alto cargo militar, un capitán. Karen es la esposa adúltera que se va a los brazos de un hermoso Burt Lancaster, un sargento. Su tórrida escena en la playa con beso apasionado es un hito. Pero inocente comparado con el triste y desencantado amor que protagonizan en 1969 en Los temerarios del aire. De nuevo, Kerr es esposa adúltera y desencantada que trata de aferrarse a otra oportunidad de amar. Entre medias compartieron pantalla pero no amor de ficción en un maravilloso melodrama coral, Mesas separadas, 1958.

Con Yul Brynner. Colisión de culturas…

La elegante dama colisiona con la fuerza bruta. Así ocurrió las dos veces que unieron sus destinos en ficción. Kerr protagonizó un maravilloso musical con uno de los papeles más recordados del divino calvo (que también lo llevó a los escenarios), Yul Brynner. Se trata de El rey y yo, 1956. Un amor tan sólo sugerido pero que deja miradas y erotismos. Y mucha química.

Después unieron de nuevo sus químicas para ser protagonistas de una tragedia. Ahí está la olvidada Rojo atardecer, 1959, donde un oficial soviético se siente atraído por una mujer británica en una Hungría revuelta en 1956.

Con Stewart Granger. De aventura en aventura…

… pero Deborah Kerr también fue damisela de los sueños de espectadores que disfrutaban con las aventuras protagonizadas por el galán Stewart Granger a principios de los cincuenta. Populares películas de aventuras nunca olvidadas donde la dama delicada Kerr enamora al héroe. Así se convierten en pareja inolvidable en Las minas del rey Salomón, 1950… donde viven una exótica aventura en el continente africano. Y también están presentes en película de capa y espada, El prisionero de Zenda, 1952. Ahí vuelven a enamorarse y a hacer soñar…También ambos estuvieron juntos en película histórica con una Jean Simmons (señora esposa de Granger) en el papel principal, La reina virgen, 1953… a ella le corresponde ser reina de la función y vivir trágicos amores con Granger.

Con David Niven. Del amor trágico al terror…

Y con otro actor británico protagonizó dos amores trágicos, alguna que otra escena cómica… y una de terror de culto (que no he visto) donde aparece por primera vez la malograda Sharon Tate. David Niven el actor carismático del bigote eterno. Niven se movía entre la comedia y la tragedia. Entre el romanticismo trágico y la elegancia. Con la Kerr fue hombre trágico pero extremadamente emocionante en Mesas separadas, donde son dos corazones solitarios que a pesar de sus trágicas existencias logran encontrarse. Película coral y reivindicable. Del mismo año 1958 es Buenos días, tristezas donde un play boy, con ganas de asentarse, y su joven hija (Jean Seberg) crearán una tela de araña y un triste destino a una historia de amor condenada donde la principal víctima será la mujer amada (y aparentemente más fuerte), Deborah Kerr. Años después, a finales de los sesenta, comparten escena delirante y divertida en la paródica Casino Royale y se convierten en extraño matrimonio de película de terror de culto, Ojo del diablo.

Con Cary Grant. Siempre quedará el Empare State Building…

Trabajaron tres veces juntos pero alcanzaron la gloria del cine romántico con sólo una de ellas. Se unieron en una película que nunca he visto con título premonitorio La mujer soñada en 1953. Se convirtieron en leyenda en el remake de Tú y yo borrando a Charles Boyer e Irene Dunne del recuerdo (magníficos también en la película de los años treinta). Leo McCarey director de ambas logra el recuerdo eterno con su remake. Así se enamoran en un viaje en barco pero ambos están comprometidos… sin embargo quedan en el State Empire Building en un plazo de seis meses… si es que siguen sintiendo lo mismo. Así quedaron Kerr y Grant para el recuerdo como pareja romántica eterna… Y siguieron mostrando su química juntos en la elegante pero a la vez fallida Página en blanco donde son el matrimonio aristócrata que vuelve a sentir sensaciones y revoluciones cuando su unión peligra por las posibles infidelidades de ambos.

Después de estas palabras… no saben la cantidad de películas que me apetece volver a ver.

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Director y actriz: comuniones reales y ficticias

Bajo la fórmula DIRECTOR + ACTRIZ = PELÍCULA se puede vislumbrar la radiografía de marido y mujer, trabajador y trabajadora, que unieron sus vidas privadas y también sus vidas laborales. Matrimonios tormentosos, matrimonios largos y cortos, felices e infelices… además de compartir su intimidad también pudieron crear juntos. Algunos fueron dúo trabajador en varias producciones, otros sólo se unieron en la pantalla blanca una sola vez pero fue suficiente. Aquí sólo reseñaremos una obra cinematográfica que los mantendrá juntos siempre…

Charles Chaplin + Paulette Goddard = Tiempos modernos (1936)

La chispa y la modernidad de Goddard dieron luz y vivacidad al divertido y melodramático Charlot en Tiempos modernos. El regalo más hermoso es que la chica finalmente no dejará solo a Charlot en su largo camino hacia el amanecer. Entre Chapln y Goddard el asunto fue diferente.

Orson Welles + Rita Hayworth = La dama de Shanghai (1947)

Tortuosa, de pesadilla, pero también de pasión y amor. Como su historia misma. Welles quiso apagar el fuego rojo de la Hayworth y la tiñó de rubio mostrando que era actriz camaleónica y versátil. Ella sintió que la anulaban. Él trató de darla un papel de actriz. Ella se quiso un poco menos. Él no supo echarla una mano. Autodestrucción como los protagonistas tormentosos de La dama de Shanghai. La Hayworth se transformó en mujer fatal… Ella nunca quiso… pero bordó su papel.

Vincente Minnelli + Judy Garland = El pirata (1948)

El rey del estallido y color, del gusto exquisito, se enamoró de la atormentada cantante que siempre tenía que mostrarse feliz en la pantalla. Así le pone a sus pies vehículo barroco… lleno de fantasía, colorido, decorado, imaginación…aventura, emoción… pero recuerda que la vida siempre es un espectáculo… y que lo que se vive fuera es otra cosa. Apariencias, luz y color. Sueños cumplidos. En El Pirata le dio a la Garland los sueños que nunca se pudieron cumplir. Un mundo de color, sin problemas. Un mundo de canciones donde siempre podría lucirse. La propuesta no funcionó. Demasiada felicidad y fantasía… Y un rostro triste.

Roberto Rossellini + Ingrid Bergman = Europa 51 (1952)

Amor escándalo. Amor moderno. Amor tormentoso. Amor desarraigado… y un cine nuevo en su trabajo en común. Europa 51, cine moderno y espiritual. Donde una mujer tiene una manera revolucionaria de entender el vacío de su vida. De superar su sufrimiento y remordimiento. Finalmente su historia también tuvo un final desgarrador (a pesar del amor que hubo)… seguro que ambos vivieron revelaciones.

Federico Fellini +  Giuletta Masina = La Strada (1954)

Para la mujer payaso la película más melancólica en un ambiente circense, pero duro y ambulante, el realismo imaginativo y poético de un Fellini que muestra su ternura por una Masina poeta y cándida. Seguirán juntos más allá de las rarezas y otras imaginaciones…

John Cassavettes + Gena Rowlands = Una mujer bajo la influencia (1974)

Un nuevo cine fuera de los estudios de Hollywood. Una nueva manera de entender el cine y las relaciones. Otra manera de enfrentarse al amor y a la locura. A lo distinto. A la inestabilidad emocional. Y un director y una actriz que mostraron pasión e intelecto en los márgenes del celuloide.

Sam Mendes + Kate Winslet = Revolutionary Road (2008)

… una historia sobre el hastío y sobre cómo el amor se apaga… aunque deja un fuerte poso. Sobre cómo el amor autodestruye. Sobre cómo los sueños se apartan. Sobre como los fracasos abruman… Una actriz inmensa y un director que la enfoca en su desesperación y tristeza. Un punto y final.

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Katharine Hepburn y Spencer Tracy, la leyenda devoró su trabajo en común

… Se conocieron en los cuarenta y ya no se separaron hasta finales de los sesenta cuando Tracy murió. Hepburn no se casó ni ocultó su amor. Tracy no se separó de su católica esposa pero no pudo ocultar su relación con la pelirroja indómita. Se han escrito kilómetros y kilómetros sobre esta historia. Cada uno en su estilo encandilaban al público y juntos también… aunque no todas las películas funcionaron ni todas tienen el mismo nivel. Son más recordadas y sobreviven más sus comedias que sus dramas.

A mí como espectadora me ocurre lo mismo… recuerdo más sus comedias. Trabajaron con grandes directores pero algunos no consiguieron la película más recordada ni de su filmografía ni de ambos actores. También ocurre que algunas han tenido una mayor distribución que otras…, por ejemplo, ¿quién no ha visto todavía en las cientos de veces que ha sido y sigue siendo emitida en televisión su última interpretación como pareja en Adivina quién viene esta noche?

Sin embargo tengo la sensación de que ha perdurado mucho más su historia en común, mil veces nombrada, analizada y escrita, que su trabajo interpretativo en pareja. Ha llegado más su leyenda como actores cinematográficos que vivieron un amor real y complejo que su obra cinematográfica en común. ¿Por qué? No puedo contestar con certeza sobre todo porque su filmografía no anda muy fresca en mi memoria pero creo que muchas películas no potenciaron una química que funcionaba, a mi gusto, mejor en comedia que en tragedia (aunque ambos eran grandes trágicos). Y mejor en historias contemporáneas que de época. Me apetecía escribir sobre ellos pero sin duda me doy cuenta y así lo confieso que quizá debería volver a ver entera su filmografía en común por si me equivoco en mis apreciaciones.

La mujer del año (1942) de George Stevens

Stevens tocaba la comedia con tino (pero sus películas en este género no le dieron el prestigio que tocó con sus dramas) y les reunió por primera vez con la famosa anécdota de las alturas. La mujer del año puede ser considerada en una mirada crítica una bofetada a la independencia de la mujer. Pero a la vez muestra la química que se desprende entre dos actores que no sólo chocan en sus físicos sino también en sus caracteres. Así la película habla de una mujer feminista, triunfadora en el periodismo político y totalmente entregada a su trabajo que descuida su relación de pareja con el hombre que ama, un sencillo periodista deportivo que le gusta disfrutar de la vida y del rol de una esposa de los cuarenta (aunque por otra parte queda claro que admira la profesionalidad de su señora… siempre que le atienda adecuadamente). Así nos presenta que el personaje de Hepburn es una triunfadora en el plano laboral y un total desastre en el plano privado (recordemos la famosa última escena de ella intentando preparar un simple desayuno y siendo un verdadero desastre). Stevens y los guionistas emplean la fórmula de la guerra de sexos y su mensaje final es más o menos que haya un cierto equilibrio en el plano laboral y el privado entre los dos miembros de la pareja… pero realizando una crítica, poco sutil, a que la mujer vaya conquistando otros roles fuera del plano privado.

La llama sagrada (1942) de George Cukor

George Cukor (que ya sabemos que una de sus musas fue Hepburn) vuelve a reunirlos en un drama-thriller político donde Tracy vuelve a ser un periodista y ella es la viuda de un carismático líder político que acaba de fallecer. Así Cukor, que es más recordado por sus comedias pero tocó varios géneros, realiza un reflexión sobre la figura de los líderes políticos y sus máscaras. Así se nos narra la investigación de un periodista a una figura con una imagen determinada y el descubrimiento de otro rostro. Bastante olvidada no deja de ser una propuesta interesante pero no es de las obras cinematográficas más populares ni del director ni de la pareja. Yo la conservo en una nebulosa. Sólo la he visto una vez por televisión.

Sin amor (1945) de Harold S. Bucquet

De director olvidado, y también bastante olvidada por servidora, lanza una premisa no carente de interés respecto a la convivencia entre un hombre y una mujer (y que recuerda a la que es lanzada por Jeff Bridges en una comedia de la Streisand, El amor tiene dos caras). Una pareja de desilusionados en el amor deciden un matrimonio de conveniencia y simple convivencia, como buenos amigos que son, sin enamoramiento ni sexo de por medio. Sólo señalar que es una adaptación de una obra teatral del dramaturgo Philip Barry y especialmente creada para la actriz. Barry fue el creador de Historias de Filadelfia que la hizo volver al cine por la puerta grande.

Mar de hierba (1947) de Elia Kazan

Fallido drama-western del que Kazan no se sintió nunca orgulloso pues tuvo que lidiar con que era un encargo y con un montón de imposiciones de la productora que estaba más preocupada en potenciar que era una nueva película de Tracy-Hepburn esta vez como matrimonio desgraciado. La película no dejaba de presentar varias temáticas interesantes sobre todo la tan muchas veces contada en el mundo del Oeste lucha entre los ganaderos y agricultores (y el distinto uso que daban a las tierras salvajes). Luchas y poderes. Entre nuevos colonos agricultores y los ganaderos que quieren conservar el uso de las tierras. Y luchas y poderes en las relaciones familiares. Yo la recuerdo lejana y algo aburrida. Pero siempre estoy dispuesta a analizar a Kazan, un director que me encanta.

El Estado de la Unión (1948) de Frank Capra

Capra es el siguiente en unirlos pero no en una de sus comedias caprianas sino en un drama político y patriótico. Así Tracy es el hombre que va para político que no se deja corromper (para llegar al poder) por su amante que es a la vez magnate de la prensa (Angela Lansbury) y se deja seducir de nuevo por su mujer (Katharine Hepburn) con unos ideales políticos más elevados y afines que devuelve por el sendero correcto al esposo descarriado. También recorre el sendero de mi olvido. Y no recuerdo que me entusiasmara en exceso.

La costilla de Adán (1949) de George Cukor

De nuevo Cukor y esta vez en una comedia. La tengo gran cariño y la he visto bastantes veces. El planteamiento es de nuevo guerra de sexos y pasa lo mismo que con la de George Stevens en su posible lectura. Aunque quizá podamos ver más una lectura crítica contra el machismo. Quizá la clave sea en que Amanda reconozca finalmente que vive con un machista que trata de disimularlo porque la ama y admira…y la fórmula final es que ambos se admiten y se siguen queriendo a pesar de conocerse más en sus defectos. Aquí está la cumbre en la química entre Tracy y Hepburn dejándonos en la memoria escenas divertidísimas en los juicios y en la intimidad del hogar.

Dos comedias fallidas

Cukor les volvió a dirigir en 1952 pero siempre recuerdo esta película como bastante aburrida, La impetuosa o Pat and Mike  y Walter Lang los dirigió en 1957 en Su otra esposa (película que no he visto) pero puede ser curiosa porque es cómo en una cadena de televisión los empleados ven como amenaza una especie de enorme ordenador…, vamos que ya se veía venir a las nuevas tecnologías pero no cuál iba a ser el rumbo…

Adivina quién viene esta noche (1967) de Stanley Kramer

Ya hasta diez años después no se pusieron delante de la cámara. Quizá sea el trabajo más recordado de los dos juntos en una misma película. Y también fue el último. Es cierto que es una película de miradas y es una gozada ver cómo se miran. En su momento fue una película que provocó debate y polémica ahora quizá queda obsoleta pero fue importante en su momento y en su forma de plantear los matrimonios mixtos y que ya estaban corriendo otros tiempos. Y también es una película importante para analizar la evolución de los personajes afroamericanos en una pantalla de cine.

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Paul Newman y Joanne Woodward, un matrimonio con arte

… se casaron a finales de los años cincuenta y ya no se separaron hasta que el hombre de los ojos azules nos dejó en 2008. Y así durante años fueron pareja, marido y mujer. Trabajaron juntos una y otra vez  y fueron proyectados en la pantalla blanca. Y además ella se convirtió en la actriz musa de su señor esposo cuando éste se puso tras la cámara. Woodward encarnó a mujeres complejas que viven en sociedades represivas. Formaban una pareja de presencia agradable. Siempre discretos pero presentes. Fueron considerados activos tanto política como socialmente, marchaban con los tiempos. Nos acostumbramos a verles juntos, les vimos envejecer. Nos parecieron siempre sencillos y cercanos…

Como actor y actriz

Ahí se encontraron en El largo y cálido verano con el sudor de Faulkner y melodrama sureño familiar en 1958. Con un Newman mientras realizaba al héroe rebelde, desencantado, incomprendido e indomable al que lograba calmarle de vez en cuando una Woodward en su papel de frágil infeliz pero con una inesperada fuerza. Ese mismo año se unen en una comedia donde comparten pantalla con una explosiva Joan Collins en Un marido en apuros de Leo McCarey.

En 1960 se unen en un melodrama de matrimonio plenamente insatisfecho. Él con su héroe atormentado que trata de subir en la escala social… y ella como una niña rica que le hace la vida imposible. Al año siguiente viven un romance en París a ritmo de jazz en la interesante Un día volveré.

De nuevo en París protagonizan la olvidada comedia romántica Samantha. Después se dejan llevar a finales de los sesenta por la pasión de Newman y los coches en 500 millas… puro deleite para la estrella que le gusta la velocidad. En los setenta protagonizan la olvidada Un hombre de hoy (nunca la he visto) y Con el agua al cuello donde Newman recupera al personaje de Harper.

A principios de los noventa, como dos venerables ancianos, visitan el universo Ivory en Esperando a Mr Bridge. Y finalmente en el siglo XXI se encuentran en el reparto de una exitosa serie de televisión donde le llueven premios a Newman, Empire Falls.

Ella como musa… él tras la cámara

Quizá es injusto. Pero siempre ha sido más recordado el hombre de los ojos azules que su mujer Joanne Woodward que tiene a sus espaldas una considerable carrera con papeles inolvidables. Su marido se puso tras la cámara y le regaló varios papeles de mujeres complicadas que la Woodward supo dotar de vida e intensidad. Así Newman se estrena en 1968 con Raquel, Raquel, un retrato sensible de una maestra solterona que empieza su duro camino hacia la liberación social y sexual. En El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas, Paul sigue indagando en universos femeninos complejos y represivos y en el centro, Joanne Woodward. En 1984 estaría presente en Harry e hijo donde Paul trata de hablar sobre la relación paterno-filial. Le tocaba mucho esta película. Así que ella no podía faltar. Y a finales de los ochenta le regaló papel bombón en la sensible adaptación que realizó Newman de El zoo de cristal.

Todavía me parece seguir viéndoles…

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